La nación colombiana se conmovió por la explotación de una bomba colocada en uno de los miles de automotores blindados que circulan por la ciudad capital, protegiendo ora al político reinante, o al impune; ora al acaudalado narcotraficante, o testaferro; ora al funcionario publico o privado, gobernante; ora al jerarca militar, o su familia; ora […]
La nación colombiana se conmovió por la explotación de una bomba colocada en uno de los miles de automotores blindados que circulan por la ciudad capital, protegiendo ora al político reinante, o al impune; ora al acaudalado narcotraficante, o testaferro; ora al funcionario publico o privado, gobernante; ora al jerarca militar, o su familia; ora al amenazado dirigente de izquierda y lo que queda de esperanza.
La gravedad de lo enunciado es que la bomba explotó en Bogota; sede del militarismo imperante en Colombia. A donde, según los maquilladores mediáticos tan solo podrá haber unos cuatro mil simpatizantes de las guerrillas. Ciudad fortificada, a la que sesenta años de lucha armada prolongada en Colombia o de guerra de guerrillas aducen, no asientan. Es la ciudad vitrina a inversionistas. Lo grave del asunto es que un vendedor ambulante-con o sin peluca-pasmosamente se acerca y adhiere un explosivo gel a un vehiculo sobreprotegido; en lugar concurrido de la capital colombiana, previamente escogido. Calculado para que mueran transeúntes, civiles desarmados y porque no decirlo para que no muera el objetivo del atentado, al interior del vehiculo; puesto que con al menos «dos dedos de frente», a Calvo Sotelo, el franquista, lo volaron desde una alcantarilla, fríamente escogida cuando su automotor blindado, pasó por allí y a Anastasio Somoza B, con un mortero dirigido, que también lo levantó. Por ello la pregunta que todos se formulan, a quien servia ese bombazo contra el ex ministro Fernando Londoño; sino a los enemigos de la negociación política para la solución del conflicto armado, de la guerra, en Colombia.
Como la mas-media cree que los colombianos y colombianas somos enajenados con sus mensajes subliminalizados, no cayó en terreno abonado la versión inmediata que el atroz acto provenía de la insurgencia armada. En momentos en que quiéranlo o no, la captura en combate de un periodista corresponsal de guerra ha generado el debate público sobre la objetividad y verdad de la información; la posición gubernamental apostó al margen de espera para señalar al autor de ese mensaje terrorista de muerte. Elemental!
Pero la mas-media lo centró en la versión que daría una de las victimas del atentado: Don Fernando Londoño. Con verdadera decepción ciudadana escuché su acusación manifiesta. Señaló, como la sutura abierta de su propia herida, sin mayores elementos de juicio, a las Farc-ep; haciendo eco a la mas-media y la dañina versión fouchista policial. No le bastó la apreciación pausada de su hija al declarar que aunque sabia de procedencias de amenazas farianas contra su padre, en el caso del atentado no podía afirmar que fueran ellos. Y qué mueve a un ponderado hombre publico- independientemente de sus posiciones políticas fascistoides y de derecha- para atizar odios en Colombia?. Cómo entender que un ungido del poder económico y político sea inferior a (sus) las circunstancias?. Cómo creerle y aceptar, que un probo oficial civil que de alguna manera fue revestido de autoridad, analice que en la mente de su depredadores estaba el improbable caso de salir vivo de tan doloroso trance y que dado eso había salido y pueda lanzar el temerario- tanto para su conciencia como para la de los colombianos- Yo Acuso?. Pero en política pesan son los hechos y sus efectos. Al lanzar su deshilvanada acusación se coloca en contravia a la posición gubernamental. Opta por la consecuencial postura de la derecha terrorista en Colombia; no tanto porque la suerte de una solución política a la guerra en Colombia este en la existencia o no, de un marco legal para la paz; en el engendro o no de un fuero militar como cuestión política. El efecto político negativo a su impávida acusación redundó en cobarde silencio de sus conmilitones. Que mas efecto político que el saber que los colombianos y colombianas no tragamos entero.
Pero el hecho terrorífico de la bomba en Bogota continua causando los efectos buscados. Que la opinión publica y las gentes callen. Que las plumas no escriban, puesto que existen temas, como el abordado, que son prohibitivos. Estamos sumidos en los terroríficos trinos de los twiters, contra la libertad de expresión y de conciencia política, religiosa, de genero, de minorías; la intolerancia de la homofobía y libertad sexual.
Tras el bombazo en Bogota, se suceden los atropellos. Cuando existe clara y consecuente movilización de masas por la salida política al conflicto colombiano e irrumpen niveles calificados de organización política con vocación de servicio popular; aparecen los anuncios agoreros de «golpes militares» de salidas golpistas de facto, para obstaculizar la inevitable salida civilizada a los padecimientos de la nación colombiana.
Claro que abrigamos la no repetición de un nuevo genocidio político contra el Movimiento Político y Partidario La Marcha Popular. No podemos aceptar que en Colombia se continué con la acusación de la Combinación de las formas de lucha…
Desde entonces el estigma que cualquier organización política de izquierda, de masas, revolucionaria, que surge, proviene, o es creación, o hace parte de la insurgencia guerrillera.
Expliquemos que una cosa es la existencia de las distintas formas de lucha en Colombia: digamos la lucha legal, parlamentaria, institucional, gremial, reivindicativa, sindical, de masas y otra cosa la lucha ilegal, subversiva, en franca rebelión armada y generadora de oposición política armada contra el establecimiento estatal y no un gobierno en particular.
En el quehacer político aplica la formula universal de la división del trabajo. El quid para una metodología explicativa radica en que un partido político, cuya naturaleza es esencialmente legal, aplica una forma de lucha legal. De otro lado, que en la existencia de una forma de lucha ilegal, su naturaleza es esencialmente ilegal, subversiva contra el orden político imperante. Un dirigente guerrillero, es clandestino. Un dirigente político de izquierda, lo es legal. Lo de «guerrillero con corbata» o «guerrillero de café», corresponde al estigma por confundir el café con la leche. O se es una u otra cosa, no un café con leche.
El anatema, la condena del Estableshiment colombiano y del Imperio, radica en que la izquierda en Colombia reivindica la existencia de las distintas formas de lucha!. Ojo, aspecto muy diferente a la fementida combinación…de las formas de lucha. De manera que la izquierda en Colombia reivindica que la lucha armada es una forma de lucha (ilegal) en Colombia. Puede que en otras latitudes no lo sea. Pero en Colombia si .Puede que no estemos de acuerdo con sus métodos de vigencia armada. Pero en Colombia es una realidad palpable su existencia en todo el territorio nacional y su incidencia de peso especifico, en la vida política del país. Por supuesto que la existencia de la guerrilla, su presencia, permanencia en el tiempo y en el territorio nacional debe ir acorde con el presupuesto del Derecho Internacional. Al respecto es mucho el acervo probatorio documental y de estudios existentes acerca del carácter beligerante de las guerrillas (insurgencia) en Colombia. Sobre ello nos hemos dedicado en otros escritos.
Pero importa es la circunstancia de imperativo humanitario de salvaguardar el nacimiento en Colombia de un nuevo movimiento político legal y de masas. Ya existe el Movimiento Político y Social Marcha Patriótica. Ya esta conformado El Consejo Patriótico Nacional, que nace como un nuevo partido político en Colombia. De todos nosotros, colombianos y colombianas, depende el que no se repita otro genocidio político. El Polo Democrático Alternativo, ha sabido asimilar la posición correcta frente a la existencia o surgimiento del nuevo actor político en la izquierda colombiana.
Aunque en la guerra la primera sacrificada es la Verdad, la opinión pública nacional e internacional clama porque se esclarezca lo del bombazo en Bogota. Mas que injusto, angustiante, que el ciudadano colombiano Fernando Londoño no sepa cual es el margen de sus enemigos: si la suerte siniestra del sacrificado Álvaro Gómez H en la extrema derecha; o la enunciada distinción de respeto a los objetivos civiles de la insurgencia colombiana. No el militarismo, sino la Fiscalia y el Derecho, tienen el reto.
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