Tres inamovibles principios rectores tiene el Plan de Convivencia Democrática para las escuelas vascas: «La deslegitimación ética, social y política del terrorismo y la violencia como punto de partida de una verdadera educación en valores democráticos», «la defensa del estado de derecho, de la legalidad y de las instituciones democráticas» y «la centralidad de las […]
Tres inamovibles principios rectores tiene el Plan de Convivencia Democrática para las escuelas vascas: «La deslegitimación ética, social y política del terrorismo y la violencia como punto de partida de una verdadera educación en valores democráticos», «la defensa del estado de derecho, de la legalidad y de las instituciones democráticas» y «la centralidad de las víctimas del terrorismo como agentes fundamentales de una verdadera cultura de la paz, democracia y derechos humanos entre los escolares».
El plan viene impuesto y de la mano del Partido Socialista Obrero Español y del Partido Popular, con el visto bueno del Partido Nacionalista Vasco que, finalmente, se ha sumado a la desvergüenza. Lo rechazan, por mendaz y artero, por antipedagógico, por alienante y partidista, la mayoría de los colectivos implicados, como padres y educadores.
Pero sale adelante, funesta coincidencia que lo explica mejor que sus mentores, al mismo tiempo en que el fascista estado de Israel, eminente socio europeo, masacra a decenas de jóvenes que transportaban ayuda humanitaria a la sitiada Gaza. Entre ellos, veinte parlamentarios europeos, una ex congresista estadounidense, un Nobel de la Paz, y un sobreviviente del Holocausto. El ejército israelí, cumpliendo sus criminales órdenes, asaltó los barcos que se dirigían a la ciudad palestina en aguas internacionales abriendo fuego contra los cooperantes.
Los mismos canallas que pretenden adoctrinar a mis hijas en la escuela son cómplices y encubridores de la más grande e impune banda terrorista que asesina en Oriente Medio. Tienen años suministrándoles armas y amparando sus crímenes contra la humanidad, años eximiendo sus culpas, colaborando con sus atropellos, excusando sus masacres. Ahora, dadas las circunstancias, hasta es posible que les dispensen nuevas retóricas repulsas y aspavientos. Ni siquiera descarto que vayan a engolar la voz antes de lamentar la «desproporción de la medida».
Tal vez no lo aprendan en la escuela pero tengan la absoluta certeza, por cierto, también inamovible, de que mis hijas sí van a saber hasta qué grado son canallas los canallas y hasta qué punto hipócritas sus malditos principios.
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