¡Ay, la austeridad! ¡Qué bien suena esa palabra! Es casi tan melodiosa y espiritual como melancolía, manantial o paz. La austeridad nos refugia en ascético monasterio de luminosos atrios y fuentes cantarinas; la austeridad susurra mesura y contención; la austeridad se conforma con poco, no comete excesos, ni disfruta vanidosa con la ostentación de riqueza; […]
¡Ay, la austeridad! ¡Qué bien suena esa palabra! Es casi tan melodiosa y espiritual como melancolía, manantial o paz. La austeridad nos refugia en ascético monasterio de luminosos atrios y fuentes cantarinas; la austeridad susurra mesura y contención; la austeridad se conforma con poco, no comete excesos, ni disfruta vanidosa con la ostentación de riqueza; la austeridad nos convoca a un mundo tranquilo, sereno y en silencio. Y es, sobre todo, tan distinta a la ordinaria y cansina austeridad, cantinela machacona en boca de los representantes del Partido Popular. La última, ha apuntado muy cerca: La parlamentaria Australia Navarro ha reclamado al presidente canario Paulino Rivero que se ponga el corsé fiscal y se sume, gozoso, al objetivo de la austeridad popular.
Pero, ¡ay, cuántas villanías y atropellos se cometen en nombre de la austeridad!; hasta el punto de que para un ciudadano medio escuchar la palabra «austeridad» y llevarse la mano al bolsillo es todo uno. Y ya algunos expertos han pedido que esta palabra sume a sus acepciones la de «recorte sistemático de las rentas del trabajo», porque en un discurrir anómalo la austeridad se ha transformado muchísimo en los últimos tiempos… Tan es así, que los lingüistas más eruditos andan empeñados en desentrañar qué significa exactamente la austeridad cuando la invoca el PP, ante la hipótesis de que pueda haberse dado un singular fenómeno de polisemia subjetiva en función del contexto personal del vocablo, asunto éste sobre el que aún no existe explicación consensuada.
La cuestión es: ¿podrá verificarse algún día que la austeridad cercenadora de derechos y salarios ha seguido un vericueto semántico distinto al de la austeridad asociada a las escobillas de váter valoradas en 350 euros que, junto a docenas de televisores de plasma y vajillas de cien mil euros, se encontraron durante la operación Buckingham en el palacete mallorquín del ex presidente balear, el popular Jaume Matas, y en el que invirtió en una pequeña reforma tan solo dos millones de euros?
¿O será tal vez que la presidenta popular de la Comunidad de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, prefirió hacer su particular ejercicio de austeridad, sacrificándose por España hasta hace muy poco cobrando dos sueldos; uno, por su cargo orgánico en el PP, y otro como senadora, así hasta ingresar la modesta cantidad de 240.000 euros anuales?
Aún hoy, la presidenta se niega a declarar públicamente el patrimonio que, cual ahorrativa hormiguita, granito a granito, ha ido adquiriendo todos estos años, mientras serrucha que te serrucha prestaciones, servicios públicos, ayudas y salarios.
¡Ay, esta endiablada palabreja, paradoja inescrutable, que lo mismo significa recorte de renta que lo contrario, según de quién o quiénes -porque hay algunos más- se trate!
Yo, rebuscando un poco más, he conseguido hallar en el diccionario una fortuita y provisional solución al enigma semántico: la austeridad también significa «agrio y áspero al gusto» cuando se refiere a frutos. Debe ser por eso que tenemos ese amargor perenne, casi una llaga, en la boca, aunque como siempre la austeridad popular siga dependiendo de quién se coma el fruto.
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