Porque «al capitalismo no se le reforma, se le destruye», a la Revolución no se le puede reformar. Veamos el caso de los últimos acontecimientos en el conflicto vasco y cómo este axioma desemboca inevitablemente en un escenario esperpéntico, mientras no llegue a ser dramático. Nadie duda, salvo los mal nacidos, que la paz es […]
Porque «al capitalismo no se le reforma, se le destruye», a la Revolución no se le puede reformar.
Veamos el caso de los últimos acontecimientos en el conflicto vasco y cómo este axioma desemboca inevitablemente en un escenario esperpéntico, mientras no llegue a ser dramático.
Nadie duda, salvo los mal nacidos, que la paz es un valor supremo que se debe intentar practicar siempre en la medida que la mentalidad belicista impuesta por los métodos y programas «educativos» de la burguesía lo permitan. Una sistemática y sutil maquinaria de guerra y violencia reside en el subconsciente colectivo en virtud de la sofisticada red de propaganda desplegada en los mass media, en forma de telefilmes, cine, reportajes, noticias, etc., manipulados en favor de la exaltación de los ejércitos y agentes del orden que sirven y protegen al Imperio y consecuentemente la denigración del enemigo («el malo»).
De otro lado y paradójicamente se quiere «formar» a los cerebros en la tibieza y mojigatería de un pensamiento débil y timorato (Disneyworld) frente a la muerte y sus fantasmas con el objeto vil y estratégico de desarmar ideológicamente al ciudadano medio y de esta forma ruin alejarlo de la tentación de una remota insurrección, en la medida que la infamia de la podredumbre del postrero estadio del capitalismo esté decidido a implementar sobre el proletariado: desempleo, miseria, marginación, desprotección sanitaria, etc. antes de certificar su defunción como sistema funesto de poder en los últimos tres siglos de la Historia de la humanidad.
En este sentido, a fuerza de crear «confort» a ultranza para consumo y comodidad de los explotados y la consecuente moderación o desinterés por todo aquello que pudiera hacer peligrar la ausencia de altercados en su entorno inmediato («la paz de los cementerios»), el ciudadano más consciente, incluso, debilita su crítica hasta caer en el falso juego democrático-burgués y comulgar con sus ruedas de molino sin reparar en que el «diálogo» con el explotador o el verdugo siempre se resuelve con unas cuantas «migajas» más para con los explotados y para su incuestionable continuidad en el poder.
Pero volviendo al asunto vasco: Si se parte del principio en el lema independentzia eta sozialismoa (independencia y socialismo) que se supone inalienable como finalidad de la lucha del MLNV (Movimiento de Liberación Nacional Vasco, en sus siglas), nos encontramos ante la reciente inhabilidad de un proceso democrático que, con la mejor intención, reforma su táctica de lucha que indefectiblemente redundará en un debilitamiento del propósito inicial y de los instrumentos estratégicos para llevarlo a efecto.
La lucha revolucionaria, dicho sin remilgos, no tiene más que un camino, el que expresa su propio enunciado: combate e insurrección. Si, por contra, se ha renegado del segundo predicado del lema, a saber, del Socialismo (Sozialismoa), se explica entonces que tal revisionismo haya desembocado en la búsqueda de socios afines al primero de los preceptos del lema al que nos venimos refiriendo: Independentzia. En este barco caben también las formaciones políticas de la burguesía vasca y cabe, por tanto, una capitulación de la izquierda abertzale.
El recurso al posibilismo que esta plantea por pretender superar el actual cerco obsceno-represivo, al que la somete el estado español, será interpretado por estos como una claudicación y una derrota que redundará, como es natural, en un ensañamiento y linchamiento sin límites para con el MLNV por parte de los agentes inquisitoriales de la España unionista.
Si lo que se pretendiera, a corto plazo, fuese la consecución de un país independiente y a largo plazo un país socialista desde el llamado Polo soberanista sólo se podrá optar por la «reforma» del marco democrático-burgués, sin opción ya para alcanzar el objetivo a largo plazo del Socialismo (y del único destino que los extraños compañeros de viaje tendrían en aquel horizonte deseado: su disolución). Pues de ser así, en virtud de una deriva «light» en el concierto, el PNV y las derechas cristiano-demócratas capitalizarían los pecios de la lucha para medrar a sus anchas sin cuestionar la presencia, en un supuesto escenario soberano vasco, de otros partidos y formaciones de inspiración españolista, conservadores, liberales, renegados social demócratas…, en fin, la vuelta a un parlamentarismo farisaico bajo el «feliz» amparo de un país «autodeterminado», que en el mejor de los casos integraría sencillamente a las provincias de la CAV, las «vascongadas».
La pretensión en tales circunstancias de la anexión de Nafarroa e Iparralde o la propia solución de una amnistía para los presos vascos quedaría en una ingenua aspiración neutralizada por el centralismo españolista, sus víctimas y la corona borbónica, entre otros.
Por tanto, si el brazo armado del MLNV en una hipotética negociación con el estado español para el abandono de las armas solamente tuviera el margen de «hablar» sobre la paz a cambio del acercamiento de sus gudaris presos y otros represaliados y de la legalización de la IA (Izquierda Abertzale) habría vaciado de sentido medio siglo de lucha por la liberación de Euskal Herria e incurrido en un macabro sinsentido: ¿se habría combatido tanto tiempo y a tan alto precio para hacer presos y poderlos liberar después? Y si la violencia es un obstáculo, ¿qué fines políticos pueden conquistarse desde una minoría testimonial (por grande que nos resulte) salvo en una gestión puntual y temporal en la alternancia democrático-burguesa de consistorios u otras administraciones y tribunas que eventualmente se «ganen» en las infestadas urnas? Y mientras tanto, el pistolerismo y la chulería españolista (la «vendetta» de Zapatero) desde un estado de excepción desvergonzado hará suya la «presa» honesta de la apuesta democrática con la táctica de resistir, incluso, a la «domesticación» de la IA, para así, en último extremo, presentar la legalización de esta y el acercamiento de presos como el mayor logro al que pueden aspirar las posturas revolucionarias. Es decir: la rebaja del listón de los objetivos de la lucha y el destierro definitivo del fantasma de la imposición (por las armas) del Socialismo en Euskal Herria.
Finalmente: no se debe olvidar que para la burguesía y su sistema de mercado la guerra es un negocio como otro cualquiera y, por contra, para el proletariado es la defensa y conquista de la justicia social y de su emancipación. Lo que nos muestra que en este caso el uso de las armas se podría justificar en sí mismo por su ánimo de implementar en la sociedad la ética y la razón, aunque sea una razón poética.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.