Recomiendo:
0

En la muerte de Michael Dummett

Fuentes: Rebelión

Casi en las mismas fechas en que murió en 2000 otro de los grandes de la filosofía del siglo XX, W. O. Quine, ha fallecido en estas fechas navideñas, a los 86 años, Michael Dummett, sir Michael Dummett. Para los aficionados a la filosofía analítica o a la filosofía de las matemáticas, se ha ido […]

Casi en las mismas fechas en que murió en 2000 otro de los grandes de la filosofía del siglo XX, W. O. Quine, ha fallecido en estas fechas navideñas, a los 86 años, Michael Dummett, sir Michael Dummett.

Para los aficionados a la filosofía analítica o a la filosofía de las matemáticas, se ha ido -permaneciendo para siempre- uno de los pensadores de los cuales más hemos aprendido o hemos podido aprender.

Siendo su aportación en esos ámbitos absolutamente relevante, Dummett no fue eso tan sólo un filósofo académico sin apenas tensión poliética. En su memoria y en su honor, me gustaría retomar algunos pasajes de una reseña que escribí hace unos cinco o seis años en torno a su libro «Sobre inmigración y refugiados [SIR]». La titulé: «El compromiso del filósofo: fronteras abiertas». El libro fue editado por Cátedra, Madrid, en 2004. La traducción estuvo a cargo de Miguel Ángel Coll.

Se sea pitagórico o no, decía entonces, se crea o no en la reencarnación, todo miembro que se precie de la comunidad filosófica (o de asociaciones próximas), del Este, Oeste, Norte o Sur, analítico, dialéctico o continental, ha soñado reencarnarse, en tres ocasiones como mínimo, en las conexiones neuronales centrales de la mente de Michael Dummett.

Profesor emérito de lógica de la Universidad de Oxford, el gran estudioso e investigador de la obra de Frege ha dedicado la mayor parte de sus esfuerzos filosóficos y docentes a la lógica, a la filosofía del lenguaje, de la ciencia y de la matemática y a partes significativas de la metafísica. Escribió dos ensayos sobre disuasión nuclear, pero apenas es conocido su compromiso teórico y militante contra la discriminación racial y su permanente defensa de los inmigrantes y refugiados que han ido llegando a Gran Bretaña a partir de los años 60. Fue él, y su compañera Ann Dummett, quienes crearon los primeros comités para su ayuda e integración. Sobre inmigración y refugiados (SiR) es un magnífico testimonio de esta, hasta ahora, desconocida faceta del autor de aquel inolvidable artículo sobre la «Verdad».

El joven e inolvidable revolucionario de Tréveris probablemente se excedió una millonésima de grado cuando apuntó, críticamente, en su última tesis sobre Feuerbach, la tendencia de los filósofos a la estricta interpretación o intento de comprensión, olvidándose con frecuencia de la imperiosa necesidad de transformar el mundo. Aunque acertara de pleno, él mismo (y su compañero Engels y su enorme compañera, la gran Jenny Marx), con su activo filosofar, anuló para siempre su propia afirmación. Creó escuela.

Dummett, un filósofo tan escrupulosamente académico como el mismo Marx, autor de obras tan reconocidas como Elementos del intuicionismo señala en el prólogo de SIR: «(…) en 1964 me comprometí, junto con mi esposa Ann, en la lucha contra el racismo en Gran Bretaña. Durante cuatro años dedique cada minuto de mi tiempo libre a esa lucha; cumplí con mis deberes docentes, pero abandoné cualquier intento de trabajar creativamente en la filosofía» (p.11; las cursivas son mías).

Neto compromiso ético y político, activa y eficazmente diseñado por los Dummett, que no ahorraba esfuerzos ni «molestias»: «Actuando en nombre de CARD [Campaña Nacional contra la Discriminación Racial], creé una red extraoficial de informadores en el aeropuerto de Heathrow para que me llamaran por teléfono, a cualquier hora del día o de la noche, cuando tuvieran conocimiento de que alguien había sido rechazado. Entonces yo tenía que llamar al funcionario jefe de inmigración y decirle, cuando por fin conseguía comunicar con él, que quería formular una protesta; a continuación tenía que salir corriendo al aeropuerto, averiguar los antecedentes y formular mi protesta al funcionario de inmigración…» (p.12)

SIR se estructura en dos partes:»Principios» e «Historia». Para el lector no británico, esta segunda parte puede resultar de menor interés pero, aún así, con rentable y agradable esfuerzo, pueden hallarse magníficos premios. Por ejemplo, las páginas dedicadas a la supuesta profundidad del prejuicio racial (pp. 103 ss); su crítico y preciso comentario sobre la entrevista televisiva con la Sra. Thatcher en 1978 (pp. 127 ss) o su documentada aproximación a la política de inmigración italiana de los años noventa (pp. 157 ss).

Pero, sin duda, la parte sustantiva del ensayo se expone en los cinco capítulos que componen la primera sección de SiR. Aquí, independientemente del acuerdo o desacuerdo matizado que pueda tenerse con asuntos laterales (la relación entre China y Tíbet, Kosovo, la interpretación de Pacem in Terris de Juan XXII), lo único que cabe es animar a la atenta lectura del ensayo. Sería, sin duda, desviadamente exagerado pretender que este reseñador pueda siquiera vislumbrar alguna arista defectuosa en los sofisticados argumentos de Dummett. Queda tan solo mostrar algunos ejemplos de su excelente perspectiva de análisis y de sus principios básicos, con especial atención a la propuesta metodológica enunciada en el punto 4:

1. «El abismo cada vez mayor entre países ricos y pobres representa el problema más grave al que se enfrenta el mundo en los comienzos del siglo XXI. Cerrar ese abismo es la necesidad más acuciante que tenemos ante nosotros; no resolverla no sólo prolonga una gran injusticia, sino que amenaza la estabilidad mundial» (p. 38).

2. «Incluso aunque una gran proporción de los que piden asilo fuera realmente fraudulenta, lo cual es posible, aún habría entre los prisioneros o detenidos muchos que han sido perseguidos o torturados y tienen un derecho indiscutible a ser reconocidos como refugiados. Es cruel infligirles el castigo que se supone que merecen los que cometen un fraude. La compasión hacia quienes han sido sometidos a un terror real exige que no se corra el riesgo de tratarlos severamente con un encarcelamiento injustificado. ¿Y cómo se puede evitar ese riesgo si los que buscan asilo son detenidos antes de que sus casos sean debidamente examinados? Más aún, no sólo es cruel la encarcelación de aquellos con solicitudes de asilo admisibles: encarcelar a personas que han escapado de situaciones que no podían soportar, incluso si sus solicitudes no son reconocidas por quienes deben juzgarlas, es casi tan inmoral» (pp. 52-53).

3. «La manipulación de la opinión con fines indignos bien puede ser un craso error, que no será perdonado. Envenenar la opinión pública contra un grupo de personas que piden nuestra ayuda y merecen nuestra piedad -o realmente contra cualquier grupo- es un crimen peor que el simple hecho de tratar a sus miembros injustamente. Sin embargo, los dos mayores partidos políticos británicos han estado en connivencia en esto durante años» (pp. 56-57).

4. «La presunción para los individuos siempre es a favor de la libertad: debe haber una razón determinada para que un estado tenga derecho a recortar esa libertad, si efectivamente así es. De modo que el derecho de un estado a impedir la entrada en su territorio debe basarse siempre en una razón específica. La responsabilidad de la prueba reside siempre en la reivindicación del derecho a no admitir aspirantes a inmigrantes» (pp.69-70).

5. «(…) hasta que sea mejorada la condición de los países empobrecidos, la justicia también exige que los países ricos no cierren sus puertas a los pobres. La determinación, basada en el miedo, que ha llegado hasta Romano Prodi, y que impide la inmigración a los países de la Unión Europea, es histérica y profundamente injusta. Actualmente, las naciones europeas, mientras protestan piadosamente contra el racismo y la xenofobia, en la práctica se comportan como un Divas (Epulón) cuya reacción al ver a Lázaro a sus puertas es reforzar los cerrojos» (p. 81).

6. «La prueba de fuego será el trato a los gitanos. Siempre lo ha sido: durante siglos, desde que llegaron a Europa, los gitanos han sido la minoría más despiadadamente perseguida del continente, más duramente incluso que los judíos. La tierra donde los gitanos que buscan refugio puedan encontrarlo, y sean tratados con amabilidad por sus autoridades, será un tierra en la que florezca la justicia» (pp.88-89).

Nada mejor para cerrar este comentario sobre este admirable trabajo de Dummett que recoger la prognosis, que merece ser compartida por todos y todas, con la que finaliza su reflexión: «Diversas corrientes forman remolinos alrededor de Europa: corrientes de pánico, crueldad y odio; una fuerte corriente de egoísmo obtuso, inconsciente de sus probables consecuencias; y una corriente de sensatez y humanidad. Sólo si predomina esta última, habrá alguna esperanza de alejar el desastre para el mundo fuera de Europa y dentro de ella» (p. 165).

Corriente de sensatez y humanidad… Más necesaria que nunca desde luego. Michael Dummett, como tantos otros activistas, abonó ese camino cada más imprescindible con todas sus fuerzas, que eran, muchas y con una inteligencia que no producía sino admiración y emoción.

Con Cortázar: ¡te hemos querido y admirado tanto, Michael Dummett!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.