Analizar el ejercicio del activismo político por parte de los jóvenes cubanos de hoy pasa primeramente por entender el concepto de activismo, el cual se comprende como el ejercicio o la acción sostenida que busca o pretende promover un cambio de índole social o política, dirigido a favor de una postura particular dentro de una […]
Analizar el ejercicio del activismo político por parte de los jóvenes cubanos de hoy pasa primeramente por entender el concepto de activismo, el cual se comprende como el ejercicio o la acción sostenida que busca o pretende promover un cambio de índole social o política, dirigido a favor de una postura particular dentro de una disputa o controversia. Si asumiéramos que el proceso llamado Revolución cubana ha tenido a lo largo de su historia a los jóvenes como su motor impulsor, podríamos sacar la conclusión de que para garantizar el funcionamiento y sobrevivencia de ese proceso revolucionario se hace necesario el ejercicio del activismo político por parte de los jóvenes cubanos.
En su discurso por el 60 aniversario de la epopeya del Moncada, el presidente cubano Raúl Castro, quien en 1959 tenía solamente 28 años, expresó: «esta revolución sigue siendo aún de jóvenes».A pesar de todo, la juventud cubana, consciente – quizás en su mayoría- de que no ejerce poder en la toma de decisiones, ha adoptado una posición de alejamiento y pasividad política.
Hoy es más fácil encontrar a un católico beato hablando sobre la homosexualidad que encontrar a un joven cubano entre 18 y 30 años hablar sobre términos como Revolución, Socialismo, Marxismo y hasta Democracia; lo que no significa que los jóvenes cubanos hayan apostado a la negación del proceso revolucionario existente en Cuba desde 1959. Varios factores objetivos y subjetivos han influido en ello.
Antes de 1959 los jóvenes cubanos apelaron al activismo político como forma de reclamar, en primer lugar, mejores condiciones para el estudio; en segundo lugar, provistos de una visión más colectiva y nacional, luchaban para dar solución a los males que lastraban a la República cubana de aquella etapa. Mientras algunos bajaban la colina universitaria dispuestos a enfrentar la represión y el asesinato, otros, aunque eran la minoría, permanecían indiferentes a la lucha centrados en las fiestas, los coches y la música; lo que demuestra que la lucha revolucionaria jamás contó con el concurso de la totalidad de los jóvenes de la época. Surgen en esa etapa – a mende de las diferencias en pensamiento, contexto histórico y acción – figuras de la talla de Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau, Antonio Guiteras, Abel Santamaría, Frank País, José Antonio Echevarría y Fidel Castro, líderes naturales de una vanguardia juvenil cuyas acciones repercutieron trascendentalmente en el curso de la historia cubana.
Tras el triunfo del 1 de enero de 1959, los jóvenes encontraron en la Revolución y en la serie de programas sociales impulsados por la misma la solución a muchos reclamos de generaciones precedentes, ello permitió que por primera vez en la historia cubana la gran mayoría de los jóvenes forjara una alianza de convivencia con el Gobierno. Con el nacimiento en abril de 1962 de la Unión de Jóvenes Comunistas, organización considerada por la Constitución de la República de Cuba en su artículo sexto como garante de «la participación activa de las masas juveniles en las tareas de la edificación socialista», la alianza se patentizó en el acompañamiento de una cantidad significativa de jóvenes en tareas estratégicas para la economía cubana entre las décadas del 60, el 70 y el 80. Esta fue la etapa de líderes juveniles como Joel Iglesias y Jaime Crombet. Al igual que antes, existieron jóvenes que optaron por la inactividad, el desconocimiento e incluso por la insubordinación, pero siguieron siendo minoría.
La década del 80, sobre todo sus últimos años, junto a los primeros años de la década del 90 trajeron consigo el ascenso de líderes juveniles nacidos tras el triunfo de la Revolución, ejemplos de ello: Carlos Lage, Roberto Robaina, Felipe Pérez Roque y Carlos Valenciaga, quienes años después serían destituidos por comportamiento indigno y poco honesto. De aquella generación, a la que muchos analistas consideraron como la encargada de garantizar el traspaso generacional, quedan varias figuras que, tras un paso eficaz por diversas posiciones, hoy ocupan altas funciones tanto en el Partido como en el Gobierno a todos sus niveles, ejemplo de ello: Bruno Rodríguez Parrilla (55 años), actual ministro de Relaciones Exteriores; y Miguel Díaz Canel (53 años), quien el pasado 24 de febrero fue electo Vicepresidente primero del Estado y del Gobierno.
El Período Especial y la caída del marxismo dogmático incidieron no solo en la economía sino también en la ideología en los jóvenes. El proceso de división de la sociedad cubana acaecido tras las medidas adoptadas a partir de 1992 trajo consigo la modificación de conceptos y valores en la mentalidad de las nuevas generaciones de cubanos. Los jóvenes comenzaron a ver como personas sin ninguna preparación profesional o intelectual contaban con un nivel de vida superior al de personas con alta preparación o integradas al sistema, lo que acarreó consigo la masificación de la apatía y la desvinculación política de los jóvenes, quienes comenzaron a adoptar patrones individualistas y de sobrevivencia personal con el consecuente abandono de la lucha en pro de construir una mejor sociedad para todos. A partir de este momento comienza a hacerse común entre los jóvenes mantenerse alejados del activismo en organizaciones como la UJC o el Partido, organizaciones que hoy son vistas por algunos como espacios solo dedicados a la reunión y la cotización. La gran mayoría de los jóvenes siente que participar en la política en Cuba es, en primer lugar, ser un «comecandela»; y en segundo lugar, morir en el intento de hacer algo para que al final no cambies nada.
Si bien desde que somos pequeños, los cubanos nacidos a partir de 1959 hemos integrado – muchas veces involuntariamente- diversas organizaciones políticas y de masas (OPJM, FEEM, FEU, UJC, CTC, CDR, FMC) que nos han permitido sentirnos aparentemente con el poder de cambiar las cosas, hoy resulta insuficiente el grado de influencia de las bases en el funcionamiento de esas organizaciones, lo que ha traído como consecuencia la desmotivización, la apatía y hasta en algunos casos hasta la repulsión. A pesar de que las organizaciones estudiantiles y la UJC integren dentro de sus miembros a gran cantidad de masa juvenil, la mayoría de sus miembros no se sienten representados por sus dirigentes. Muchos de estos integran una «cuadrocacia» que ve en el ejercicio de un cargo la oportunidad de «subir» políticamente o de encontrar un beneficio personal -muchas veces en lo material- y que en contadas ocasiones baja a las bases y atiende los urgentes llamados hechos por la militancia.
Hoy no tenemos una estructura capaz de agrupar a todas las vanguardias juveniles de los diferentes sectores, porque la Unión de Jóvenes Comunistas o la Federación de Estudiantes Universitarios no son capaces de hacerlo. Hay una cosa clara: no todo el mundo tiene que ser altruista, no todos tienen que luchar sacrificadamente y resignarse, o sacrificar sus planes, su proyecto individual. Eso es tarea de una vanguardia; que tiene que ser capaz de conducir a los demás grupos hacia la construcción de un paradigma, de un proyecto social. Y eso hoy, a diferencia de otras etapas, no existe.
Cuba necesita, como mismo tuvo en los años antes de la Revolución o en años después de la misma, una juventud que influya en la vida nacional y que proponga y participe de verdad y que sobre todo, vuelva a ser rebelde. Como bien expresó hace unos días el periodista Enrique Ubieta:«(..) sin la rebeldía, la juventud no es joven». Ser rebelde no significa ser quebrantadores de la ley o enemigos de la institucionalidad, ser rebelde significa ser inquietos, soñadores y sobre todo ser críticos incorregibles.
Promover el activismo juvenil va unido no solo a la urgente y necesaria reformulación de las líneas de trabajo de las organizaciones actualmente existentes sino también crear nuevas organizaciones desde la cual los jóvenes podamos ser participes en la toma real de decisiones y en la reforma de conceptos y líneas.
José Martí, prócer de la independencia nacional y uno de los ejemplos más claros de joven de su momento políticamente activo, expresó: «La juventud es feliz porque es ciega: esta ceguera es su grandeza: esta inexperiencia es su sublime confianza. ¡Cuán hermosa generación la de los jóvenes activos!».¹
Referencias:
¹ «Escenas mexicanas», Revista Universal, México, 29 de septiembre de 1875, t.6, p. 338
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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