Recomiendo:
0

Teoría y Práctica. La trayectoria intelectual de Manuel Sacristán Luzón

Los problemas de desarrollo en el movimiento comunista de la década de los 60

Fuentes: Rebelión

Capítulo 12

1. La crisis en el movimiento comunista mundial de 1964.

Fernando Claudín ha situado en el año 56 -muerte de Stalin y XX Congreso del PCUS- el origen de la crisis del movimiento comunista1. La crisis del año 56 es, en efecto, la percepción de la necesidad de la renovación política -XX Congreso del PCUS- y teórica del movimiento comunista -crítica del stalinismo por Lukács y Togliatti-, pero los sucesos del período 64-68 marcan la imposibilidad de resolver la crisis de forma favorable para el movimiento comunista, es decir, auténticamente renovadora y progresista. El final de la renovación política del movimiento comunista -comenzada con el XX Congreso del PCUS2-, y la escisión chino-soviética con sus profundas repercusiones en el conjunto del movimiento comunista internacional, señalan el principio del fin del período de ascenso para las fuerzas políticas comunistas, abierto con la victoria de las fuerzas aliadas en la segunda guerra mundial y sus consecuencias en la extensión del modelo soviético de economía planificada. Los Partidos Comunistas surgidos de la Tercera Internacional y de la Segunda Guerra Mundial se manifiestan incapaces de resolver los problemas de desarrollo del socialismo, percibidos desde principios de la década -Sacristán se refiere a ellos en 1963 (doc.78-1963 y Textos del Seminario de Arrás)-. Para una evaluación del período nos remitimos de nuevo a Togliatti, quien en 1964, año de su muerte, escribe El memorial de Yalta3.

Togliatti afirmaba en ese documento: Juzgamos con un cierto pesimismo las perspectivas de la situación presente, internacionalmente y en nuestro país. La situación es peor de la que teníamos ante nosotros hace dos o tres años (op.cit.p.178). Los elementos que caracterizan la situación en el año son, según Togliatti, primero, la agresividad del imperialismo y el neocolonialismo, especialmente de los Estados Unidos de América; después, las dificultades que para la unidad comunista supone la actividad escisionista china y la falsa política del sector mayoritario para contrarrestar esa actividad; Togliatti advierte que el peligro se haría muy grave si se llegase a una declarada ruptura (op.cit.p.181). Togliatti ha percibido los profundos cambios en la situación histórica mundial y la transformación del capitalismo en esos años, y pide un plan de desarrollo económico que se pueda contraponer a la programación capitalista (op.cit.p.182). Ese plan estaría vinculado a la democracia social y económica añadida a la democracia política, a la lucha sindical a escala internacional, a la cooperación con las masas católicas progresistas, a la defensa de la libertad en la vida intelectual y la profundización en los temas de la cultura (op.cit. 182-183). Ese programa, señala Togliatti, tiene su punto de partida en las posiciones del XX Congreso del PCUS (op.cit. 184), pero, añade, las formas y condiciones de avance y victoria del socialismo serán hoy y en el próximo futuro muy diferentes de como lo han sido en el pasado (ibid.); de ahí la necesaria autonomía de cada Partido Comunista para elaborar su política.

Finalmente, Togliatti dedica un párrafo a los problemas del mundo socialista: constata las huellas profundas que ha producido la crítica del stalinismo y denuncia las resistencias al regreso de las normas leninistas, que aseguraban, en el partido y fuera de él, un amplia libertad de expresión y de debate, en el campo de la cultura, del arte e incluso en el campo político (op.cit. 188), pues el socialismo es el régimen en el que existe la más amplia libertad para los trabajadores y éstos participan de hecho, de una manera organizada, en la dirección de toda la vida social […] En cambio, hacen mucho daño al movimiento los hechos que a veces nos demuestran lo contrario (op.cit. 188).

El siguiente período histórico del movimiento comunista, que podríamos situar entre 1965 y 1985, representará un estancamiento político para el movimiento comunista internacional, incapaz de llevar a cabo el programa de Togliatti; a pesar de ello en esos años se completa el proceso de descolonización. Pero incluso esas victorias, son casi victorias pírricas en la medida en que la dureza de la agresión imperialista, con la aplicación de la ciencia a la construcción de una máquina de guerra de destrucción muy sofisticada, deja devastados los países en lucha. El declive definitivo vendrá dado en la década de los 80, causado por el estancamiento económico en los países de economía planificada y la consecuente derrota política de los comunistas en estos países y en el resto del mundo.

Si 1964 es el año en que estalla la crisis con la defenestración de Jruschev y la escisión maoísta del movimiento comunista mundial, el año 1968 marca el momento en el que la crisis se manifiesta con una derrota política. Sacristán se refiere a los sucesos del Mayo francés y de Agosto en Checoslovaquia con el nombre del ‘doble aldabonazo’: la llamada de atención acerca de la gravedad de los problemas con que se enfrenta el movimiento comunista mundial. Ernest Mandel4 ha explicado, desde un punto de vista marxista, la pervivencia del capitalismo a partir de la hipótesis de una recomposición del modo de producción que organiza bajo nuevas formas la explotación imperialista. El nuevo período de la economía capitalista es denominado por Mandel ‘capitalismo tardío’, comienza en la cuarta década del siglo con la revolución tecnológica informática y se caracterizá por la utilización del conocimiento científico como fuerza productiva, que produce la automatización de la producción incrementando hasta límites fantásticos la productividad del trabajo.5 También por la existencia de flujos libres de capital financiero no ligados a la economía nacional, por la mundialización de los procesos de producción y por la sobreabundancia de medios de producción. Esta capacidad del capitalismo para reconstruir su base de funcionamiento a través de una mutación en sus formas organizativas contrasta con la incapacidad de las sociedades presocialistas6 para superar el estado burocrático autoritario. Así mientras que el capitalismo ha conseguido superar sus propias dificultades de acumulación -reproducción ampliada del capital-, los intentos de superar el capitalismo fundados en la teoría marxista han resultado fracasados.

Dicho con otras palabras: si se acepta la hipótesis de Mandel, la instauración, después de la última guerra mundial, de una nueva organización de la reproducción capitalista habría originado la superación histórica del eje político marxista-leninista, fundado en la tesis económica del capitalismo monopolista7 y la tesis política del imperialismo. Las reacciones del movimiento comunista ante la percepción de esa nueva situación en 1964 fueron por un lado el sectarismo de los maoístas -insistencia en la lucha frontal con el capitalismo y en la preparación de la guerra, estrategia leninista para la etapa imperialista- y por otro el oportunismo soviético -construcción de un bloque socialista bajo hegemonía de la URSS y rígidamente controlado por su policía y ejército-. Togliatti exigía, como respuesta a las posiciones chinas, la recuperación de la operación leninista de reiventar la teoría marxista adaptándola a las circunstancias del momento histórico y, como crítica de las posiciones soviéticas, el policentrismo o autonomía de los partidos comunistas para elaborar su política; además la reinstauración de la democracia socialista tras el período stalinista. La respuesta de Sacristán ante estos problemas será una continuación de las tesis de Togliatti: la reivindicación del leninismo como forma de intervención política en el marco de una democracia socialista y como recuperación de la operación teórica marxista exenta de dogmatismo. Pero la profundidad del cambio social operado en el capitalismo -y con ella la crisis del movimiento comunista- será cada vez más perceptible. Por eso, a partir de 1972, el leninismo de Sacristán consistirá, primero, en el análisis de la teoría para adecuarla a las nuevas condiciones del desarrollo mundial del capitalismo, y segundo, a partir del año 77 sobre todo, en la revisión de la forma política del movimiento comunista de acuerdo con las formas culturales postmodernistas de la nueva sociedad del capitalismo tardío.

Frederic Jameson, El posmodernismo, ha analizado la cultura postmoderna como correspondiente al capitalismo tardío en el sentido de Mandel. Un rasgo característico del postmodernismo sería el final de las vanguardias que caracterizan la modernidad. La relación de Lenin con las vanguardias artísticas podría haber sido un motivo de su concepción del partido de la clase obrera como vanguardia. Por eso, puede afirmarse que la nueva forma cultural postmodernista abole, junto con las vanguardias artísticas, la forma política del partido como vanguardia8; ello sería la razón del surgimiento de los movimientos sociales como forma política de la postmodernidad. El proceso político que habría llevado a esa situación del movimiento comunista atraviesa la teorización de Togliatti acerca del partido de masas que sustituye al partido de cuadros en las democracias avanzadas. De hecho ese proceso se habría dado también en la propia URSS tras la revolución. Pero ese proceso se hizo sustituyendo la teoría crítica por una ideología; el desarrollo histórico exigía tanto la adecuación de lo teórico a la práctica como la consecuencia en la aplicación práctica de la teoría. La inadecuación entre ambas se deriva de la instauración de nuevas capas dominantes de la sociedad socialista a través de la institucionalización del partido, disfrazadas por una utilización ideológica de la teoría -cf. la crítica de Sacristán en los documentos del AH-PCE-.

2. La crisis claudinista en el Partido Comunista.

La crisis claudinista en el Partido Comunista de España es el correlato político en el partido español de la crisis del 64 en el movimiento comunista internacional. La crisis de los partidos comunistas del año 64 es la señal de las dificultades para superar el stalinismo tras el XX Congreso del PCUS y el síntoma de una nueva situación mundial. Esa imposiblidad estructural de los partidos comunistas, anclados en una comprensión deformada del leninismo, para superar las formas stalinistas de actividad política es también la causa del fracaso de Sacristán como político comunista. Es cierto que la figura de Stalin dejó de ser representativa de la práctica marxista para la mayoría del movimiento comunista. Pero eliminar a Stalin no significó la eliminación del stalinismo -cuyas características son: la dirección administrativa de la actividad política, el culto a la personalidad, el autoritarismo de los dirigentes y el control burocrático del partido y la sociedad, la negación de las divergencias, la interpretación dogmática e ideológica de la teoría marxista-; ya que el stalinismo no fue el resultado de la personalidad de Stalin, sino un movimiento de la sociedad rusa soviética de los años 20, que produjo como síntoma representativo la personalidad de Stalin. Por eso, el movimiento comunista internacional siguió siendo en gran medida stalinista después de haber eliminado la figura de Stalin de su panteón particular de hombres ilustres. En el caso del PCE-PSUC de los años 60, el síntoma de que se trataba de un partido de organización stalinista es la expulsión del grupo de Claudín. El significado de la trayectoria de Sacristán en el PCE-PSUC puede verse como un caso representativo del enfrentamiento de los intelectuales comunistas con el fenómeno de burocratización del movimiento comunista, por un lado, y, por otro, como señal de que la política comunista se quedaba obsoleta ante los nuevos acontecimientos histórico-mundiales. La crisis claudinista en el PSUC y en el PCE se origina en el año 63 en el Seminario de Arrás y culmina con la expusión de Claudín y Semprún del PCE en 1965 y de Francesc Vicens del PSUC en 1964.

Un análisis de Semprún acerca de esa política debe orientar la comprensión de las vicisitudes de la militancia de Sacristán en el Partido Comunista: Bajo el subjetivismo izquierdista que se pone en la apreciación de la actual correlación de fuerzas, y en la previsión de su desenlace, lo que se despliega en realidad es un pragmatismo reformista, en cuya raíz se encuentra entre otros factores la incapacidad teórica actual, y tal vez transitoria, de los organismos dirigentes del Partido Comunista (Horizonte español 1966, I, 50).

Este análisis concuerda completamente con la clase de problemas que Sacristán tuvo que enfrentar en su militancia dentro del Partido, como uno de sus cuadros dirigentes hasta 1969 -su carta de dimisión de 1969 dice en sustancia lo mismo-. Sacristán también tuvo que descubrir la nulidad teórica de los dirigentes del Partido. La diferencia de posición política de Sacristán con Claudín y Semprún, expulsados del partido en 1964, se fundamentó en la defensa de la subjetividad revolucionaria9 del Partido frente a la crítica del subjetivismo por Claudín y Semprún en la elaboración de la línea política del Partido: Nuestros análisis de los factores objetivos y subjetivos, determinantes en la evolución política, han pecado extraordinariamente de subjetivismo, de unilateralidad (Claudín, doc. sobre las divergencias en el Partido, entregado al Comité Ejecutivo del PCE el 8.12.64, publicado en su libro Documentos de una divergencia comunista, Barcelona, El viejo topo, 1978, 60). Carrillo, por su parte, había afirmado: Lo subjetivo, lo voluntarista […] es un factor del desarrollo de lo histórico (cit. en op.cit. 63).

El análisis de Claudín y Semprún partía del fracaso de la huelga general pacífica y de la comprensión de una nueva etapa en la historia de la España moderna, que se había abierto con el control por parte del OPUS del aparato del Estado y con la política de desarrollo económico que estos políticos impulsaban10. La tesis de la existencia de un capital monopolista que había asentado su poder mediante la dictadura franquista se completaba con la constatación de la debilidad del movimiento obrero. La revisión de la línea política por Claudín suponía que no habría revolución democrática tras la dictadura franquista, como paso intermedio en la evolución hacia el socialismo, y que la única revolución posible en el Estado español tendría carácter socialista (op. cit. 117) -con esto revitalizaba la tesis acerca del carácter socialista de la revolución tras el final del período ascendente de la burguesía (1848), que llevó a la revolución rusa-. Pero entonces la cuestión viene planteada en la forma gramsciana: cuáles son el carácter, las formas y los plazos de la revolución socialista en los diversos tipos de países.

Un pesimista análisis de la correlación de fuerzas acompañaba a la previsión claudinista. Como señala Semprún en 1966, la influencia comunista no era hegemónica en la clase obrera11. Semprún y Claudín sacaron de esta tesis la conclusión de la necesidad de una política ‘realista’ para el Partido Comunista: La agrupación o coincidencia de fuerzas, que la política de reconciliación nacional implica, tenía una base real -y sigue teniéndola- en relación con el objetivo limitado de liquidar las formas fascistas de poder, pero deja de tenerla en cuanto ese objetivo se amplía, identificándola con el derrocamiento del poder del capital monopolista y con el triunfo de una «revolución democrática» que, en la España de hoy, no puede ser otra cosa que la revolución socialista (Claudín, op.cit. 59).

 

Frente a esa descripción de la situación política se opone la línea voluntarista del Partido Comunista que concibe el período de lucha antifranquista como la preparación de un momento de lucha revolucionaria por la democracia y el socialismo. Pero la Huelga Nacional Política y Huelga General Pacífica, propugnadas por el Partido Comunista como instrumento de acabar con la dictadura franquista e instaurar un sistema político democrático, no llegarán a realizarse. Si bien la aparición de una conciencia sindical y política en la clase obrera española durante los años 60 supone una lucha enconada y difícil con caracterísiticas muy combativas, el reformismo sigue siendo mayoritario entre los obreros españoles por el retraso de los sectores asalariados en la toma de conciencia y hasta los años 70 no se darán movimientos auténticamente masivos de lucha democrática en todo el Estado español. En estas circunstancias la táctica del Partido Comunista se funda en el voluntarismo político. Esa fue la propia política de Sacristán; con la diferencia de que el voluntarismo de Sacristán se fundaba en una conciencia ética en la que pesaba el rigorismo kantiano, mientras que la dirección del partido seguía una política voluntarista fundada en el control burocrático y en el sacrificio de los militantes del partido y carente de comprensión política de los fenómenos reales que se estaban produciendo en el desarrollo del capitalismo.

La posición de Sacristán ante esta crisis no es fácil de desentrañar. Por un lado, Sacristán consideró un deber de intelectual marxista hacer la crítica del stalinismo -en este sentido su posición es cercana a la de Claudín-, justamente además cuando esta crítica se estaba llevando a cabo en otras corrientes del movimiento comunista con las que se sentía identificado. Esta crítica está contenida especialmente en el doc.78-1963 y muy matizadamente en algunas afirmaciones de los textos del Seminario de Arrás. Ahora bien, lo que para Sacristán era una crítica general a la política cultural del stalinismo en el marco de la renovación teórica del movimiento comunista mundial, fue entendida por Fernando Claudín como una necesidad de renovar la línea política del partido. Claudín afirma que su posición se fundamenta en la posición política de Togliatti12 y cita a Sacristán y a Javier Pradera en apoyo de sus tesis (op.cit. 180). Claudín intentaba que las críticas de los cuadros del partido se reflejasen en un cambio de línea política contando también con su conocimiento de la situación política del movimiento comunista. Por otro lado, algunas de las afirmaciones de Claudín son un reflejo de la carta de Sacristán citada (doc.78-1963, Cataluña 5, AH-PCE): tendremos una idea aproximada de lo que la situación actual pide de nuestro Partido. Yo lo resumiría en la siguiente exigencia: un nivel teórico, una capacidad de elaboración marxista, a la medida de la complejidad y originalidad de los problemas que tiene que resolver (op.cit. 177)

El texto de Claudín refleja bastante bien el estado del Partido en sus diversos niveles. Es una percepción que se corresponde bien con algunos elementos de la crítica que el propio Sacristán manifiesta en sus cartas, con la diferencia de que Sacristán incide menos en las cuestiones más inmediatamente políticas: sus críticas son menos un intento de querer cambiar la línea política del Partido, que una especie de intento de reforma moral y filosófica. Sus cartas e intervenciones parecen tener una intención educativa tanto de los militantes y los cuadros como de los propios dirigentes del Partido. Sacristán estaba de acuerdo con la línea política que tenía su eje en la Huelga General Pacífica y Política y así lo manifiesta en algunos documentos. (doc.sn, doc.85-1965, Cataluña 6, AH-PCE, Discurso al VII Congreso del PCE, Discurso al II Congreso del PSUC). Por eso, en los discursos congresuales de 1965 Sacristán acusa a Claudín de intentar una línea socialdemócrata en el Partido. El desarrollo de un amplio movimiento de masas iniciado en los años 60 y madurado en los 70, da la razón a la posición sacristaniana. Pero el subjetivismo de la dirección no era una posición política estratégica sino un movimiento táctico de Carrillo para deshacerse de Claudín: en el momento de la transición democrática el PCE-PSUC adoptó una política de consenso que garantizaba la permanencia del modo de producción capitalista en el Estado español. Las apreciaciones de ambos disidentes expulsados, que hemos recogido más arriba, se vieron así completamente confirmadas.

La posición de Sacristán en 1964 era muy precavida. No hay cartas suyas este año pero hay una carta de enero del 65, del Comité de intelectuales de Barcelona en la que no hay una condena de la posición de Claudín, sino que se pide una solución de compromiso al problema (doc.6-1965, Cataluña 6, AH-PCE). De hecho en el Comité de Intelectuales de Barcelona había muchas dudas acerca de la actitud del Comité Ejecutivo del Partido hacia Claudín, como se pone de manifiesto en las cartas de los miembros del Comité Ejecutivo que visitan el Partido del interior (doc.106-1964, Cataluña 5, doc.72-1965, Cataluña 6, AH-PCE). El propio Sacristán fue objeto de sospechas de simpatizar con la posición de Claudín, por parte de la dirección del Partido (Josep Serradell, doc.sn, Cataluña 1/2, y doc.72-1965, Cataluña 6, AH-PCE). Todo parece indicar que la posición de Sacristán, lo mismo que la del Comité de Intelectuales de Barcelona, respecto de la divergencia en el Comité Ejecutivo es la adoptar un compromiso entre ambas partes.

Las reticencias de los dirigentes del Partido respecto de Sacristán fueron superadas, especialmente por considerar que la labor de Sacristán en la Universidad tenía una importancia de primer orden (Josep Serradell, doc.sn, Cataluña 1/2, AH-PCE). De aquí que fuera nombrado miembro del Comité Ejecutivo del PSUC y miembro del Comité Central del PCE en los Congresos del año 65, al tiempo que Sacristán se comprometía a criticar la línea de Claudín (doc.sn, doc.85-1965, Cataluña 6, AH-PCE, Discursos al VII Congreso del PCE y al II Congreso del PSUC). De ese modo, Sacristán consigue mantener el Comité de Intelectuales de Barcelona sin que haya expulsiones, a pesar de reconocer que se ha hecho trabajo fraccional (Discurso al II Congreso del PSUC y doc.107-1965, Cataluña 6, AH-PCE). Sacristán no renuncia a hacer la crítica desde dentro, pero defiende ante todo la necesidad de mantener el Partido Comunista (doc.sn, Cataluña 6, AH-PCE). Por eso, la aceptación por parte de Sacristán de los puestos que se le ofrecieron de responsabilidad en el Partido parece haber sido dictada por la necesidad de impedir una disgregación total del PSUC en su sector de intelectuales, destruyéndose así un trabajo político de años que empezaba a dar frutos -por ejemplo, véase la carta sobre Nolasc Acarín (doc.102-1965, AH-PCE y el discurso al II Congreso de PSUC).

Sacristán tiene, pues, una línea política propia: está de acuerdo con las líneas generales de la política carrillista -o más bien claudinista bajo la dirección de Carrillo-, pero considera necesaria la renovación de los cuadros dirigentes del partido y la adopción de nuevos métodos de dirección. Claudín malinterpretó a Sacristán cuando pensó que éste exigía una política más ‘realista’. Pero más adelante en su comentario al libro de Dubcek sobre la primavera de Praga, Sacristán criticará la falsa auto-interpretación de la política comunista por sus dirigentes como lucha contra la izquierda y contra la derecha. Tanto el Partido Comunista Checoslovaco como los huelguistas del Mayo francés eran la izquierda. ¿No es esto mismo una comprensión retrospectiva de su propio problema en la crisis claudinista? La respuesta afirmativa a esta pregunta tiene como aval no sólo las coincidencias apuntadas, sino también el hecho de que el argumento principal de la crítica al claudinismo, la cuestión del subjetivismo, tiene matizaciones: el voluntarismo subjetivista del stalinismo había sido criticado en los textos del Seminario de Arrás y en el doc.85-1965 Sacristán recuerda que la subjetividad del partido se construye con un cierto grado de objetividad.

Sacristán pidió su dimisión de los cargos políticos a los pocos meses de obtenerlos, justificando esa petición con motivos de salud.13 Pero además de los motivos expresados por Sacristán para justificar su decisión, no es difícil entrever otros fundados en la crisis apenas superada de la expulsión de Claudín. Del intento de dimisión en 1966 hasta la dimisión definitiva de 1969 van tres años en los que Sacristán tendrá enfrentamientos permanentes con el resto de la dirección del Partido. Al cabo de este tiempo, a Sacristán le resultará imposible seguir colaborando con la dirección y renuncia a su puesto en el Comité Ejecutivo afirmando que el grupo de personas que lo compone es completamente incapaz para las tareas de dirección del Partido (doc.60-1969, Cataluña 8, AH-PCE).

El motivo de esta decisión es, por tanto, la insuficiencia de los dirigentes del Partido a los ojos de Sacristán. Por otro lado, Sacristán tenía en alta estima a Semprún y a Javier Pradera (doc.72-1965, doc.85-1965, Cataluña 6, AH-PCE), ambos expulsados del Partido -Javier Pradera se marchó porque se lo pidió Carrillo-. Por eso la colaboración con quienes expulsaron a éstos debía serle penosa, sobre todo si los consideraba de menor valía que los anteriores -y ésto a pesar de considerar necesario mantener el Partido-. Además la crisis de Claudín tuvo largas consecuencias en el PSUC. El claudinismo tuvo una influencia permanente entre los intelectuales del PSUC (doc.128-1967, Cataluña 7, AH-PCE) y, de hecho, constituyó uno de los quebraderos de cabeza de Sacristán en el período siguiente a la expulsión de Claudín hasta su propia dimisión definitiva de 1969; de manera que, para poder eliminar la influencia del claudinismo, se impidió cualquier forma organizativa razonable del sector de intelectuales durante años: la dirección del Partido se manifestaba así como autoritarismo inútil y burocrático -con constante desprecio por los intelectuales culturalmente productivos (doc.126-1967, Cataluña 7, AH-PCE) y como control burocrático casi policíaco de las personas, no del trabajo (doc.128-1967)-.

Queda por aclarar la posible relación entre el problema de Claudín y su grupo en el PCE-PSUC y la situación internacional. En primer lugar, esta situación internacional no daba pie para muchos optimismos: Togliatti muere en 1964 y Jruschev es destituido de su puesto de Secretario General del PCUS. Además se produjo la ruptura chino-soviética y la escisión del movimiento comunista internacional. En 1966 Sacristán debía tener claro ya que esto había supuesto el final de la renovación de los países socialistas que había comenzado en 1956 con el XX Congreso del PCUS y el inicio de la desestalinización: de hecho los escritos de 1967 sobre Gramsci y Lukács muestran un fuerte pesimismo acerca de las posibilidades del movimiento comunista mundial. Especialmente graves le parecen las deficiencias epistemológicas del marxismo que inducen una práctica equivocada, de aquí que optara por realizar un trabajo teórico que le parecía necesario.

Por otro lado, Jordi Solé-Tura ha afirmado que el problema de la escisión maoísta agravó las tensiones en el grupo dirigente del Partido radicalizando el enfrentamiento entre Carrillo y Claudín (Unidad y diversidad de la oposición comunista bajo el franquismo en Josep Fontana ed., España bajo el franquismo, Barcelona, Crítica-Grijalbo, 1986). Gregorio Morán ha afirmado que la destitución de Jruschev y el relevo en el equipo dirigente soviético reforzó la posición política de Carrillo (Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 396-403).

Puede, pues, considerarse que la expulsión de Claudín y su grupo fue una confirmación en el Partido español de lo que pronto iba a ser evidente en todo el mundo: la incapacidad de Estados socialistas y los Partidos Comunistas para superar el stalinismo, es decir, un modo de dirigir autoritario y administrativo. Esta comprensión es evidente en Sacristán desde 1967 -confirmada luego con los sucesos del año 68, el Mayo francés y el dramático final de la Primera de Praga-. El pesimismo de Sacristán, que se manifiesta en su texto sobre Lukács (SPMI 113-114), es la manifestación del desencanto ante lo que se contempla como el fracaso del propio proyecto. No parece exagerado afirmar que la crisis cluadinista, al poner de manifiesto una dirección burocrática del Partido, contribuyó a que Sacristán se formara una imagen pesimista de la evolución del movimiento comunista. El hecho de que esta imagen fuera acertada, pone en evidencia la sintomaticidad de este acontecimiento de la historia del Partido Comunista de España.

3. La crisis de Sacristán con el Partido (1966-1969).

Los problemas políticos de Sacristán en el PSUC durante los años 60 pueden ser resumidos brevemente como sigue: en 1963 Sacristán advierte, doc.78-1963, sobre los peligros de la situación histórica del movimiento comunista -la mala relación entre teoría y práctica, expresada en los problemas de los intelectuales comunistas y derivada de los problemas de la primera fase de construcción del socialismo en los países dirigidos por los partidos comunistas-. En enero de 1966, seis meses después de su elección, Sacristán pide su dimisión de la dirección del partido. Las causas de esta decisión son complejas; entre ellas pueden verse: exceso de tareas, problemas laborales por su expulsión de la Universidad, dificultades por la vigilancia policial, diferencias con el resto de la dirección del partido. La dimisión no es aceptada por el Comité Ejecutivo del partido y Sacristán continúa en la misma. Pero este intento de dimitir de Sacristán, tan sólo seis meses después de su nombramiento para un puesto de responsabilidad que en los Partidos Comunistas suele ser vitalicio, resulta sorprendente. La explicación de este primer intento de dimisión debe hacerse tomando en cuenta, primero, que tanto la importante crisis claudinista como el problema de la escisión chino-soviética evidencian la necesidad de un trabajo marxista de carácter teórico -investigación de fundamentos de la ciencia marxista y fundamentación filosófica de las aspiraciones a la emancipación humana-, que Sacristán está dispuesto a llevar a cabo. Segundo, que la voluntad democrática de Sacristán se manifiesta también como voluntad de un partido comunista democráticamente constituido: él no estaría en un cargo que no estuviera justificado por la labor política desempeñada. Tercero, su concepción del trabajo intelectual en el partido como la creación de una nueva cultura, que es la condición de un movimiento político revolucionario, según la estrategia de hegemonía -‘guerra de posiciones’- inspirada en Grasmci.

Cuando Sacristán pide la dimisión, lo hace precisamente en un momento en el que por haber sido expulsado de la Universidad -dado que no se le renueva el contrato de profesor no numerario (doc.102-1965, Cataluña 5, AH-PCE).- hubiera podido dedicarse de lleno al trabajo político. Sacristán alega que puede rendir más como intelectual que como miembro permanente (doc.1-1966, Cataluña 6, AH-PCE). Aunque la dimisión no es aceptada y se mantiene a Sacristán como miembro del Comité Ejecutivo del Partido, se le releva de algunas tareas en comités secundarios (doc.5-1966, Cataluña 6, AH-PCE). A juicio de los otros miembros de la dirección, Sacristán puede mantenerse como teórico del Partido en el Comité Ejecutivo. Aunque se habla también de motivos de salud como justificación de la decisión de dimitir, esta explicación no resulta convincente ni para el propio Sacristán (doc.27-1966, Cataluña 6, AH-PCE).14

Después de su petición de dimisión en el Comité Ejecutivo del Partido Sacristán es reemplazado del puesto de responsable del Comité de Intelectuales de Barcelona y del Comité de Barcelona (doc.5-1966, Cataluña 6, AH-PCE), aunque sigue colaborando con el nuevo responsable en tareas de organización (doc.78-1966, Cataluña 6, 126, 127, 128-1967, Cataluña 7, AH-PCE). En 1966 Sacristán propone la creación de una comisión de cultura dentro del partido que sirva para la auto-organización del trabajo de los intelectuales comunistas (doc.78-1966, Cataluña 6, doc.sn-1968, FC 9/1, AH-PCE).

En 1967 Sacristán se hace cargo de la revista teórica del PSUC, Nous Horitzons. Sobre esa experiencia Sacristán ha hecho un breve reflexión en 1977 a requerimiento de la propia revista15: se aspiraba a elaborar y comprender realidad con la teoría disponible y con la crítica [Nous Horitzons] quiso practicar desde un principio un programa gramsciano, un programa de crónica crítica de la vida cotidiana entendida como totalidad dialéctica concreta, como la cultura real (SPMIII 282). La crítica de la cultura es vista por Sacristán como un programa político. En ese texto se refiere Sacristán a los objetivos políticos de la revista y al significado de la revista para los militantes del Partido: se proponía llegar, sobre todo, a las organizaciones del partido, para promover su crecimiento intelectual, y a los intelectuales antifascistas, para darles constancia de la existencia de una intención cultural en el movimiento obrero marxista y para invitarles a una tarea que podía ser en parte común (SPMIII 282).

No obstante, sus diferencias con la dirección del Partido se agravan en estos años, en parte también por diferencias de criterios acerca de la realización de la revista (doc.sn, carpeta ‘Ricardo’, ANC-PSUC). Finalmente en 1969 Sacristán pide el cese irrevocable del Comité Ejecutivo de este Partido. A partir de ese momento abandona las tareas organizativas en el PSUC, aunque sigue dirigiendo Nous Horitzons hasta 1971 y formando parte del Comité Central del PCE.

El problema de la organización de los intelectuales dentro del partido de la clase obrera ha sido el principal quebradero de cabeza de Sacristán durante los años en que fue dirigente del PSUC; ya en 1963, cuando el Partido experimenta el primer crecimiento notable, Sacristán había analizado detalladamente los problemas de la organización de intelectuales y en los años siguientes se esforzará sin éxito por encontrarles una solución organizativa aceptable. En su planteamiento de la problemática de los intelectuales desde la teoría marxista de la construcción del socialismo, Sacristán ha recibido de Gramsci la inspiración culturalista y la elaboración del concepto de hegemonía. De Gramsci ha recibido también Sacristán la fundamentación teórica del partido comunista (SPMII 192), explicada como institución en la que construye la organicidad de los intelectuales con las masas: someter el pensamiento a la crítica de las masas, elaborar el pensamiento de las masas, es cosa que sólo puede conseguirse mediante una determinada «organicidad» de los intelectuales de «la práctica» (SPMII 192).

La batalla de Sacristán por encontrar una fórmula organizativa apropiada para los intelectuales del Partido es una lucha por establecer la hegemonía de la clase obrera en el terreno cultural a través de los intelectuales orgánicamente ligados a ella. Las tesis organizativas de Sacristán están fundamentadas en la idea de Togliatti del partido de masas: ésta supone pasar de un modelo de partido de cuadros con dos tipos de intelectuales -el dirigente y el de representación- al partido de masas en el que se añade un nuevo tipo de intelectual -el intelectual activo comunista- (doc.78-1963). Esta tesis sacristaniana se corresponde con la percepción de las transformaciones del capitalismo tardío: existencia de intelectuales proletarizados y utilización de la ciencia como fuerza productiva. Sacristán se esfuerza por definir este nuevo tipo de intelectual en su reflexión sobre las formas organizativas del PSUC.

Las funciones específicas de los intelectuales vienen expuestas en la carta sobre la problemática intelectual de 1963: la elaboración de una política cultural del comunismo español (doc.78-1963, FC 9/2, AH-PCE, 5). Esta política cultural deberá basarse en un cuadro crítico marxista y leninista del pensamiento español burgués contemporáneo (op.cit.6). La falta de esta investigación es la causa, según Sacristán, de un grave desequilibrio en el Partido Comunista de España entre la calidad política y la base teórica (ibid.). La solución a este problema vendría dada por la dedicación de los intelectuales comunistas al trabajo y la lucha ideológicos, científicos y culturales.

Pero en junio de 1965 Sacristán no plantea ya los problemas de los intelectuales en el Partido como derivados de su propia dinámica interna, sino como resultado en buena parte de una desconfianza de la dirección (doc.sn, Cataluña 6, AH-PCE). Sacristán se muestra aquí consciente del proceso de proletarización de la sociedad que se produce con la industrialización del proceso económico; puede considerarse también que el sentido propio de los Partidos Comunistas es precisamente la consciencia de este proceso y su organización política como liquidación de la sociedad de clases. La falta de comprensión de este proceso y del sentido del Partido Comunista como partido de masas, lleva a la dirección del Partido a un tratamiento inadecuado de los intelectuales. El Partido Comunista habría de ser la unidad de la teoría con la práctica, lo que se traduce organizativamente por la unidad, en las instituciones políticas de la clase obrera, de los intelectuales comunistas y las demás capas trabajadoras de la sociedad. Es gravísimo y una falsificación del sentido del Partido que esa unidad sea impedida o no haya sufiencientes medios de lograrla. Ello significa auténticamente el final del Partido Comunista, más allá de las derrotas prácticas de la clase obrera en su lucha por el socialismo.

En un texto de 1966, Nota sobre trabajo cultural (doc.78-1966, Cataluña 6, AH-PCE), Sacristán replantea el tema de la organización de los intelectuales centrándola alrededor de una Comisión de Cultura cuya principal tarea sería la ‘promoción de la prensa cultural’ y la creación de agrupaciones de intelectuales para fines de actividad de investigación ideológicamente orientada, de influencia cultural y para fines de propaganda. Al año siguiente, Sacristán vuelve a la carga sobre este problema no solucionado (doc.128-1967, Cataluña 7, AH-PCE); Sacristán considera que hace falta basar el trabajo de intelectuales en el principio básico de eficacia en cualquier clase de actividad moderna: la división técnica del trabajo. Al tiempo reconoce que el origen de los problemas de la organización se debe situar en la crisis claudinista y en la solución autoritaria que el Partido le dio; por eso, Sacristán hace la siguiente propuesta: Liquidación de los actuales procedimientos autoritarios, que tienen mucho de subjetivismo y gusto anarquista por el misterio y el secreteo. Para empezar, toda posible reorganización, incluida, naturalmente, la aquí propuesta, debe pasar a información y opinión y discusión de la base […] Admisión plena […] del principio de especialización del trabajo de Partido (doc.128-1967, Cataluña 7, AH-PCE).

 

Esta crítica del subjetivismo es casi un reconocimiento post festum de la crítica claudinista. En diciembre de 1968 se celebran las Jornadas intelectuales comunistas de Barcelona en las que Sacristán tiene una ponencia, Memorándum sobre el punto 5 (doc.sn, FC 9/1, AH-PCE). La ponencia empieza constatando la existencia de una crisis social y cultural considerable en algunos países capitalistas avanzados, a la que se añade la crisis político cultural en muchos países socialistas; lo que es una referencia a los movimientos juveniles y no juveniles que surgen alrededor del Mayo del 68 francés y a la crisis checoslovaca de Agosto de ese mismo año. Pero Sacristán centra su intervención en analizar la escasa eficacia ideológica y político-cultural del PSUC y de sus intelectuales. Ello es debido, dice Sacristán, a la tendencia al ‘activismo organizativo’ de los intelectuales del PSUC, que conduce a separar metafísicamente su condición de intelectuales y su condición de militantes. En esta situación es necesario plantearse el problema de la producción de intelectuales comunistas. Sacristán afirma entonces que la formación de intelectuales comunistas es una tarea de autoaprendizaje y define así esta categoría: intelectual comunista es el que investiga, estudia o cultiva una práctica profesional con la finalidad básica de hacer comunismo.

Esta definición es coherente con la construcción del partido de masas como estrategia organizativa principal de los comunistas y señala la actividad cotidiana ética y conscientemente realizada como el principal campo de lucha política. A lo largo de todas sus intervenciones, Sacristán está señalando la necesidad de que la política se funde en la capacidad ética de la persona, frente a una forma de hacer política basada en el control burocrático de las palancas de poder en el partido. Por eso, la diferencia de puntos de vista y de actitudes hacia el Partido entre Sacristán y la dirección se hacen cada vez más insuperables. En septiembre de 1969 Sacristán abandona definitivamente el Comité Ejecutvo del PSUC. Sacristán justifica así la dimisión: Salvo la aportación masiva (y, por tanto, hoy imposible) de miembros de las juventudes no hechos a imagen y semejanza del núcleo, este sólo asimilará (cooptará sólidamente) lo peor del partido en algún sentido (o lo menos inteligente, o lo más hipócrita) […] La dirección por ese núcleo es un dominio mecánico, superficial y retórico sobre hombres, sólo sobre actitudes particulares (a veces meramente verbales) de hombres, nunca producción colectiva de pensamiento político concreto, para el detalle de la lucha. Esa falsedad reduce la vida real del partido al manejo de unas pocas palancas burocráticas (doc.60-1969, Cataluña 8, AH-PCE).

Este párrafo puede considerarse como el resumen final de las experiencias políticas de Sacristán en el PSUC: un partido en el que la ausencia de discusión interna y de control democrático de los dirigentes -en parte causada por la clandestinidad, pero no sólo por esto- generó una casta burocrática de cuadros; el PSUC de los años 60, al igual que el PCE, es un partido dominado por el personalismo de Carrillo, cuya estrategia de control del partido es escoger a los cuadros de dirección no por su capacidad política, sino por su fidelidad16; el PSUC adquiere así los malos rasgos organizativos del período estalinista del movimiento comunista internacional. Si se comparan las críticas que Sacristán hace en sus cartas a la dirección del partido con las críticas que hizo Lukács al stalinismo, no es difícil entender estos rasgos políticos del PSUC como una herencia del período estalinista: culto a la personalidad, dirección administrativa y burocrática del partido, incapacidad para la discusión política. Una herencia que el movimiento comunista se propuso superar desde el XX Congreso del PCUS en 1956, pero cuya superación resultó imposible de hacer. En el mismo documento justifica la decisión de seguir el partido: considerando globalmente al partido como lo que es a pesar de gran parte del núcleo dirigente -la fuerza política obrera más seria, la única real-, trabajar todo lo que pueda por él hacia afuera (ibid.).

Así expresa Sacristán la motivación fundamental de su pertenencia al Partido Comunista. Pero el abierto divorcio con la dirección del Partido y su línea política se hacen cada vez más evidentes (doc.26, 71 y 72-1970, Cataluña 9, AH-PCE, y Opiniones que discrepan en Nous Horitzons, n.20, 2ón trim. 1970), y a partir de este momento comienza el paulatino alejamiento de Sacristán del propio Partido, que si bien nunca llegará a ser una ruptura abierta, sí será una distancia evidente y una actividad política completamente al margen del mismo.