Pocas cosas alegran tanto el alma como escuchar a Iván Fuentes, el buzo mariscador que emergió desde las aguas de la Patagonia y ha encabezado el movimiento que ha puesto en las cuerdas al poder. Un don nadie salido del mismísimo anonimato, representando a miles de sus compañeros, amigos y vecinos, ha retomado la costumbre […]
Pocas cosas alegran tanto el alma como escuchar a Iván Fuentes, el buzo mariscador que emergió desde las aguas de la Patagonia y ha encabezado el movimiento que ha puesto en las cuerdas al poder.
Un don nadie salido del mismísimo anonimato, representando a miles de sus compañeros, amigos y vecinos, ha retomado la costumbre ancestral de decir las cosas por su nombre. Y mediante ese simple expediente, ha llenado de optimismo a un país entero.
Algo está pasando. A la irrupción de dirigentes estudiantiles que remecieron con sus argumentos y marchas la somnolencia de un sistema que agoniza, le ha seguido el estallido aysenino, cuya gente reclama para que el sistema recuerde que ellos también son. Y en la primera línea de fuego, el rostro sencillo y transparente de Iván.
Se ha detonado una fuerza que no se sabe cuándo ni cómo terminará por deflagrar. Especialmente por la irrupción de una nueva generación de personas que han aceptado el desafío de representar a sus iguales, superando a los anquilosados dirigentes que en los últimos años han hecho encomiables esfuerzos por no dormirse en los salones, abotagados y bien servidos. Una extraña consigna recorrió Chile en este verano inusual: «Tu problema es mi problema». En una sociedad en que la cultura del egoísmo ha permeado e influido hasta al más pintado de los antiguos héroes, la evocación solidaria del llamado de Aysén no deja indiferente. Más aún cuando el portavoz de la Patagonia enardecida es una persona como Iván Fuentes, cuya principal fortaleza es ser como cualquiera es. Porque Iván Fuentes tiene un perfil más propio de presidente de Centro de Padres que de dirigente de una región rebelde. Su pelo lacio y escaso, su perfil aguzado y sus ojos transparentes, lo alejan del estereotipo de los añejos dirigentes sindicales y gremiales del país. No tiene la voz engolada de los acostumbrados a los salones, pero es claro al momento de hablar. Y por sobre todo, dice la verdad. Y peor aún, la gente, su gente, le cree. Pocas cosas tan peligrosas como esta conjunción de virtudes casi extintas.
Su inicial timidez ante los micrófonos ha derivado en una seguridad amparada en la confianza de ser uno más de los que han peleado contra el desprecio y la represión. Estamos en presencia de un caso inusual de dirigente social que no se queda en la retaguardia, sino que combate codo a codo con sus hermanos de barricada. Tampoco mide la hondura antes de meterse al agua. Despojado de las formalidades que atrapan, Iván Fuentes ha dicho con la transparencia propia del aire patagón las verdades que los poderosos se niegan a escuchar. Este genuino subversivo dirigente de los pescadores se ha atrevido a decir frases que encierran un peligro enorme para el sistema. «El sentido de bandada, de cardumen, de manada, nos da la fuerza a los que no tenemos fuerza, nos da poder a los que no tenemos poder». En alguna oficina secreta estas declaraciones terribles deben haber alertado a los estrategas, y activado planes de emergencia.
Y no cae del cielo, Iván Fuentes, ni emerge de las aguas levitando entre rayos dorados. Es un hombre cuya apostura es la del sencillo y digno conocedor de la pobreza, la marginación, el abuso y la postergación. De una familia de doce hermanos, a los diez años, empujado por la pobreza, cuidaba vacas por tres litros de leche al día como salario.
Desde entonces le viene el convencimiento de que la vida es dura para un pobre. Y que ha nacido en un país en que un rico es intocable y que las personas importan en la medida que tienen. La niñez de Iván no es distinta a la de los nacidos en una tierra en que las oportunidades las da la cuna. En donde el que nace pobre, lo será toda su vida y el que nace rico, mantiene su estatus para siempre. «Hay que cambiar el norte del pensamiento humano», dice sin ninguna postura fatua. «Para que no haya más barricadas, Chile debe ser un país justo», y de la convicción de sus palabras emerge el vínculo que lo hermana con sus compañeros en Aysén y en el resto del país.
Este joven buzo de las Guaitecas es producto de la tierra en la que ha criado a sus hijos. No le ha pasado inadvertido el paisaje: más bien la naturaleza fiera del sur le ha entregado los secretos para ser una buena persona, solidaria, despojada del egoísmo que no conocen ni las bandadas, ni los cardúmenes, ni las manadas que ha visto en los cielos, los mares y las llanuras de la Patagonia. Cursa una mala noticia para los poderosos que en un intento vano quisieron ver rendido a un hombre digno, traído desde sus tierras hasta los salones intimidantes del poder ilegítimo. El mal ejemplo de Iván Fuentes y sus compañeros recorre el territorio. Hizo mal el sistema en no haber cortado de raíz el movimiento aysenino en los albores de su incursión histórica. Les jugó una mala pasada el desprecio con que miraron a Iván y a su gente.
Ahora ya es tarde. En Chile hay bandadas, manadas y cardúmenes de personas que si se miran bien, son todas como Iván Fuentes.