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A propósito de la edición de Antonio Gramsci, "Cartas desde la cárcel". Veintisieteletras, Madrid, 2010

Una recomendación solsticial para la celebración republicana de los Reyes orientales

Fuentes: Rebelión

No es una reseña. Pretende ser una modesta y prudente indicación para esta época de regalos y celebraciones. Me atrevo a sugerir, con total garantía de éxito y comprensión, una recomendación para estos días de encuentros, fiestas, deseos de renovación y esperanza de tiempos nuevos en un tiempo (moderno y postmoderno) que huele a viejo, […]

No es una reseña. Pretende ser una modesta y prudente indicación para esta época de regalos y celebraciones.

Me atrevo a sugerir, con total garantía de éxito y comprensión, una recomendación para estos días de encuentros, fiestas, deseos de renovación y esperanza de tiempos nuevos en un tiempo (moderno y postmoderno) que huele a viejo, incluso a apolillado, y sobre todo a época dura y difícil. Gramsci, el autor en cuestión, ya habló de un mundo grande y terrible.

La recomendación: la lectura, no digo adquisición aunque no sería ningún despilfarro consumista en este caso, de las Cartas desde la cárcel de Antonio Gramsci traducidas por Esther Benítez, editadas y prologadas por uno de los grandes italianistas y gramscianos que ha dado hasta la fecha la cultura hispánica, el profesor compañero, inevitable referente de toda izquierda no entregada y documentada digna de ese nombre, Francisco Fernández Buey.

Las cartas del revolucionario sardo, editadas por primera vez en 1947, diez años después de su fallecimiento, ganaron el Viareggio, el máximo galardón literario de Italia. Einaudi las reeditó en 1965 y la edición del malogrado Antonio A. Santucci, la más reconocida, apareció en 1996. Ricardo Piglia ha escrito sobre ellas y, más en general, sobre la obra del resistente italiano: «Gramsci, un lector increíble, el político separado de la vida social por la cárcel, que se convierte en el mayor lector de su época. Un lector único».

Fueron traducidas al castellano por Esther Benítez en los años 70. La edición, la valiente edición de veintisieteletras, toma pie en su trabajo y añade 30 letras más seleccionadas y traducidas por Francisco Fernández Buey y el joven filósofo Miguel Candioti.

Las razones se agolpan para justificar la recomendación. Déjenme señalar brevemente algunas de ellas.

Para empezar, y de forma destacada, nada lateral, por la presentación del volumen, por el magnífico prólogo que ha escrito Francisco Fernández Buey. Nos tiene acostumbrados el autor de Utopías e ilusiones naturales a textos imprescindibles –Escritos sobre Gramsci, Leyendo a Gramsci– pero el prólogo que ha escrito para la ocasión está entre lo mejor que puede leerse sobre la obra del dirigente encarcelado del PCI en mi opinión. No exagero. Léanlo antes de leer las cartas y, háganme caso, cuando hayan acabado de leerlas. Empieza, como el buen cine, por todo lo alto. Con estas palabras: «Antonio Gramsci ha sido seguramente el pensador marxista más original del período de entreguerras y, con Guevara, probablemente el más apreciado por los comunistas marxistas que vivieron en la segunda mitad del siglo XX. Cuando el siglo XX tocaba a su fin, el historiador británico Eric Hobsbawm recordaba que Antonio Gramsci se había convertido en el pensador italiano más repetidamente citado en las publicaciones de humanidades y ciencias sociales». No es nada habitual, prosigue el catedrático de filosofía moral de la Pompeu Fabra, «que coincidan el aprecio político y el aprecio académico en una misma persona» (p. VII).

El escrito continúa hasta el fin a esa misma altura.

Está, en segundo lugar, la traducción, la magnífica traducción a un castellano vivo de Esther Benítez, trabajo con el que no desentona las traducciones de las nuevas cartas que han realizado Fernández Buey y Candioti.

Y están, desde luego, las cartas, las cartas que un revolucionario comunista encarcelado dirigió a su cuñada Tatiana (o Tania); a su mujer, Julia Schucht, Yulca; a sus hijos Delio y Giuliano, ambos con la madre en Moscú y a los que apenas conoció Gramsci; cartas a su madre, que murió en 1932 si bien su hijo en prisión lo supo bastante después; a los hermanos y a otros parientes. Una parte de ellas fueron escritas para conocimiento de Piero Sraffa, su gran amigo, el gran economista italiano especialista en David Ricardo que hacía de enlace con la dirección del Partido Comunista italiano.

Un ejemplo de esas cartas. Una no fechada que Gramsci dirigió a Delio:

Queridísimo Delio:

me siento un poco cansado y o puedo escribirte mucho. Tú escríbeme siempre y de todo lo que te interesa en la escuela. Yo creo que te gusta la historia, como me gustaba a mí cuando tenía tu edad, porque se refiere a los hombres vivos y todo lo que se refiere a los hombres, a cuantos más hombres sea posible, a todos los hombres del mundo en cuanto se unen entre sí en sociedad y trabajan y luchan y se mejoran a sí mismos, no puede dejar de gustarte más que nada. Pero, ¿es así?

Te abrazo, Antonio.

Y por debajo, dentro y al lado de esas cartas, la vida de un hombre que había nacido en Cerdeña un 22 de enero de 1891 y que falleció el 27 de abril de 1937, a los 47 años de edad, tras sufrir una hemorragia cerebral. Había cumplido condena seis días antes.

Otro gran gramsciano, amigo, compañero y maestro de Fernández Buey, Manuel Sacristán, habló de él en estos términos en el que sería su último texto largo, la presentación de la traducción castellana de Miguel Candel del undécimo Cuaderno:

«[…] El proceso de Gramsci, que terminó con una condena a 20 años, 4 meses y 5 días de presidio, estaba destinado a destruir  al hombre, como redondamente lo dijo el fiscal, Michele Isgrò «Hemos de impedir funcionar a este cerebro durante veinte años». Por eso los Cuadernos de la cárcel  no valen sólo por su contenido (con ser éste muy valioso), ni tampoco sólo por su contenido y por su hermosa lengua, serena y precisa: valen también como símbolos de la resistencia de un «cerebro» excepcional a la opresión, el aislamiento y la muerte que procuraban día tras día sus torturadores. El mismo médico de la cárcel de Turi llegó a decir a Gramsci, con franqueza fácilmente valerosa, que su misión como médico fascista no era mantenerle en vida. El que en condiciones que causaron pronto un estado patológico agudo Gramsci escribiera una obra no sólo llamada a influir en generaciones de socialistas, sino también, y ante todo, rica en bondades intrínsecas, es una hazaña inverosímil, y los Cuadernos son un monumento a esa gesta».

Unos versos de Pier Paolo Pasolini, de Las cenizas de Gramsci, se incluyen en la hermosa y cuidada solapa del volumen:

¿Me pedirás tú, muerto descarnado

abandonar esta desesperada

pasión de estar en el mundo?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.