Gramsci tomó de R. Rolland el apotegma de que «la verdad siempre es revolucionaria». Con esta frase se nos presentan, cuanto menos, tres debates fundamentales: uno, ¿qué es la verdad?; otro, ¿por qué siempre es revolucionaria?; y, por último, ¿qué importancia tiene esta reflexión en las actuales condiciones? Hemos definido como apotegma a esta frase, […]
Gramsci tomó de R. Rolland el apotegma de que «la verdad siempre es revolucionaria». Con esta frase se nos presentan, cuanto menos, tres debates fundamentales: uno, ¿qué es la verdad?; otro, ¿por qué siempre es revolucionaria?; y, por último, ¿qué importancia tiene esta reflexión en las actuales condiciones? Hemos definido como apotegma a esta frase, cuando en realidad es más que eso, es un principio elemental de la teoría marxista del conocimiento, y de su ética inherente. R. Rolland fue premio Nobel de literatura en 1915, inicialmente influenciado por Nietzsche avanzó pronto a un socialismo democrático y pacifista que no le impidió reconocer la importancia de la revolución bolchevique de 1917. Sin entrar ahora en el debate sobre la ética neokantiana de R. Rolland y de su romanticismo de clase rica, sí hay que decir que su frase da en el centro del problema de la verdad.
Problema siempre decisivo, pero más ahora mismo en Euskal Herria, en donde está costando mucho volver a recuperar la antaño potente práctica colectiva de producción de verdad, mientras que todavía resiste y en ciertos niveles incluso se fortalece la normalización ideológica, es decir, la aceptación acrítica de componentes de la ideología burguesa rechazados explícitamente hasta no hace mucho. Como veremos, en sectores de la izquierda abertzale clásica, histórica, ha penetrado desde hace un tiempo una de las tres formas habituales de no producir verdad, siendo las otras dos sendas corrientes generales de la ideología burguesa en cuanto tal: la abiertamente reaccionaria y la supuestamente progresista, pero en su esencia última, verdad e ideología son opuestas. Empecemos desde el principio.
¿Por qué la verdad es un problema? Porque nos descubre sin tapujos, crudamente, lo radical de las cosas. Lenin dijo una vez que hay que ser tan radical como radical es la realidad. O dicho de otro modo, para superar la explotación hay que conocerla, o sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. El concepto de verdad es crucial tanto en su faceta de necesidad de la verdad, como en la de la verdad como praxis revolucionaria. Dicho muy esencialmente, la verdad es la concordancia entre la materia en cambio y la acción humana, o si se quiere, es el reflejo lo más exacto posible de las contradicciones de lo real en el pensamiento, reflejo que mediante la acción no solo transforma lo real sino que, sobre todo, crea, construye, produce otras cosas reales que antes no existían y que son cosas verdaderas. La verdad siempre es concreta y objetiva porque relaciona dialécticamente lo absoluto con lo relativo. Es por esto que la verdad es la libertad en proceso de sí misma, la libertad como superación consciente de la necesidad y de la opresión. Dado que el método científico-crítico de pensamiento es una fuerza revolucionaria que choca con el dogma y la sumisión, por eso mismo también lo es la verdad que surge de ese método.
Contra esta teoría de la verdad, la marxista, se oponen las múltiples corrientes de la ideología burguesa que aquí podemos dividir en dos grandes bloques: uno, el más reaccionario que no vamos a desarrollar ahora; y, otro, el «progresista». De una u otra forma, ambos suprimen o niegan el criterio básico de que la verdad puede conocer y transformar lo real. Hablamos de ideología burguesa, no de método de pensamiento científico aplicado contradictoria y muy limitadamente por la tecnociencia como fuerza productiva inserta en el capital constante y vital para lograr la máxima productividad posible de la explotación de la fuerza de trabajo. El choque entre el potencial liberador del pensamiento racional y la ideología mercantilista del máximo beneficio en el menor tiempo posible y sin reparar en los desastres posteriores, este choque lo sufrimos ya en todas las facetas de nuestra malvivencia.
La versión «progresista» de la ideología burguesa nos bombardea con tópicos como el de que existen tantas «verdades» como «realidades diferentes», ya que «todo depende del color del cristal con que se mira», lo que unido al «fin de la historia» y de los «grandes relatos», al fin de la «visión totalizante» del materialismo histórico como consecuencia del «fracaso del comunismo», debido a esto, «es sabido» que la «sociedad plural» está multidividida, fragmentada y dispersa, lo que requiere y a la vez genera múltiples conocimientos dispersos y fragmentarios relacionados «fronterizamente» con «discursos y miradas transversales». De aquí se desprende que al no existir una totalidad objetiva estructurada sobre bases con unidad esencial preñada de contradicciones internas que se expresan en múltiples formas externas pero coherentes con su base unitaria, o si se quiere, al no ser válidos los conceptos de modo de producción y de formación económico-social, entonces ocurre que vivimos en un calidoscopio multicolor e informe en el que flotan a la deriva de manera incoherente tantas «realidades» como se desee enumerar. La conclusión política es clara: la teoría ya no tiene función alguna, o si la tiene es mínima, porque se trata de hacer mensajes amplios, generales, con poca concreción para que puedan atraer e incluir a cuantos «sujetos» pudiesen existir.
El papel de la casta intelectual es muy importante en el (re)surgimiento de estas tesis, pero aún es más importante el de las direcciones políticas, aunque a veces es muy difícil separarlas totalmente por los estrechos lazos que llegan a establecer en la política reformista. Dicho a grandes rasgos, las direcciones políticas que derivan al reformismo necesitan de un sustento ideológico preciso que rellene los vacíos dejados por la verdad teórica en retroceso: la casta intelectual es la más apta para esa tarea. Por un lado, al ir desapareciendo el riesgo represivo su sueldo y su calidad de vida van quedando aseguradas, lo que es muy importante para esta gente. Por otro lado, al ser aceptados e incluso llamados por las direcciones políticas que antes les criticaban por su reformismo, se ven reconfortados en su narcisismo. Por último, lo anterior acelera el proceso de aceptación por parte de la industria político-cultural burguesa, que antes los ninguneaba y que ahora puede llamarlos al «altar de la democracia»: la televisión y la prensa. Se produce así una simbiosis entre las direcciones políticas que giran al reformismo y la intelectualidad reformista que mejora sus condiciones salariales.
Las izquierdas vienen debatiendo la natural propensión de los intelectuales al reformismo desde mediados del siglo XIX: es una tendencia lógica que se refuerza en las fases de retroceso y derrota de la lucha revolucionaria, pero que puede girar relativamente a la izquierda en las fases de ascenso. La cooptación de las mentes potencialmente más capacitadas fue un método de la Iglesia durante la Edad Media, tal como afirmó Marx. Luego, el capitalismo desarrolló mecanismos mucho más efectivos -entre ellos el culto descarado al narcisismo individualista dependiente del dinero y centrado en la supuesta superioridad del trabajo intelectual sobre el físico-, en la domesticación de la especie humana. La industria cultural es uno de los medios de integración más eficaces, unida a la industria del espectáculo y al aparato académico y universitario.
La mercantilización del saber inherente al capitalismo se incrementa en algunas naciones oprimidas, como en Euskal Herria, por otras dos razones: una, porque las burguesías regionalistas y autonomistas están muy interesadas y necesitadas, en legitimar sus diversos proyectos sociopolíticos para lo que recurren a la asalarización de intelectuales directa o indirecta, vía ayudas privadas, empresariales y subvenciones públicas, y a la compra de políticos exrevolucionarios; y otra, porque los Estados ocupantes también sufren la misma necesidad, sobre todo cuando su larga guerra cultural contra la identidad vasca choca una y otra vez con la cualitativa diferencia lingüística y con una decidida estrategia popular de (re)construcción de la identidad colectiva en base a sus componentes comunitarios y progresistas internos. Los Estados ocupantes recurren a diversos tipos de colaboracionistas intelectuales según sus necesidades tácticas y/o estratégicas, práctica que no podemos estudiar ahora.
Además de la asalarización de los intelectuales el sistema burgués integra a buena parte de las direcciones políticas «progresistas» mediante métodos específicos -anodina «normalidad social», rutina parlamentaria e institucional, cooptación, corrupción y nepotismo, ficción democrática que oculta la realidad de la explotación, sensación de agotamiento de la vía revolucionaria tras años de lucha que aparentemente no ha logrado nada cualitativo, efectos desmoralizadores y atemorizantes de la represión sostenida, selectiva y generalizada, etcétera-, de manera que, con el tiempo, va generalizándose un «clima de normalidad» que refuerza al poder. Hemos analizado en otros textos -¿Qué puede aportarnos el «¿Qué hacer?» de Lenin?; Lenin, Txabi, Argala, la actualidad del V Biltzar, y ¿Acepta EH Bildu la represión «proporcionada»?- las especiales condiciones vascas que explican por qué se ha ralentizado mucho la producción de verdad por parte del independentismo socialista, estancándose totalmente incluso en determinadas áreas suyas. La situación empeora cuando pasamos de la izquierda abertzale histórica a la alianza formada con el soberanismo reformista de EH Bildu y Amaiur.
Debemos partir de aquí para comprender el retroceso de la capacidad de producir verdad que se está padeciendo en el bloque soberanista e independentista vasco. Para aclarar lo que sigue, debemos preguntarnos ¿qué es producción de verdad? Es mantener el enriquecimiento teórico al mismo ritmo que el movimiento de las contradicciones sociales. Si lo real se mueve, el pensamiento ha de moverse a la velocidad de lo real, y si lo real es contradictorio, el pensamiento ha de ser la conciencia crítica de esa contradicción. Dicho en negativo: la teoría se paraliza y deja de producir verdad cuando se anquilosa porque, por el contrario, nunca se detiene el movimiento de las contradicciones reales, avance que anula la verdad estática devenida en dogma inservible. Lo real se mueve, el pensamiento se estanca: la distancia entre uno y otro aumenta, y ese vacío creciente entre la realidad nueva y la vieja teoría es llenado por ofertas ideológicas de la clase dominante que van desde un reformismo abierto y radical, en apariencia, hasta el más diminuto bloque pétreo de autoritarismo compacto. Hemos dicho antes que, vistos en su esencia básica, verdad e ideología son antagónicas. Ahora decimos que cuando la teoría revolucionaria, la verdad crítica que descubre las contradicciones irresolubles del capitalismo, no cumple su tarea, entonces la ideología termina ocupando su sitio.
Si leemos los más recientes documentos oficiales del bloque soberanista-independentista vemos que se caracterizan por la ausencia, o en todo caso por la extrema debilidad, de un desarrollo teórico y conceptual sistemático: Carta de Derechos Sociales de Euskal Herria; EH Bildu: 150 medidas para hacer frente al paro y a la pobreza; Manifiesto de la candidatura para las Elecciones al Parlamento Europeo: Los Pueblos Deciden; y Euskal Herria Bidean. Hemos excluido de este listado una extensa lista de entrevistas, artículos y opiniones personales, algunas editadas en forma de libritos ampliamente promocionados, que siguen la misma tónica, incluida la demagogia sobre una especie de «soberanismo empresarial» o las estrambóticas divagaciones de un representante del Estado: Egiguren. También excluimos los contenidos de otros medios de prensa, y del portal electrónico de Sortu, pero no los documentos recientemente presentados para «debate» sobre la estructuración de EH Bildu, sobre la funciones de Sortu y sobre las próximas elecciones municipales y forales. Entrecomillamos lo de «debate» porque sus resultados fundamentales ya han sido adelantados en Gara el pasado 27 de julio de 2014 en el artículo «Nessun dorma!».
Obviando las muy escasas diferencias de matiz que algunas veces aparecen en estos textos y opiniones ampliamente difundidas y que apenas se enfrentan a la crítica teórica, sí podemos extraer de ellos las siguientes ausencias fundamentales: no se sustentan en una definición del capitalismo mundial, es decir, no aparece en ellos una mínima referencia radical al modo de producción capitalista como modo objetivamente estructurante de la realidad y de la formación económico-social vasca, o Euskal Herria a comienzos del siglo XXI. No entran al problema crucial de la propiedad privada de las fuerzas productivas, es decir, huyen de la pregunta que alienta al independentismo socialista: ¿de quién es Euskal Herria? No definen las estructuras de poder, es decir, los Estados ocupantes y sus agentes colaboracionistas apenas aparecen en los textos, o están ausentes. No definen las clases sociales y sus intereses antagónicos, es decir, gran burguesía franco-española, medianas burguesías regionalistas y autonomistas, pequeñas burguesías empobrecidas, y pueblo trabajador machacado. No definen la complejidad del pueblo trabajador, el sujeto colectivo que puede materializar un programa vago. No establecen ninguna interacción entre los objetivos históricos, la estrategia destinada a conseguirlos, y las tácticas mediante las que se materializa esa estrategia, es decir, no hay lógica histórica. No se desarrolla la dialéctica entre el socialismo y la independencia nacional, peor, el término «socialismo» apenas aparece.
Se dirá que tales ausencias son comprensibles porque la izquierda abertzale clásica no puede imponer una estrategia radical al resto de fuerzas reformistas con las que ha establecido una «alianza estratégica». Esta excusa sería un argumento si la izquierda abertzale histórica tuviera una estrategia revolucionaria en el presente, la hiciera pública, la explicase entre su amplia militancia y si la concretase en medidas tácticas. Si dispusiera de esta visión en perspectiva entonces sí podría aplicar con ciertos aliados otra política simultánea más «suave», menos radical para atraer con el ejemplo sectores populares indecisos, confusos, ganándolos con el ejemplo y demostrándoles que hay que avanzar en medidas más radicales y activas. Una política táctica en ayuntamientos, diputaciones, etcétera, que estuviese justificada por la estrategia asumida por la militancia. Una política táctica con autonomía de aplicación aunque supeditada en última instancia a la estrategia general de la izquierda.
Pero no existe tal estrategia. Más concretamente: ¿qué es una estrategia en la Euskal Herria actual? Es la plasmación práctica a medio y largo plazo de la concepción teórica elaborada tras un estudio riguroso de las contradicciones que estructuran a nuestro pueblo, elaboración teórica que debe estar en permanente (re)elaboración, y que debe ser revisada siempre que se produzcan cambios importantes en el sistema capitalista. Considerando los documentos disponibles, la izquierda abertzale carece de esta concepción teórico-estratégica que engarza las tácticas inmediatas con los objetivos históricos irreconciliables. La línea decidida en el «debate» pasado no es una estrategia teórico-política sino meras tesis de renuncia al pasado, que no tienen sustento teórico e histórico alguno, y unas declaraciones de principios reformistas con bases neokantianas cuyo único efecto es una hilarante euforia en los Estados español y francés, y un doloroso desconcierto en la militancia revolucionaria abertzale.
Desarrollar una estrategia teórico-política es imposible sin el desarrollo de la teoría de la verdad arriba expuesta, lo que inevitablemente nos devuelve al problema de las relaciones de la casta intelectual y académica con el partido revolucionario de vanguardia. Si este segundo no existe, o está debilitado o enmudecido, entonces van imponiéndose las tendencias reformistas inherentes al intelectualismo progre, positivista y posmoderno. Veamos dos ejemplos: uno, el llamamiento público de EH Bildu a participar en el debate destinado a concretar la campaña municipal se mueve dentro del «ciudadanismo», tópico burgués que oculta la lucha de liberación nacional de clase, primer requisito para su posterior negación; y, otro, las declaraciones de un representante de una de las fuerzas socialdemócratas de EH Bildu planteando la posibilidad de acuerdos con Ahal Dugu (Podemos), lo que nos devuelve a la cuestión decisiva de la existencia o no de una estrategia teórico-política que integre los acuerdos tácticos con colectivos reformistas como es Ahal Dugu: el grueso de la militancia de Sortu se entera por la prensa de que son posibles acuerdos tácticos, pero careciendo aún, como Sortu, de las bases estratégicas y teóricas discutidas en el debate fundacional, que siguen sin ser publicadas tras casi dos años transcurridos.
En definitiva, la izquierda abertzale histórica carece de una concepción teórico-estratégica que dé coherencia a las alianzas tácticas con organizaciones y grupos oficialmente reformistas, como EA, Aralar y Alternatiba, precisamente en un momento histórico caracterizado por una crisis sistémica de una gravedad mundial nunca antes vista. Desde la perspectiva de este texto, los puntos mínimos necesarios y urgentes que deben ser debatidos para crear dicha estrategia revolucionaria son los que no aparecen en los documentos citados arriba, a saber y dicho de forma positiva:
Primero: definir el capitalismo mundial actual, sus contradicciones esenciales y la agudización de otras que anteriormente estaban en ciernes, latentes. Segundo, definir cómo ese capitalismo se materializa ahora mismo en Euskal Herria, en la formación económico-social vasca. Tercero, definir de quién es Euskal Herria, a qué clase social pertenece, o sea, precisar la cuestión de la propiedad de las fuerzas productivas. Cuarto, definir las estructuras de poder, los Estados ocupantes y sus agentes colaboracionistas. Quinto, definir las clases sociales antagónicas, gran burguesía franco-española, medianas burguesías regionalistas y autonomistas, pequeñas burguesías, pueblo trabajador y clase obrera. Sexto, definir la complejidad del pueblo trabajador y los sectores no proletarios con los que hay que aliarse. Séptimo, definir la estrategia que engarce los objetivos históricos con las tácticas concretas. Octavo, desarrollar la dialéctica entre el socialismo y la independencia nacional y precisar lo elemental del socialismo independentista. Noveno, definir la estrategia internacionalista del independentismo socialista. Y décimo, definir la forma organizativa de vanguardia necesaria para desarrollar los nueve puntos anteriores.
La verdad es siempre revolucionaria porque penetra en el interior de estos diez puntos, los sintetiza en una visión teórico-estratégica y la lleva a la práctica diaria mediante una organización formada por militantes comunistas -por ello mismo independentistas- escogidos entre las mejores personas por sus cualidades éticas y políticas, por su formación teórica, por su espíritu crítico y por su autoconciencia euskaldun y nacional de clase.
Mientras que la izquierda abertzale histórica pierda el tiempo sin concretar estas necesidades imperiosas, el imperialismo franco-español dispondrá del tiempo y de la iniciativa suficiente como aplicar sus estrategias, siempre con el apoyo directo o indirecto de las diversas burguesías que residen en Euskal Herria.
Fuente: http://www.matxingunea.org/media/html/rekabarren_egia_beti_iraultzailea_da_eus_es.html#d5e46