No deja de ser curioso. Se confirma aquel pensamiento nietzschiano de que la iglesia es la sepultura de «dios», un recuerdo petrificado de algo que muy probablemente no existió jamás. También la de los franciscanos de Arantzazu, la del friso oteiziano de los apóstoles, como muestra su postura comunitaria ante el anatema del obispo Munilla […]
No deja de ser curioso. Se confirma aquel pensamiento nietzschiano de que la iglesia es la sepultura de «dios», un recuerdo petrificado de algo que muy probablemente no existió jamás. También la de los franciscanos de Arantzazu, la del friso oteiziano de los apóstoles, como muestra su postura comunitaria ante el anatema del obispo Munilla contra el teólogo José Arregi
Y es muy posible que al franciscano José Arregi en otros tiempos, dentro del cristianismo y durante siglos, le hubieran excomulgado, colgado, o quemado. Que nadie se confunda, hoy en día es sólo la relativa impotencia del clero lo que impide que quemen a sus enemigos. No las ganas ni su metanoia. Ahí está el casi millar de teólogos brillantes, creativos, sugerentes, no sumisos a la fórmula jesuitica y muy episcopal perinde ac cadaver, expulsados, vilipendiados, excluidos y puteados de mala manera en su vida. ¡Y a cuántos han capado, convirtiendo toros bravos en bueyes mansos y sin brillo!
Es un hecho que en el siglo XV y por determinación del Concilio de Constanza se quemó al teólogo, filósofo, reformador, predicador checo y profesor de la universidad de Praga Jan Hus, por mandato del mismo concilio de la Iglesia católica en el que participaron además del «Espíritu Santo» setecientas prostitutas públicas, sin contar las que se trajeron los propios padres del Concilio. El mismo siglo en el que el papa franciscano Sixto IV, el que construyó la Capilla Sixtina -que lleva su nombre-, construyó también un burdel de mucho éxito y que en 1476 introdujo la fiesta de la Inmaculada Concepción. La hipocresía es un propio de la Iglesia católica y sus gentes, como hoy mismo comenta alguna prensa ante la separación de la muy católica Yolanda Barcina, alcaldesa de Iruña y modelo preclaro actual de la moral cristiana de la Iglesia, ayer todavía militante activa de la irrompibilidad y sacralidad matrimonial. Reflejo de «su desastrosa moral sexual y social, de su práctica de proteger dentro del vientre materno lo que luego, con su bendición y apoyo, se sacrifica en la guerra como si en las tripas de las mujeres se criara la carne de cañón».
Dice el teólogo José Arregi en su agur: «Tomé la palabra, no porque tenga algún mensaje profético urgente que pregonar, sino simplemente porque ya pasaron los tiempos en que la libertad de palabra pudiera ser impedida en la Iglesia de Jesús con pretextos de dogmas y magisterios. Dije «No callaré» y eso equivalía a una insumisión, y en la Iglesia institucional que tenemos no hay lugar para insumisos, y yo lo sabía. Tampoco hay lugar para insumisos en la Orden franciscana que tenemos, y también esto lo sabía».
Y clamoroso el silencio de los poderes públicos, en especial el de su Ayuntamiento de Oñati, ante la intromisión de la Iglesia en el recorte y violación de derechos civiles de un ciudadano.
Nada extraño, sus alcaldes hoy como entonces siguen bailando a la virgen.
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