«En 18 años sólo me han enseñado a consumir y aquí en seis días me habéis enseñado a sentir» Una joven durante una asamblea del 15-M en la Plaza del Ayuntamiento, Valencia «que no se puede llamar feliz a quien no participa en las cuestiones públicas, que nadie es libre si no conoce por […]
«En 18 años sólo me han enseñado a consumir y aquí en seis días me habéis enseñado a sentir»
Una joven durante una asamblea del 15-M en la Plaza del Ayuntamiento, Valencia
«que no se puede llamar feliz a quien no participa en las cuestiones públicas, que nadie es libre si no conoce por experiencia lo que es la libertad pública y que nadie es libre ni feliz si no tiene ningún poder, es decir, ninguna participación en el poder público.»
Hannah Arendt (extracto de «Sobre la Revolución»)
El estallido de una crisis suele ser un momento en que salen a la luz, más que en épocas de bonanza, los errores y deficiencias de los sistemas políticos y económicos vigentes, así como las deficiencias acumuladas, como consecuencia de dichos sistemas, en la realidad social. La crisis actual ha sido resultado de dos burbujas, la financiera y la inmobiliaria (como es el caso de España), como resultado del insostenible sistema económico neoliberal que se impuso a partir de los años 70, fruto de la crisis del petróleo, que conllevó consigo la crisis del Estado de Bienestar, que parece que en la actual crisis, salvo cambio de rumbo, está destinado a ser reformulado o desaparecer. De la misma forma, esta crisis es también una crisis del sistema político vigente, la democracia liberal, incapaz de ofrecer una salida social a la situación, un cambio en la relación de la política y la economía, relación donde la segunda ejerce la supremacía, en la que claramente, son las clases medias y trabajadoras las que están pagando las consecuencias, y no sus máximos responsables, la banca y la clase empresarial. Dados los recortes de derechos sociales, los cinco millones de parados, el número de desahucios diarios, la subyugación del poder político a los mercados y los límites del capitalismo, podría pensarse que hay motivos de sobra para que la ciudadanía tomara conciencia y se movilizara masivamente. En parte, así está siendo, el Movimiento 15-M y Democracia Real Ya parece que han sabido despertar e implicar a una buena parte de la ciudadanía, y ello se pudo ver en la pasada manifestación mundial del 15 de octubre por un cambio global, pero aún parece que no cuenta con la suficiente fuerza como para despertar un verdadero temor en las elites política y económica, ajenas a sus reivindicaciones y siguiendo a lo suyo. Si bien hay diversos factores que pueden explicar dicha situación, quiero analizar uno, que desde mi punto de vista, podría ser ilustrativo, aunque puede considerarse que no es propio del momento actual: la infantilización política de la sociedad.
Democracia representativa: infantilización desde el ámbito político
Si bien la democracia liberal, de tipo representativa, pudo ser una solución ante la naciente y creciente demanda de participación política y cambio social de las masas, de acuerdo al ideal liberal, se están viendo en la actualidad sus efectos perversos. Pudiera pensarse que la democracia representativa tiene grandes ventajas, pues entre otras, ha permitido que la ciudadanía pueda delegar su acción colectiva y política en los y las representantes políticas, y del mismo modo, con la competencia de partidos, hacer representativa la pluralidad de la sociedad. La delegación de la acción y deliberación políticas han conllevado en la actualidad el mantenimiento de una relación gobernantes-gobernados basada en el paternalismo, en la que los partidos políticos que consiguen y ostentan el gobierno del Estado se erigen como padres y madres, protectores y conocedores de los intereses de la ciudadanía, y de cómo hacerlos posibles. Esto, por una parte, ha hecho posible el disfrute, en general, por parte de la ciudadanía, de la vida privada, una vez cumplida la jornada laboral. Por otra, sin embargo, ha fomentado, como en etapas anteriores, la apatía hacia la política, la aparición de ese abismo entre la política y la ciudadanía, de la que en teoría parte la soberanía de la democracia. El desarraigo hacia la política ha llevado consigo no pocas frustraciones por parte de la ciudadanía, decepcionada por una clase política que no cumple sus promesas, y que da la sensación de que sólo vela por sus intereses. De igual forma, la clase política, consciente o inconscientemente, no ha fomentado las debidas vías de participación para que la ciudadanía sea activa y tenga interés de participar en los asuntos públicos. En infinitud de ocasiones, la ciudadanía se muestra frustrada y furiosa con los y las políticas, pues no responden a las exigencias, no cumplen con sus programas electorales, llegándose a pensar que la clase política sólo responde a intereses personales y partidistas, aunque a pesar de ello los dos grandes partidos, siguen contando con una amplia base de fieles votantes. En la práctica, esto ha llevado a una resignación generalizada, pues a pesar de que no poca gente conozca la enfermedad, no se cree ni se tiene voluntad para cambiar la realidad política. Quizás la mera existencia de lo que se llama «clase política» es un mal síntoma de lo que es la política hoy, que sería para analizar, del mismo modo, también sería interesante analizar el funcionamiento de los partidos políticos en general, y de las ideologías, a la hora de comprobar que concepción de la política, en abstracto, tiene en la actualidad la sociedad, y sus enormes consecuencias. Pero curiosamente, a pesar de ese aparente abismo entre política y sociedad, es curioso encontrar paralelismos entre el ámbito familiar y político, que puede ayudar a entender esa relación amor-odio que actualmente existe hacia nuestra democracia.
A la hora de ver el ámbito familiar, puede observarse cierto patrón de conducta entre padres y madres respecto hijos e hijas, y viceversa. En estas relaciones suele darse una visión proteccionista y de instrucción en unos determinados valores y normas, por parte de los primeros hacia los segundos, desde la firme creencia de que serán el mejor modo de que hijos e hijas tengan el mejor futuro, conquisten su autonomía y la consecución de su felicidad, y de la misma manera, la transmisión de dichos valores y normas a su descendencia. Padres y madres quieren proteger a sus hijos e hijas, en la medida que sea posible, del sufrimiento que se pueden encontrar en el exterior, aunque dando al mismo tiempo un margen de libertad lo suficientemente razonable para que descubran, vivan, conozcan y se valgan por sí mismos y mismas, aunque ese margen, como puede observarse a partir de la gran diversidad de familias, es muy variable. Del mismo modo, en tanto que tienen interiorizada una ideología, unos valores y normas, van a tratar de inculcarlos, consciente o inconscientemente, a hijos e hijas. También son un agente fundamental en la socialización, pues ayudan a conocer e interiorizar las normas de la sociedad en que se encuentra el recién nacido o nacida. Hijos e hijas, progresivamente van reivindicando su autonomía, su libertad y plena conciencia para hacer aquello que desean, trabajar o estudiar, qué hacer en su tiempo de ocio, etc. Esta progresiva rebeldía se ve en multitud de ocasiones frustrada, en tanto que viven con sus padres y madres, han de ajustarse a ciertas reglas, y muchas veces aun teniendo razón en muchas ocasiones, son contestados por el argumento «ya lo entenderás», «papá y mamá saben por qué lo hacen», entre otros. La experiencia aparece como argumento bien fundamentado para que hijos e hijas renuncien a actuar como creen y «obedecer», en base a que papá y mamá deben saber bien por qué lo hacen. En ocasiones, las familias pasan por malos momentos, y es esa confianza en la experiencia de padres y madres, la que hace llevaderas ciertas situaciones, recurrente es decir»todo se arreglará», así sucede, y lo que reafirma, en otras cosas, la confianza. De igual forma, suele ser habitual pensar que las cosas de casa se quedan en casa, lo cuál podría llevar a una analogía con el desarraigo político y social existente en la actualidad.
La política y las democracias actuales funcionan quizá de forma similar, al margen de otras cuestiones. Da la sensación de que se ha adoptado ese patrón familiar en la relación de la ciudadanía con la política y viceversa. Por parte de cierta clase política especialmente, los dos grandes partidos, se ha adoptado el rol de padre experimentado, que sabe muy bien lo que hace, que conoce muy bien la complejidad y dificultad de la política, frente a una ciudadanía que precisamente no es consciente de dicha complejidad y dificultad, reclamando demandas que, al no conocer el mundo político, son muchas veces idealistas, compartidas, pero poco realistas, incluso consideradas inmaduras, y que pueden llevar al desastre si se hacen efectivas («no nos pasemos con los impuestos a empresas y grandes fortunas, que habrá evasión fiscal», que sería lo justo, pero contraproducente dirían). Además, como buenos experimentados y sabios de la política, saben rodearse de buenas amistades, que saben sobre materias específicas, como por ejemplo el Fondo Monetario Internacional, que a pesar de que la ciudadanía no le ha otorgado legitimidad, para eso están ellos, que saben muy bien por qué se la dan, por el buen funcionamiento de la economía y otros ámbitos. Por otra parte, han contado con todos los medios posibles para hacer creer que sólo existe un camino, en estos momentos el capitalismo neoliberal, y desde bien temprano comienzan a establecer este pensamiento único, desproveyendo de recursos para que la ciudadanía pueda plantearse y plantear alternativas, apelando además al miedo de experiencias pasadas con otros sistemas, es decir, lo actual es lo mejor dentro de lo peor. Para ello también, la especialización ha sido un importante factor, pues la ciudadanía, en general, desconoce el complejo entramado que rige nuestro sistema económico, y por ello se lanza a confiar en los especialistas, agarrándose a sus recetas, con la esperanza de que a pesar de que conlleven sacrificios en la actualidad, vayan encarrilando el camino para volver a tiempos pasados mejores. A su vez, han creado ciertos mecanismos ilusorios que hacen creer en la efectiva participación y consideración de la iniciativa ciudadana, como ese discurso que aprecia los movimientos sociales (aunque en la práctica se les hace caso cuando y como se quiere, que también dichos movimientos hay que ver qué poco realistas que son…), la ilusión de las elecciones (en las que la ciudadanía puede hacer realidad esa fantasía de que puede elegir a sus padres, aunque la práctica muestre cuan parecidos son entre ellos, aunque con sus matices, que no sea descarado), las iniciativas legislativas populares y referendums, como opciones visibles de la calidad de la democracia, pero que sólo se respetan y convocan cuando interesa, pues nuevamente, a veces la ciudadanía, por su gran desconocimiento de la realidad política, no puede ser realmente consciente de lo que vota, y de sus consecuencias. De la misma forma, el apelar al conocimiento de la opinión pública es una muestra de esta actitud paternal, pues es apelar al conocimiento que dichos padres tienen de sus hijos, que aunque al principio puedan presentar reticencias a muchas de sus decisiones, en un futuro comprenderán que eran necesarias.
La llegada de cada cita electoral es una muestra más de este trato infantilizador desde el ámbito político y viceversa. La campaña suele ser en parte el momento en que el partido gobernante se reafirma en el buen hacer que ha desarrollado en sus cuatro años de gobierno, justificando muchas medidas en su necesidad, y cuando dicho partido es consciente de su inminente pérdida, vuelve a hacer promesas que hizo anteriormente, aunque hubiera podido realizarlas, confiando en que sus hijos votantes le den otra oportunidad, y para ello nada como una buena oratoria y una apelación a sus valores para metérselos en el bolsillo de nuevo. Los mítines en este sentido, cumplen el cometido (a pesar de que se haya hecho mejor o peor) de mostrar que la gran familia sigue unida, es el espacio donde el gran discurso encuentra el fervor de la masa entregada a un proyecto, para lo bueno y lo malo, y de igual manera decirle a los niños lo que pasará si vienen otros padres a ocupar su lugar.
De forma progresiva pues, se va incrementando la apatía hacia la política, que también acaba derivando en una consecuente interiorización de la incapacidad para ella (además de un proceso de aborrecimiento), que queda para quienes se dediquen a ella, como el niño que se queja de las normas de su casa, pero al final, se resigna a seguirlas, y racionalizándolo en ocasiones con el argumento de que sus padres saben lo que hacen, aunque toquen sacrificios. Se produce una curiosa situación, la ciudadanía se queja constantemente de sus políticos y políticas, pero al mismo tiempo han perdido la voluntad de cambiar las cosas, pues todos y todas las políticas son iguales, y las personas idealistas que intentan convencer de que las cosas pueden ser distintas, al final acabarán siendo como el resto, pues así es la política. La ciudadanía, entonces, pasa a la minoría de edad, tutelada por la clase política, mostrándose así ese patrón de amor-odio que se da en tantas ocasiones en las familias. Con ello además, se logra mantener vigente una estructura política, económica y social, en la que una parte de la sociedad gana a costa de la pérdida de otra, es decir, se naturaliza la desigualdad.
Sociedad de consumo: infantilización a través del placer privado
La segunda mitad del siglo XX fue la consolidación de la sociedad de consumo, en la que el disfrute del placer privado y el individualismo cobraron un nuevo sentido, haciendo posible que una gran parte de la ciudadanía renunciara a un aspecto de la naturaleza humana, el ser político. Con el Estado de Bienestar, garantizando la cobertura de servicios básicos para la vida y el desarrollo personal y colectivo, junto al cambio de un marketing destinado a cubrir necesidades a un marketing que crea necesidades, se ofrecía entonces un nuevo mundo de oportunidades para gozar de la vida privada, produciendo un desarraigo general en la sociedad, y que ha sido factor fundamental para la infantilización política de la sociedad.
Las sociedades de consumo reproducen, respecto la política, el esquema familiar de unos padres que se encargan de las grandes responsabilidades, y de unos hijos que en todo caso colaboran en alguna de dichas tareas, y el resto del tiempo dedicarse a sus estudios y/o trabajo, y al ocio, confiando en que dichos padres sabrán, como padres que son, administrar bien la economía familiar. En ocasiones, tal vez no se esté de acuerdo con dicha administración y las normas, pero al fin y al cabo, nadie elige a sus padres, ni a sus hijos, aunque en la política aparentemente, cada cierto tiempo, sí se tiene la posibilidad, aunque en la práctica apenas existan diferencias entre los dos padres que se van alternando en el gobierno. De este modo, el consumo, aparte de ser el motor de la economía capitalista, para cierta clase política se ha convertido también en un modo de tener entretenida a la ciudadanía, como esa paga semanal que la hace feliz y que le permite dedicarse a lo que realmente le gusta, mientras los y las representantes se dedican a su deber.
Un mundo de «buenos» y «malos»
Pocas herramientas hay tan útiles en la política actual como inventar una ficción simple pero efectiva, que bien sirve para anular un juicio amplio. Gracias a una ley electoral poco democrática, y con la complicidad de los medios de comunicación, se ha fabricado un sistema político bipartidista vestido de plural, donde existen dos partidos mayoritarios, los cuáles son quienes se alternan en el gobierno, y unos partidos minoritarios que sirven de azote o complemento a este bipartidismo. En el primer caso tiene importantes consecuencias, la supuesta diferencia ideológica lleva a infantilizar a una gran parte de la ciudadanía, pues siembra ese miedo al monstruo (el otro) que todo niño o niña ha vivido en su infancia, y que por tanto, pase lo que pase, hagan lo que hagan nuestros padres, debemos apoyarles incondicionalmente, si no vendrá el monstruo y nos comerá. Este miedo, junto a una ley electoral que pone las cosas difíciles a opciones minoritarias, lleva precisamente a no considerar un cambio en el voto, y permanecer fiel al gran partido de turno, primero evitar la llegada del otro, y si algo hay que arreglar se arreglará, pero primero evitar la amenaza mayor. De igual forma, un sistema bipartidista también ha de servirse de algún que otro fantasma, siendo uno de los más célebres el fantasma del comunismo, asociado a ciertos partidos, y así, de paso, pueden justificarse ciertas desviaciones en la actuación del partido que se erige como mejor opción de una ideología. Otro partido apela al patriotismo y el fantasma de los nacionalistas como amenaza a la unidad nacional, con quienes se alíará el rival si gana, con las correspondientes concesiones. El resultado de esta ficción es el apoyo incondicional de los y las seguidoras de ambas opciones, hacia las que existe una fe ciega, no siendo importante el programa sino las siglas, y no importa que las políticas de uno y otro perjudiquen a sus propios y propias votantes, no importa si su juego atenta contra el bien común, ante todo, que no gane el otro. Se podría hacer un símil con el fútbol (deporte que tanto mueve a las masas), pues qué niño o niña no cultiva en la niñez esa enorme alegría de ver ganar a su equipo, juegue bien o mal, qué niño o niña no sigue fiel a su equipo cuando éste se encuentra perdido. Hay que estar con el equipo, aunque a veces pierda esos valores que nos unieron a él para siempre, porque antes o después volverán una o varias figuras que le devolverán la gloria antaño perdida. Y así, el niño o niña dejó de ver otras opciones, dejó de concebir otra política…
Los medios de comunicación masivos, como empresas que son, no exentas de ideología y simpatía hacia un partido u otro, van a ser partícipes de esta ficción, fundamentándose en la obvia realidad. Su modo de proceder tiene trampa, por una parte, en tanto que existen dos partidos mayoritarios, que son quienes se alternan el gobierno, presuponen que es la información en torno a éstos la que más interesa, lo que conlleva invisibilizar con frecuencia la relativa a otras opciones, con lo que cumplen su función de perpetuar el bipartidismo. Por otra, en tanto ambos partidos no aspiran a cambiar el orden actual de las cosas, los medios precisamente cumplen la función de seguir legitimando dicho orden, y además no ofrecer una visión y pensamiento alternativo a la sociedad, salvo aquellos alternativos. Tampoco hay que olvidar su manera de vulgarizar la política, de convertirla en un circo de dos, de analizar los detalles más absurdos, de convertirla en una competición morbosa en la que ver quién gana, apostando cada medio a su caballo ganador, que dependiendo de la coyuntura, apoyarán con mayor o menor pasión. A ello hay que añadir, respecto al formato televisivo, que el propio ritmo de sus espacios de noticias no son propicios precisamente para una información de calidad. En un corto espacio de tiempo se dan una gran cantidad de noticias, en raro caso contextualizadas, y en muy raro caso se recurre a la hemeroteca para que cualquier ciudadano y ciudadana pueda comprobar la incongruencia de la clase política en tiempos y contextos diferentes. El ritmo de vida que marca el actual sistema y organización económica ha llevado consigo que sea la televisión el único medio de información de muchos y muchas ciudadanas, con lo que el déficit informativo es un factor más en esta ficción infantilizadora.
Uno de los pilares básicos para asegurar la calidad democrática es contar con una información plural y crítica, donde las diferentes opciones tengan cabida de forma equitativa. En tanto que los medios de comunicación, públicos o privados (en base a la mayor representación parlamentaria de los dos grandes partidos, y en base el supuesto mayor interés de la audiencia hacia éstos) están dando tan enorme preferencia hacia dos fuerzas políticas, están repercutiendo en el conocimiento, pensamiento crítico y voluntad de la ciudadanía.
Recuperar una visión positiva de la política, como herramienta de las comunidades humanas para construir un espacio de convivencia, donde el cuidado de la vida (desarrollo y relación personal individual y colectiva en armonía) de sus individuos e individuas sea su fin. Cada persona tiene la capacidad para construir la convivencia común con sus semejantes, pero ello debe partir de la voluntad de cada individua e individuo para avanzar en la consecución de ese bien común junto al resto. Debe partir también de la reflexión, de la observación, de construir y construirse herramientas para mirarse individual y colectivamente. Debe partir de la voluntad de conocer, de formarse, y de compartir ese saber. Debe partir del reconocimiento de que el actual sistema fomenta el bienestar de unas/os a costa de otras/os, del bienestar de unas sociedades a costa de otras. Debe partir del reconocimiento de una desigualdad todavía vigente entre hombres y mujeres. Debe partir, al fin y al cabo, de ser conscientes de que si se tienen derechos, también se tienen obligaciones, y una de ellas es la participación activa en nuestra respectiva comunidad, y no como carga, sino porque en dicha participación, como bien dijo Hannah Arendt, es donde quizá pueda encontrarse la auténtica libertad y felicidad.
¿Queremos seguir siendo niñas y niños?
Miguel Gelardo. Estudiante de Doble Grado en Sociología – Ciencias Políticas y de la Administración en la Universidad de Valencia
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