En el momento de mayor debilidad objetiva del gobierno de Rajoy, ni el PSOE ni Izquierda Unida son capaces de promover el último empujón que termine con este sarcasmo del gobierno del PP, que hoy parece, más que un partido de la derecha liberal y conservadora, una asociación urdida para delinquir. La falta de movilización […]
En el momento de mayor debilidad objetiva del gobierno de Rajoy, ni el PSOE ni Izquierda Unida son capaces de promover el último empujón que termine con este sarcasmo del gobierno del PP, que hoy parece, más que un partido de la derecha liberal y conservadora, una asociación urdida para delinquir. La falta de movilización de los partidos de la izquierda estatal es señal de que no quieren o no pueden hacer nada. Acordes, por otro lado, con la falta de movimiento en esa dirección de la ciudadanía. Aunque ésta ha demostrado -recordemos el 15M o la PAH- que es capaz de saltar cuando menos se espera. Cosa que no puede afirmarse de los partidos. Es evidente que la marca España está cubierta de mierda precisamente porque el partido en el gobierno está cubierto de mierda. Los alemanes y polacos que vivían en los alrededores de los campos de concentración afirmaron que no olían a quemado. Nosotros no olemos lo suficiente, al parecer, los efluvios que suben del vertedero.
En el caso de Izquierda Unida, me temo que es una cuestión de capacidad, pues la voluntad de cambio, como el valor a los gladiadores, se les supone. Igual que los sindicatos van a remolque de la historia porque ya no tienen afiliados dispuestos a jugarse por ellos el salario de unos cuantos días -aunque no hacerlo podría costarles el trabajo para siempre-, IU no tiene detrás una ciudadanía capaz de acorralar al gobierno reclamando democracia, como hemos visto en América Latina, de manera que los gobernantes mentirosos tengan que salir en helicóptero de la casa de gobierno. Por razones que ella misma debiera analizar, su capacidad de convocatoria es escasa. ¿Demasiado burocratizada?
La renuncia al asalto al palacio de invierno por parte de la izquierda significó renunciar a cualquier tipo de reclamación que no fuera parlamentaria. Igual que durante la Transición el PCE de Santiago Carrillo golpeó a militantes comunistas que portaban la bandera republicana (en un caso evidente de exceso de celo que buscaba combatir el anticomunismo de la dictadura), la izquierda no socialdemócrata ha carecido de cintura para entender todo lo que está pasando fuera de los lugares tradicionales de su tradicional tradición (el partido, la fábrica, el periódico de referencia, el padre de familia, el sindicato, el obrero industrial). Los comunistas siempre han sido gente de orden, y en el desorden actual, sólo encuentran sosiego en su círculo más íntimo. No nos engañemos: Alberto Garzón, el diputado más esperanzador de IU, está en el Parlamento solamente porque la dirección estaba convencida de que no salía escaño por Málaga.
Ese haberse dejado el alma detrás del cuerpo les impide obtener algo más que las migajas que caen de la impotencia calva del PSOE. Y, lo que es peor, no ayudan a configurar el ariete que debiera haber convocado a la ciudadanía para evitar que Diego Cañamero entre en la cárcel o para meter dentro a toda la cuerda de ladrones que piden recortes y recortes mientras ya no tienen sitio en el garaje para otro jaguar, otra tonelada de confeti o unos sobres cada vez más grandes. Y si alguien no se acuerda, fueron los comunistas quienes más dieron la cara contra el franquismo, pagando precios muy altos en tiempos muy duros.
Si IU no puede, el PSOE no quiere. Si en uno es impotencia, en el otro es tacticismo. Asustado por el caso de los ERE, por el juicio a Pepiño Blanco, por su connivencia en la reforma del artículo 135 de la Constitución o por la defensa cerrada de la monarquía, del Tratado de Lisboa o del gobierno de los Estados Unidos, el acorralamiento del PP sólo quiere enfrentarlo en la medida en que se traduzca en una recuperación electoral de votos. Pero con un Rubalcaba aún peor valorado que Rajoy, ese escenario parece incierto. Así que el mejor escenario es esperar y esperar y esperar, que en agosto todo cobra otro ritmo. ¿Apuestan a que ese es el consejo de Felipe González? Mientras adviene una segunda transición.
No vamos a solucionar nada que no convoque el pueblo desde su «hasta aquí hemos llegado». Lo que hay que ver es si de verdad hemos llegado hasta aquí. Porque sabemos que están tocadas todas las claves para un estallido, pero nadie puede escribir qué es lo que hace que los regimenes finalmente caigan. Son cuestiones de consciencia (porque los parados, los desahucios, los recortes, las desigualdades ya las tenemos). La gota que desborda el vaso. Imaginar la alternativa. Que el dolor se vuelva insoportable. Que la burla del poder nos quite demasiada decencia. Hace falta que el pueblo deje de tener miedo a saber que el gobierno es y va a seguir siéndolo un maltratador de la ciudadanía. Se han dicho: «o ellos o nosotros». Y están haciendo su parte.
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