Robert McBride (Durban, 1963) ha visitado Euskal Herria con motivo de la conferencia organizada en la UPV-EHU sobre el papel de los presos en los procesos de resolución de conflictos. McBride fue comandante de Umkhonto we Sizwe, el brazo armado del Congreso Nacional Africano (ANC) y desde la caída del régimen racista ha ocupado funciones […]
Robert McBride (Durban, 1963) ha visitado Euskal Herria con motivo de la conferencia organizada en la UPV-EHU sobre el papel de los presos en los procesos de resolución de conflictos. McBride fue comandante de Umkhonto we Sizwe, el brazo armado del Congreso Nacional Africano (ANC) y desde la caída del régimen racista ha ocupado funciones diversas, desde parlamentario a mando policial.
Robert McBride ha compartido durante su visita a Euskal Herria su experiencia como prisionero político que ha tenido la ocasión de participar activamente en el proceso de salida del apartheid y de construcción de una Sudáfrica democrática.
¿Qué lugar ocupa la reclamación de la liberación de los presos políticos en la arquitectura del proceso de paz sudafricano?
La reclamación de la liberación de los presos políticos precede en varios años al proceso de paz. En los años 80 se articula la campaña para conseguir la libertad de Nelson Mandela y del resto de los líderes del movimiento de liberación. Bajo una creciente presión, el Gobierno racista ofrece a Mandela la libertad a cambio del rechazo a la violencia. Mandela responde que nunca hará tal cosa mientras siga en pie la violencia que ejerce el régimen del apartheid contra el pueblo y también rechaza abordar un proceso de negociaciones estando en prisión. La cuestión de los presos está desde el principio en la agenda.
Mientras se producía ese diálogo preliminar con Mandela, el Gobierno racista seguía sin reconocer a los presos políticos.
El Gobierno racista negó permanentemente la existencia de presos políticos en Sudáfrica. Sólo éramos criminales. Sin embargo, sólo dos años después de que Mandela rechazara su libertad a cambio de la renuncia a la violencia, se produjeron nuevos contactos que, a partir de 1990 con la liberación de Mandela, se convirtieron en oficiales y públicos. Sin embargo, habrá que esperar otros dos años, para que salga de la cárcel un grupo significativo de presos, los encarcelados tras lo que se conoció como «Proceso Rivonia» (1963-64).
El ANC colocó, sin embargo, la cuestión de los presos como una condición para el diálogo.
Un año antes de que saliera ese grupo de presos, el ANC fijó sus condiciones para el proceso de paz en el Acuerdo de Hariri. En ese documento solicitó la liberación de sus líderes presos y el final de las ejecuciones de prisioneros. El acuerdo reclamaba, además, la legalización del movimiento de liberación y otras cuestiones destinadas a crear una situación de igualdad.
No obstante, pasaron casi nueve años antes de que se cerrara definitivamente el capítulo de los presos políticos. ¿No sintieron dudas sobre la buena voluntad de sus interlocutores?
Para que un proceso avance hay que tener claro cuál es el objetivo principal. Nuestro objetivo era que, después de 300 años de dominación, Sudáfrica tuviera lo antes posible unas elecciones democráticas y un gobierno sujeto a una Constitución que respetara los derechos humanos.
Para que nuestro proceso tuviera éxito fue determinante poner el foco en esa prioridad porque, si nos hubiéramos quedado en las precondiciones, no habríamos logrado la solución.
Usted fue combatiente del brazo armado del ANC. ¿El proceso encontró resistencias entre sus compañeros? ¿Había visiones diferentes en otros sectores?
A la hora de afrontar un proceso de resolución, que siempre es complejo y está cargado de trampas, un militante debe preguntarse cómo se ve a sí mismo, si como un rebelde o como un revolucionario. Un rebelde es una persona valiente, dispuesta a luchar, a darlo todo… pero que corre contra una pared a sabiendas de que se dará un gran golpe y le dolerá mucho la cabeza. El revolucionario tiene valor, lucha también sin cesar, pero valora y ensaya modos diferentes para superar el muro.
Mi instructor de armas me decía que la diferencia entre un soldado y un resistente es que el primero dispara balas y el segundo balas y razones políticas.
Nuestro poderío militar no nos capacitaba para vencer al Ejército sudafricano, pero nuestra creatividad política nos permitió derrotar el apartheid.
¿La dirección del proceso es importante para encontrar los mecanismos que permitan superar las dificultades?
En nuestro caso lo que ayudó definitivamente es que todo el movimiento, incluido su brazo armado, estuviera bajo la disciplina de una dirección política. Esa dirección única, que en nuestro caso se hallaba en el exilio -lo que le daba una visión más amplia-, fue clave a la hora de corregir errores y de consolidar nuestro movimiento.
El ANC afrontó el reto paralelo de actuar públicamente tras treinta años de clandestinidad.
La legalización del movimiento dio paso a un enorme esfuerzo por articularnos en todo el país. Esa estructuración era vital para establecer canales de comunicación, a todos los niveles, para contrastar las decisiones políticas con la gente.
Por volver al tema de la cohesión o de la superación de divisiones, en procesos de solución que se prolongan en el tiempo y que encuentran obstáculos constantes es fundamental habilitar canales eficaces de comunicación y multiplicar los contactos, las reuniones, para hacer partícipe del proceso a la base social y para enriquecerlo con sus aportaciones, pero también para generar confianza.
Porque los obstáculos y sabotajes acompañan los procesos de principio a fin.
En nuestro caso, incluso cuando estábamos ya en el Gobierno compartido con la minoría blanca éramos diana constante de ataques tendentes a desacreditarnos y a debilitar nuestras posiciones. Pese a ello, desplegamos un gran esfuerzo de formación de militantes y también de trabajo de influencia -ante sectores económicos, en los medios de comunicación…- para reforzarnos con los pasos que dábamos, porque lo importante no sólo era acordar cambios, sino también dotar a esos acuerdos de independencia suficiente a fin de que su aplicación no quedara al arbitrio de funcionarios, para hacer imposible el retorno a la situación precedente.
Han pasado diecisiete años del proceso sudafricano y parece obligado hacer balance, en particular sobre los aspectos sociales, sobre la justicia social.
Cuando estábamos en el Gobierno de transición, siempre nos decían que los negros no seríamos capaces de guiar la economía. En 17 años no se puede borrar un legado de 300 años de injusticia, pero hoy nadie niega el vigor de nuestra economía.
En este tiempo hemos construido tres millones de viviendas y, hoy, seis millones de sudafricanos tienen acceso al agua potable y a otros tres millones les llega la luz eléctrica a casa.
Pueden parecer datos pequeños, pero son los que cambian la vida de las personas. El proceso será largo y en ocasiones avanzamos más lentamente de lo que querríamos, pero estamos haciendo un esfuerzo permanente para promover leyes que garantizan la igualdad de oportunidades y el acceso de la población negra a todos los sectores y estamentos de decisión.
lucha política
«Nuestro poderío militar no nos permitía derrotar al Ejército sudafricano, pero nuestra creatividad política nos permitió acabar con el apartheid»
unidad interna
«En procesos de solución, que son largos y están cargados de obstáculos, la comunicación es esencial para evitar las distorsiones»
«Afrontar la visión del dolor causado es duro»
La consideración de las víctimas es uno de los capítulos más complicados de un proceso. Sudáfrica ofrece el modelo de la Comisión de Verdad y Reconciliación.
Desde el inicio del proceso una de las cuestiones latentes era la de la amnistía. Conforme avanzaron las negociaciones, desde algunos sectores del apartheid, y en particular por parte de quienes tenían responsabilidades en los crímenes contra la población negra, se evocó la amnistía. ANC rechazaba esa formulación porque trataba de igualar a represor y resistente. Para nosotros equivalía, por así decirlo, a tratar a la misma escala a un nazi y a un resistente. Finalmente, se aceptó crear una comisión. La condición para acceder a la amnistía era comparecer ante sus miembros y revelar toda la verdad sobre los hechos cometidos y sobre las razones políticas de los mismos.
Su caso provocó escándalo. La prensa le apodaba «Bomber McBride» y le acusaron de no mostrar arrepentimiento.
El problema es que la comisión exigía aportar datos sobre todos los hechos cometidos; en mi caso, incluso sobre algunos que no conocía la propia Policía. Se trataba de hacer la verdad, pero yo no podía decirles quién me dio una orden o quién me suministró las armas.
¿Cómo superó usted el dilema?
La dirección del ANC debió abordar la cuestión en su conjunto, y lo hizo de forma que yo aporté a la Comisión mi petición, pero también la demanda de amnistía para los comandantes y altos mandos, en cuyas manos quedó el aportar detalles sobre las acciones.
En la Comisión usted habló con dos agentes heridos en un atentado por el que murió un jefe de seguridad.
Los dos agentes no se opusieron a mi amnistía, pero pidieron hablar conmigo. Fue una experiencia vital dura. Yo había actuado por una razón política, pero ni eso ni el hecho de que nadie me haya pedido perdón por el daño sufrido por mí y por mi familia, por las torturas, hicieron más soportable la visión del dolor causado.