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Pedro I de Rusia en el espejo literario (y II)

La visión de Alekséi Tolstói

Fuentes: Rebelión

El escritor soviético Alekséi Nikoláievich Tolstói (1883-1945) ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=80512 ) sólo publicó tres libros de la magna obra que concibió sobre el zar Pedro I (1672-1725) y que ocupó, con pausas para otros proyectos menores, la etapa final de su vida. Estos libros aparecieron en 1929-30, 1933 y 1945, y constituyen aproximadamente la mitad de […]

El escritor soviético Alekséi Nikoláievich Tolstói (1883-1945) ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=80512 ) sólo publicó tres libros de la magna obra que concibió sobre el zar Pedro I (1672-1725) y que ocupó, con pausas para otros proyectos menores, la etapa final de su vida. Estos libros aparecieron en 1929-30, 1933 y 1945, y constituyen aproximadamente la mitad de lo que hubiera sido la novela de haber llegado a culminarla. Además, sólo el primer libro, y no completo, recibió la revisión que el autor estaba realizando en sus últimos meses. Se trata de una extraordinaria recreación literaria de los comienzos del reinado del zar Pedro I, uno de los momentos cruciales en la historia de Rusia (versión castellana: Planeta, 1967, trad. de Pedro Laín Entralgo).

 

Pedro hereda una Rusia feudal en la que los boyardos son dueños de un país cerrado en sí mismo e irrelevante en el plano internacional. Su obsesión desde entonces y una vez consolidado su poder, es la construcción de un tejido productivo que permita explotar las riquezas de Rusia y dotarla de un ejército y una flota que hagan posible el acceso a los mares y el comercio. Emprenderá numerosas guerras para conseguir estos objetivos, y paralelamente se afianzará en Rusia una nueva casta dirigente de militares y mercaderes, algunos de ellos de origen muy humilde. La acción del libro se va desgranando en escenas breves en general, bien documentadas y plenas de colorido, y logra así una brillante expresión literaria de estos complejos procesos históricos.

LOS COMIENZOS DIFÍCILES

El arranque del libro nos muestra la situación en el año 1682, cuando en el Kremlin agoniza el zar Fiódor Alekséievich. Sus hermanastros Iván y Pedro, los dos niños aún, son los llamados a sucederle y reinarán juntos hasta 1696, pero Sofía, hermana del zar será regente. Es una mujer ambiciosa que tratará de conseguir el trono para Iván, enfermo y de poco carácter. Mientras tanto en las calles crece el descontento, porque los privilegios de los comerciantes alemanes arruinan la economía. Los streltsí, a los que adeudan más de un año de soldada lideran la revuelta. No quieren a Pedro, apoyado por los Narishkin, la familia de su madre, y por los boyardos vendidos a los extranjeros. Los streltsí además son partidarios de la vieja fe y se oponen a la reforma del patriarca Nikón de 1654.

Mientras esto sucede, llega a Moscú Vasili Vólkov, propietario de 37 almas. Se ha requerido su presencia con tres hombres de armas para el servicio del zar. Estas convocatorias era costumbre que se hiciera en la víspera de las campañas de primavera. La ciudad es un caos. Miseria y barullo en las calles. Va también con él otro de sus siervos, Iván Brovkin con su hijo Alioshka. En Moscú este conoce a Aleksashka, huérfano de madre y maltratado por su padre. Los dos chicos deciden escapar juntos, y en poco tiempo la astucia de Aleksashka hace que encuentren trabajo de vendedores callejeros de pasteles. Estas escenas iniciales nos presentan en sus humildes orígenes a algunos de los personajes esenciales de la corte de Pedro, pues este Aleksashka está destinado a convertirse nada menos que en duque de Izhora y favorito del zar. Aleksandr Danílovich Ménshikov (1673-1729) fue ministro todopoderoso hasta la muerte de Pedro I. Valiente, guapo y ladrón era de chico y así siguió siendo toda su vida. La torre que lleva su nombre todavía se eleva orgullosa en Moscú. Del mismo modo, el muzhik Iván Brovkin será uno de los comerciantes más acaudalados e influyentes del país y sus hijos emparentarán con las familias más antiguas de Rusia.

Se describe luego la revuelta de los streltsí, que liderando al pueblo, suben al Kremlin y hacen una matanza de nobles partidarios de Pedro. Consiguen así que se les abonen los atrasos y regresan a sus arrabales. En la muchedumbre van, espectadores entusiasmados, Alioshka y Aleksashka. Tras varios meses hay una nueva insurrección de los streltsí, capitaneados por Iván Andréievich Jovanski (la famosa Jovánschina, libérrimamente glosada en la ópera homónima de Modest Mussorgski). Deciden ir a por el todo y restaurar la vieja fe, pero la nobleza se moviliza contra ellos y son derrotados.

Pasa el tiempo. En el Kremlin, Sofía es regente y tiene todo el poder, que comparte con su amante, el gran voivoda príncipe Vasili Vasílievich Golitsin, un erudito con buenas ideas de desarrollo económico y progreso social para Rusia, como la abolición de la servidumbre o la libertad religiosa, que nunca podrá materializar. El joven zar Pedro vive con su madre, Natalia Kirílovna en el palacio de Preobrazhenski y es educado tradicionalmente, aunque gusta sobre todo de entretenerse en juegos de guerra. Entre los gentileshombres a su servicio está Vasili Vólkov. Un día Pedro, navegando por el Yauza en una lancha, llega a Kukui, el barrio de los alemanes y es invitado a visitarlos. Mientras tanto, Alioshka y Aleksashka trabajan poco, roban algo, pescan, mendigan y pasan hambre hasta que Aleksashka entra al servicio de un militar y diplomático alemán, Franz Lefort.

En 1687, hay guerra con los tártaros de Crimea para ayudar a los polacos, que acceden a cambio a devolver Kíev a Rusia. Sofía ordena ir a Golitsin, que se resiste, pero no hay otro remedio. Pedro tiene ya catorce años y les preocupan sus progresos. Está muy crecido y empieza a organizar un pequeño ejército en Preobrazhenski para sus «juegos militares». A su mando ha puesto a Theodor von Sommer, un capitán extranjero al que ha dado el grado de general. En Kukui ha trabado amistad con el vinatero Johann Mons y Franz Lefort. Allí aprende a admirar el ingenio de los alemanes, la limpieza y belleza de su pueblo, pero también a divertirse, a beber, y se enamora como un tonto de la hija de Mons, Anchen. Aleksashka lo aconseja en estos lances y convertido en su asistente y hombre de confianza pasa a ser el respetado Aleksandr Danílovich. Un día presenta a Pedro a su viejo amigo Alioshka. En el Kremlin, Sofía recela de que el lobezno se ha transformado ya en un lobo, mientras Pedro se prepara para el enfrentamiento inevitable.

La campaña de Crimea es un fracaso y el ejército ruso, falto de moral, se retira con grandes pérdidas sin apenas combatir. Los impuestos exigidos habían llevado el campo a la miseria y las gentes huyen y se unen a los raskólniki que predican la inminente llegada del Anticristo y proponen suicidios rituales por el fuego, «la muerte roja». El gran voivoda Vasili Vasílievich comparece ante Sofía y los boyardos y pide dinero para la próxima expedición. Sólo se les ocurre sangrar más al pueblo.

Casan a Pedro con Evdokia Lopujin. Tolstói desmenuza el complejo ritual ortodoxo; en un momento, el padre de la novia la golpea con un látigo y luego se lo entrega al novio… Pedro sigue amando a Anchen, que ha quedado huérfana y se encuentra enferma precisamente esos días, pero sus esfuerzos son sobre todo para las tropas que prepara, para las naves que comienzan a construir especialistas extranjeros en el astillero de Pereieslav. En ellas comienzan a usar una bandera que discurren: blanca, azul y roja.

La situación se vuelve desesperada cuando Vasili Golitsin regresa derrotado de su segunda campaña de 1689 en Crimea. Aunque se trata de disfrazar esta como un éxito, los soldados cuentan la verdad, y además el país está arruinado. Se teme el inevitable ascenso de Pedro al poder y los streltsí toman la iniciativa. Fingirán un tumulto, asaltarán Preobrazhenski y lo matarán. Pedro, avisado de todo, cuando el ataque es inminente se refugia con los suyos en el monasterio de Troitsa, de muros inexpugnables, donde podrá resistir un largo asedio. Algún regimiento de streltsí se les une allí, y otros lo hacen en los días siguientes.

El 29 de agosto de 1689, Sofía acude a Troitsa, pero no se le permite llegar. Vasili Vasílievich Golitsin es de los últimos en ir a rendir acatamiento a Pedro, pero no es recibido por él. Se le expropia y condena a destierro. Sofía es encerrada en un convento y los más significados partidarios son muertos o deportados a Siberia. Pedro gobernará desde ahora con su hermano Iván, de poco espíritu y enfermo, que ha sido un convidado de piedra en todo este drama y morirá en 1696. En octubre, se establece en el Kremlin. Han cambiado los nombres de los principales dignatarios, pero el régimen sigue idéntico a sí mismo.

Tolstói recrea con arte la maduración del carácter de Pedro, su pasión por la guerra y todos los oficios mecánicos, que aprende por sí mismo alardeando de ello, las influencias que progresivamente va absorbiendo para forjar la imagen de una Rusia fuerte y respetada que lo dominará toda su vida. Su habilidad para jugar su juego lo hace con diecisiete años autócrata de Rusia.

PEDRO EN EL PODER

Franz Lefort, nombrado general, es quien más ascendiente tiene sobre el joven zar. Su casa de Kukui, transformada en palacio, es donde los extranjeros hacen sus negocios. Pronto se revelan las discrepancias entre Pedro y el patriarca Ioakim, que pretende prohibir los cultos no ortodoxos y expulsar a los herejes. Alborotan la ciudad las locas fiestas de Pedro, bromas, disfraces, bacanales y borracheras extremas, pero también ejercicios militares de asombroso realismo que dejan algunos muertos. En 1690, Evdokia da a luz a un niño al que se pone el nombre de Alekséi.

En la primavera de 1693 Pedro decide viajar a Arjánguelsk. Allí, en el mar Blanco, mientras la frágil barcaza que lo transporta pasa al lado de los grandes navíos holandeses, alemanes e ingleses que comercian en aquellas tierras, siente vergüenza y empieza a fraguar planes. Lefort le ayuda a darles forma. Rusia debe fortalecerse, dotarse de una flota, imponerse en el mar Negro y el Báltico. Pero eso significa guerra: guerra con el jan de Crimea, guerra con los suecos, guerra… En Arjánguelsk crea unos astilleros que en seguida comienzan a trabajar.

En 1694 Pedro regresa a Moscú, donde a los pocos días ha de llorar la muerte de su madre. Eso da lugar a un reajuste del poder. Evdokia, zarina ahora, trata de ganar influencia sobre él, pero nada puede hacer ante el talento de Franz Lefort y Aleksandr Ménshikov, a los que descubrimos conspirando juntos. Estos juegan su gran baza: Ann Mons se entrega a Pedro tras una fiesta pagana en que es presentada como la diosa Ceres, vencedora de la muerte. Pero hay tiempo también para bromas. El zar acude a casa del enriquecido Iván Brovkin, padre de Alioshka, con el fin de pedir la mano de su hermana, Aleksandra (Sanka), para su antiguo amo, Vasili Vólkov.

Poco después, Austria, en guerra con los turcos, exige, invocando un viejo tratado, que Rusia vaya contra los tártaros y los boyardos han de acceder. Pedro duda, pero al fin manda reunir las milicias. La campaña comienza en la primavera de 1695. Dos grandes ejércitos viajan hacia el sur, uno siguiendo el Dniéper y otro, con el propio zar, embarcado por el Volga, cruza luego al Don. Su objetivo es Azov, protegida por fuertes murallas. Es sitiada. Los rusos combaten esforzados, escalan y hacen minas, pero nada consiguen. Al final del verano levantan el cerco y regresan. Pedro ha aprendido mucho y Aleksandr Ménshikov es el héroe de la expedición. Iván Brovkin resultó ser el más honrado de los proveedores del ejército y ve aumentar el volumen de sus negocios.

Tras la derrota, Pedro está desconocido. El juerguista se ha transformado en un obseso del trabajo y este se impone al pueblo con una violencia extrema. El coste en vidas es alto, pero en julio de 1696 una escuadra recién construida logra la rendición de Azov. Ya nadie se ríe del joven zar, pero este es sólo el comienzo. El país se convierte en un taller y los boyardos, sus auténticos dueños, han de cargar con los gastos. Pedro habla ante su duma y exige. Todos saben que el poder está ahora en manos de las nuevas fuerzas militares que él controla, de los extranjeros y los advenedizos. Se ordena que cincuenta jóvenes nobles de Moscú partan hacia Europa occidental para estudiar ciencias y técnicas de guerra.

VIAJE POR ALEMANIA, HOLANDA, INGLATERRA Y AUSTRIA

Tras reprimir salvajemente una conspiración de los cosacos contra su vida, en 1697 Pedro decide viajar al extranjero en busca de apoyo para sus planes de modernización. Lo acompañan los más próximos y lo sigue una amplia embajada. Por el Báltico, mar de los suecos, llegan a Königsberg y se entrevistan con el elector de Brandenburgo. Con él no hay problemas, pues el enemigo común son los suecos, pero en Polonia se elige soberano esos días y el triunfo del candidato francés supondría una alianza de Polonia con los turcos. Allí comprendió Pedro los juegos de la alta política. Al fin, con ayuda rusa, Augusto, el candidato alemán, logra imponerse.

Visitan Berlín, Hannover. Alemania impresiona a Pedro: limpieza, vida holgada y bien organizada. Empieza entonces a soñar con llevar a Rusia al Báltico y construir en él una ciudad que se parezca a eso. Tratan a Sofía, electora de Hannover y a su hija Sofía Carlota, que será entregada en matrimonio al zarévich Alekséi. Eran mujeres de gran cultura, discípulas de Leibniz, pero se divierten juntos y la seducción es mutua. El siguiente objetivo es Holanda, cuyos astilleros Pedro quiere conocer. En Zaandam trabaja varios meses de 1697, observándolo y aprendiéndolo todo, y con el nuevo año parte para Inglaterra, donde puede estudiar en detalle los misterios del diseño de las naves y contrata ingenieros y marinos para sus proyectos.

Mientras tanto, en Moscú, Sofía y los streltsí traman una sedición que es dominada por los regimientos fieles. Pedro debe regresar tras una estancia en Viena que le permite conocer mejor la alta política europea; está a punto de estallar la guerra por la sucesión de la corona española y los austriacos han pactado una paz con los turcos. Los ingleses están sumamente interesados en esta paz, que perjudicará mucho a Francia. Más malas noticias: ingleses y holandeses se niegan a ayudar a los rusos a explotar los grandes yacimientos de hierro que se acaban de descubrir en los Urales.

El primer libro concluye con el regreso de Pedro a un Moscú que inundará de sangre con las torturas y ejecuciones de todos los streltsí implicados en la revuelta. Los cadáveres de los ahorcados quedarán expuestos varios meses. No sólo ejerce él mismo de verdugo, sino que obliga a los boyardos a ejecutar con sus manos a los condenados para sellar así un pacto de sangre; los fuerza además a afeitar sus luengas barbas. Evdokia es repudiada y enviada a un monasterio.

RUSIA EN EL MAR NEGRO

El segundo libro comienza presentándonos la situación en Rusia en enero de 1699. La gente huye de los impuestos y la pobreza a las regiones poco habitadas del norte y del este, donde la vida es sencilla y es más fácil conservar la vieja fe. Pedro prepara su flota en Vorónezh, a la orilla del Don, y en la capital los boyardos abominan de las nuevas costumbres, mientras el pueblo sufre su miseria. Franz Lefort muere en marzo. El almirante sólo tenía cincuenta años y era el primero entre los empeñados en hacer de Pedro el artífice de una Rusia abierta a Europa. Lefórtovo es aún hoy un importante barrio de Moscú. Con la inminente guerra de Sucesión española, los turcos son cortejados por Inglaterra y Austria para perjudicar a Francia. Es difícil para los rusos arrancar un armisticio.

En mayo, con la crecida, una flota de ochenta y seis embarcaciones de guerra desciende por el Don apacible. Las barras de la desembocadura no le permiten el acceso al mar, pero tras una gran tormenta consiguen pasar. En agosto, la armada rusa está frente a Kerch, puerta del mar Negro, y el dos de septiembre el Krépost, un buque de cuarenta cañones, se planta con una embajada en Constantinopla, que los rusos llaman Zargrad. Los turcos y con ellos toda Europa empiezan a ver que en Rusia están cambiando cosas.

LA GRAN GUERRA DEL NORTE

Corre el año 1699. A Moscú llegan embajadores suecos ofreciendo una paz eterna, pero también livonios, polacos y alemanes que conspiran contra el dominio sueco en el Báltico y buscan una alianza con Rusia. Para diciembre está firmado un tratado secreto con Augusto, rey de Polonia, que atacará a los suecos, intentando tomar Riga, y será luego apoyado por Cristián de Dinamarca y por Pedro. En Estocolmo se nos presenta a Carlos XII, joven y enérgico, dispuesto a vencer y con la osadía para hacerlo, pero en guerra con un senado de comerciantes que rehúsan seguirlo.

En Moscú, se prepara un ejército. Los muzhiki acuden al reclamo de la comida, el vodka y la paga y quedan atrapados en la máquina letal. Es una tragedia, pero Tolstói retrata con humor la metamorfosis del campesino ruso. En el norte, Alekséi Brovkin recluta hombres para el zar y se interna en los bosques en busca del anciano Nectario. Este acaba llevando a sus raskólniki a la «muerte roja» en una escena que es una réplica de la descrita por Merezhkovski en su libro sobre Pedro.

Entra 1700 con grandes celebraciones y cambios en el calendario; el año comenzará a partir de ahora en enero y no en septiembre. En Vorónezh se prepara una nueva flota que asuste al sultán y permita acometer la lucha contra el sueco. Sin embargo, en este frente las noticias son en seguida poco prometedoras. Augusto, rey de Polonia, ha mandado sus tropas sajonas contra Riga, pero no ha conseguido tomarla. Los grandes señores polacos y livonios dudan en comprometerse contra los suecos por miedo a caer en poder de los rusos. Los daneses comienzan las hostilidades contra Suecia y es entonces cuando Carlos XII, llamado a veces el rayo de la guerra, muestra ser acreedor a este título; toma la iniciativa y embarca en Landskrona con quince mil hombres escogidos a la conquista de Europa. Primero obliga a Cristián a someterse y luego se dirige a Livonia.

Rusia firma al fin la paz con los turcos. Las gracias hay que dárselas a Luis de Francia que acaba de comprar un ataque del sultán a sus enemigos austriacos en la pugna por el trono de España. A los otomanos se les ha hecho necesaria así la paz con Rusia. En el verano de 1700, un gran ejército sale de Moscú y con el comienzo del otoño pone sitio a Narva, en la frontera de Estonia, sólida fortaleza bien defendida. Pedro se desespera por la pésima organización: pólvora y cañones que no llegan, poca y mala comida. Y Carlos avanza sobre Riga. La primera quincena de noviembre, Narva es bombardeada furiosamente, sin lograr tomarla. Carlos aparece entonces con diez mil hombres.

El 19 de noviembre se produce el encuentro de los dos ejércitos y los rusos son derrotados en toda regla. Capitulan y han de entregar el armamento; además, generales y oficiales son retenidos. De los 37000 hombres, sólo regresan 8000. Pedro, que había escapado días antes, recibe la noticia en Nóvgorod. El contratiempo no lo desanima. Sabe que la lucha ha de ser larga y está dispuesto a aprender de estos errores. Ordena fortificar la ciudad y vuelve a Moscú. Todos son obligados a trabajar en las obras.

La batalla de Narva se convierte en la comidilla de Europa y Carlos es el héroe del momento hasta que la sucesión al trono de España incendia el continente. Carlos, conseguido el apoyo del senado, ve llegada su hora y en julio de 1701 arrolla frente a Riga a los regimientos sajones de Augusto, persigue a este hasta Cracovia y lo fuerza a refugiarse en Sajonia. Mientras tanto, en Rusia se combate entre el mar Blanco y el Báltico, donde los suecos empiezan a darse cuenta de que los rusos aprenden rápido. Ese invierno, Borís Petróvich Sheremétiev ataca por sorpresa a los suecos en Tartú (Estonia) y logra una victoria aplastante. Meses después arrasa a sangre y fuego Estonia y Letonia, respetando sólo las ciudades costeras. En una de estas razzias, salva a Yekaterina, una hermosa muchacha que está a punto de ser violada por sus hombres. Andando el tiempo será esposa de Pedro y a su muerte emperatriz de Rusia: Catalina I.

En 1702, la obsesión es la conquista del río Nevá, que con las esclusas y canales que se están construyendo en la zona de los lagos, puede ser la salida natural al Báltico de las riquezas de Rusia. A finales de septiembre, se consigue tomar la fortaleza de Nöteburg, en el lago Ládoga, que pasa a llamarse Schlüsselburg (la ciudad llave). En la borrachera tras la batalla, Pedro descubre la infidelidad de Anna Mons. Durante las celebraciones en Moscú, un incendio asuela el Kremlin. El zar mira los escombros y comienza a hablar de la nueva ciudad que hay que levantar a orillas del Nevá. Ménshikov, que ha arrebatado a Yekaterina al viejo Borís Petróvich se la presenta a Pedro, que queda maravillado.

El tercer libro arranca en 1704 en Petersburgo, cuando este era sólo un bastión de Pedro y Pablo que se elevaba solitario sobre el Nevá y un amasijo de izbás y talleres con un embarcadero. Los trabajos avanzan, pero Pedro tiene claro que no hay que esperar el ataque de los suecos, hay que ir a buscarlos y conquistar Narva y Kexholm, afianzar las fronteras del Báltico ruso. Parten hacia Kexholm, pero al recibir la noticia de que una gran flota sueca ha llegado a Narva, se dirigen allí. En el escenario de su vergonzosa huida, Pedro sabe que esta vez tiene que ser distinto. La ciudad caerá en su poder en julio, tras una resistencia numantina de los suecos.

Se describe también la situación desesperada de Augusto en esa época, expulsado de Varsovia por Stanislaw Leszczynski que le disputa el trono de Polonia, perseguido con saña por Carlos y arruinado por sus queridas. Sin embargo, sus perspectivas mejoran cuando surgen desavenencias entre suecos y polacos, y con ayuda rusa decide asaltar Varsovia.

La acción se interrumpe bruscamente en este momento.

EL TEJIDO NARRATIVO

Pedro I , a pesar de su carácter fragmentario, suele considerarse la máxima expresión de la novela histórica rusa referida a un pasado lejano, y sólo la muerte impidió a este Tolstói culminar un ciclo narrativo que por su extensión, complejidad y vigor dramático estaba llamado a competir con Guerra y paz de su antepasado Lev Tolstói. El texto se ajusta a los hechos históricos y con base en ellos construye una trama en la que encontramos además personajes de ficción de enorme atractivo.

Uno de ellos es Andréi Gólikov, que nos recuerda al Tijon de Merezhkovski. Se trata de un joven pintor de iconos que no soporta los cambios que imponen en su arte y vaga mísero buscando su salvación en los rigores de la vieja fe. Viaja al norte con un cargamento de trigo para un grupo de viejos creyentes y acaba escapando al igual que Tijon de la «muerte roja». Alekséi Brovkin lo lleva más tarde como soldado en su compañía a la guerra del Norte y así participa en la primera batalla de Narva. Deserta después y recorre con un camarada aldeas desoladas de pobreza sobrecogedora. Roban, piden a los ricos y vagan. Andréi tiene alma de artista. Un día le explica a su compañero: «Fedka, el día se enciende y se apaga, pero en mi tabla luce eternamente… ¿Qué tiene de particular un árbol cualquiera, un abedul o un pino? Pero contemplas el árbol que yo he pintado en mi tabla y lo comprendes todo, sientes deseos de llorar.» Sueña con ir al país maravilloso que llaman Italia, pero su destino es clavar los primeros pilotes en la desembocadura del Nevá para la ciudad que llevará el nombre de Pedro. Un día de 1704 muestra al zar los dibujos que ha hecho con un trozo de carbón en una pared y este lo envía a Moscú a hacer el retrato de Yekaterina, la que reina en su corazón. En el viaje, Andréi conoce a Masha Vorobiov, una misteriosa muchacha que se dedica a modelar figuritas de barro. Estaba llamada sin duda a tener un papel importante en el libro, pero su imagen queda apenas esbozada.

Sanka, hija de Iván Brovkin, es una arrapieza andrajosa en el primer párrafo de la novela, y se casa luego, al enriquecerse su padre, con Vasili Vólkov, que fue su señor. Aleksandra Ivánovna Brovkin es un demonio de mujer, bella y elegante, dispuesta a llegar con sus armas femeninas a la misma cúspide de la pirámide social. Viaja con su marido, que es nombrado embajador y triunfa en la Haya, pero soñando con París. Atalía, condesa de Desmont es la Mata Hari de la historia, espiando para Carlos en las cortes de Augusto y Pedro. Ella trata de arrastrar a Sanka a una infidelidad que, a pesar de toda su ambición, le resulta odiosa. Hay aquí también tramas que quedan abruptamente cortadas, aunque bien podemos llevarlas a su fin con un poco de imaginación.

Kuzmá Zhémov es un buen herrero arruinado por la manía de construir unas alas que permitan al hombre volar. Se une a una banda de salteadores y cuando son detenidos realiza trabajos forzados en una fragua. Acaba al servicio del zar. En Moscú el pope Grishka escribe brujerías y trata de unir las voluntades de los que se resisten a Pedro y añoran lo viejo. Es apresado y torturado. Entre los secundarios que corresponden a personajes reales vemos al embajador Piotr Andréievich Tolstói en los comienzas de su carrera, cuando se ganaba el favor del soberano derrochando ya talento y astucia. Hay lugar también para tiernas escenas de amor como la de Natalia, hermana favorita de Pedro, la que introducirá el teatro en la corte, y Gavrila Brovkin. Los dos tienen que sufrir un poco antes de encontrar su sitio en los brazos del otro.

EL MÍSTICO Y EL CORTESANO

El libro nos permite asistir a un momento crucial, metamorfosis de una Rusia que convulsiona, repudia su tradición y reclama su lugar en Europa, haciendo acto de presencia en el mar Negro y el Báltico. Los rusos han de aprender a ser marinos, y el primero que lo hace es el zar Pedro. Esta es la historia que se nos cuenta y no deja de ser una parte importante de la verdad. De la miseria de la población, el expolio y las guerras constantes, de la resquebrajadura del cuerpo social y sus consecuencias terribles también se nos habla, pero muchas veces durante la lectura de la obra, tenemos la impresión de que ese narrador omnisciente que va alumbrando las sombras, ese hombre que juega a ser Dios, ha tomado decididamente partido por su protagonista.

Si hemos de comparar la aproximación al zar Pedro I de Dmitri Merezhkovski en Anticristo. Pedro y Alekséi y la de Alekséi Tolstói en Pedro I, podríamos decir que la diferencia fundamental es que Merezhkovski nunca deja de contemplar a Pedro como el monstruo que es. Para mostrar al lado del tirano una norma de humanidad que sirva de contraste, utiliza a su hijo Alekséi, que con todos sus defectos simboliza una alternativa «humana» al déspota endiosado. Merezhkovski, influido por su misticismo cristiano, no soporta que un hombre se sienta legitimado para esclavizar y exterminar a otros hombres, aunque aduzca hermosos y plausibles motivos. De ahí la tensión dramática y el simbolismo de su novela.

Hay artistas que son arrastrados por su inspiración y llegan a morir por ser testigos de ella, y no faltan buenos ejemplos en la Rusia de la primera mitad del siglo XX, de los que uno extremo podría ser el de Ósip Mandelstam. Al lado de estos, suelen proliferar los acomodaticios. Alekséi Tolstói fue un escritor áulico capaz de enfocar su talento en la dirección que le podía ser personalmente más beneficiosa. Su pariente, el historiador Nikolái Tolstói, llegó a decir de él en The Tolstoys, 24 Generations of Russian History :  «Few families have produced a higher literary talent than Leo Tolstoy , but few have sunk to one as degraded as Alexei Nikolaevich «. Tras su pelotilleo ignominioso a Stalin en el tercer tomo de la trilogía Tinieblas y amanecer, lo que tenemos en Pedro I es una glorificación del poder férreo capaz de llevar a Rusia a la victoria y el establecimiento de un brillante precursor de las políticas de Stalin. Ese es el objetivo al que se subordina todo en la narración. Sobre los cientos de páginas alienta un único espíritu: «la violencia extrema fue provechosa»; una visión del pasado con proyecciones en el presente. Acompañando este mensaje, el hombre genial que desencadena estos procesos tiene que ser pintado con los colores apropiados.

Pedro es el héroe indiscutible que llena el relato, y todos sus actos son presentados desde una perspectiva favorable. Por ejemplo, cuando cambia de unidad a Mishka Blúdov, el soldado que había salvado a Yekaterina de ser violada y había pasado luego una noche de amor con ella, con el previsible fin de enviarlo a la muerte, se antepone una conversación entre los soldados, escuchada por Pedro, que nos hace comprender que esta decisión es criminal, pero profundamente humana. En el comienzo del libro tercero, cuando sabe que los obreros están muy mal alimentados en Petersburgo, riñe a Ménshikov, el culpable de ello, aunque sin mayores consecuencias. Continuamente en la narración se trata de defender el lado humano de Pedro. El problema es que con este énfasis sólo se consigue insistir en una cuestión que no es en absoluto relevante y que no ayuda nada a entender lo esencial de este personaje.

LOS REYES Y LOS HOMBRES

Toda la historia pivota sobre la voluntad de dos hombres: Carlos, el sueco y Pedro, el ruso. Los demás están ahí también, pero son sólo átomos o partículas de unos pueblos cuyo único sentido parece ser la vocación ineludible de convertirse en imperios. Para eso los hombres tienen que morir en el campo de batalla. Siempre ha sido así. Esta es la lógica que hace funcionar todo. Carlos y Pedro movilizan sus recursos. En el caso de Rusia, esto supone una catástrofe social. El escritor áulico nos va a mostrar esta catástrofe como justificable, la va a endulzar con su humor, y con los mil detalles que su talento cortesano le sugiere va a hilvanar amores con dolores y escenas rurales o palaciegas con batallas para construir una obra literaria que al final es un bello arco de triunfo a mayor gloria del tirano.

Antes y después de la gran guerra del Norte y todas las muertes violentas que originó, los hombres habitaban ciudades, estepas y bosques entre las orillas arenosas del Báltico y el litoral del mar Negro; ellos son los auténticos protagonistas de la historia. Sus lenguas y costumbres eran diferentes, pero sus sueños nunca fueron excesivos y nunca perdieron la habilidad de vivir fraternalmente sobre la tierra que les daba sustento. Sin embargo, sometidos al poder de otros hombres, se asesinaron sin piedad. Y no somos capaces de entender que provocar estos conflictos no es ni ha sido nunca una labor honrosa.

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