La Universidad de Granada parece no tener una posición clara en cuanto a la memoria democrática. El reciente episodio de las pegatinas de la asociación universitaria Jefe en los autobuses, con la imagen corporativa de la UGR, lo ilustra: la posición institucional de la Universidad ha sido tan tibia que ha defraudado a muchos de […]
La Universidad de Granada parece no tener una posición clara en cuanto a la memoria democrática. El reciente episodio de las pegatinas de la asociación universitaria Jefe en los autobuses, con la imagen corporativa de la UGR, lo ilustra: la posición institucional de la Universidad ha sido tan tibia que ha defraudado a muchos de los propios universitarios.
La Plataforma Salvador Vila (http://salvadorvila.org/) nace con la intención de defender la memoria democrática, en particular en la Universidad de Granada, y toma al Rector Vila como referente. La recuperación de su memoria por parte de nuestra Universidad queremos que sea un símbolo de qué ha de hacerse en esta materia.
En relación con el lamentable suceso de la pegatina sobre «La Segunda República» en los autobuses granadinos, el asunto se está cerrando en falso desde las instancias públicas (UGR y Ayuntamiento de Granada), por lo que emitimos en el comunicado adjunto una reflexión con el título «La manipulación de la historia de la Segunda República».
La Plataforma agradece la colaboración especial de Ángel Viñas, economista, historiador y diplomático español, conocido por sus estudios de carácter histórico y económico sobre la Guerra Civil Española y el franquismo; y Paul Preston, Historiador e hispanista británico, biógrafo de Franco y autor de diversas obras sobre la Historia Contemporánea de España.
Comunicado de la Plataforma Salvador Vila
Una asociación, Jóvenes Españoles por el Futuro de Europa, cuyas siglas dan el término tan característicamente fascista de JEFE (no en vano quieren «ser una cuna de líderes»), ha divulgado mediante pegatinas en los autobuses de Granada una reflexión sobre la Segunda República acorde con la ideología de los facciosos de 1936. Llevan las pegatinas los escudos del Ayuntamiento y de la Universidad de Granada, según lo cual estas instancias públicas avalarían su contenido.
Sin embargo, la Universidad ha hecho recaer en la asociación JEFE la responsabilidad sobre los textos de las pegatinas y la ha acusado de utilización fraudulenta de su imagen corporativa, pues no la autorizó. Por su parte, la teniente de alcalde de Protección Ciudadana y Movilidad del Ayuntamiento, Telesfora Ruiz (PP), en una respuesta al grupo municipal socialista, ha declarado que la pegatina en cuestión será suprimida «por las críticas que ha suscitado». Y ha añadido que se revisarán todas las pegatinas por si hubiera «erratas tipográficas» para «corregirlas y sustituirlas».
Lo primero que debemos denunciar es que el contenido de la pegatina sobre la Segunda República constituye un evidente dislate histórico nada inocente. Está en la línea del posicionamiento ultraconservador que tergiversa el pasado con claros objetivos ideológicos en el presente.
Esa ideología no la caracterizamos aquí. Nos basta con recordar que continúa en la estela de desfiguración, manipulación, mentira y proyección con que los (pseudo)historiadores, policías, militares, curas, literatos e ideólogos franquistas trataron, desde antes del estallido de la sublevación de julio de 1936, de justificar tan aberrante comportamiento. ¿Cómo podrían autopresentarse los «salvadores de la Patria» si no era deformando la «situación» contra la que se sublevaban para descalificarla mejor? La dictadura del 18 de julio (no el régimen almibaradamente caracterizado todavía hoy de «autoritario») necesitaba presentarse como la solución, lamentable pero imprescindible, ante un presunto estado de necesidad. De aquí el énfasis puesto en «las garras moscovitas» al acecho, en los siniestros propósitos imputados a toda la izquierda de querer romper y descristianizar España, y en el mito de una revolución ante portas, según el cual la sublevación evitó una inminente revolución comunista (que hoy interesadamente han pasado a llamar de las izquierdas).
Todo esto son tergiversaciones palmarias de la realidad. Lo eran en 1936. Lo fueron durante la dictadura. Lo siguen siendo hoy. La diferencia es que en la actualidad los historiadores que van a los archivos conocen mucho mejor lo que pasó y por qué pasó. Se ha trascendido el análisis de los hechos superficiales y se ha indagado en lo que hubo detrás de ellos.
Lo que hubo fue que la República resultó ser la única respuesta posible a la decadencia del sistema de la Restauración, al agotamiento terminal de la Monarquía y al comportamiento de un rey felón que faltó a su juramento de defender la Constitución. En este sentido, su aceptación de la dictadura primorriverista en 1923 abrió las puertas a un proceso político degenerativo que los militares en el poder y sus acólitos civiles no supieron contener.
Lo que hubo fue, bajo el nuevo régimen, un intento de modernizar a España, que ya había iniciado su entrada en el siglo XX pero que había resultado incapaz de introducir las necesarias reformas sustantivas en el ámbito político, económico, social, educativo, cultural, religioso, de género y de estructuración del Estado.
Fue un intento hecho apresuradamente porque, como bien vieron observadores extranjeros, los Gobiernos republicanos tenían prisa por poner a España entre los países europeos avanzados y no mantenerla a su cola. En un Estado democrático y de Derecho, el primero de toda la historia española, esto no pudo hacerse sin grandes dificultades y diferencias de opinión sobre cómo franquear la distancia entre lo deseable y lo posible. De aquí el vaivén pendular de la izquierda que caracterizó la historia republicana y la competencia por ganar porciones del espacio público.
Pero fueron las derechas las que quisieron parar y rechazar la evolución democrática. Ya lo intentó Salazar Alonso con su sistemática provocación a la izquierda, inquietísima por la paralización de las reformas del período 1931-1933. Ya lo intentó Gil Robles con sus deseos de modificar la Constitución. Ya lo recordó Franco cuando escribió que en la etapa de gestión de la coalición cedista-lerrouxista se sentaron las bases para el posterior golpe de Estado.
La guerra civil no la abrieron las izquierdas. Fueron las derechas las que impulsaron hacia ella. Ante todo apoyando a militares fascistizados o deslumbrados por regímenes como la Alemania nazi y la Italia mussoliniana, que habían abolido la lucha de clases. Financiando grupos de acción directa cuyos pistoleros sembraron el terror provocando a las izquierdas y, de vez en cuando, asesinando o tratando de asesinar a figuras de la misma. Pero, ante y sobre todo, conectando rápidamente, en marzo de 1936, con la potencia extranjera más interesada en el derrumbamiento de la República, la Italia fascista.
Gracias a la ayuda financiera de Juan March, los prohombres monárquicos, los de Renovación Española, los del Frente Nacional, dirigidos por aquella figura posteriormente tan mitificada por la dictadura como fue el diputado José Calvo Sotelo, inmediatamente entraron en negociaciones con los fascistas italianos no en busca de ayuda para un golpe sino para apoyar una sublevación que, según intuyeron, podía fácilmente desembocar en una guerra.
¿Por qué ningún historiador pro-franquista, neo-franquista, meta-franquista o anti-republicano de pro ha hecho jamás el menor intento de aclarar el curso de las negociaciones militares en Roma? Hoy se conocen los resultados. Unos contratos firmados en la capital italiana el 1º de julio de 1936 que preveían la adquisición inmediata (con el dinero de March sobre la mesa) de aquellas armas de guerra que no existían en España: aviones de bombardeo y de transporte modernos, cazas ultrarrápidos y, para proteger las Baleares, feudo de March, hasta unos cuantos hidroaviones.
No es de extrañar que tan pronto como fracasaron los intentos de Gil Robles y de Franco de lograr que se anulara el resultado de las elecciones del Frente Popular y/o se decretara el estado de guerra, los conspiradores de 1935 se lanzaran a los brazos de una potencia extranjera y trataran por todos los medios de provocar a la izquierda y de excitar las pasiones. Ahí están los apocalípticos discursos en Cortes de Gil Robles y de Calvo Sotelo. También las acciones de las Fuerzas de Orden Público para contener la llamarada de manifestaciones (sobre todo en Madrid y en ciertas provincias) y que se tradujeron en centenares de muertos, sí, pero en lo que hasta ahora ha podido identificarse, básicamente entre las filas de la izquierda.
¿Y las quemas de iglesias? Las hubo. Claro que las hubo. Sin que esto signifique una justificación de excesos, es evidente que la Iglesia había sido uno de los pilares fundamentales del régimen monárquico. No dio cuartel al republicano desde el principio. Por lo demás, no hacía sino seguir la política del papa Pio XI con respecto al régimen fascista y hoy, cuando ya se ha abierto el archivo secreto vaticano y se conocen sus interioridades, el conocimiento de sus posiciones y ambiciones no deja de producir escándalo. Por otra parte, recuérdense las memorias del embajador de EEUU en España durante la guerra civil, Claude G. Bowers, respecto a que la alianza de fuerzas rebeldes contra el régimen republicano fue responsable de bombardeos a iglesias y se cobró la vida de muchos religiosos del País Vasco por su lealtad a la República. En ocasiones, los facciosos llegaron a quemar iglesias con fines propagandísticos y autojustificativos.
¿Se han esforzado los miembros de JEFE en conocer algo de la historia real, o de los hechos que son hoy del dominio público, antes de escribir su panfleto reaccionario, fascistoide?
En todo caso, la acción de esta asociación no pasaría de una lamentable anécdota de no ser porque ha contado con un apoyo institucional inadmisible: el del Ayuntamiento de Granada. La retirada de la pegatina en cuestión se realiza finalmente apelando desde el Ayuntamiento a «las críticas que ha suscitado». Además, la concejal del PP responsable de movilidad resalta que para la asociación JEFE esas críticas «no están justificadas». Entendemos la postura de la asociación JEFE como una reafirmación profascista, pero no admitimos la posición de dudosa neutralidad desde la instancia pública democrática que representa (o debe representar) el Ayuntamiento de Granada. No se puede aceptar que, ante la ofensa a la dignidad de un Estado democrático que perdió (y, con él, todos los ciudadanos) durante décadas un futuro de libertad, igualdad, paz y prosperidad, e incluso la ofensa a la inteligencia que representaba la pegatina denunciada, el Ayuntamiento salde la cuestión sin una disculpa pública y un pronunciamiento antifascista inequívoco. Decir que se revisarán todas las pegatinas por si hubiera «erratas tipográficas» para «corregirlas y sustituirlas», sin mencionar una revisión de contenidos por si hubiera más mensajes de tinte fascista, equivale a una declaración de principios (o de la falta de ellos).
La Universidad de Granada también quedó en entredicho. Suponemos que actuará en consecuencia respecto a su comunicado en el que aclaraba que era ajena a la iniciativa y denunciaba el uso fraudulento de su imagen corporativa; damos por hecho, pues, que exigirá la inmediata retirada de todas las pegatinas en las que dicha imagen aparece. Pero creemos que, dada la gravedad de las afirmaciones difundidas en los autobuses, esto es insuficiente, sobre todo porque JEFE da las gracias a los «decanos, vicedecanos, profesores y a todo el equipo de universitarios que han redactado y revisado las pegatinas». Dado que aquí se habla de la implicación no sólo de universitarios, sino de autoridades universitarias, la Universidad debe ofrecer a la sociedad una aclaración y una postura inequívoca que en absoluto puede ser neutral. Hasta tanto se pronuncia en este sentido, los universitarios que constituimos la Plataforma Salvador Vila (así llamada en honor del rector fusilado por los golpistas en octubre de 1936), queremos expresar nuestro absoluto rechazo a las iniciativas que agravian de manera tan errada e indigna la memoria democrática de la Segunda República y de quienes trabajaron, padecieron y hasta murieron por ella.