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La izquierda y su divorcio entre la reflexión teórica y las consecuencias prácticas que de ella se derivan

Refundar la coherencia

Fuentes: Rebelión

Hace unos días, un militante del PCE trataba de convencerme de la conveniencia, para las personas de izquierdas, de que siga gobernando el PSOE. Me gustaría hacer una pequeña reflexión al respecto. Juan Francisco Martín Seco, en Réquiem por la soberanía popular, nos plantea un diálogo imaginario sobre la sociedad actual entre Maquiavelo y Rousseau. […]

Hace unos días, un militante del PCE trataba de convencerme de la conveniencia, para las personas de izquierdas, de que siga gobernando el PSOE. Me gustaría hacer una pequeña reflexión al respecto.

Juan Francisco Martín Seco, en Réquiem por la soberanía popular, nos plantea un diálogo imaginario sobre la sociedad actual entre Maquiavelo y Rousseau. Mientras Rousseau, pese a su idealismo, cae en la ingenuidad de creer en la capacidad de la democracia formal para acabar con las injusticias sociales, Maquiavelo desvela las artimañas gracias a las cuales las actuales instituciones siguen estando al servicio del Príncipe.

Si la educación es la base de la autoemancipación, razona Rousseau, con los niveles de instrucción alcanzados actualmente, la ciudadanía no aceptará ninguna dominación. Maquiavelo, en cambio, contraargumenta que su Príncipe es el dueño de todos los medios de comunicación, por lo que podrá moldear la opinión pública a su antojo.

El debate prosigue en estos términos. Pero hay una pieza clave que lo decanta del lado de Maquiavelo: el bipartidismo, que el nuevo Príncipe fomentará con sistemas electorales como el D’Hont. Esta trampa proporcionará una apariencia de diversidad y libertad muy necesaria para la imagen que el sistema quiere dar de sí mismo. Sin embargo, tanto el partido liberal como el conservador servirán al mismo Príncipe (personificación, en este caso, de la clase social capitalista), al que estarán atados por medio de su financiación.

Así, mientras un partido se presentará como abierto defensor, por ejemplo, de hacer una reforma laboral que suprima derechos y conquistas de la clase trabajadora (o de efectuar una serie de privatizaciones), el otro se mostrará muy en contra. Sin embargo, una vez llegue al gobierno, terminará haciendo exactamente la misma reforma a la que se oponía, aunque alegando que lo hace «contra su voluntad», por causas de fuerza mayor (ya se sabe: no se puede contrariar a la burguesía). Pero, entonces, ¿dónde está el rousseauniano predominio de la instancia política sobre la instancia económica? ¿Dónde está la democracia y la delegación por medio del voto, si finalmente deciden los mercados y lo que hayas votado no importa un carajo?

Efectivamente, el bipartidismo es una de las argucias políticas fundamentales que configuran nuestra realidad (esa que, en teoría, queremos transformar y que, por lo visto, se considera a sí misma democrática). ¿Cómo es posible, entonces, que gente que se considera de izquierdas, revolucionaria y (valga la redundancia) comunista caiga en un truco tan viejo y tan burdo? ¿Cómo puede ser eso, máxime ahora que el «poli bueno» se ha quitado la máscara, tomando el garrote de tortura y aplicando una Reforma Laboral que va mucho más lejos de lo que el PP, en 8 años de gobierno, fue capaz de ir? ¿Cómo puede ser eso, en la militancia de un PCE tan perjudicado por el bipartidismo y por la vana quimera de que el PSOE es, pese a todo, «un partido de izquierdas»?

Aunque muchos se harán los sordos, Julio Anguita, en reciente entrevista del diario Público, ha dejado definitivamente claro (si es el que alguna vez no lo estuvo) el significado de su célebre «programa, programa, programa». El líder cordobés critica la intolerable incoherencia política que supone que el PCE-IU vaya a la Huelga General contra los recortes del PSOE para, inmediatamente después, conformar gobiernos conjuntos con este partido en todos los ayuntamientos a su alcance, e insiste en que el único acuerdo admisible se asentaría sobre bases programáticas, cosa que para Anguita no es posible hoy en día (como tampoco lo fue en su tiempo, bajo el gobierno de Felipe González, en los que hubo incluso quien lo acusó por ello de estar haciendo una «pinza» con el PP).

Anguita sigue defendiendo que hay dos orillas (la pinza PP-PSOE por un lado, y quienes nos oponemos al capitalismo por el otro); ataca, asimismo, a los sindicatos mayoritarios, por «ponerse ellos mismos el dogal»; concluye, finalmente, que llegar a las instituciones no debe ser nuestra meta, sino, a lo sumo, un simple medio.

Es desesperanzador comprobar el contraste entre Anguita y ese otro militante del PCE que, como dije al principio de este artículo, defendía la conveniencia de que nos gobierne el PSOE. Pero dicho militante me hizo también una amable invitación a una charla formativa sobre «la concepción marxista del Estado», organizada por su partido. Quizá uno de los mayores males de la izquierda sea el tremendo divorcio entre la reflexión teórica y las consecuencias prácticas que de ella se derivan, o deberían derivarse. Empiezo a pensar que estoy loco por creer que colgar un cuadro de Lenin (o de Julio Anguita) debería conllevar la construcción y la praxis de su ideología.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.