La XI Bienal de La Habana rompió barreras entre el arte contemporáneo confinado habitualmente en los consagrados sitios expositivos, para lanzarse a espacios públicos, sin hacer concesión alguna al populismo o guiños seudo democratizadores para ganarse a toda costa un no familiarizado espectador con su especializado lenguaje. Aunque «ángeles» ciegos, malintencionados y mentirosos quieren atribuirle […]
La XI Bienal de La Habana rompió barreras entre el arte contemporáneo confinado habitualmente en los consagrados sitios expositivos, para lanzarse a espacios públicos, sin hacer concesión alguna al populismo o guiños seudo democratizadores para ganarse a toda costa un no familiarizado espectador con su especializado lenguaje.
Aunque «ángeles» ciegos, malintencionados y mentirosos quieren atribuirle un cariz abiertamente politizado y «oficialista», la cita habanera que desde su creación siempre tuvo atisbos de acercar el arte al común de las personas, nunca antes lo concretó con tan marcada intencionalidad.
Para el incrédulo, basta recorrer con pupila avizora uno de los más populares paños del Malecón habanero, democrático y accesible, enorme diván de habaneros y visitantes, para capear el canicular calor, hablar de lo humano y divino, enamorarse o encontrarse con propios y extraños. Ese especial sitio donde más evidente se hace la psicología insular, en un estrecho muro que permite beber horizontes o hundirse en los vericuetos de la introspección, es por estos días gran galería a cielo abierto donde apreciar obras de cubanos de la Isla y asentados en muchísimos otros lugares del mundo, cada quien con su personal mensaje.
El Prado capitalino, para nada elitista, también es escenario de la sugerente propuesta del colombiano Rafael Gómez Barro, con una legión de hormigas pululando por fachadas e interiores del Teatro Fausto, como metáfora de obligados desplazamientos humanos, o acogió la masiva Conga Irreversible de Los Carpinteros que conminó a cientos de personas a arrollar hasta La Punta, en una expresión multi-expresiva y con tantas lecturas como cualquiera sea capaz de hacer.
Alí también Manuel Mendive realizó su multitudinario performance Las cabezas, con desnudos totales incluidos, que a muy pocos pacatos escandalizó por su sentido de rito artístico por el mejoramiento humano y hasta estimuló a una que otra abuela, según declararon en el Noticiero Nacional de Televisión, a llevar a sus nietas para apreciar arte del bueno.
Macsan, proyecto multidisciplinario desarrollado en la barriada de San Miguel del Padrón, para crear un museo de arte contemporáneo en unas abandonadas ruinas, atrae a los vecinos con sus propuestas de interacción comunitaria, sugerencias para conservar productos vegetales y hasta un tele centro local.
Ciudad Generosa, del Premio Nacional de Artes Plástica René Francisco Rodríguez y sus discípulos de Cuarta Pragmática, despierta el interés de las personas con sus casas de disímiles materiales, concebidas para que sus habitantes se interrelacionen, con soluciones ideales que pueden traerse a la realidad y demuestran lo mucho que con poco se puede lograr.
En el Pabellón Cuba «Creaciones compartidas», muestra de jóvenes artista de diversos países, se regodea con el aspecto lúdico e interactivo de las piezas, que se completan con la intervención de los espectadores, unas veces invitándolos a una mesa de billar con forma de isla de Cuba, a ponerse coturnos de geishas multidireccionales o a mascar goma para transformar imágenes proyectadas.
Allí también el visitante cae en la mirilla de un video instalación que lo toma como tiro al blanco, en otra cabina la incitación a un grito o sonido cualquiera desata una cascada de entrevistas sobre temas inusuales o una joven realiza joyas y objetos utilitarios con desechos del cuerpo humano.
En el cine Acapulco, el hip hop cubano undergrown, con la irreverencia y a veces hasta intolerancia de criterios de las generaciones más jóvenes, sacaron a la palestra temas polémicos actuales que les preocupan y ocupan en el performance visual musical «Créeme».
Por La Habana Vieja y Centro Habana, los franceses JR y José Parlá recorrieron calles y plazas con «Los surcos de la ciudad», una exposición itinerante, cuyos modelos son los vecinos de las comunidades, sobre todo, los más humildes y de la tercera edad, sorprendidos y entusiastas por ver sus rostros expuestos en gigantografías colgadas en los espacios públicos.
Eso, sin hablar de de los artistas consagrados a nivel mundial que acudieron a La Habana a exhibir sus obras y compartir experiencias, como el belga Hermann Nitsch, la serbia Marina Abramovic, los mexicanos Gabriel Orozco y Pablo Helguera, o la brasileña Diana Rodrígues, por solo mencionar algunos.
Como botón de muestra de las opiniones sobre esta edición valga lo expresado por el estadounidense Gilbert Brownstone, famoso galerista y presidente de una fundación que lleva su nombre (con el objetivo de acercar la justicia social a los pueblos mediante la cultura).
Nada que envidiar tiene la Bienal de La Habana a la de Venecia, declaró, en el programa Mesa Redonda, de la Televisión Cubana; y añadió que el evento italiano considerado el más famoso su tipo del mundo, es un mercado donde hay poco por descubrir y al que asisten escasos artistas del Tercer Mundo, todo lo contrario a lo que sucede en la capital cubana.
Brownstone afirmó que el mercado está matando al arte en todo el planeta y en contraposición, Cuba deviene el país que más ha hecho para preparar y educar a su pueblo y se siente muy orgulloso y un privilegiado por trabajar con la Isla.
También el especialista mexicano Cuauhtémoc Medina dijo que el espectador cubano es el sueño de cualquier curador porque existe, y es cierto.
En fin, el que no quiera ver que no vea, pero la realidad está ahí al alcance de ojos desprejuiciados y mentes abiertas para quien quiera comprobarla.