No hace mucho aún podía oírse que la llamada «cuestión nacional», un problema que había marcado la política española durante décadas, había quedado desfasada. ¿Para qué perder el tiempo hablando de una independencia de Cataluña, Euskadi y Galicia cuando estábamos ante un exitoso proceso de integración supranacional que se llamaba Unión Europea? Asimismo, los nacionalistas […]
No hace mucho aún podía oírse que la llamada «cuestión nacional», un problema que había marcado la política española durante décadas, había quedado desfasada. ¿Para qué perder el tiempo hablando de una independencia de Cataluña, Euskadi y Galicia cuando estábamos ante un exitoso proceso de integración supranacional que se llamaba Unión Europea? Asimismo, los nacionalistas (de derecha, tercera pata del sistema bipartidista) decían que lo que había quedado obsoleto era el Estado-Nación, y que las nacionalidades históricas (según el término recogido en la Constitución) alcanzarían una independencia de facto en la cercana «Europa de los pueblos».
Ambas posiciones siempre han sido las dominantes y han convivido en todos los pactos básicos de la transición política española. La UE contituía el acuerdo de fondo y bastaba con ir aprobando tratado tras tratado con el objetivo de desmantelar el Estado-Nación, la soberanía popular y sus instrumentos económicos, políticos y militares (la OTAN siempre ha estado y está ahí). Más integración, menos Estado. Síntesis perfecta.
Para los partidos mayoritarios, PSOE-PP, el objetivo consistía en llegar al Estado mínimo neoliberal por la mejor vía (la que aparece impuesta desde el exterior), para conseguir que los poderes económicos mandaran, nos disciplinaran, bajo la férrea dirección alemana. Para las burguesías nacionalistas era una gran oportunidad: de-construían el Estado español, conseguían la añorada independencia y, cosa no menor, ligaban su suerte a las Naciones ricas de una Unión que estaba mutando.
Como suele ocurrir, la crisis sistémica del capitalismo que vivimos ha puesto todo patas arriba y desnudado las verdaderas realidades de una Unión Europea auténtica máquina de desposesión y expropiación de derechos, bienes y patrimonio de las poblaciones. En el centro del proyecto está la configuración de una periferia subalterna y dependiente de un núcleo o centro económico y geopolítico dominante. La Europa del Euro ha devenido en la Europa Alemana, que mantiene relaciones coloniales con un Sur sin soberanía y en proceso de involución civilizatoria.
Todo esto obliga necesariamente a cambiar los postulados tradicionales, que ya no son capaces de interpretar la realidad y mucho menos de transformarla. Aquí y ahora: ¿Que significa la independencia de Cataluña o de Galicia? ¿Independencia de España para pasar a ser un Estado de la Unión Europea? ¿Ser un Estado más de esta Europa oligárquica, antidemocrática y dependiente del imperialismo norteamericano? Para las derechas nacionalistas vascas, catalanas (el nacionalismo gallego siempre ha sido plebeyo) esta es su Europa, la del capital, la que privatiza los servicios públicos, la que precariza la fuerza de trabajo y cercena los derechos sociales y sindicales, la que desregula el mercado y desmantela las empresas públicas, la que mercantiliza el conjunto de las relaciones sociales y convierte la democracia en un mecanismo de selección de la clase política al servicio de la plutocracia dominante.
Hoy, el conjunto de los pueblos de España, sus clases trabajadoras, sus jóvenes y sus mujeres viven una situación de dominio y opresión producto de una alianza de clases entre las diversas burguesías en torno al Estado alemán. ¿Qué es la Troika? Es la expresión política de esa alianza que administra los intereses generales de la burguesía en su conjunto, incluida la vasca y la catalana. Las propuestas de independencia deberían verse en este contexto, relacionando cuestión nacional con cuestión de clase, desde un punto de vista anti imperialista.
Hay una reflexión de Castelao que puede ayudar mucho a construir una perspectiva más compleja y rica. Como es sabido, para el autor de «Sempre en Galiza» el independentismo no era una salida realista para su pueblo; las razones de fondo tenían que ver con las dificultades de un pequeño país para sobrevivir en un mundo en permanente lucha entre grandes potencias, en las condiciones económicas, sociales y militares definidas por el capitalismo imperialista. La tarea real, difícil y dura, era construir un nuevo Estado y democratizar el poder, teniendo como frontispicio el derecho a la autodeterminación de las naciones y pueblos.
¿Hoy el objetivo no debería ser la construcción de un nuevo Estado liberado de la Europa Alemana? Podría hacerse forjando una alianza entre trabajadores, pueblos y ciudadanía para construir un Estado republicano y federal, comprometido con los derechos sociales y nacionales, promotor de la democracia económica y ecológica y defensor consecuente de la igualdad sustancial entre hombres y mujeres. Una comunidad de pueblos y naciones libres e iguales que se unen para construir una humanidad liberada del mal social de la explotación, el dominio y la discriminación.
Pero, como pasa casi siempre cuando no se abordan a tiempo las cuestiones que afectan simultáneamente a la razón y a los sentimientos, hoy la cuestión nacional ha explotado en las manos de una clase política que ha estado mirando hacia otra parte durante demasiado tiempo. Y lo ha hecho proyectando una humareda tan densa que en Cataluña ya casi es imposible discernir los problemas reales de lo que son simples subterfugios para eludir la agobiente realidad cotidiana.
Una situación a la que han contribuido eficazmente la mayor parte de las izquierdas, las sindicales incluidas, que atenazadas por lo que han supuesto políticamente correcto, han laminado, hasta casi suprimirlos, los valores tradicionales sobre los que esas izquierdas se construyeron. Y así, con frecuencia, y también de un modo creciente, la identidad de clase se ha ido diluyendo, hasta quedar subsumida en una identidad nacional gestionada hábilmente por la burguesía. Son burgueses, es verdad, pero son «los nuestros». Un disparate.
La izquierda siempre había defendido la solidaridad de clase, la hermandad de los pueblos, ante quienes eran sus verdaderos enemigos. Ahora, en Cataluña, esa izquierda, de forma mayoritaria, se ha sometido voluntariamente a sus enemigos: la Europa Alemana, la burguesía autóctona.
Lo diremos de nuevo: ¿Hoy el objetivo no debería ser la construcción de un nuevo Estado republicano y federal, comprometido con los derechos sociales y nacionales, promotor de la democracia económica y ecológica y defensor consecuente de la igualdad sustancial entre hombres y mujeres?
Dicho queda.
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