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La República del Miedo

Fuentes: Rebelión

Muchas veces se escuchan las loas a los «aportes cubanos a la sociedad norteamericana» a nuestra pujante cultura milenaria de platanitos y choteo, pero lo más impresionante es el elogio a la forma en que «nuestra forma de ver la vida» ha impactado a las comunidades donde residimos, como el caso del Sur de la […]

Muchas veces se escuchan las loas a los «aportes cubanos a la sociedad norteamericana» a nuestra pujante cultura milenaria de platanitos y choteo, pero lo más impresionante es el elogio a la forma en que «nuestra forma de ver la vida» ha impactado a las comunidades donde residimos, como el caso del Sur de la Florida, donde se asienta la inmensa mayoría del casi un millón de cubanos emigrados.

En realidad existe un aporte innegable a la sociedad norteamericana y va más allá del simplismo y el alarde, es el esfuerzo de nuestra gente por insertarse en una sociedad extraña y rapaz, es su arduo trabajo cotidiano en enraizarse en este pantano arenoso, donde el racismo y la soberbia son plagas más peligrosas que indefensos cocodrilos o serpientes de coral.

La mayoría de los cubano-americanos en esta parte de Norteamérica hemos venido a estas tierras después de 1980 y más de la mitad no ha roto sus lazos con la isla, viajando frecuentemente a Cuba. Tanto es así que más de medio millón de cubanos residentes en los Estados Unidos tienen pasaporte de su país de origen, medida exigida por el Gobierno de la isla, junto con un costoso permiso de entrada, tramitado cada vez que viajan a su patria.

Estos emigrados, en la búsqueda de un futuro económico mejor para sus familias, se han asentado mayoritariamente en comunidades de dos estados, la Florida y Nueva Jersey, donde han aprovechado las bases de pequeños negocios y otros grupos de habla hispana que les han dado pie para su aclimatación inicial en los Estados Unidos, teniendo un terreno favorable que no ha estado al alcance de otros inmigrantes.

Sin embargo, en el caso de los cubano-americanos, las grandes fortunas y el poder político se concentran -con las naturales escasas excepciones- en los batistianos y sus descendientes, así como en las personas vinculadas al narcotráfico y sus secuelas, como el lavado de dinero ilícito o la política, término muy árido para describir la industria que se mueve en derredor de la corrupción y los subsidios federales a los «combatientes» por la libertad de Cuba.

Una pléyade de organizaciones «exiliadas» de todos los pelajes, cuyo principal mérito es el chantaje a los hombres de negocios locales y su propia gente, subsiste gracias al dinero de las instituciones norteamericanas, escabullándose del diario honor de ganarse el sustento y ocupando ríos de tinta y horas interminables de radio, las cuales convierten en sentinas de insultos y ataques, no sólo a sus «enemigos ideológicos», sino a quienes se niegan a «pagar el barato» de sus coimas, o a participar en sus periódicas colectas para una lucha inexistente.

Esta enfermiza y cancerosa tendencia se ha extendido a la prensa local, donde el temor bien fundado se extiende por redacciones y estudios, limitando la libertad de expresión a tendencias enfermizas que han destruido periódicos y reputaciones, ante el terrorismo de nuevo corte, el económico, el cual ha hecho quebrar a estaciones de radio y televisión y publicaciones de todos los tamaños.

Las amenazas no siempre se hacen sangre, pero este grupo gansteril prospera gracias al miedo extendido en la comunidad, ante represalias bien reales, como grupos organizados y pagados constituidos similarmente a las «porras» de nuestra historia reciente, movilizados para amedrentar a quienes se atreven a salirse de la línea pautada por los rabiosos «combatientes por la libertad», o sencillamente no pagar los derechos a su paz.

Esta república del miedo, donde medran la corrupción y el cohecho, donde gobiernan delincuentes y asesinos -no en potencia pero sí muy reales-, donde el principal mérito es seguir al malandro que ha hecho fortuna con el robo y la mentira, es el principal aporte de estos cubanos de origen y mercenarios de corazón a la sociedad norteamericana, lo cual mancha a toda la comunidad y avergüenza a nuestros hijos de sus raíces cubanas.

La esperanza de los tontos es que el tiempo y la naturaleza los hagan desaparecer, pero la simple bondad no acaba con la maldad, hay que poner fe, carne al hueso de la intención, músculo a la idea del triunfo. La forma de vencer a los malvados es nuestra propia virtud, la unión de los justos y la participación plena en la defensa de nuestra vida y la de nuestros hijos.

Ellos no son nosotros, son una enfermedad lógica de las sociedades, su lado oscuro y malvado, pero en las palabras del poeta, los sietemesinos permiten medrar a los malandros con la complicidad de su tibieza, sólo la voluntad de la esperanza podrá limpiar nuestras comunidades de los representantes plenos de esta república del miedo. http://web4.realtracker.com/netpoll/imulti.asp?js=1&pn=90006&user=6788960&pp=republica710&l=220&tt=07%2F07%2F2010+08%3A57&j=1&p=0&p3=-&spd=&c=32&d=118213721&w=1280&h=1024&ck=1&b=118213721&to=-360&ref=&f=1&sl=1

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