Desde la «revolución pingüina -mayo de 2006-, Chile vive un despertar democrático y rebelde. Sin expresarlo todavía resueltamente -debido a la erosión sufrida por la cultura política y la atomización de la organización social-, las movilizaciones del pueblo revelan una voluntad de cambio político e institucional. Lo que se cuestiona es la institucionalidad heredada de […]
Desde la «revolución pingüina -mayo de 2006-, Chile vive un despertar democrático y rebelde. Sin expresarlo todavía resueltamente -debido a la erosión sufrida por la cultura política y la atomización de la organización social-, las movilizaciones del pueblo revelan una voluntad de cambio político e institucional. Lo que se cuestiona es la institucionalidad heredada de la dictadura junto con su modelo económico neoliberal. Cada vez es más claro que esas compuertas impiden toda solución a las demandas populares más significativas. Estamos en un punto en que si no se cambian la Constitución y el modelo económico, se producirá el inevitable desborde de la protesta social acumulada.
El pueblo está buscando a ciegas y en forma desordenada el camino de su liberación, rechazando toda tutoría política. Lo importante es que ha iniciado esa búsqueda -a contrapelo de los partidos que intentan limitar la protesta a aspectos sectoriales que no incluyan la Constitución ni el modelo de dominación-. Lo concreto es que se ha puesto fin a una larga etapa de sopor y resignación. La protesta social -cuyo epicentro está en Aysén pero que tiene réplicas en todo el país-, carece aún de la conducción política que le daría coherencia y rumbo definidos. No obstante, estamos viviendo una hora histórica. Vastos sectores del pueblo entienden necesario cambiar -por injusta e inhumana- la sociedad en que vivimos. Va creciendo un movimiento social y político que sin duda permitirá surgir liderazgos éticos y políticos que levantarán la alternativa pluralista y democrática de justicia social.
No es fácil percibir en todo su significado los fenómenos sociales en marcha. Ellos plantean la necesidad de trazar un rumbo para unir a la mayoría del pueblo. Se requiere un arduo trabajo para levantar una alternativa en cuyo seno pueda recrearse el partido del socialismo hoy ausente en la escena política. El tradicional pragmatismo de los partidos chilenos ha instalado la idea de que lo más importante es «derrotar a la derecha», para lo cual hay que unir a toda la oposición, o sea a la Concertación con el Partido Comunista. Se trata de un sofisma de quienes rehuyen el fatigoso deber de construir una alternativa popular independiente. La Concertación y la Alianza sirven a los mismos intereses. Veinte años de gobiernos de la Concertación no fueron distintos a los dos años del empresario Sebastián Piñera. Incluso las ganancias del sector financiero y del capital extranjero -los verdaderos amos del país-, fueron mayores durante los gobiernos de la Concertación. El hartazgo de los banqueros llegó a la exultación de proclamar que «amaban» al social demócrata Ricardo Lagos. En circunstancias que Chile se desangra en el altar del capitalismo, las ganancias de las transnacionales alcanzaron su peak en el gobierno de la socialista Michelle Bachelet. Las utilidades que remesaron al exterior superaron los 25 mil millones de dólares, el doble que en el periodo de Lagos. En materia de represión, los gobiernos de la Concertación y la derecha tienen igualmente el dedo en el gatillo, y los primeros se anotan quince muertos, en su mayoría mapuches.
Hace falta un escrutinio más prolijo de la derecha que representa Piñera. Desde luego, no calza en el estereotipo de nuestra experiencia histórica, que proviene del «gobierno de los gerentes» de Jorge Alessandri (1958-64) y de la dictadura militar-empresarial (1973-90). También es insuficiente nuestro análisis del neoliberalismo. Sus mecanismos de cooptación social se han hecho evidentes bajo este gobierno, pero su matriz se encuentra en el gobierno de Bachelet. El modelo neoliberal incluye maniobras de focalización del gasto público para ganar posiciones en sectores populares. Piñera ha seguido -y en algunos rubros ha profundizado- esas políticas de la Concertación.
Una política democrática y popular no debería consistir en «derrotar a la derecha» de la mano con la otra derecha. El Partido Comunista, desde luego, está en su derecho a entenderse con la Concertación. Se trata de «su» política, aprobada democráticamente por sus militantes. Pero los demás sectores democráticos deberíamos orientarnos a fortalecer el movimiento social, para que de allí finalmente surja una alternativa independiente anticapitalista -porque en el capitalismo se encuentra la raíz de la crisis que afecta a Chile y que amenaza a la Humanidad-. La protesta social en nuestro país, no merece escapar de las llamas de la derecha liberal de Piñera para caer en las brasas de la derecha concertacionista. Es tiempo de fortalecer la independencia del movimiento social para permitirle que genere su propia alternativa política. Tal como ocurrió en Venezuela, Bolivia y Ecuador, ni más ni menos.
(Editorial de «Punto Final», edición Nº 753, 16 de marzo, 2012)
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