Cuando el dictador vivía sus últimos tiempos, se fraguó una de las peores injusticias que arrastramos desde la Transición y que no parece que vaya a resolverse, no ya de forma pacífica, sino ni siquiera por las vías menos deseables. La provincia 53 de la España Una, Grande y Libre que pretendió dejar atada y […]
Cuando el dictador vivía sus últimos tiempos, se fraguó una de las peores injusticias que arrastramos desde la Transición y que no parece que vaya a resolverse, no ya de forma pacífica, sino ni siquiera por las vías menos deseables.
La provincia 53 de la España Una, Grande y Libre que pretendió dejar atada y bien atada el agonizante fue entregada sin miramientos para mayor gloria del rey de Marruecos, y alrededor de trescientos mil españoles -lo eran, con sus documentos de identidad y su representante en las Cortes franquistas- que querían ser independientes se vieron cambiando de mano para una dominación que fue mucho más sangrienta que la española.
Los habitantes del desierto tuvieron que refugiarse en otras tierras todavía más inhóspitas que las suyas originarias, y allí llevan treinta y cinco años largos sufriendo las inclemencias de una tierra dura que no es la propia y la no menos dura indiferencia de los sucesivos gobiernos que ha habido en esa España que una vez los tuvo como súbditos y los abandonó, ni siquiera a su suerte, sino a la suerte que trazó para ellos la mano de Hassan II junto con la Sonrisa del Régimen, José Solís.
El espectáculo que estamos viviendo estos días es bochornoso. Por un lado, un reino que parece ser de los tres o cuatro países que en el mundo tienen bula para hacer de su capa un sayo, y de las capas de los demás lo que les venga en gana. Marruecos se permite impedir el paso a la prensa, manipular y desinformar, crear campañas de difamación contra los periodistas que tratan de hacer su trabajo, y el gobierno dice que necesita más datos.
Se ven incendios, bombardeos de un campamento de gente desarmada o casi, hay un niño de 14 años muerto y ni se sabe cuántos y de qué edades días después, y el gobierno sigue pidiendo más datos para tomar medidas. Los derechos humanos se pisotean, como si los saharauis no fueran personas, y el gobierno sigue callado. La gente solidaria se manifiesta en las calles, los más atrevidos viajan a El Aaiún, esa antigua Villa Cisneros que se estudiaba en la enciclopedia Álvarez, y el gobierno calla mientras los medios los tratan como si no se estuviera acabando el tiempo para tantos miles de personas.
En el colmo del cinismo, se pide ayuda a Estados Unidos para que intervenga, como si no hubiera intervenido ya lo suficiente. La MINURSO, misión de la ONU para el referéndum que tendría que haberles dado una independencia que se les negó, es inoperante y se mantiene porque hay que hacer como que se hace algo, para tener algo que reprochar a un Frente Polisario cuyo principal pecado es tener un exceso de paciencia. Las distintas resoluciones se han pasado todas por el mismo arco del triunfo y no se han respetado en absoluto.
Cabe pensar que hay intereses ocultos que van más allá de la razón de Estado. Intereses oscuros e inconfesables que permiten la masacre de todo un pueblo sin que nadie mueva un dedo en su apoyo, nada más que los que, año a año, se rascan el bolsillo para mandar unos kilos de lentejas o unos litros de aceite a los campos de refugiados. Nadie más que las familias de acogida que, contraviniendo los deseos de la muy humanitaria UNICEF, traen a los niños a pasar unas vacaciones de verano lejos de las privaciones y las temperaturas extremas de los campamentos del Tinduf. Los niños son los mejores embajadores de su pueblo, y eso lo ve el organismo de la ONU como una explotación política de la infancia.
El gobierno español mira para otro lado, como hicieron en su momento Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González y José Mª Aznar, por más que el PP se rasgue las vestiduras y se ponga a la cabeza de una manifestación. La ministra, olvidando que existen las hemerotecas para refrescarle la mala memoria, no recuerda que prometió soluciones para los problemas de este pueblo mártir, como seguramente tampoco Felipe González y demás barones del PSOE recuerdan un olvido que es una traición.
La ministra de Cultura tiene la desfachatez de pedir que quien no sea experto se abstenga de opinar. Es decir, que a partir de ahora, todos los que no sean -seamos- expertos, debemos dejar de pensar, de decir lo que pensamos o sentimos, de elegir a nuestros representantes… y dejar todos estos menesteres en las manos expertas de los que nos dirigen, aunque nos dirijan hacia el desastre. Seguramente será un experto, no sabemos en qué, el que ha hecho correr la voz de que Al Qaeda, esa organización fantasmagórica que tanto vale para un roto como para un descosido, se está nutriendo de desesperados de los campamentos que buscan una revancha contra los que los han traicionado todos los días desde hace más de treinta y cinco años.
Quien alguna vez haya visitado los campamentos del desierto argelino sabe que nada hay más lejos del fundamentalismo que esos lugares donde se trata de vivir con dignidad. Ciertamente, el muecín llama a la oración al amanecer, y su canto sobrecoge en la soledad del desierto. Pero nada más lejos de fundamentalismos que esos lugares donde se trata de crear hermandad con los pueblos de más allá de las fronteras de arena. Tenemos la obligación moral de seguir pidiendo una salida justa para un pueblo que tiene derecho a su vida, a su tierra y a su independencia. Y de seguir pidiendo castigo para todos los que, desde los intereses o el cinismo más descarado, siguen pidiendo datos cuando hay depósitos llenos de cadáveres, cárceles llenas de presos torturados, y las imágenes que nos llegan, pocas y con cuentagotas, nos muestran incendios y palizas.
Ya no son creíbles cuando dicen luchar por los derechos humanos de los opositores a los que se empeñan en llamar dictadores. Ni siquiera son capaces de ir a ver la sangre por las calles. Y todos nosotros seremos responsables de lo que pase si no exigimos el mismo rasero para todas las violaciones, y éstas que estamos viendo estos días son tan flagrantes que, si no actuamos aunque sea mandando cartas al director en los distintos periódicos, seremos como los que, olvidando que tienen responsabilidades históricas, siguen pidiendo más datos cuando llegan más muertos.
Pepa Polonio. Colectivo Prometeo
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR