Dos imágenes pueden servirnos para anunciar el actual cambio de fase institucional. Las sucesivas portadas de el periódico El Mundo sobre Baácenas que culminan en la colección de SMS enviados por Mariano Rajoy; y la declaración de Rubalcaba en la que declara la ruptura con el gobierno y pide a Rajoy que dimita, todo ello […]
Dos imágenes pueden servirnos para anunciar el actual cambio de fase institucional. Las sucesivas portadas de el periódico El Mundo sobre Baácenas que culminan en la colección de SMS enviados por Mariano Rajoy; y la declaración de Rubalcaba en la que declara la ruptura con el gobierno y pide a Rajoy que dimita, todo ello acompañado con una posible (si bien apenas anunciada) moción de censura.
En este momento es transparente para cualquiera que el gobierno, si no todo el aparato del Estado, es una institución-mafia que sostiene no sólo al Partido Popular, amén del resto del arco electoral, sino también todo un modelo económico ligado directamente al boom inmobiliario y sus intereses. Si abrimos un poco la mirada y atendemos al caso de los EREs andaluces vemos este modelo de institución-mafia sostenido en este caso sobre las ayudas públicas y las redes clientelares vinculadas al sindicato UGT. Algo similar podríamos hacer con el caso Palau, etc. Hablar de corrupción como un fenómeno particular, aislado, sin conexión con las formas de gobierno de los últimos 35 años y en concreto de la expansión del ciclo inmobiliario es, simplemente, falso. En todos los casos, se trata de formas de gobernabilidad apuntaladas en el territorio y que hoy están sometidas a la implosión interna y el acoso externo.
Esta aceleración de la crisis institucional es fruto de, al menos, cuatro factores. En primer lugar, la creciente preocupación en las élites del país para encontrar recambios y nuevas narrativas que sean capaces de servir a la recomposición de los consensos sociales; una capacidad hoy por hoy arruinada. El segundo es el enfrentamiento entre dichas élites por ocupar un lugar en ese nuevo marco narrativo de la «regeneración democrática». El tercero tiene que ver con la «independencia», siempre parcial, de la magistratura, en relación con las acusaciones populares o partidistas así como el papel de determinados jueces y juezas. Y el cuarto y más importante, es la presión constante, creativa y desbordante de la gente en las redes y en la calle sea en forma de «Rodea el Congreso», sea mediante toma de viviendas o escraches, Mareas, etc.
De esos cuatro factores sólo el que se desarrolla en las calles, las redes y las plazas tiene capacidad real de impulsar la discusión sobre un nuevo marco democrático capaz de superar del régimen del 78. Dicho de otra forma, los elementos de «regeneración democrática» que hoy se colocan encima de la mesa apuntan más bien a un intercambio de caras dentro de una misma élite. Nos proponen un escenario de control interno de la corrupción dónde habrá, es probable, más transparencia, pero no vivienda; dónde los políticos responderán por sus casos de corrupción, pero sin un sistema de sanidad o una educación realmente universales y públicos; y, sobre todo, dónde los avances en términos de democracia real directa y participada seguirán siendo subsidiarios al pago de la deuda.
La caída de Rajoy, que políticamente puede conjugarse ya en tiempo pasado, es una buena noticia, como lo son todos los momentos en los que el régimen político expone abiertamente su fragilidad, pero la democracia no está aquí todavía. Sus enemigos, el actual bloque de poder, van a tratar de esquivarla, una vez más, acelerando los tiempos de la recomposición.
Más organización social, más presión del abajo hacia el arriba, más conexiones entre los espacios, más desborde, han sido los elementos de toda esta fase destituyente. Lo que viene ahora es el desafío de la revolución democrática hecha por la gente, desde la gente, sin mediadores, sin tutelas.
Ya hemos demostrado que podemos. Se acercan tiempos interesantes.
Fuente: http://madrilonia.org/2013/07/rajoy-cae-la-democracia-no-ha-llegado-todavia/