Se viene escuchando que el movimiento estudiantil ha llegado para quedarse. Lo que corresponde a continuación, es despejar el cómo se queda. Las movilizaciones estudiantiles han traído aires de entusiasmo a una mayoría que ya no se oculta en el silencio oscuro que genera la falta de esperanzas. El pueblo ha estado por años abandonado […]
Se viene escuchando que el movimiento estudiantil ha llegado para quedarse. Lo que corresponde a continuación, es despejar el cómo se queda.
Las movilizaciones estudiantiles han traído aires de entusiasmo a una mayoría que ya no se oculta en el silencio oscuro que genera la falta de esperanzas. El pueblo ha estado por años abandonado a su suerte, mirando desde lejos cómo muy pocos disfrutan de los beneficios del sistema. Agobiado por duras condiciones de vida, la mayoría del país arrastra el maleficio de las deudas infinitas, la falta de expectativas y el desprecio de los que mandan.
Los estudiantes han sido capaces de subvertir la abulia y han dado paso al rechazo generalizado de un sistema económico contrario a la naturaleza humana. Han hecho de esa protesta un grito imparable y el territorio se ha visto estremecido por la ira fecunda, por la intransigencia positiva, y por las maneras audaces e inteligentes de imponer las razones más valederas.
Los estudiantes han sido capaces de ocupar el rol que en otras épocas han jugado los partidos políticos, los gremios y las centrales sindicales. Sumidas en permanentes crisis que las han transformado en fantasmas de lo que deberían ser, esas otrora aguerridas organizaciones no ocultan su perplejidad y su parálisis. En no pocos ciudadanos la idea de que esta nueva expresión política nacida a partir de la crisis del sistema educacional se transforme en permanente, y desafíe al alicaído sistema de partidos políticos, genera un comprensible optimismo.
Que un nuevo actor político se desprenda de las movilizaciones capitalizando para sí la enorme energía desplegada y el apoyo expresado por la mayoría de los habitantes, significa un cambio en paradigmas que hasta ahora han sido considerados inmutables. Por veinte años se ha intentado convencer a la población que las cosas no pueden ser sino como han venido siendo. Que el sistema binominal es una buena expresión de la democracia, que no es posible una economía distinta y que la educación, la salud y todos los derechos humanos, no son sino factores definidos por la oferta y la demanda. Para efecto de fundar un país sobre la base de estos principios, la Concertación y la derecha han legitimado un sistema antidemocrático en su esencia, llegando a ser, por sus propios méritos, las caras distintas de una misma cultura.
Llega la hora de tomar decisiones fundamentales. Es el momento de iniciar una estrategia que logre desplazar del poder a aquellos que por demasiado tiempo lo han usado para su propio beneficio, abusando para el efecto de leyes hechas a su medida o de la herencia autoritaria de la dictadura.
Nos preguntamos qué pasaría si una oleada de gente nueva, honesta y con la firme decisión de cambiarlo todo llega para disputarles el poder. Qué pasaría si los descontentos deciden desafiar a los poderosos y combatirlos usando sus propias leyes y mecanismos. Si los millones que votan lo hicieran, y si los que no se han inscrito se inscribieran para votar, otro gallo cantaría.
El movimiento estudiantil tiene la inteligencia, la legitimidad y la masividad para dar paso a una estrategia que se proponga disputar el poder allí donde se genera: en las elecciones. Los muchachos tienen la capacidad de ordenar al resto de la sociedad y disponerla para disputar espacios de poder y para que involucre a las organizaciones sociales, cuya disposición debería ser apoyar sin condiciones al movimiento y no intentar cooptarlo.
El movimiento de los estudiantes, ampliado al resto de la sociedad, debería ser capaz de generar eventos democráticos para la elección de sus candidatos, de manera que no sea posible el arreglín ni el acomodo. Sería una inédita fiesta popular, una movilización verdadera, el germen de una democracia en que la gente de verdad cuente. Imaginamos a los estudiantes, con el apoyo de las organizaciones sociales, movilizados por sus propios candidatos en cada una de las comunas, circunscripciones y distritos. Imaginamos también el pavor del sistema, acostumbrado a ganar siempre sin contrapesos ni gente que estorbe.
Como pocas veces en la historia un movimiento ha seducido a gran parte de la población y ese mérito debe ser puesto al servicio de la democratización de la sociedad. Tenemos la convicción que si los estudiantes impulsan la creación de un vasto movimiento que se proponga la elección de nuevas autoridades que asuman los cambios que Chile necesita, serán millones quienes los seguirán.
Los estudiantes, apoyados incondicionalmente por el mundo social, pueden poner en marcha un movimiento que se tome las escuelas, las universidades, las calles, plazas y avenidas para convencer a la gente que ha creído en ellos y sus luchas. Y de una vez por todas desplazar a los malos políticos de las alcaldías, del Parlamento y de La Moneda, para ser reemplazados por los que la gente decida, a condición de cumplir con fidelidad y lealtad el mandato que reciban.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 743, 30 de septiembre, 2011
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