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Palabras para la jubilación de un servidor público ejemplar

Fuentes: Rebelión

Para el profesor y maestro Francisco Gallardo Díaz. No debería ser difícil para mí hablar de Paco Gallardo, el profesor de literatura de nuestro Instituto, el Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Ha habido cinco Pacos, o mejor, dos Franciscos y tres Pacos muy importantes en mi vida. Mi padre, el hermano de […]

Para el profesor y maestro Francisco Gallardo Díaz.

No debería ser difícil para mí hablar de Paco Gallardo, el profesor de literatura de nuestro Instituto, el Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona).

Ha habido cinco Pacos, o mejor, dos Franciscos y tres Pacos muy importantes en mi vida. Mi padre, el hermano de mi tío fallecido a los 19 años en la batalla del Ebro, se llamaba Francisco. El padre de mi compañera, que no llegué a conocer, se llamaba también Francisco. Paco era el nombre de una de las personas a las que más debo y a quien más he querido en mi vida, Francisco Fernández Buey, cuya ausencia entre nosotros no logro asimilar. Francisco Téllez, Paco también, dos de sus hijos han sido alumnos de nuestro Instituto, también míos para mi honor, un amigo torturado por el fascismo, un trabajador de la construcción incansable, todo un referente para mí. Y Paco, finalmente, es el nombre de nuestro Paco, del incansable profesor, compañero, maestro, activista cultural, alma de mil actividades en nuestro Instituto… y fuera de nuestro Instituto, en Santa Coloma, en esta ciudad trabajadora que tanto ha hecho suya y por la que tanto sigue haciendo.

Quería decir cuatro o cinco cosas sobre él, sobre nuestro compañero recientemente jubilado.

La primera se dice pronto, en pocas líneas. Conozco a Paco desde hace más de 30 años, desde que llegué al Puig, y hemos sido amigos, muy próximos en algunos momentos, a lo largo de este largo período. Recuerdo bien momentos de felicidad, de muy agradable e infrecuente felicidad a su lado, y, sobre todo, recuerdo su generosa amistad y su firme apoyo en momentos muy difíciles para mi. Gracias.

Paco, profesor de lengua y literatura castellana durante décadas como es sabido, fue profesor de latín y filosofía en su primer año en el Instituto. Yo llegué como profesor de filosofía dos o tres años más tarde. Los alumnos y alumnas notaron el cambio… para peor como ya se han imaginado. «Paco, Paco, Paco», gritaban a coro en mis clases. El sí que es un verdadero profesor de filosofía y no tú. ¡Ni se te entiende ni se te esperaba ni se te escucha! Las comparaciones, efectivamente, son odiosas. ¡Por llegar tarde y no estar a la altura de aquellas circunstancias!

La amistad, pues, la amistad a lo lejos y desde lejos era el primer punto que quería comentarles.

El segundo tiene que ver con una deuda, con una deuda cultural, intelectual. Si yo me recompongo, no me ciego y soy sincero conmigo mismo y mis limitaciones, debo reconocer que, mal que me pese y hasta el momento, he sido más bien un lector de panfletos, materiales y octavillas. Así es. De hecho, yo me veo ahora a mi mismo como un compulsivo autor de papeles de este último género literario (que, se lo confieso, no me parece despreciable. Creo, incluso, que su extendida descalificación es signo del postmodernismo a la moda e indocumentado en el que seguimos parcialmente inmersos. ¿No fueron acaso octavillas algunas de las cosas que escribieron gentes como Spinoza, Kant, Marx, Gramsci, Einstein o Russell ?).

Aún así he leído algún autor destacado del siglo XX. Al último, a Mankell, me he acercado gracias a Carles Gil, otro director imprescindible del Puig. El primero, la primera de la lista quería decir, me estoy refiriendo a Patricia Highsmith, fue recomendación de otra directora, de otra gran degustadora literaria, Merçè Romaní, también entre nosotros y también directora en su momento. De los otros tres autores que he leído con insistencia y fidelidad, Jorge Luis Borges, Thomas Bernhard y Andréi Platónov, estoy en deuda con Paco.

Que Paco me incitara a la lectura de Borges parece razonable. Me inicié, además, paradoja de paradojas, en Nicaragua, mientras me trasladaba en 1985 desde Managua a Boaco. Allí leí La cifra y Los conjurados, durante el viaje de ida. Recuerdo bien el argumento gallardiano para convencerme de la excelencia de la potencial decisión: «¿Una absurda e impresentable mano estrechada al criminal dictador Videla te va a impedir leer a uno de los grandes autores de la literatura universal? Por favor, Salva, piensa un poco. No te ciegues como un topo sin orientación»

El argumento era convincente… y me convenció. Devoré a Borges, al poeta también. Incluso me atreví a hacer una antología de su obra desde una perspectiva filosófica que editamos el Grup de Filosofía del Casal del Mestre de Santa Coloma de Gramenet, el grupo que dirigía, abonaba y cuidaba otro maestro imprescindible, Pere de la Fuente, un compañero que nos ha dejado recientemente y al que Paco también conocía muy bien.

Que Paco me acercara a Bernhard tiene más mérito y resulta más raro. Yo había estudiado algo de alemán y en mis ensoñaciones juveniles pensé ser germanista. Mi maestro, Manuel Sacristán por supuesto, lo era. Lo lógico, lo razonable, hubiera sido lo contrario, que yo recomendara a Paco la lectura del autor de Extinción, novela que, por cierto, un poco más y me extingue a mi.

Nunca le agradeceré suficiente la recomendación. No he leído mucho teatro del autor austriaco pero sí he leído con mi máxima atención casi todas sus novelas y narraciones. Mis preferidas, unas de mis preferidas: Corrección, Tala y su autobiografía. El niño y El aliento sobre todo.

La recomendación del tercer autor, Platónov, es si cabe más extraña y meritoria El autor de Chevengur proviene del área soviética y yo aquí estoy o debería estar más puesto. He gritado miles de veces «Viva-visca la Unión Soviética». Y, por tanto, debería saber de sus grandes autores, ortodoxos, heterodoxos o disidentes. No era el caso. Paco me lo descubrió (incluso me lo regaló), y no yo a él como sería más razonable.

(Platónov, por cierto, era también uno de los autores preferidos del otro Paco, de Paco Fernández Buey. Sobre él ha escrito páginas espléndidas. De las mejores, a la altura de las que dedicó a una filósofa muy singular, muy del gusto también de nuestro amigo, Simone Weil).

Así, pues, dicho lo dicho, visto lo visto, como comprenderán, es cortesía de mínimos, debo decir una y mil veces: «muchas gracias».

La tercera nota que quería destacar tiene que ver con la erudición. Les resumo brevemente la historia para hacerme comprensible.

Viajemos en el tiempo a 1968. Dos aldabonazos. Hablo del segundo, de la invasión de Praga. Fue en agosto. Antes, en invierno y primavera, una de las experiencias históricas más importantes del comunismo democrático del siglo XX. Su resolución, su aniquilación por la fuerza, un desastre de consecuencias incalculables. No es imposible que lo ocurrido veinte años después tuviera relación directa con aquellos acontecimientos.

Paso página. Medio año después de la invasión, José María Mohedano, el que llegara a ser posteriormente responsable parlamentario del PSOE en la etapa de Carlos Solchaga «el neoliberal sin principios», y don Felipe Gas Natural, entonces colaborador de Cuadernos para el Diálogo, hablo de Mohedano, no se confundan, propuso una entrevista a Sacristán sobre la construcción del socialismo en Checoslovaquia. Resultado de ello: uno de los grandes escritos del autor de Intervenciones políticas. Leída más de 40 años después sigue teniendo tanto interés como entonces. O acaso más.

No me resisto a recordarles algunas de las tesis que allí mantenía; me voy un poco a Úbeda pero vale la pena, ganarán con el viaje.

Este paso, por ejemplo, vale su peso en oro de reflexión y muestra la honestidad de la apuesta, del compromiso del filósofo.

[…] los problemas del movimiento socialista obrero y del marxismo son tan importantes, que, en el fondo, lo más interesante del caso checoslovaco no es su concreción interna, aquí discutida, sino su mero ser, el que se produjera, planteando en la práctica la situación crítica. Si la crisis se hubiera podido desarrollar abiertamente, democráticamente «o sea, ante los ojos y los oídos de la clase obrera y expuesta, por lo tanto, a la intervención directa de ésta», se habría tenido un fecundo efecto de catarsis epistemológicas.

Tampoco el siguiente paso está mal del todo. En absoluto. Poner bozales a la propia Bestia, de eso se trata.

Por último, querría observar que mientras no se hayan dado -como no se han dado hasta ahora- sino pocos e inseguros pasos hacia el vaciamiento del Estado, yo no usaría despectivamente los conceptos de juridicidad y ley. Porque ese desprecio tiene en su historia los asesinatos de la vieja guardia bolchevique, de las víctimas de los procesos del 38, de Trotski y de Bujarin…, y ahorrémonos el resto de la cuenta; y con esos asesinatos, la falsificación fundamental de la vida socialista. (Claro que todos esos asesinatos no «equivalen» a lo que el capitalismo inflige al mundo cada veinticuatro horas. Pero lo que aquí me importa es criticar la experiencia socialista.) Juridicidad y ley son formas del poder político. Consiguientemente, son algo que el movimiento socialista se propone superar. Pero superando el poder, no haciendo a éste el favor de liberarle de la relativa constricción jurídica, de sus formas.

Por ese errado camino se había llegado repetidas veces a algo que los comunistas checoslovacos denunciaron eficazmente: a la aplicación (ilegal, antijurídica) de la coacción de la democracia proletaria contra el propio proletariado.

Esa denuncia de los comunistas checoslovacos era, dicho sea de paso, clasista. Y de marxismo auténtico, por ser de buena dialéctica. En cambio, la tesis que identifica la clase obrera con su estado -tesis tan cómoda para los burócratas y tan atractiva para el dogmatismo de izquierda o de derecha- es, por su falta de análisis previo, mera mística (izquierdista o derechista) o mera hipocresía (burocrática), ausencia de todo ejercicio de las categorías de la reflexión. No hay identidad metafísica entre el proletariado y su estado. Si la hubiera, no se ve por qué habría que desear la extinción del estado proletario. Y como no hay tal identidad, la clase ha de ponerle bozal a su propia Bestia: ha de imponerle la legalidad socialista. El poder político -según la teoría marxista- es un mal, aquí y donde sea. Mientras hay Estado, el desprecio de la juridicidad socialista, aunque se crea revolucionario, es en realidad, a la corta o a la larga, complicidad con la Bestia.

El último, no les canso, casi como una visión trágicamente confirmada, anuncia cosas peores:

Por lo que hace a los partidos comunistas de países capitalistas avanzados, es evidente que no se trataba de cubrir el expediente: para su estrategia era vital la experiencia checoslovaca. Ella contenía su propia problemática no respecto de la consecución del poder, pero sí respecto de la construcción del socialismo en un marco civilizatorio profundamente diverso del de las tierras del Zar, las del Hijo del Cielo o las de los encomenderos. Su protesta no podía ser «manera de salir lo más airosamente del paso», sino verdadera cuestión de vida o muerte, al menos en el terreno de la programación teórica. Creo que, lejos de estar en puertas la solución de los problemas a que alude la pregunta [de J. M. Mohedano], la nueva crisis del movimiento socialista y del marxismo no ha hecho más que empezar, o no ha llegado aún a su culminación. Pasarán cosas peores.

En todo caso, vuelvo del viaje de Úbeda, el punto que quería comentarles es el siguiente. En un momento de la entrevista Sacristán señalaba:

Una de las sátiras con más gracia entre las que se han hecho del movimiento comunista es aquella de Jorge Guillén que lo presenta como un pelotari pedante y cabezota al que la tenacidad «muchas veces, acaso, petulante y subjetivamente necia» le permite no cansarse nunca de devolver al muro la pelota de la historia. O lo que él cree ser la pelota de la historia. En suma, no cansarse nunca. Ni impacientarse, por lo tanto, sino saber que la impaciencia, que en un determinado momento puede ser revolucionaria, mucho más frecuentemente tiene una naturaleza subjetivista y reaccionaria, como el impaciente odio orteguiano y las calendas griegas de la utopía clásica.

¿Jorge Guillén hablando de pelotaris? Raro, muy raro. Pero el maestro lo había escrito y, por tanto…

Cuando algunos años después, en 2004, Francisco Fernández Buey y yo editamos algunas entrevistas del autor de «Panfletos y Materiales», Paco FB me comentó la extrañeza de ese pasaje. Juan-Ramón Capella también lo había señalado en su momento. Por qué no lo miras, Salva, me señaló Paco. De acuerdo, de acuerdo, respondí. ¿Cómo iba a decirlo que no? Pero… ¿cómo, dónde, de qué manera?

No sabía, no logré comprobar nada. Finalmente, se me encendió la bombilla neuronal y se lo comenté a Paco, al otro Paco. ¿Te suena a Guillén este paso? No, en absoluto, me respondió. Esto debe ser de Bergamín me dijo sin más. ¿De Bergamín? ¿De qué Bergamín? Te lo miro esta tarde me comentó.

Dos horas después me escribió y me dio la respuesta. Sacristán se refería, efectivamente, a un paso de la sátira «Coloquio espiritual del pelotari y sus demonios». La obra había sido escrita por José Bergamín en 1973. El fragmento al que aludía Sacristán era el siguiente:

No puedo retener en mi mano el único objeto de mi vida; tengo que lanzarlo siempre fuera, con todas mis fuerzas -y vuelve siempre a mí-. Sufro en cuerpo y alma de esta fatiga.

Era esa la verdadera referencia, a la envidiable erudición literaria de nuestro amigo y profesor de lengua y literatura se la debemos. Gracias. Nunca había visto una cosa así. ¡Qué memorión! ¡Qué agudeza!

Después de ello, claro está, una propuesta. Por aquello de que la mejor forma de decir es hacer, praxis cortés y consistente.

Nos ubicamos ahora en Barcelona, en la plaza Urquinaona, un obispo, canario si no recuerdo, bastante conservador. Miremos al mar, por vía Laietana. Al final de la calle, un monumento dedicado al Marqués de Comillas, uno de los burgueses catalanes que hizo fortuna con el tráfico de esclavos y al que la ciudad de Montseny y Companys, incomprensiblemente, sigue dedicando un monumento. Y no sólo es eso.

Iniciemos la marcha descendente desde la plaza, un lodazal de horrores. Tras el instituto de Estadística, el poder fáctico por excelencia de Cataluña, Caixabank. A lado, justo al lado, una estatua altamente significativa. No doy más referencias por el momento. Sigamos el paseo.

Apenas cincuenta metros después, en la acera de la derecha, la comisaría central barcelonesa, donde se torturaba a los luchadores antifranquistas (en su mayoría comunistas democráticos de todos los rincones de España, no sólo catalanes por supuesto). Entre ellos, Paco Téllez, salvajemente torturado en diciembre de 1975, poco después de la muerte del general asesino. Ahora una sola bandera, la neofranquista, ondea en su balcón principal. Ni una sola placa indica lo que fue: un centro de tortura y de crímenes. Allí, donde quieren que habite el olvido.

A pocos metros, cien tal vez, en la misma acera, otro ex poder fáctico catalán que ha jugado sucio-sucísimo con las hipotecas y desahucios, Caixa de Catalunya. Cortando perpendicularmente la vía Laietana, la avenida de la Catedral, símbolo por excelencia del catolicismo ultraconservador catalán (que tiene incluso un partido, Unió, a su servicio), Fomento del Trabajo, una de las peores y más explotadoras patronales de nuestro país de países, y otra avenida que llega hasta el mercado de Santa Caterina. El nombre de ella: «Avinguda de Francesc Cambó». ¿Es posible? Lo es, lo es. ¿Una avenida dedicada a un empresario parafascista catalán, supuestamente catalanista, el máximo líder de la ultraconservadora Lliga? Como han leído. ¿Pero no habíamos quedado que Barcelona era la ciudad de los prodigios, la ciudad de la excelencia democrática, la ciudad sin símbolos franquistas? ¿Cuadra entonces? No, no cuadra. ¿Vamos a seguir así? No deberíamos seguir así.

Propongo un cambio: un Francisco por un Francesc, un Francisco Gallardo, como representante de los servidores públicos entregados y honestos, por un Francesc Cambó, dignísimo representantes de aquellos que prefieren -no es el único como hemos podido saber estos días- ante todo «el orden» (es decir, su orden, su orden de clasismo y desigualdades) y las cuentas abultadas de resultados. ¿A que ganamos con el cambio? Por supuesto, por 1.000 a 0.

¿Y con la estatua?, ¿qué decimos de la estatua? Pues que también está dedicada a don Francesc, a don Cambó. Paco no quiere estatuas, no es lo suyo. Podemos imitar a las palomas. Nos reuníamos los jueves, a las 19 horas, los antifranquistas de la ciudad y amigos próximos y realizamos un acto preformativo, como dirían los filósofos de lenguaje analíticos: defecamos, en casa o en público, todos y todas a una, unimos resultados, y los ubicamos con cuidado para cubrir una de las estatuas que más daño hace a la memoria democrática antifascista de Barcelona, de la ciudad de Neus Porta, Paco Fernández Buey y Pere de la Fuente.

Acabo. En el mismo lugar donde celebramos este acto, dio una conferencia hace algunos años José María Valverde. Yo fui su alumno durante años, fui puntualmente a sus clases de Estética, en la Facultad de Filosofía de la UB. No me enteré de mucho, no era lo mío, pero me quedaba y salía de cada clase con la boca abierta. Oírle recitar a Machado era oírle recitar a don Antonio Machado.

Años después, coincidí con Valverde y su compañera Pilar, recientemente fallecida, en actos de solidaridad con la Nicaragua sandinista, con el primer sandinismo. Le cogí un poco de confianza, un poco, sólo un poco. Un día, había bebido más de la cuenta, y me atreví con una impertinencia. Había leído a Russell y a Hanson Russell y pensaba que todo estaba resuelto. Y esto del Juicio final, le comenté, ¿de qué va? ¿Es algún examen? ¿Te preguntan por el argumento ontológico, por la creatio ex nihilo, por si te has tragado el misterio de la Santísima Trinidad?

Valverde, paciente en general, me miró con cara enérgica y más que enfadado. ¡No te enteras, es que no te enteras! Lo de los simbolitos lógicos puede ser lo tuyo pero estás negado sin remisión para asuntos sustantivos. El Juicio, me señaló, va de metáforas y de las siguientes preguntas centrales: ¿Y tú qué has hecho en verdad para dar de beber al sediento? ¿Y tú qué has hecho en verdad para dar de comer al hambriento? De eso va. ¿Lo has captado? Tragué saliva, mucha saliva. Y me callé desde luego.

Me costó pero lo entendí, creo haberlo entendido al cabo de los años. En ese «examen», dentro tal vez de 40 o 50 años, cuando llegue el momento que deseamos lejano-muy-lejano, Paco sacará un 10 porque, entre muchas otras cosas, ha ayudado siempre a dar de comer y de beber a los hambrientos y a los sedientos. Gracias también por ello.

PS. Si me atreviera acabaría con un tocayo, con Salvador Espriu, con un Espriu aflamencado a la Enrique Morente, como este «He mirat aquesta terra» que interpretan Silvia Pérez Criz y Toni Soler.

¡Qué puñetas! Me atrevo, ahí voy. Por bulerías.

Quan la llum pujada des del fons del mar

a llevant comença just a tremolar,

he mirat aquesta terra,

he mirat aquesta terra.

Quan per la muntanya que tanca el ponent

el falcó s’enduia la claror del cel,

he mirat aquesta terra,

he mirat aquesta terra.

[…]

Quan el vent es parla en la solitud

dels meus morts que riuen d’estar sempre junts,

he mirat aquesta terra,

he mirat aquesta terra.


Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.