A la muerte de Suárez, loas y ditirambos, para un personaje supuestamente de una pieza, de blanco y rosa. Oficialmente no se silencia su pasado franquista (gobernador civil de Segovia, ministro secretario general del Movimiento, responsable de Televisión Española, presidente de uno de los gobiernos de la Monarquía), pero se reasume éste para marcar su […]
A la muerte de Suárez, loas y ditirambos, para un personaje supuestamente de una pieza, de blanco y rosa. Oficialmente no se silencia su pasado franquista (gobernador civil de Segovia, ministro secretario general del Movimiento, responsable de Televisión Española, presidente de uno de los gobiernos de la Monarquía), pero se reasume éste para marcar su capacidad de romper con el pasado y, junto a Juan Carlos I, pilotar el cambio que trajo a España la libertad y la democracia. Al «duque» le han salido corifeos por doquier, a pesar de que terminó su tiempo político solo y, sobre todo, rodeado.
El consenso en torno a su figura es hoy granítico, inapelable, el propio de un personaje casi de ensueño. En los medios convencionales, ni media nota de disenso. Algunas sombras sobre el personaje pueden encontrarse en el libro «Adolfo Suárez. Ambición y destino», publicado por el periodista Gregorio Morán en 2009. Morán es un periodista de raza, díscolo, que nunca ha comulgado con lo políticamente correcto. En 1979 ya publicó entre polémicas «Suárez. Historia de una ambición». En «El precio de la transición» reventó las costuras del gran pacto entre elites que escenificó la democracia. También se cuestionó en «El maestro en el erial» la trayectoria de un pope de la filosofía contemporánea española, Ortega y Gasset. El periódico conservador «La Vanguardia» deja todos los sábados un hueco para su afilada pluma.
Suárez se definía como un «chusquero de la política». Era, según Gregorio Morán, «un hombre que había empezado desde los niveles más bajos del escalafón, lo que obliga a considerar el poder como medida de todas las cosas». Y así fue, a pesar de la mermelada altruista que se proyecta después de su muerte. Suárez, abogado, no ostentaba una carrera profesional de brillo, ni provenía de una familia de fuste, ni destacaba por su patrimonio económico. Por eso tuvo que buscarse padrinos políticos (Herrero Tejedor o Fernández Miranda) y moverse para hacer dinero. Nunca leyó un libro por entero y le preocupaba muy poco la cultura, ahora bien, destacaba como un gran jugador de naipes y, ya en el poder, como un obseso por el espionaje y las escuchas telefónicas. Ascendió peldaño a peldaño. Ya en los 60 se arrimó a un personaje que podría colmar sus ambiciones: Juan Carlos de Borbón. Y su intuición no le falló.
Vitoria, marzo de 1976. Tras la declaración de huelga general, la represión por parte de la policía dio lugar a cinco obreros muertos y más de cien heridos, cuarenta y cinco de ellos por bala. Dado que Fraga Iribarne se encontraba en Alemania, Suárez hizo las veces de Ministro de Gobernación. Dirigió la actuación de la fuerza policial después de la matanza. «A partir de entonces, no se cansará de relatar al rey, a los ministros y a todos sus colaboradores, las eficaces disposiciones que tomó para neutralizar el multitudinario funeral por las víctimas», explica Gregorio Morán.
La prosa de Moran es diáfana y rica en léxico. Maneja abundante información pero sus ensayos se leen con agilidad, a pesar de que «Adolfo Suárez. Ambición y destino» (Debate) se desarrolla en 600 páginas. Para describir a un personaje saca el látigo y, con dos zurriagazos, certeros y mortíferos, donde más duele, los deja para el arrastre. Es, además, un polemista nato al que difícilmente se le puede encajar en un estrecho marco ideológico. Tal vez un librepensador.
Da importancia a los personajes, a sus biografías y ambiciones, al hecho individual más que a las grandes estructuras. Muchas veces saca a relucir el anecdotario. El 24 de abril de 1976 España y la República Federal de Alemania disputan en el Estadio Vicente Calderón un partido de la Copa de las Naciones. En el palco presidencial, el rey y Suárez comparten tertulia. Pero el futuro dirigente de UCD se muestra preocupado por una serie de reportajes que publica la revista «Doblón», en el que se le acusa de irregularidades económicas cuando presidía la asociación juvenil deportiva YMCA. Un episodio que también forma parte de la biografía de Adolfo Suárez.
El 4 de mayo de 1976 tiene lugar en la residencia del banquero Ignacio Coca una reunión entre los grandes financieros españoles y tres jóvenes políticos, entre los que se halla Suárez. Éste, explica Gregorio Morán, «improvisó en torno a cómo hacer un partido político, el próximo futuro y la importancia de los bancos. Entre sus reflexiones se incluía la solicitud de 500 millones para crear un grupo que respondiera a las necesidades de la derecha española». Los potentados, una vez finalizada la reunión, se retiraron ponderando la capacidad persuasiva y el talento de «ese Suárez». Quien sigue haciendo carrera. El 3 de junio de 1976 el rey viaja a Estados Unidos. Tal como sugiere el «duque» se sanciona a la revista «Cambio 16» por una viñeta del monarca en plan danzarín, a lo Fred Astaire. «Los representantes militares en el Gabinete aplauden el gesto de autoridad del joven ministro», apunta Morán.
El referéndum para la Reforma Política en diciembre de 1976 marca un mojón en la transición española. Con la victoria del «sí», Suárez empieza a monitorear el proceso, para lo que se distancia de sus padrinos (Torcuato Fernández Miranda y el rey) y asume el protagonismo de negociar y dividir a los partidos de la oposición, al tiempo que pone los cimientos para forjar un partido propio. El personalismo de Suárez le lleva a un creciente distanciamiento del monarca (actualmente se les presenta, sin embargo, como uña y carne). El 3 de mayo, Suárez anuncia en Televisión Española su candidatura a las elecciones. Según Gregorio Morán, «el conglomerado de partidos, grupos y partidetes sobre el que se asentaba no tenía otra ambición que la de los soportales del estado. Innumerables pruebas de la colusión entre el gobierno, el estado y la UCD fueron suministradas a lo largo de la campaña (…)».
En los comicios de junio de 1977 Suárez se apoya en «dos armas de milagrosa eficacia». Las dos cadenas de Radiotelevisión Española, las únicas existentes, que dirigía Rafael Ansón, y la Agencia Efe, presidida por su hermano, Luis María Ansón. «Luego estaban los columnistas políticos, auténticas vedettes durante el último periodo del franquismo, ahora convertidos tanto en formadores y deformadores de la opinión como en autores de los discursos del propio Suárez. La historia de la UCD como partido exigiría un análisis detallado del papel jugado por periodistas del entorno gubernamental y ucedeo como Abel Hernández, Pedro Rodríguez, Fernando Ónega, Pilar Urbano, Antonio Papell, Ramón Pi, Pilar Cernuda, Antxón Sarasqueta…». ¿Es éste el cándido amateurismo político que estos días tanto se invoca y añora?
Los altos responsables de la UCD no se sentían cómodos con el sustantivo «partido» a la hora de definir a su formación. Preferían referirse a «La Empresa», «término coloquial y privado» que compartían Suárez, Pío Cabanillas, Abril Martorell y Martín Villa. La palabra «empresa» tenía «un aire benevolente y envolvía a la política de lo que realmente era para ellos, una inversión y un beneficio». La misma concepción de la política manifestaba Juan Carlos I, quien remite el 22 de junio de 1977 una carta desde La Zarzuela al Sha de Persia, Reza Pahlevi, autócrata que detentaba el poder con el apoyo de Estados Unidos. En la misiva el rey señala que el PSOE obtuvo mejores resultados de lo que se esperaba, «lo que supone una seria amenaza para la seguridad del país y para la estabilidad de la monarquía, ya que fuente fidedignas me han informado de que su partido es marxista».
Agrega Juan Carlos I en la carta: «Por esa razón es imperativo que Adolfo Suárez reestructure y consolide la coalición política centrista, creando un partido político para él mismo que sirva de soporte a la monarquía y la estabilidad de España». El rey pide el apoyo de Reza Pahlevi en nombre de la UCD, con la mira puesta en las elecciones municipales que se celebrarán en seis meses. Solicita, con toda campechanía borbónica, diez millones de dólares «como tu contribución personal al fortalecimiento de la monarquía española». Poco después, Suárez viaja a Arabia Saudí con Prado y Colón de Carvajal (administrador privado del rey) para concretar otro préstamo del príncipe Fahd.
¿Qué era realmente la UCD?, estos días tan evocada en arrebatos de melancolía. «Como profesional de la política, sin la cual no sabría qué sentido dar a su vida, Suárez entendía que el poder aglutinaba más que cualquier definición ideológica», apunta el periodista. Así, la Unión de Centro Democrático era de todo: «progresista», «interclasista», «democrática», «europeísta» e «internacionalmente solidaria». Más tarde, asumiría incluso los valores del «humanismo» y la «ética cristiana». No resulta extraño, aún dolientes por el «fin de las ideologías», que esa asepsia postmoderna suscite hoy tanta admiración.
La ingenuidad y la bisoñez de Suárez y su partido no se compadecen con algunos de los hechos apuntados por Gregorio Morán en su libro. En la campaña para las elecciones de 1979, en la que la televisión se utilizó con efectos demoledores, Rafael Ansón (jefe de imagen) propuso una aparición estelar de Suárez en televisión, en horario de máxima audiencia, en la que afirmó que el PSOE «defiende el aborto libre, subvencionado por el contribuyente, la desaparición de la enseñanza religiosa y propugna un camino que nos conduce hacia una economía colectivista y autogestionaria». Se dijo que el presidente pudo llegar a movilizar esa noche 700.000 votos.
A Adolfo Suárez no le resultaba ajeno el medio. En el tardofranquismo estuvo al frente de Televisión Española, donde los ministros (no podía ser de otro modo) promocionaban gratuitamente su imagen pública. Suárez cumplía al pormenor, como responsable del ente, con las instrucciones de Carrero Blanco, al tiempo que manifestaba un cuidado especial en la proyección del Príncipe Juan Carlos. «No hay una separación neta entre Adolfo, como censor y controlador de la sanidad mental de los telespectadores, y su responsabilidad como jefe de Programas, director de la Primera Cadena o director general», resume Gregorio Morán. El año 1972, con Suárez como director general del ente público, estalló el escándalo de la adjudicación al empresario José María Maldonado, y a su empresa Nortrom, de las contratas de la red de UHF en España, de las Frecuencias Moduladas y las Ondas Medias.
Asuntos de los que estos días poco se habla en medio del ceremonial. Otro material que puede encontrarse en el libro de Morán para recomponer la figura política de Suárez: «Desde el mismo año de su retirada política hasta 1997, el bufete de Adolfo Suárez -A.S., Abogados- recibió de las compañías eléctricas muchos millones de pesetas, canalizados por Antonio Navalón, con denominación profesional: Euroibérica Internacional de Estudios, SA. (EIESA)». Navalón, relaciones públicas de grandes fortunas y grandes bufetes, será el personaje «que consiga buena parte del patrimonio que acumulará el duque de Suárez».
Tras conversación de Aznar con el presidente de Telefónica, Juan Villalonga, en 1996 Adolfo Suárez fue nombrado con unos ingresos de 60 millones de pesetas anuales, asesor de la compañía para América Latina, cuenta Morán. O los 300 millones de pesetas supuestamente donados por Banesto, en la época de Mario Conde, al CDS de Suárez. O la mediación de éste para que Felipe González recibiera a un Conde arrinconado por los tribunales (cuando contaba el exbanquero con papeles que comprometían al gobierno del PSOE en la creación del GAL). En 1997 Adolfo Suárez inauguró la mansión de 4.000 metros cuadrados que se hizo construir en la zona postinera de «Son Vida» (Mallorca), donde pasan las vacaciones el rey y otros patricios. Estos días se ha hablado mucho de su austeridad…
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