“Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Aquella famosa frase del mayo francés parece haberse convertido en una verdadera guía práctica para la izquierda revolucionarista chilena, tanto así que la segunda parte es tomada al pie de la letra en sus plataformas reivindicativas. Sin embargo, más allá del romanticismo que inspira, ¿es acertado desde el punto de […]
“Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Aquella famosa frase del mayo francés parece haberse convertido en una verdadera guía práctica para la izquierda revolucionarista chilena, tanto así que la segunda parte es tomada al pie de la letra en sus plataformas reivindicativas. Sin embargo, más allá del romanticismo que inspira, ¿es acertado desde el punto de vista de una práctica política efectivamente revolucionaria? Definitivamente no, y veamos porqué.
Pongamos el caso que, a propósito del auge de la movilización de masas que experimenta el país, se nos ocurra levantar la demanda de un salario mínimo mensual de $30 millones. ¿Por qué no? Total, la disposición de lucha está, y precisamente para que esta no mengüe es mejor subir las expectativas. ¿Acaso no hay que pedir lo imposible? Además, ¿no mejorarían sustancialmente también las condiciones materiales de vida de la población trabajadora? ¿Qué impide que no sea sino el capitulacionismo rastrero frente a la patronal y el Estado burgués de las dirigencias burocráticas el que fijemos nuestra demanda de salario mínimo en $30 millones y no en $500 mil?
Así puestas las cosas, la consigna resulta genial e inobjetable. Solo los tibios traidores corrompidos por la realpolitik burguesa podrían poner reparos, pero lo único que finalmente harían es ponerse ellos mismos en evidencia frente a las masas. Entonces, ¡vamos! Inscribamos en nuestra plataforma: ¡salario mínimo de $30 millones!
Basta ahora solo la brigada agitativa que raye la consigna en las paredes de medio Santiago y la haga circular por las redes sociales (los likes y retweets están asegurados, ¿a quién no le gustaría recibir un sueldo de tamaña magnitud cada fin de mes?), pero es lo de menos. No nos detengamos en minucias técnicas de implementación, este no es el problema por ahora, aunque para la mayoría de los grupos revolucionaristas es sin duda este el principal aspecto –y no el pensar en lo que se va a decir– de la “política revolucionaria”.
¿Es todo esto correcto? Parece que el simple sentido común algo nos advierte al respecto. Las cosas no son tan simples como parecen. Para los más consecuentes, sin embargo, las meras dudas son la expresión de aquel tufillo característico que dejan los traidores y vacilantes en el ambiente.
Pues bien, si recurrimos a la aritmética elemental (un instrumento altamente sospechoso de estar al servicio del imperialismo norteamericano, por lo demás) se puede apreciar, en primer lugar, que la población trabajadora asalariada en Chile promedió (en cifras gruesas) los 6,3 millones de personas en 2019. Fíjese que se están excluyendo aquellas personas que no trabajan asalariadamente, como los familiares no remunerados, empleadores y cuentapropistas. Ahora, si multiplicamos dicha cifra por el monto salarial que figura en nuestro petitorio ($30 millones) y el número de meses del año (12) se llega a un monto total de… ¡$2.279 billones!
¿Algún problema? Hasta el momento parece que no, son solo estadísticas burguesas y ejercicios ociosos. Cuando no hay más restricción que eso de “pedir lo imposible” la imaginación puede volar alto, muy alto. Así que no hay problema.
Sin embargo, el caso es que si hay un “pequeño” problema. En efecto, cuando miramos el producto interno bruto (PIB) –o sea, el valor total del conjunto de bienes y servicios producidos en un país durante un año– de Chile este solo ascendió a la pobre cifra de $198 billones en 2019. O sea, ni siquiera la décima parte del monto anual requerido para pagar el salario promedio mensual por trabajador de $30 millones. En otras palabras, la torta a repartir simplemente no alcanza para pagar los salarios exigidos.
Nótese que lo anterior es independiente del tipo de sociedad a través de las cual se produce la torta, porque si no el problema se agrava aún más con este “nimio” detalle. Efectivamente, cuando se introduce la exigencia de tal o cual nivel salarial implícitamente se está reconociendo la vigencia del régimen de trabajo asalariado, con todo lo que ello implica. O sea, que los trabajadores están privados de los medios de producción, y por tal razón se ven obligados a vender su fuerza de trabajo al capitalista.
Ya, ¿y? El tema es que, precisamente por los elementos antes descritos, los salarios en tal régimen social se ajustan necesariamente a la dinámica de la acumulación capitalista, realidad que incluso ni siquiera los mismos capitalistas pueden sustraerse a voluntad porque esta tiene una serie mecanismos (desempleo, automatización, etc.) que, cuales “leyes de hierro”, mantienen a raya los salarios al nivel de los costos de la fuerza de trabajo. ¿Acaso no es esto lo que enseña la teoría marxista de la explotación y la plusvalía?
Ya, pero aún podemos salvar la consigna. Se retrucará que con esta no se busca que los trabajadores alcancen efectivamente el salario aludido (naturalmente no hay decírselos para no desmoralizarlos), sino que suban sus expectativas y, al ver la imposibilidad de la realización de la demanda bajo el capitalismo, derroquen a la burguesía. ¿Qué mejor? Así aprovechamos el estado de ánimo inflamado de las masas, salvamos la consigna y seguimos con ella hasta el final. ¡Pidamos lo imposible! ¡La revolución está a la vuelta de la esquina!
¿Y si los trabajadores llegaran –hipotéticamente– a conquistar el poder siguiendo a los dirigentes que levantaron la consigna de salarios de $30 millones? ¿Qué dirán entonces estos geniales estrategas de la revolución? Ahora hay que dar la cara, ya no hay Estado burgués ni burguesía en el poder ni capitalistas al mando de empresas a los cuales echarles la culpa. El poder popular comunitario es total y el socialismo reina en la patria. ¡Ouch! Ehm… bueno… el tema es que…
Cual molesto susurro en una resaca, y mucho antes que la gloriosa clase obrera acceda al poder, empiezan a resonar en la cabeza de estos teóricos de alto calibre las palabras de la vieja Rosa de que el socialismo «no finge tener parches en sus bolsillos para tapar todos los agujeros que ha creado el desarrollo histórico» /1. Sus sabias palabras comienzan a cobrar algún sentido para la política práctica revolucionaria, ¿no?
El caso es que, como se ve, la demagogia revolucionarista no da ni siquiera da para “pan para hoy…”. Es simplemente miseria político-programática para hoy y siempre. Precisamente por esto que Rosa Luxemburgo ponía en guardia, señalando que «El socialismo de la moderna clase obrera, es decir, el socialismo científico, no gusta de soluciones radicales, maravillosas y biensonantes […] Las soluciones que propone […] no se caracterizan en general por la “magnanimidad” […] la socialdemocracia es y siempre será un partido pobre […]» /2.
Es verdad que la consigna puesta como ejemplo es tan absurda e incoherente que llega a ser ridícula. Así, ¿quién en la izquierda podría sentirse aludido por este escrito? Nadie. Además, es una característica que campea entre los actuales teóricos y estados mayores de la revolución el que precisamente “no entran balas” a las líneas de acción que salen de sus cabezas. La realidad es lo de menos, solo un pequeño detalle en el camino. Siempre está a la mano el comodín de la traición de los partidos y la acción de los vacilantes en el seno del pueblo para achacarles el fracaso de estas, o, a propósito del coronavirus, la apelación a hollywoodenses teorías conspirativas.
Sin embargo, cuando nos detenemos y ponemos atención en detalle a la serie de consignas que circulan entre los sectores revolucionaristas frente a la situación política del país, especialmente aquella abierta después del 18 de octubre, se observan absurdos tanto o peores a los de la demanda salarial de $30 millones mensuales.
Muchas son efectivamente absurdas, ya sea por lo disparatado de las exigencias mismas que se levantan o, cuando a primera vista estas parecen “sensatas”, por la incoherencia de los razonamientos y presupuestos ilusos que le subyacen.
Así, por ejemplo, la demanda de disolución de las Fuerzas Especiales (FF.EE.) ha cobrado particular popularidad entre las distintas organizaciones y panfletistas revolucionaristas. Hay quienes incluso han llegado a abogar por… ¡la disolución misma de Carabineros! /3.
Sin embargo, y para no complicar aún más el cuadro y ser “realistas”, quedémonos solo en la exigencia de disolución de las FF.EE. Suena archi radical, ultra revolucionario, ¿no? ¿A quién no le gustaría que de un día para otro desaparecieran las FF.EE. de Carabineros? Pero, ¿es posible? Veamos.
El primer escollo que surge es a quién se le está exigiendo finalmente la disolución de las FF.EE., este destacamento especializado de la policía uniformada chilena encargada de resguardar el orden público. ¿Quién disuelve a este destacamento? ¿El Estado y establishment burgués? Si es así, ¿no hay algo raro entonces? Definitivamente. Algo huele mal, y no solo en Dinamarca, sino también en Chile.
El caso es que ningún Estado burgués, que descansa en relaciones capitalistas de explotación, y por tanto el conflicto social le es inherente, puede renunciar a la tarea de resguardar el “orden público” (léase disciplinamiento de la fuerza de trabajo y defensa de la propiedad privada). Dicha función es consustancial a su existencia.
Así, si por esas circunstancias de la vida política y social del país se llegasen a “disolver” las FF.EE., en el preciso instante en que se firma su disolución aparecería por arte de magia un cuerpo policial similar (o sus funciones serían simplemente repartidas entre otras instituciones ya existentes: PDI, Ejército, bandas fascistas). Con otro nombre (ayer las FF.EE. se denominaban Grupo Móvil), con otros personajes a la cabeza y con otra misión y declaración de principios en el papel, con otros protocolos de acción, etc., pero que en definitiva cumpliría exactamente la misma función que estas.
Así planteadas las cosas, la exigencia resulta a todas luces un absurdo. Lo otro sería derechamente llamar a la destrucción del Estado burgués, ante lo cual la consigna que corresponde levantar es la de la toma del poder, y no la disolución de tal o cual aparato represivo. Pero hasta donde se puede leer, ninguno de los que levantan la consigna en cuestión han planteado la toma del poder como la tarea del momento para las masas populares (¿les dará vergüenza plantearla?).
Precisamente por lo absurdo mismo de la reivindicación es que se apelan a razonamientos tanto o más absurdos –altamente subjetivos e ilusos– para justificarla y llevarla a la práctica. En el caso de Carabineros, la posibilidad material de su “disolución” se deposita en la supuesta existencia de «sectores minoritarios que anidan una nueva ética [sic], una nueva moral ». Se echa mano así a una sarta de ilusiones pequeñoburguesas, que no pasan de buenos deseos, al decir que «la respuesta estará en esa reserva moral de quienes en algún momento recojan su sentido patriótico y soberanista, se pongan en marcha en sus conciencias, decidiendo caminar junto al Pueblo» /4. ¡Por favor! ¿Tanto marxismo-leninismo para terminar en estas vulgaridades?
Son sin embargo la misma clase de argumentos cuando se pretende poner en práctica «una postura política fundada en la ética» (sic) que remeza al establishment burgués, que termina haciendo lastimeras apelaciones a los valores «humanistas cristianos» (sic) de los parlamentarios y a la honestidad y sensibilidad de ciertos progresistas /5. ¿No resulta todo esto un poco ingenuo cuando lo que está precisamente en juego son los intereses de las clases fundamentales de la sociedad chilena? Uno que otro politicastro “honesto” y “sensible” podrá conmoverse con tal cual lastimero llamado, ¿pero la burguesía (o la “elite”, como eufemísticamente se le denomina hoy) en su conjunto, como clase? ¿No se siembran falsas ilusiones con este tipo de llamados?
Finalmente, hay otras exigencias que, a pesar del radicalismo que posan, ni para reformismo alcanzan. Rayan simplemente en un ramplón oportunismo burgués. Se trata de la fiebre que se ha apoderado de la izquierda revolucionarista de andar exigiendo renuncias y juzgamientos de determinados personajes del establishment burgués. Esta es precisamente la salida más fácil para la burguesía y donde quisiera llevar el problema, ya que feliz sacrificaría a cualquiera de sus peleles de turno –inclusive al mismo Piñera– si eso le garantizara el apaciguamiento de la situación. Con este tipo de exigencias lo único que se logra finalmente es atar a las clases trabajadoras a determinadas fracciones burguesas. ¡Nadie sabe para quién trabaja! ¿No?
¿Qué queda entonces de la frase del mayo francés? Ser realistas, sí. ¡Y mucho! Pero no para pedir “lo imposible” –a lo menos no como comúnmente se entiende–, sino para identificar los verdaderos desafíos que tienen las masas trabajadoras por delante, educarlas en las tareas políticas que se desprenden de estos y en cómo alcanzarlas.
Santiago,
marzo 2018.
1/ Rosa Luxemburgo: La cuestión nacional y la autonomía, El Viejo Topo, España, 1998, pp. 33-34.2/ Ibíd.
2/ Ibíd.
3/ Véase Jorge Gálvez: Disolución de Carabineros o el despertar de su reserva moral, no hay más opciones. Disponible en: https://rebelion.org/disolucion-de-carabineros-o-el-despertar-de-su-reserva-moral-no-hay-mas-opciones/
4/ Ibíd.