El 28 de julio se cumplieron 40 años de Teatro Abierto, una referencia insoslayable de la resistencia cultural a la política de terror de la dictadura militar. Autores, directores, actores escenógrafos y músicos protagonizaron un hecho colectivo inédito y ejemplar, reconocido y valorado internacionalmente.
Los autores responden haciendo teatro
En 1980 la dirección de la escuela Municipal de Arte Dramático, decide eliminar la cátedra de Teatro Argentino Contemporáneo argumentando que en el país no había dramaturgos. La misma idea expuso Kive Staiff, entonces director del teatro San Martín, quien ante la pregunta de un periodista ¿porque no se ponían obras de autores nacionales en los teatros públicos? contestó “¿De qué autores? Si no hay autores argentinos” No eran suficientes las amenazas la persecución, las listas negras, el exilio forzado, las detenciones y desapariciones del terrorismo de Estado, se pretendía declarar directamente que nunca existieron.
Se trataba de hacer desaparecer de la cultura a toda una camada brillante de autores que fueron pilares del teatro independiente. Borrar a quienes crearon uno de los movimientos culturales más trascendentes de América Latina. El teatro independiente surgido en los años 30 con la creación del Teatro del Pueblo por el socialista Leonidas Barletta, escritor periodista y de su compañera Josefa Goldar, que estrenó obras de escritores como Roberto Artl y Gonzalez Tuñon, tiene un nuevo impulso en la décadas del 50 y 60. Fue la reacción ante la decadencia que sufría la escena teatral dominada por la lógica comercial de empresarios que decidían sobre la temática, los libretos, y toda la producción artística en función de la recaudación.
Surge la necesidad de dejar la actividad en manos de sus creadores, artistas y escritores. De poner en escena, a través de distintas formas expresivas, un enfoque crítico del contexto político y social y también cuestionando los valores morales y religiosos establecidos.
Tienen como espacio salas más pequeñas, autogestionadas, del llamado off Corrientes. Construyen el acto teatral como una síntesis donde todos participan, potenciando todas las formas de expresión.
De ese fenómeno son parte los autores Carlos Gorostiza, autor de El puente (1949), Osvaldo Dragun, Historias para ser contadas y Los de la mesa 10 (1956) Andres Lizarraga, Alto Perú (1960) Ricardo Halac, Soledad para cuatro (1960) Carlos Somigliana, Amor de ciudad grande (1959) a quienes se sumaron Eduardo Pavlvosky, La espera trágica (1962) Griselda Gambaro, Madrigal en ciudad (1962) Roberto Cossa, Nuestro fin de semana (1964), Ricardo Talesnik, La fiaca (1967).
Estos eran los dramaturgos a quienes se les negaba existencia. Hartos e indignados se reúnen en el bar de Argentores para ver cómo enfrentar este nuevo atropello de la dictadura. En uno de estos encuentros Dragun plantea que la mejor manera de responder es con el teatro mismo, la propuesta es recibida con entusiasmo. En un breve tiempo logran reunir 19 escritores y directores, que perfilan la idea de tres obras breves, de menos de una hora, por cada día, seis funciones por semana y un día, el jueves, destinada a la lectura de textos por parte de diferentes actores. La convocatoria suma más de 100 actores, escenógrafos, iluminadores, músicos , vestuaristas, técnicos y colaboradores, todos ad honorem, en una realización colectiva que se convertiría en un acontecimiento de resistencia cultural sin precedentes y que marcó un hito en la lucha del mundo teatral contra la dictadura.
El 12 de mayo, Dragún anuncia a la prensa la realización del evento. La sala elegida fue El Picadero, de 300 butacas, situada en el pasaje Rauch, hoy Enrique Santos Discépolo, una vieja fábrica de bujías reconvertida en teatro, que pertenecía a Guadalupe Noble, la hija mayor del fundador de Clarín, quien la ofreció gratuitamente.
Los ensayos se realizaban desde la medianoche, pues en el teatro había funciones y varios de los protagonistas tenían actuaciones hasta tarde. El clima de entusiasmo, camaradería y disposición, el sentirse unidos como parte de un evento colectivo, antifacista en palabras de Cossa, era el gran motivador para asumir el compromiso sin egos ni personalismo de cartel, lo cual permitió superar todas las dificultades. Cuenta Gaston Breyer, el coordinador de escenógrafos, que lógicamente no había tiempo ni posibilidades para cambios de escenografía, con tres obras diferentes en una misma función, que además cambia todos los días, por lo cual tanto autores como directores se adaptaron a compartirlas con sencillez e ingenio.
“Éramos unos doscientos en la anarquía total. Nunca vi funcionar tan bien a una anarquía. Nadie dirigía al monstruo. El caso es que la democracia de los iguales funciona muy bien; lo que funciona mal es la democracia de los desiguales”, resumió Dragún.
A las seis de la tarde del 28 de julio, el presidente de la Asociación Argentina de Actores, Jorge Rivera López, leía la Declaración de Principios de Teatro Abierto, escrita por el dramaturgo Carlos Somigliana y refrendada por el conjunto de sus integrantes: “Porque queremos demostrar la existencia y vitalidad del teatro argentino, tantas veces negada…porque amamos dolorosamente a nuestro país y éste es el único homenaje que sabemos hacerlo; y porque, por encima de todas las razones nos sentimos felices de estar juntos”. Así se inauguró Teatro Abierto, con las obras de los mencionados Gorostiza, Dragún, Cossa, Somigliana, Halac, Gambaro, Pavlovsky, a los que se sumaron entre otros Ricardo Monti, Aida Bortnik y Ellio Gallipoli, las puestas en escena de reconocidos directores entre quienes estaban Julio Ordano, Omar Grasso, Carlos Gandolfo, Alberto Ure, Rubens Correa y Villanueva Cosse. La presencia de estupendos actores y actrices, Pepe Soriano, Carlos Carella, Ulises Dumond, Leonor Manso, Cipe Lincovsky, Arturo Bonin, Mirta Busnelli, Jose Maria Guiterrez y Nelly Prono entre otros, con la participación de Patricio Contreras, actor del ICTUS de Chile y Adela Gleijer y Juan Manuel Tenuta del Galpón de Uruguay.
Las obras evitaron caer en el discurso panfletario, la crítica a la situación existente en el país fue reflejada con densidad dramática a través de metáforas y tramas desarrolladas con los recursos del mejor teatro.
En la inauguración se estrenaron Decir si de Gambaro, El que me toca es un chancho, de Alberto Drago, y El nuevo mundo, de Somigliana, recibidas por un público entusiasta y comprometido con el contenido del evento, que agotó rápidamente las entradas. La misma calidad se sostuvo en las siguientes jornadas. Varias obras como Gris de ausencia de Cossa, El acompañamiento de Gorostiza o Papá querido de Aida Bortnik, seguirán presentándose exitosamente en el país y en el exterior
Los principales medios, como era previsible, casi ignoraron el acontecimiento cultural. Estaban muy ocupados reflejando las actuaciones de Frank Sinatra, que vino al país por iniciativa de Palito Ortega, a cambio de un cachet sideral.
El atentado que no puso fin a la ilusión
La reacción no se hizo esperar, el día 6 de agosto, una bomba incendiaria estalló en el teatro, pretendieron presentarlo como un accidente eléctrico, que fue descartado de plano ya que todas las los tableros estaban apagados, luego se supo que fue obra de un grupo de tareas de la Marina. Los bomberos demoraron 40 minutos en empezar a sofocarlo, con el insólito argumento que las motobombas no tenían agua. Solo quedaron en pie la fachada y parte de los camarines.
“No hay mal que por bien no venga. No hay incendios, de teatro, que por bien no venga. Sobre todo con el frío que hace. (…) Naturalmente, de la noche a la mañana, se prendió fuego el Picadero,…el azar del fuego parece tener debilidad por los teatros”, escribió, el genuflexo vocero de los militares, Rodolfo Braceli en Siete Días. En su programa radial, el periodista estrella de la dictadura Bernardo Neustadt comento “Se quemó el Picadero, que pena, es el fin de una ilusión”
La respuesta fue contundente, “la ilusión está más viva que nunca” declararon. Superado el impacto inicial, la actitud del colectivo creador de Teatro Abierto fue redoblar la parada. Dos días después del atentado, una asamblea desborda el teatro Lasalle y decide continuar, ahora con más repercusión en la prensa. “Teatro Abierto perteneció inicialmente a un grupo de actores, directores y técnicos que conformaban una parte -importante, pero una parte- del teatro argentino. Hoy Teatro Abierto pertenece a todo el país”, destacaba el documento leído por Dragún.
La consigna fue, al terror de la dictadura responderemos con nuestra mejor arma, más teatro. Inmediatamente recibieron el ofrecimiento de 17 salas para continuar las representaciones. Optaron por mantener la idea original de realizarlo en un solo ámbito y se decidieron por el teatro Tabaris, una sala de 700 localidades que se dedicaba a poner espectáculos revisteriles. La presencia de público en el ciclo superó los 25.000 espectadores, contando en distintas funciones con la presencia de las Madres de Plaza de Mayo y dio marco a un hito irrepetible en la historia cultural del país. Hubo dos versiones más en 1982 y 1983, realizadas en la sala Margarita Xirgu.
La presencia de los teatreros fue amplia y muy representativa, pero hubo muchos que no pudieron ser parte. Víctimas de la persecución que se inició con la Triple A , Alianza Anticomunista Argentina, creada por el ministro de Bienestar Social del gobierno de Perón e Isabel, el macabro Lopez Rega y sus lugartenientes Rodolfo Eduardo Almirón y Alberto Villar que empezaron lo que después continuarían los militares. Dieron a conocer listas públicas de artistas condenados, no eran sólo amenazas, lo demostraron las bombas en las salas y los asesinatos de Ortega Peña, Silvio Frondizi, Julio Troxler, el sacerdote Carlos Mujica y decenas de militantes populares. Debieron emprender el exilio forzado entre otros Hector Alterio, Nacha Guevara, Juan Carlos Gene, Norman Brisky, Alfredo Alcón, Oscar Ferrigno, Luis Brandoni, María Rosa Gallo, Piero, Nebbia, Carlos Somigliana, David Stivel, Maria Vaner , Ricardo Halac y Horacio Guarany, a los que se sumarán muchos más después del golpe del 1976, entre ellos, Marilina Ross, Luis Politti, Lautaro Murúa, Barbara Mujica, Emilio Alfaro, Mercedes Sosa, Hayde Padilla, Pino Solanas, Leonardo Favio, Juan Gelman, Osvaldo Bayery Lito Nebbia. Hubo 28 actores desaparecidos. En noviembre de 2013 se conocieron las listas negras de la dictadura que incluían 285 nombres de actores, directores y escritores.
Pasados 20 años una iniciativa de Hugo Midón permitió reabrir El Picadero, pero por la crisis del 2001 y la falta de apoyo oficial, no pudo sostenerse y volvió a cerrar, en 2007 los vecinos pararon su demolición que programaba una empresa inmobiliaria para construir una torre y en 2011 abrió nuevamente, ahora como propiedad de Sebastián Blurach.
Se mantiene así un edificio simbólico que sirvió como espacio para una experiencia única en el mundo, como lo definió el actor Onofre Lovero “Teatro Abierto fue un extraordinario movimiento estético-social que no solo involucró a sus protagonistas, también movilizó a un público que estaba silenciado”.
Teatro Abierto marcó un punto de inflexión en la historia mas oscura y feroz del ataque a la sociedad y su cultura, fue un acto colectivo de rebeldía creativa, un símbolo de dignidad y coraje, que forma parte de la memoria de resistencia a la política de terror de la dictadura, a los mecanismos fascistas de silenciar las voces y desaparecer los cuerpos. Un ejemplo impar que alcanzó dimensión universal.