Iba a ser una cumbre histórica, la inauguración de una nueva alianza al servicio de un doble ideal: la lucha contra la pobreza y la protección del medio ambiente. Sin embargo, en la víspera de la apertura de la conferencia de Río+20, el miércoles 20 de junio, ya nadie se lo cree. Las perspectivas de […]
Iba a ser una cumbre histórica, la inauguración de una nueva alianza al servicio de un doble ideal: la lucha contra la pobreza y la protección del medio ambiente. Sin embargo, en la víspera de la apertura de la conferencia de Río+20, el miércoles 20 de junio, ya nadie se lo cree. Las perspectivas de un acuerdo son reales, pero sobre un documento que se contenta con limitar los daños. «Es una cumbre que nadie desea«, analiza Anabella Rosemberg, responsable de desarrollo sostenible de la Confederación Sindical Internacional (CSI). «Nunca la han visto con buenos ojos, ni el país anfitrión ni los países en desarrollo, ni los movimientos sociales -que no están de acuerdo con los temas- ni todos aquellos que dicen que el problema es la crisis y el paro, pero no el desarrollo sostenible. Seguimos viviendo en la pesadilla de Copenhague.»
La pesadilla de Copenhague es la incapacidad de la comunidad internacional para establecer reglas con vistas a conciliar el desarrollo con la preservación del ecosistema. Desde hace tres años y tras el fracaso de la cumbre de la ONU sobre el clima, en 2009, las conferencias se suceden y fracasan, con la notable excepción de la reunión de Nagoya sobre la biodiversidad, en 2010, donde se formularon algunas perspectivas de acción.
Estas cumbres chocan con el mismo obstáculo: la defensa de los intereses económicos frente a la protección del medio ambiente. Sin embargo, en 1992, cuando la Cumbre de la Tierra decidió promover el desarrollo sostenible, englobando en pie de igualdad la economía, la cuestión social y el medio ambiente, muchos creyeron ver en ello el comienzo de un nuevo modelo de desarrollo. Después nació el Protocolo de Kioto (1997), que limitaba las emisiones de gases de efecto invernadero, establecía el principio de cautela y el principio de que quien contamina paga, las agendas 21… Pero veinte años después, en realidad no se ha superado la contradicción entre la economía y la ecología. Los Estados siguen inclinándose a favor de la actividad económica y la creación de riqueza monetaria.
Es una primera contradicción, que determina en gran parte las posiciones más conservadoras, y por tanto paralizantes, en la negociación (EE UU, Canadá y, en menor medida, Europa). Y todavía más en plena crisis. Si bien Río+20 no es en sentido estricto una conferencia sobre el clima, está relacionada con él a través de temas como el desarrollo sostenible y la economía verde. Sobre todo, los países ricos se presentan en Río llevando en la mochila el pasivo de la financiación prometida en Copenhague (100.000 millones de dólares al año hasta 2020) y todavía no desembolsada: dicho en plata, nadie sabe dónde está ese dinero.
2012, año de la energía fósil
Sobre la conferencia Río+20 pesa una segunda contradicción hasta el punto de que casi la deja vacía de toda sustancia: 2012 es el año de la energía fósil. Extracción de hidrocarburos, consumo de energías, emisiones de gases de efecto invernadero… jamás el mundo ha avanzado tanto en estos aspectos, en flagrante contradicción con todas las recomendaciones de los científicos con vistas a evitar que la temperatura media aumente más de 2 ºC.
Mientras el mundo dirige la mirada sobre el centro de conferencias de Río de Janeiro, la acción verdadera está desarrollándose en otra parte: en los nuevos yacimientos de gas que están prospectándose en Rusia y EE UU, en el carbón que sigue utilizándose para producir electricidad, en los antiguos bosques brasileños desforestados. En cierto modo, el mayor enemigo de Río+20 no son los negociadores sectarios, sino el giro energético mundial en curso.
Los países ricos están anclados en «un sistema energético poco seguro, ineficaz y cargado de carbono«, se inquieta la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en su informe sobre la energía. Concretamente, el mundo está construyendo tantas centrales eléctricas basadas en energías fósiles y edificios energívoros que perdemos toda capacidad de actuar contra el cambio climático. «La puerta vuelve a cerrarse«, explica Fatih Birol, economista jefe de la AIE. Según ésta, las emisiones de CO2 volvieron a batir un récord en 2010: 30,6 gigatoneladas (Gt), es decir, 1,6 Gt más, y eso en medio de la crisis más grave desde hace 80 años. Tres cuartos de esa cantidad provinieron de los países en desarrollo.
Las emisiones de gases de efecto invernadero aumentaron un 5,9% en 2010, confirma el Global Carbon Project, una red internacional de científicos. Estos datos recientes desmienten la hipótesis de que podría mantenerse la disminución de las emisiones provocada por la recesión de 2009 una vez iniciada la recuperación (fuera de Europa). En realidad, por primera vez en varios años, las emisiones de gases de efecto invernadero progresaron en todo el mundo más rápidamente que el crecimiento económico. Según un estudio de la consultora PriceWaterhouseCoopers, la intensidad de carbono de la economía mundial aumentó un 0,6 % en 2010, y no únicamente por culpa de los grandes países emergentes. Los países ricos vuelven a contaminar más que la riqueza que crean (EE UU, Gran Bretaña, Alemania, mientras que Francia se mantiene estable). Entre los factores que lo explican cabe citar el frío invierno en el hemisferio norte, el descenso de los precios del carbón en comparación con el gas y la disminución de la aportación proporcional de las energías renovables. «Avanzábamos demasiado lentamente en la buena dirección, pero ahora vamos en la mala«, concluyen los expertos.
En EE UU, el balance no es apenas más brillante: aunque Barack Obama se había comprometido a reducir las emisiones de dióxido de carbono del país un 17 % entre 2009 y 2020, en realidad estas han aumentado un 3,2 % entre 2009 y 2010, según la Agencia de Protección Ambiental. Este aumento se debió a la recuperación del consumo de energía en todos los sectores de actividad, así como a unas temperaturas veraniegas particularmente altas, que hicieron que se redoblara el uso del aire acondicionado… un círculo vicioso infernal. Las emisiones de EE UU han crecido un 10,5 % desde 1990, y no se ve la posibilidad de invertir esta tendencia.
El caso es que el país conoce actualmente una verdadera nueva «fiebre del hidrocarburo». En Texas, Oklahoma, Ohio, Michigan y Kansas están abriendo gigantescos campos de perforación de aceite de esquisto, que pretenden extraer el crudo de la roca madre mediante la técnica de fracturación (fracking) hidráulica (prohibida en Francia). El campo más grande, Eagle Ford, podría incrementar por sí solo un 25 % la producción nacional de crudo en diez años. Las compañías petroleras invierten alrededor de 25.000 millones de dólares en 2012 en la perforación de 5.000 nuevos pozos de aceite de esquisto, según el New York Times. La producción de aceite de esquisto podría alcanzar los tres millones de barriles diarios en 2020. En Dakota del Norte, estos nuevos yacimientos generan puestos de trabajo duro, pero bien pagados, a las víctimas de la crisis y algunos de estos trabajadores incluso se quedan a dormir en sus coches cerca de su lugar de trabajo.
La edad de oro del gas
La caza del tesoro no se detiene allí, pues EE UU ha descubierto que posee bajo sus pies vastas reservas de gas de esquisto. Gracias a la explotación de estos yacimientos, el país podría convertirse en el segundo productor mundial de gas en 2035, por detrás de Rusia y por delante de China, según la AIE. Lo que significa que EE UU no se plantea abandonar la energía fósil. Algunos expertos prevén la independencia energética del país para 2050.
A la vista de este fuerte ascenso del gas en el mundo, la AIE habla de una «edad de oro del gas«. El consumo de gas se duplicará con creces en China en los próximos cinco años, según la agencia, y este país se convertirá en el tercer mayor importador del mundo, después de Europa y Asia-Oceanía. Está previsto que la demanda mundial crezca un 2,7 % al año hasta 2017. La producción aumentará principalmente en Rusia y en los países de la antigua URSS, además de China y Polonia (gas no convencional).
Algunos observadores -a imagen del provocador James Lovelock, teórico de la ecología profunda, defensor de la noción de «Gaia»- aplauden esta expansión del gas porque este emite menos CO2 que el carbón y por tanto es, teóricamente, más ecológico. Sin embargo, los hechos les desmienten, porque el uso de carbón tampoco deja de crecer, particularmente en China: por sí solo ya cubre la mitad del incremento de la demanda mundial de energía durante la última década. En 2035, el consumo de carbón podría haber aumentado un 65 % en comparación con 2010. En total, siempre según la AIE, la demanda de energía primaria -es decir, tal como existe en estado natural- aumentará un tercio entre 2010 y 2035, y cerca del 90 % de este aumento lo acapararán países no miembros de la OCDE. En suma, la transición energética es un espejismo.
Para concluir esta letanía de malas noticias para el medio ambiente, no olvidemos que el Protocolo de Kioto está siendo desmantelado gradualmente. El pasado mes de diciembre, Canadá fue el primer Estado en retirarse oficialmente de este tratado sobre la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Tenía que reducir un 6 % sus emisiones en 2012 sobre los niveles de 1990, cuando en realidad las ha incrementado. En cuanto a Japón y Rusia, solo aceptarán la prórroga del Protocolo -cuyo periodo de compromiso termina a finales de año- si los países en desarrollo aceptan a su vez una serie de limitaciones a su desarrollo, una perspectiva sumamente improbable.
El texto negociado en los preparativos de Río+20 se titula «El futuro que queremos«. En el mejor de los casos, la conferencia concluirá con un acuerdo para conceder más poder y dinero al Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), mejorar la protección de los océanos frente a la contaminación y fijar objetivos de desarrollo sostenible en sustitución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Esto no estaría mal, pero el proyecto de acuerdo no contempla nada que permita frenar la riada energética. Más bien podemos decir que en su película Melancholia, Lars von Trier inventó una figura que refleja perfectamente el espíritu de la época: la bella Justine, encarnada por la actriz Kirsten Dunst, aparece descansando, desnuda y sensual, bajo la luz del astro que va a destruirla.
Comprender Río+20 en 5 minutos
¿Cuándo y dónde?
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible tiene lugar del 20 al 22 de junio en Río de Janeiro, Brasil, la misma ciudad que había acogido la Cumbre de la Tierra de 1992. Es aquella cumbre, y no la de Johanesburgo en 2002, la que se ha grabado en la memoria colectiva porque concluyó con la promoción del concepto de desarrollo sostenible, que debía definir un nuevo modelo de desarrollo que combinara la economía con la cuestión social y el medio ambiente. La cumbre oficial viene precedida de jornadas de diálogo con la sociedad civil y podría prolongarse un día más o dos si las negociaciones se atascan.
Por otro lado, del 15 al 23 de junio se celebra un foro alternativo, la Cumbre de los Pueblos.
¿Quién?
Se espera la asistencia de unos 130 jefes de Estado y de Gobierno, aunque no piensan acudir ni Barack Obama ni Angela Merkel, salvo que cambien de opinión en el último momento, como hizo George Bush padre en 1992. La delegación estadounidense estará encabezada por la secretaria de Estado, Hillary Clinton. Se anuncia asimismo la presencia de Vladímir Putin y de los primeros ministros de China, Wen Jiabao, e India, Manmohan Singh, así como de la directora del FMI, Christine Lagarde. El secretario general de la conferencia es el diplomático chino Sha Zukang.
¿Para qué?
Los temas oficiales de la conferencia son la economía verde «en el contexto del desarrollo sostenible y de la erradicación de la pobreza» y la estructura institucional para el desarrollo sostenible, es decir, la cuestión de la gobernanza mundial. Concretamente, esto se desglosa en varios subcapítulos sujetos a negociación:
– La gobernanza mundial
Se trata de un culebrón de las negociaciones ambientales: ¿cómo reforzar el multilateralismo? Brasil propone reforzar el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que no tiene el estatuto de agencia de la ONU de pleno derecho (en su consejo de administración solo están representados una cuarta parte de los Estados miembros y se financia a base de aportaciones voluntarias). Francia propugna la creación de una organización mundial del medio ambiente, que sería simbólicamente tan fuerte como la Organización Mundial del Comercio. Sin embargo, puesto que EE UU se opone, esta idea no tiene ninguna posibilidad de materializarse.
– Los objetivos de desarrollo sostenible
Este es uno de los pocos avances potenciales de la conferencia: la formulación de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que tomarían el relevo de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), que pretendían eliminar la pobreza en el mundo para 2015. A propuesta de Colombia, se trata de lanzar una nueva vía de negociación con vistas a definir nuevos objetivos, que implique a todos los países en numerosos terrenos, desde la seguridad alimentaria hasta la energía sostenible. La mayoría de los países en desarrollo apoyan la iniciativa, viendo en ella una alternativa a la hoja de ruta de la economía verde, preconizada por la Unión Europea y las instituciones internacionales y considerada demasiado favorable a los intereses de los países ricos.
– La financiación
El G-77 (alianza de países en desarrollo, creada en 1967 para promover los intereses económicos colectivos de sus miembros, en el que actualmente se integran 132 países) y China proponen la creación de un fondo de 30.000 millones de dólares anuales para financiar el desarrollo sostenible. Sin embargo, los países industrializados se muestran muy reservados debido a la crisis económica.
– Los océanos
Para luchar contra la acidificación de los océanos y la desaparición acelerada de la fauna acuática debido a la sobrepesca, la propuesta que hay sobre la mesa consiste en obligar a los Estados a reducir la contaminación marítima y adoptar medidas de conservación de la biodiversidad marina fuera de las aguas territoriales nacionales. También se plantean cuestiones de transferencia tecnológica, tema fundamental para los países en desarrollo, pero la negociación al respecto está empantanada en vísperas de la apertura de la cumbre.
– ¿En qué punto se halla la negociación en vísperas de la cumbre?
En los meses que han precedido a la conferencia, la negociación se ha centrado en un texto titulado «El futuro que queremos», también llamado «borrador cero». En estos momentos se halla repleto de paréntesis y signos de interrogación y sin duda está demasiado poco maduro (solo el 37 % del texto cuenta con la aprobación de todos) para esperar que se llegue a un acuerdo hasta el final de la semana. Por otro lado, Brasil ha propuesto otro texto, esperando reunir más apoyos. Según la BBC, que ha conseguido una versión de la propuesta brasileña, el texto comprende los siguientes elementos:
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– Reconocimiento de la «necesidad de progresar en el cumplimiento de los compromisos anteriores«, aspecto al que se aferran los países en desarrollo porque les impone menos obligaciones que a los países ricos;
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– Reconocimiento del derecho a la alimentación y, con menos insistencia, al acceso al agua;
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– No a los compromisos financieros cuantificados, no a la supresión de las subvenciones a los hidrocarburos;
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– Compromiso de poner fin a la pesca ilegal y a la sobrepesca, apoyar a los pequeños pescadores y proteger la vida en alta mar;
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– No a la responsabilidad ambiental obligatoria de las empresas.
Fuente: http://www.vientosur.info/spip/spip.php?article6855