Antes de ser conocido por las épicas y dietéticas aventuras de Pepe Carvalho, Manolo Vázquez Montalbán ya era reconocido por el conjunto de textos experimentales que a modo de mosaico, caricaturizaban la estupidez y el estado de subdesarrollo mental que generaba la dictadura franquista. España era singular por la forma en que se abordaba la […]
Antes de ser conocido por las épicas y dietéticas aventuras de Pepe Carvalho, Manolo Vázquez Montalbán ya era reconocido por el conjunto de textos experimentales que a modo de mosaico, caricaturizaban la estupidez y el estado de subdesarrollo mental que generaba la dictadura franquista. España era singular por la forma en que se abordaba la vida política, que obviamente tenía poco en común con lo que ocurría en el resto del mundo. Franco centralizaba en buena medida la condición de subnormalidad del régimen fascista nacido del levantamiento militar de 1936. Textos subnormales, así los llamaría el autor, una reflexión sobre la función social de la literatura y la complejidad de plasmar esa situación imperante de delirio y surrealismo.
Vázquez Montalbán recuperaría este formato en las etapas vitales donde el imperio plenamente capitalista del cinismo y el eufemismo le reportaba más dolores carnales y espirituales de lo que era de esperar. La indignación ante el cachondeo olímpico que sometía a cirugía estética su querida Barcelona hasta límites de extirpar las arrugas de la memoria y de la educación sentimental, debía ser canalizada de nuevo por el subnormalismo. Los códigos textuales de la ironía y el sarcasmo, la distancia, la fragmentación narrativa, el collage o el absurdo, todos ellos en clave de ruptura con la realidad, no marcaban únicamente posición estética, sino una posición marcadamente ética de compromiso para retratarla y así cambiarla.
Hoy en día, podemos decir que nos encontramos en una nueva etapa de la subnormalidad, caracterizada ahora por flagrante colapso democrático. La pluma del autor barcelonés echaría humo. El Régimen de la Constitución de 1978 o Segunda Restauración Borbónica se sitúa en la etapa del triunfo de la posmodernidad y la desmemoria, de la homologación neoliberal a las estructuras de mercado que rigen unas relaciones personales y sociales características de cualquier sociedad burguesa, y de la integración al Frankenstein europeo y a las estructuras militares del Imperio. La democracia liberal trataba de legitimar los mecanismos de acumulación capitalista mediante la redistribución de plusvalías. La hegemonía del pensamiento único, del fin de la historia y de las ideologías, que supuestamente encontró coartada histórica en la caída del bloque del socialismo realmente existente, llegó hasta el límite de nuestras fibras. A pesar del control ideológico establecido por el delirio consumista del crédito fácil y de unas clases que bajo la creencia de creerse medias, ya empezaban a experimentar con lo que conoceríamos como realidad virtual, la democracia liberal no conseguía enmascarar la sombra del delito expresada en la doble moral, la doble verdad y la doble contabilidad.
Pero esto ya se ha acabado, bienvenidos de nuevo a la subnormalidad, (conocido recientemente como la sobrépolis) como decíamos, en el escenario del surrealismo a pie de calle, el régimen de la inverosimilitud elevada a categoría divina. La crisis orgánica de modelo y de sistema, se acentúa en nuestro país gracias a la cleptocracia especuladora y política que pretende exponencialitzar beneficios sobre un modelo de crecimiento centrado en el ladrillo y los productos financieros derivados. La burbuja estalla y nos embadurna a todos de mierda. La crisis es de demanda dada la sobreproducción y la sutil pero progresiva pérdida de poder adquisitivo de las clases trabajadoras y populares en la época de vacas gordas. Entramos en lo que se conoce como etapa de acumulación por desposesión. Para mantener las tasas de ganancia, las clases dominantes, en adelante, el 1%, deben incidir en los costes, es decir, en la laminación drástica de las condiciones de vida de las clases populares y trabajadoras, en adelante, también, el 99%. Y aquí es cuando entramos de lleno en el Régimen de la Subnormalidad.
Que si esto lo tenemos que superar entre todos, que si hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, que si bajar los impuestos es de izquierdas, que si tenemos demasiados derechos comparado con… el Congo belga. Más de seis millones de parados acusados de vividores a lo Julio Iglesias, jóvenes espectacularmente cualificados obligados a servir cafés en el extranjero, policía entrando por balcones ajenos para desahuciar familias trabajadoras, cuando no, ya las encuentran suïcidades, hipotecas heredadas por biznietos, indultos a torturadores y ladrones de cuello blanco mientras que del trullo no te salvas si robas para comer o para llamar la atención ante la situación de pobreza que ya alcanza el 30%, abuelos y enfermos crónicos pagando tres veces por los medicamentos y listas de espera que ya parecen las colas para votar en Venezuela, niños apilotonados en clases a oscuras por el impago de la factura de la luz, que además, no se pueden expresar en su propia lengua, trabajadores despedidos por caer de baja médica, encarcelados preventivamente para ejercer el derecho a huelga, el «toma el sobre, la subvención y la comisión y no Hace falta que corras, Sólo ponle jeta i niégalo todo», Mossos con barra libre, personas sin ojo… En síntesis, reformas laborales socialistas y populares, recortes, reforma de las pensiones, privatización de recursos y servicios públicos, incluidos sanidad, salud y políticas sociales, endurecimiento del código penal, reforma deutocràtica de la constitución para engordar bancos y mercados financieros antes de que garantizar los derechos fundamentales de la ciudadanía…
Este panorama, que contrasta con la retórica cínica de la política oligárquica inundada de eufemismo malabar de payaso de circo, que conjuga con el enriquecimiento acelerado de unos pocos a costa de la desposesión del 99%, nos sitúa en la más profunda de las subnormalidades. Subnormalidad puede ser una de las actitudes que tome el 99% frente a esta triple crisis: social, nacional pero fundamentalmente democrática. Subnormalidad es pensar que un sujeto socialdemócrata puede retornarnos al pasado, a las condiciones asociadas al estado del bienestar nacido del pacto de posguerra. Subnormalidad es genuflexión permanente a la Santísima y Trinitaria Iglesia de la Sacra Correlación de Fuerzas que nos aboca de nuevo a situarnos en la crítica oficial en el marco del régimen. Subnormalidad es tratar de acercar posiciones con alguna de las facciones del 1% para dividirlas, pensando que estas pretenden intereses divergentes, buscando estallar supuestas contradicciones que no han existido nunca.
Superar el estado de subnormalidad supone entender que el marco jurídico político e institucional adecuado al nuevo ciclo de acumulación de plusvalías por desposesión es irreformable, y que por lo tanto, debemos romper con él. Superar el estado de subnormalidad supone entender la irreversibilidad de un proceso de ruptura democrática del y para el 99%. El objetivo ineludible pasa por articular un bloque político y social antisubnormal como bloque de poder constituyente, capaz de generar una nueva correlación de fuerzas, un nuevo marco de relaciones políticas que permita la transformación social y el sometimiento de la economía a las personas . Estamos hablando, pues, de un proceso constituyente que parte de las necesidades inmediatas como potenciales constituyentes ya que para garantizarse requieren fundar tanto una nueva legalidad como una nueva legitimidad.
Publicado en Veu Rebal nº33
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