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Otra conversación sobre el coronavirus

Fuentes: La Jiribilla

Para Rina Ramís

“El virus es la condición de un salto mental
que ninguna prédica política habría podido
producir. La igualdad ha vuelto al centro de
la escena. Imaginémosla como el punto de
partida para el tiempo que vendrá”.

Franco “Bifo” Berardi, Crónica de la psicodeflación

En la misma medida en la que somos avisados de nuevos incrementos en los daños que provoca la COVID-19, crecen tanto el estupor como la lucha de la comunidad científica para encontrar un tratamiento que derrote la epidemia, la reorganización de la vida como los ejemplos de solidaridad humana en los lugares golpeados. Hace años la madre de uno de mis amigos cercanos, epidemióloga de profesión, compartió conmigo un extraordinario regalo: una instalación del software Net-Logo. Ahora que ella no está y que el mundo a nuestro alrededor ha cambiado, con tal velocidad que más bien parece la consecuencia de un delirio paranoico, entiendo y lamento cuántas conversaciones no tuvimos sobre un tema en el cual ella tenía el beneficio y ventaja del experto, cuánto pude escuchar y aprender. Aquellas veces, en las que conversamos, nos unió el mutuo interés por las teorías de la complejidad (de cuya Cátedra ella era integrante).

El Net-Logo permitía construir escenarios en los cuales, mediante la introducción de datos y la orientación de determinada acción, era posible realizar predicciones en cuanto a la transformación del escenario en cuestión. Para la epidemióloga, esta constituía una herramienta útil a la hora de enfrentar uno de tales eventos; para el profesional de las ciencias sociales era la oportunidad de conocer el funcionamiento de una aplicación puesta al servicio de la modelación matemática de la evolución, en términos narrativos, de una determinada trama o circunstancia. He comenzado por esta memoria íntima porque, cuando en las noches acompaño a mis vecinos en ese aplauso diario para los trabajadores de la salud que están en la primera línea de lucha contra el coronavirus, también está allí la madre de mi amigo junto con todos quienes -desde los saberes más diversos- se afanan porque Cuba sea un país mejor.

“En las noches acompaño a mis vecinos en ese aplauso diario para los trabajadores de la salud que están en la primera línea de lucha contra el coronavirus”.

II

La sorprendente capacidad de adaptación a circunstancias nuevas que nos caracteriza, crea una especie de espejismo gracias al cual es tanto lo que enfocamos la atención en los horrores asociados a la pandemia que ni siquiera pensamos en lo ridículamente pequeña que es la distancia entre las prevenciones del presente y último momento cuando la vida fue distinta: tres meses. Para una enfermedad que tuvo su primer caso el 27 de diciembre de 2019, la velocidad de expansión ha sido espectacular; en paralelo a ello, las vías de transmisión son tan absolutamente propias de los gestos cotidianos (tocar boca, nariz, ojos) que han sido suficientes para desarticular la cotidianeidad tal y como la conocíamos.

Esto merece más de un comentario.

Lo primero acaso es que durante años, en los encontronazos y amenazas de la llamada Guerra Fría, nos habíamos acostumbrado a cargar las apuestas sobre la desaparición de la especie humana en el estallido de una guerra nuclear. Para este choque de poderosos (es decir, para ser parte del reducido grupo de países capaz de pelear a este nivel) resultaba imprescindible poseer una elevada cantidad de especialistas con formación y entrenamiento en el manejo y desarrollo de esta forma de energía; además de ello, imaginando que uno dispusiese de los insumos necesarios, también resultaba imprescindible la construcción de las instalaciones para hacer las pruebas de laboratorio, fabricar las armas y probarlas, así como la protección de todo esto. Dicho de otra forma, se hacía necesaria tal capacidad industrial y cantidad de fondos que la mayoría de las naciones del planeta nunca podrían participar de algo semejante; de esta manera, la posibilidad de desatar la catástrofe, con independencia de su efecto global aniquilador, quedaba en manos de las dirigencias políticas de poco más que una decena de países.

La próxima oleada de inquietud, en lo que toca a un daño generalizado para la vida humana, vino con las investigaciones sobre el debilitamiento de la capa de ozono, los efectos de la contaminación industrial a gran escala, más las teorías acerca del calentamiento global y el cambio climático. Aquí son nuevamente los países de mayor desarrollo industrial y económico los que mayores daños ocasionan a la naturaleza mediante la tala de bosques, emisiones de gases contaminantes, contaminación de fuentes de agua, etc. El enfrentamiento nuclear era concebido en dos variantes esenciales: como un intercambio incontrolado que no podía sino conducir a la extinción inmediata o como lo que, en determinado momento, la clase política estadounidense anunció como “guerra nuclear limitada”. En cuanto al cambio climático, una de sus características principales y contraria al efecto inmediato del disparador nuclear, es su gradualidad; de esta forma, aquí el control se refiere a la cantidad y forma en la que los recursos naturales y la naturaleza misma son explotados y “cuidados” a través de acuerdos políticos, leyes y normativas, establecimiento de límites y convenciones, además de su permanente vigilancia. Ello tiene lugar en el largo ciclo que va desde la extracción al traslado, procesamiento, transformación, consumo y tratamiento de los desechos. Cualquiera de estas dos maneras de “pensar la catástrofe” ha sido superada, sin necesidad de destrucción de las obras del hombre, sin un disparo y sin arrebatos de la naturaleza, en el diminuto plazo de tres meses.

En la narrativa del presente hay dolor extendido y miles de personas fallecidas, hospitales colapsados, médicos y personal de enfermería que son héroes, relatos de conmovedora solidaridad humana, ejemplos de paranoia y salpicaduras de egoísmo. Que el territorio de una batalla global sea el cuerpo humano es una sorpresa que difícilmente esperábamos y para la cual las respuestas han ido siendo generadas sobre la marcha; desde la velocidad con la que los cuerpos fueron controlados en Wuhan (un concentración enorme, de once millones de personas, cerradas dentro del perímetro de la ciudad, en las casas, chequeados, las calles desinfectadas) hasta la negativa de aquellos políticos que redujeron los peligros al contagio de una gripe más. La escalofriante estadística según la cual hoy, 6 de abril de 2020 (para un evento que tuvo su inicio a fines de año), casi la mitad del planeta se encuentra atravesando estadios de reclusión (total o parcial) dictados por sus gobernantes, nos enseña la profunda significación que los acontecimientos cobran para una lectura del devenir signada por indicadores biopolíticos.

“En la narrativa del presente hay dolor extendido y miles de personas fallecidas, hospitales colapsados, médicos y personal de enfermería que son héroes”. Foto: Tomada de HispanTV

Toda una acumulación de libros, películas, dibujos animados, series de televisión, etc., construyó la imagen de la sociedad humana sorprendida por una “rebelión de las máquinas”, con lo cual dábamos salida a la ansiedad ante el acelerado desarrollo de la tecnología; dicho de otro modo, la “rebelión” (robots que empezaban a actuar como entes con vida propia, inteligencias artificiales comportándose como si poseyesen personalidad propia, etc.) obligaba a distribuir la existencia en polos opuestos e irreconciliables. Las oposiciones del presente colocan al cuerpo y a la máquina en esos mismos polos opuestos, pero el sentido es absolutamente otro porque el punto de partida es la porosidad del cuerpo ante la enfermedad y porque esta vez la máquina no ataca, sino que, simplemente, deja de funcionar y los cuerpos entonces “sobran”, dejan de ser funcionales en la cadena productiva, pierden su “lugar”. Este es el sentido de esas noticias pasmosas que lo mismo hablan de diez millones de desempleados en los Estados Unidos (cinco millones de personas en condición de paro temporal en Francia) que del aumento de los llamados a “apuntalar” la crisis mediante la condonación global de las deudas entre países, la moratoria en los pagos de impuestos, la asunción de decretos que estimulen la gratuidad universal de la atención médica, entre otras iniciativas de cambio. 

Es, en muchos, muchos sentidos, una prueba y la prueba opera en dos niveles simultáneos.

Pensar la pandemia equivale y tiene su primer paso en reconocer la facilidad con la que un sistema de salud, supuestamente sólido, es desbaratado (con solo “subir” la cifra de ingresos hospitalarios más allá de lo que  permite cualquier diseño racional de la relación entre enfermedad y salud); con este presupuesto, junto a lo anterior, habría entonces que imaginar lo que sucedería a la humanidad (y sus estructuras) en caso de una guerra biológica extendida, guerra nuclear o catástrofes ecológicas masivas o continuadas. ¿Qué país puede responder frente a eventos de semejante escala y todavía proteger u ofrecer “cura” o “salvación” a su población (o, en general, la humanidad)? Pasará tiempo antes de que este golpe al orgullo guerrerista sea procesado y es nuestra responsabilidad, en el momento en el que sea encontrada una cura o alivio seguro para la enfermedad, no sean olvidados el estupor, la sensación de caos, el miedo y los desasosiegos del presente.

En otra dirección del problema, la progresión de los contagios no puede sino, como ya está sucediendo, poner en evidencia la fortaleza, integralidad, fragilidad o discontinuidades en los sistemas de salud donde quiera que llegue la enfermedad; en lenguaje más elemental, esto significa que la calidad de la atención y el sufrimiento estarán “distribuidos” según pirámides de riqueza/pobreza, en especial si el tiempo de la pandemia se prolonga (hay quienes hablan de que solo después del verano las cosas cambiarán). A la misma vez, la enfermedad se “filtra” por entre clases sociales, de manera que a diario escuchamos noticias de famosos, de uno u otro orden, que han contraído el virus, personas que es de creer que estarían en entornos “seguros” como para demostrar lo peligroso de rebajar la guardia ante la posibilidad de contagio o lo muy difícil que es desarrollar una vida más o menos normal, confiando en que siempre vamos a estar en ambientes de protección absoluta, como de hospital o laboratorio.

“Hemos presenciado una historia tan espeluznante como la del crucero que vaga entre puertos a imitación de un insólito buque fantasma (…), como la del gesto solitario de Cuba, recibiendo al barco y facilitando el regreso a casa de los pasajeros”. Foto: Internet

Un universo como el descrito sacude no pocas certezas y, junto a la incertidumbre y temores que despierta, también activa el mecanismo de la solidaridad; es así que igual hemos presenciado una historia tan espeluznante como la del crucero que vaga entre puertos a imitación de un insólito buque fantasma, al que nadie permite tocar tierra, como la del gesto solitario de Cuba, recibiendo al barco y facilitando el regreso a casa de los pasajeros. O cuando, durante semanas, la confianza infantil de Trump en la supremacía estadounidense, en una actitud que solo es entendible si se maneja la investigación científica como una película de aventuras, rebajó la importancia del coronavirus (esperando, quizás, la intervención providencial de algún superlaboratorio con una solución cuasi-divina al nuevo problema). O cuando el personal de las unidades de cuidados intensivos, apabulladas por la cantidad de pacientes y sin dotación suficiente para atenderlos, deben elegir a quiénes conectar a los aparatos de respiración artificial; por cierto que es aquí donde causa horror empezar a calcular, más allá de los horrores del presente, lo que ocurriría en un paisaje postnuclear o luego de inundaciones masivas a causa del cambio climático, lo mismo por lluvias que por elevaciones del mar. Partiendo de la disponibilidad de respiradores artificiales, hemos oído al vicegobernador de Texas declarar públicamente que los mayores de 70 años (ese grupo altamente vulnerable) deberían estar dispuestos a morir con tal de mantener el sueño americano.

Como en un inmenso escenario, cada gesto adquiere resonancia más allá de sí mismo, de manera que una frase o decisión transparenta la base cultural que sustenta la vida de un país, el sistema de valores que sus dirigencias políticas defienden y —dado que se trata de la intersección entre salud, enfermedad, sistemas de sanidad, vida y muerte— se torna primordial el lugar que en todo esto ocupa la persona. Más aún, en situación de crisis global los gestos, declaraciones o análisis no solo enseñan lo que fue el pasado (es decir, por qué razones se llega hasta aquí) y las actitudes del presente, sino que —como si se quitara un velo— comienzan a dibujar grietas en el futuro; si en algún punto ello es visible  sin dudas son las escalofriantes declaraciones acerca de la obligatoriedad de elegir entre declarar una reclusión obligatoria y paralizar una economía (con el consiguiente daño a la producción, comercio y consumo de un lado) o mantener una actividad económica más o menos regular a la vez que se “normaliza” la pandemia y se acepta que una cantidad de la población enfermará e incluso le tocará morir.

En la misma medida en que la epidemia se extiende, son comprobadas las respuestas y posibilidades de los sistemas de salud en todos aquellos países donde aparece la enfermedad. Sencillez en el mecanismo de transmisión; alta letalidad para grupos vulnerables como diabéticos, hipertensos, cardiópatas, asmáticos y personas de más de 70 años; obligación de adoptar, como las estrategias primordiales para detener la expansión de la pandemia, el distanciamiento físico entre personas y la reclusión doméstica; todos estos son datos para acercarnos, en el plano “real”, a un trastorno que apenas comienza. El hecho de ciudades o países enteros en cuarentena, economías paralizadas, unidades de cuidados intensivos desbordadas, abastecimiento de salud insuficiente, transformación en la estructura del empleo (más la transportación y las comunicaciones) cuando aumenta la cantidad de trabajo en casa son situaciones de impacto a la hora de pensar tanto lo sucedido como el hoy y, más que nada, el futuro inmediato.

En cuanto a la batalla simbólica, se trata de un conflicto cuya esencia es o está en el ajuste (o desajuste) del individuo con su realidad cultural, social, política y nacional inmediata en paralelo a sus posicionamientos respecto a los lazos y jerarquías internacionales en todos estos órdenes. La enorme masa de teorías, postulados, documentos, textos, intervenciones críticas de todo tipo a favor de la limitación del poder de los aparatos estatales (junto con la supuesta capacidad del dueto mercado-sociedad civil para llenar con su acción los espacios de poder vacíos) han sido reducidos a polvo en correspondencia con la intensidad de la crisis. La complejidad de las tareas (económicas, legislativas, políticas, organizativas, etc.) es tal que la acción del Estado no solo es nuclear y convocante, sino que no tiene sustituto.

La crisis es tan enorme que absorbe la economía, contrae al mínimo el espacio público, confina las personas a los escasos metros cuadrados de sus mundos domésticos, desplaza el lugar de trabajo hacia la vivienda, trastorna el aparato de la sociabilidad tal y como la practicábamos, genera tal cantidad de discursos cruzados o contradictorios, tal ansiedad, que son numerosas las advertencias de psicólogos recomendando no pasar más de una hora diaria leyendo, escuchando o viendo noticias sobre el coronavirus, su entorno y sus efectos. Política, cultura, dirigencias, parlamentos, congresos, partidos, líderes, liderazgos, sistemas sociales, todo está en juego: es una crisis de legitimidad, como bien afirman muchos, una multicrisis.

El bloqueo de Estados Unidos contra Cuba impide a la empresa china Alibaba llevar hasta la Isla un donativo de mascarillas y kits de diagnóstico rápido para combatir la Covid-19. La respuesta de Cuba: continuar enviando médicos a los países que soliciten ayuda. Ilustración: Brady Izquierdo

III

El filósofo Slavoj Zizek señaló que se trataba del fin del orden neoliberal a la misma vez que de la oportunidad de rehacer el mundo sobre la base de principios comunistas. Unas semanas más tarde, aclaró que la idea más bien debía ser entendida como una provocación para imaginar un mundo donde, en lugar del egoísmo corporativo y el ejercicio de la voluntad de dominio mundial por políticos al servicio de grandes poderes, predominara una realidad basada en el pacto, la cooperación sobre bases mutuamente beneficiosas, la solidaridad y el desarrollo coordinado. A partir de aquí se han multiplicado las intervenciones que, desde la filosofía, aceptan como punto de partida el hecho de que estamos en una situación inédita y crítica, un punto de giro para el sistema social dominante en el planeta y al cual, sobre la base de sus numerosas fracturas, el coronavirus ha arrinconado: el capitalismo. Aquí los pronósticos de un lado hablan de la intensificación del sistema que conocemos con el correlato de un incremento de los controles electrónicos de la vida y el aumento de la fragmentación social en un mundo donde el aislamiento en la vivienda sería la norma en un eterno ciclo de trabajo-reaprovisionamiento rápido-reclusión doméstica; del otro nos dibujan la sustitución del sistema por una suerte de “capitalismo con  rostro humano” que incluiría un menor énfasis en la ganancia, mayores programas de atención social, colaboración y acciones coordinadas a escala planetaria tanto para la atención a la persona como para el desarrollo. En mitad o encima de ambas propuestas, como una suerte de Némesis del horror, se encuentra o flota la idea de revolución, el hecho de que las grandes masas “descubran” o “despierten a la idea” de que las insuficiencias del capitalismo no son accidentales, sino que constituyen su esencia y naturaleza, razón por la cual es el sistema todo lo que debe ser barrido para que la vida sea realmente humana.

Como parte de lo inédito, una muy reciente compilación sobre el tema circula por las redes a nombre de una novedosa editorial llamada, con dosis de buen humor, ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio). La compilación, como fecha el mes de marzo del 2020, se titula Sopa de Wuhan y reúne textos aparecidos en diversas publicaciones en línea con la firma de Giorgio Agamben, Slavoj Zizek, Jean Luc Nancy, Franco «Bifo» Berardi, Santiago López Petit, Judith Butler, Alain Badiou, David Harvey, Byung-Chul Han, Raúl Zibechi, María Galindo, Markus Gabriel, Gustavo Yañez González, Patricia Manrique y Paul B. Preciado.

Si damos por hecho que la economía mundial está sufriendo y va a sufrir una severa afectación, y si no hay cálculo claro que permita fijar una fecha de cese a la expansión, control y eliminación de la actual pandemia, ¿qué significa esto para un país pequeño como Cuba, pobre, con una economía subdesarrollada, con una fuerte y esencial base agrícola, en las condiciones de acoso que el gobierno de los Estados Unidos impone a la Isla? ¿Cómo vivir una crisis como la presente? ¿Qué es transitorio y qué deberá quedar? ¿Dónde se encuentran las fortalezas? ¿Qué deberá ser cambiado con sabiduría a la vez que con velocidad? ¿Cuáles son todas las potencialidades que la sociedad cubana posee para enfrentar un reto como este; algunas tal vez ignoradas, olvidadas o apenas puestas en práctica? ¿Qué transformaciones culturales y en cuáles (o en todos) niveles? ¿Qué nuevos modos de pensar, de relacionarnos, comunicarnos y producir? ¿Qué nuevas interacciones con el mundo? ¿Cuántas estructuras existentes tendrán que ser utilizadas en formas nuevas? ¿Cómo vamos a debatir, intervenir, participar, pensar entre todos?

Las crisis demandan poderes centrales fuertes; las proyecciones de la economía cubana proponen mucha mayor autonomía y responsabilidad para las estructuras municipales, ¿qué es todo lo que, en todas las direcciones, los municipios pueden hacer, los Consejos Populares, los barrios, para resistir, atenuar, crear, producir, devolver, contribuir? En un país en el que fueron creadas organizaciones de masas (FMC y CDR) en el nivel barrial; en una situación en la que se pide a la población permanecer lo más posible en sus casas; en un contexto en el cual no es posible predecir cuándo aparecerá una vacuna que inmunice frente a la enfermedad, ¿cuánto novedoso y revolucionador podrán hacer estas organizaciones que alcanzan los puntos más básicos? ¿Qué más podemos hacer, que aún nos corresponde descubrir, en cuanto al uso de las nuevas tecnologías? ¿Cómo vamos a recoger el testimonio de todo lo que está siendo hecho en estos días, lo que se hará?

Las preguntas son tantas que la única respuesta posible se obtiene combinando el análisis profundo, la disposición al cambio y la responsabilidad social y política. Confieso que me emocionó cuando vi, en la televisión, la reunión de la alta dirección del país con un grupo de investigadores y profesores universitarios todos analizando, opinando, razonando las decisiones tomadas hasta ahora para enfrentar a la COVID-19 y me complació todavía más cuando se dijo que estas reuniones van a continuar; es decir, que la confluencia de ciencia y política va a ser potenciada, más allá del evento, como práctica cotidiana en todo nivel. 

Tenemos que reinventar la comunicación, la producción-circulación y consumo de cultura, el uso de los medios masivos de comunicación, el empleo de las redes, el trabajo, la producción de bienes, la educación, las prácticas culturales, las nociones sobre el autosustento, el accionar de los poderes municipales.

Tenemos que reinventarnos como ciudadanos del país en un nivel superior.

Un vecino de mi barrio, vivo en Cojímar, colocó en la puerta de su casa un cartel anunciando la disposición de coser nasobucos para aquellos que todavía no tuviesen; cuando salí a buscar el pan y hablamos sobre eso, con varios metros de distancia entre los dos y ambos con el nasobuco puesto, me dijo una frase maravillosa: “Es que si no hacemos eso, ¿quiénes somos?”. Porque se trata, también, de reinventar la solidaridad y la convivencia a través de acciones de asistencia concretas: hacer nasobucos, hacer los “mandados” de adultos mayores que por sí solos no pueden, compartir un plato de comida, el que tiene un auto preguntar al de al lado si necesita algo, al de enfrente, y no simplemente salir de casa para resolver la necesidad personal y ya. En lugar de esperar a que el débil pida, el crecimiento humano está en ofrecer al que se sabe que no posee.

Tenemos que reinventarnos como vecinos de una cuadra o barrio en un nivel superior.

Esto último permite emplear un ángulo igualmente nuevo al definir, interrogar, analizar, interpretar las imágenes cotidianas de noticiero en las que el actual Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, rodeado de altos mandos de su gobierno, interviene ante la prensa para este o aquel aspecto del impacto de la COVID-19 en su país. Son imágenes tristes, lamentables, de un grupo básicamente criminal, sociópatas. A no pocas personas, de eso tratan las lealtades políticas, les estará sonando duro o desagradable, pero… cuando calculas que tu país pudiera tener un cuarto de millón de muertos, por causa de la epidemia, en apenas unas pocas semanas (y eres el país de mayor poder económico de todos los tiempos)… ¿qué matemática utilizas para el otro al que sancionas, como prefieras llamarlo, con “embargo” o bloqueo?, ¿qué supones que va a pasar allí?, ¿qué tipo de operación mental, si no es la del sociópata, necesitas para separar —exactamente ahora, cuando desprotección equivale a hecatombe— todas esas presiones que continúas ejerciendo de las muertes que, insistiendo en la hostilidad, puedes provocar de manera directa?

“Durante semanas, la confianza infantil de Trump en la supremacía estadounidense, rebajó la importancia del coronavirus”. Foto: Carlos Barri / Tomada de Reuters

Deberíamos ir más lejos y preguntar, ¿de qué manera están siendo manejados, calculados, diseñados modelos matemáticos para lo que pudiera suceder (o empieza a ocurrir) en países con sistemas de salud débiles? ¿Cuáles son las iniciativas de concertación internacional que ahora mismo piensan proteger y salvar a las personas donde quiera que estén, sin importar el país, situación política o estamento social al que pertenezcan? ¿Dónde están los diseños globales? Toda esa seriedad sociopática, todo ese aparente control de la situación, son gestos para la cámara de televisión, los votos electorales, los archivos de la Historia y en verdad equivale a nada porque la crisis es global y, cosa que hace más grotescos a los personajes, ni siquiera lleva cuatro meses. En una declaración aterrorizante, Trump ha informado sobre la posibilidad de que se contabilicen entre 100 000-240 000 muertos antes de poder controlar el contagio; pero, si la estadística de letalidad es calculada al nivel de 5% (el más elevado hasta ahora en el mundo) sobre la masa total de ingresados, esto significa que sería necesario “disponer” de unos 5 000 000 de personas portadoras del virus.

Al menos dos detalles hacen que tales cifras resulten aterradoras. Lo primero es que hablamos de una cantidad que debe de ser adicionada, en cuestión de semanas, a un sistema hospitalario que también deberá de seguir funcionando para el resto de las enfermedades. Lo segundo, que en el momento en el cual semejante pronóstico se cumpla, ¿cuántos portadores seguirían estando “fuera” de los cálculos? Dicho de otro modo, ¿existe alguna posibilidad de que los millones recluidos, en el momento “pico” del contagio, sea idéntico a la masa de personas contagiadas en el país? ¿O hay decenas, centenares de miles que permanecen “fuera” y continúan contagiando? En sociedades con sistemas de salud más o menos sólidos, pero con alto nivel de desarrollo, donde es posible hacer pruebas rápidas de manera masiva, no se vive en condiciones de hacinamiento, no hay amplios sectores subalimentados y existen (o es posible “armar”, desde la nada y con rapidez y alta calidad, redes hospitalarias), las matemáticas para detener una epidemia como la presente funcionan. El enigma, sin embargo, está en cómo traducir ecuaciones semejantes en países con sistemas de salud débiles?

¿Cómo detener el contagio allí?

Si por norma general lo humano se confirma en el ofrecimiento, y no en la concesión o el condicionamiento, en el interior del cambio radical que significa una crisis de salud mundial, las políticas de hostilidad y fuerza se develan a sí mismas como ejemplos de una miseria moral monstruosa. A semejante oscurecimiento o politizado olvido del otro, prefiero los médicos de mi país entregando tiempo y dedicación para ayudar allí donde hace falta y se les solicita; al gobierno de mi país, usando los pocos recursos que tenemos para proteger y salvar personas; para encontrar caminos nuevos.

Tenemos que reinventarnos como personas.

Amiga Rina, ¡cuánto hubiéramos conversado de todo esto y más! O, mejor aún, ¿no será que el texto es nuestro modo de continuar la conversación que, en apariencia, se interrumpió?

Fuente: http://www.lajiribilla.cu/articulo/otra-conversacion-sobre-el-coronavirus