A los 35 años de edad, en 1926, siendo secretario general del Partido Comunista Italiano, Antonio Gramsci es detenido, acusado de conspiración y encarcelado en la prisión de San Vittore, Milán. A pesar de la incomunicación a la que le sometieron y de sus problemas de salud (que provocaron su temprana muerte), Gramsci desarrolló en […]
A los 35 años de edad, en 1926, siendo secretario general del Partido Comunista Italiano, Antonio Gramsci es detenido, acusado de conspiración y encarcelado en la prisión de San Vittore, Milán. A pesar de la incomunicación a la que le sometieron y de sus problemas de salud (que provocaron su temprana muerte), Gramsci desarrolló en la cárcel una portentosa y admirable actividad intelectual.
«¡Tenemos que evitar que ese cerebro funcione durante veinte años!», dijo el fiscal durante el juicio a Gramsci; un juicio que no era más que una pantomima con final ya conocido. Sin embargo, de la cárcel de San Vittore salieron sus imprescindibles Quaderni del carcere, 2.848 páginas de reflexiones y apuntes fundamentales para el desarrollo teórico del marxismo y,sobre todo, un extenso epistolario de casi 500 cartas.
«¡Tenemos que evitar que ese cerebro funcione durante 20 años!» dijo el fiscal durante el juicio a Gramsci
Una de las singularidades de una parte notable de estos textos (sobre todo de la correspondencia) viene a ser que su escritura está parcialmente condicionada desde el principio por el hecho de que su autor sabe que serán leídas por el censor de la cárcel y las autoridades del régimen fascista; sabe además, que las distintas cartas dirigidas a la esposa o a la cuñada serán releídas por uno y otro familiar, amen de muchos compañeros de partido; circunstancia ésta, no obstante, por la que han de pasar siempre los presos políticos de cualquier régimen.
Lo público y lo privado
Parece subyacer en muchas de las cartas la necesidad de fundir en un todo vital los elementos de la propia concepción del mundo con el quehacer político moral y con aquella sublimación del sentir que es amar a otra persona, como advirtiera Fernández Buey hace 20 años en el prólogo para la editorial Crítica de las cartas a su esposa (Cartas a Yulca).
Precisamente en Cuadernos de la cárcel, en la línea de un marxismo enfático en lo subjetivo, Gramsci reelaboró esta vieja polémica separación entre lo público y lo privado, típica de la modernidad burguesa.
En una de sus cartas de la cárcel, Antonio Gramsci reafirmaba la sustancial unidad del hombre que siente, el hombre que piensa y el hombre que lucha por un ideal, unidad que es lo que constituye la dignidad de la persona, su coherencia: «que no sabría decir hasta dónde llega el sentimiento y dónde empieza cada uno de los otros elementos». Esto es, la idea de que la cualidad revolucionaria no puede reducirse al mero instinto de la rebelión, sino que depende del otro querer, del vínculo afectivo y amoroso con personas realmente existentes, de los lazos sentimentales que aproximan a los miembros de las clases oprimidas y a quienes, sin pertenecer a ellas, se sienten solidarios.
Así Gramsci se plantea en una de estas cartas: «Cuántas veces me he preguntado si era posible ligarse a una masa… si era posible amar a una colectividad cuando no se había amado profundamente a criaturas humanas individuales».
Conforme pasan los años, mientras «afuera» tenía lugar un movimiento contrarrevolucionario, entre 1919 y 1924, al que Gramsci llamaba «el puñetazo 1.09.11_14.09.11 05 en el ojo», el aislamiento y la enfermedad hacen que su humor se torne amargo y sombrío.
Resulta doloroso cotejar las cartas de los primeros años, donde encontramos «sermones morales con moraleja irónica» con aquellas otras de sus días finales, de negro fatalismo. En todas ellas habita el pudor y la reserva de quien supo vivir con total dignidad su desesperada soledad.
Más de quinientas cartas desde prisión
Se han conservado casi quinientas cartas escritas por Antonio Gramsci desde noviembre de 1926 hasta comienzos de 1937, pocos meses antes de su muerte.
Las cartas están dirigidas sobre todo a los familiares, a su esposa y a sus hijos -Delio y Giuliano, a quienes nunca volvió a ver-, a su cuñada o a su madre. Gramsci apenas podía escribir a los correligionarios habida cuenta de las razones de su encarcelamiento, así como la ilegalización del Partido Comunista por el régimen de Mussolini.
Cartas desde la cárcel se publicó por vez primera en italiano en 1947. La nueva edición de la editorial Veintisiete Letras, incluye treinta cartas más, entre ellas todas las enviadas a su esposa, la violinista rusa Julia Schunt (Yulca).
La edición está al cuidado de uno de sus mejores lectores de Gramsci en este país, Francisco Fernández Buey -quien ya se acercara al pensamiento del marxista sardo en Leyendo a Gramsci-. Convendría, por cierto, recordar ahora a Manuel Sacristán de quien conviene releer, El orden y el tiempo, para aventurarse en el pensamiento gramsciniano.
http://www.diagonalperiodico.net/Pensar-solo-Las-cartas-de-Antonio.html