Escrito por Andrés Carrasco, Norma Sánchez y Liliana Tamagno, el libro “Modelo agrícola e impacto socio-ambiental en la Argentina: monocultivo y agronegocios” aporta pruebas de las consecuencias del agro industrial en personas y territorios. Entrecruza voces de la medicina, la ecología y antropología con el conocimiento de los pueblos originarios y campesinos.
Las experiencias interdisciplinares que se detallan a continuación muestran las tensiones entre la lógica capitalista y la lógica de la reciprocidad a partir de situaciones que tienen que ver con las transformaciones producto del desmonte. Muestran, además, las tensiones entre la concepción de naturaleza que anima la expansión de este modelo de agronegocios y la relación sociedad/naturaleza que anima la existencia de las poblaciones indígenas y de al menos parte de las poblaciones de pequeños agricultores.
Modelo sojero y poblaciones indígenas
La investigación de Luis María de la Cruz, titulada “La participación de los pueblos indígenas de Formosa en la gestión de la cuenca del río Pilcomayo”*, ilustra los efectos que, seguramente, podrían desestimarse por parte de quienes se benefician de los agronegocios, en tanto concebidos como “colaterales”, pero que si se piensan en términos ecológicos muestran la gravedad de un sinnúmero de transformaciones socio-ambientales que son consecuencia directa de la aplicación del modelo productivo.
Analiza la colmatación (relleno mediante sedimentación de materiales transportados por el agua) de la cuenca del río Pilcomayo en el tramo que marca el límite de Paraguay con la provincia de Salta y parte de Formosa.
La colmatación del río es consecuencia de la producción de islas generadas por el aumento de sauces y alisos que, debido a las transformaciones producidas por el desmonte, han ido reemplazando al algarrobo que es la especie nativa; hecho que trae como consecuencia la disminución de la presencia de sábalos, que no pueden migrar aguas arriba para cumplir su ciclo reproductivo.
Ante este preocupante panorama que altera el medio ambiente y afecta sensiblemente la reproducción del sábalo en tanto principal fuente de alimento, se formó un equipo con especialistas e integrantes de la población indígena del lugar, que observaron la necesidad de buscar soluciones más allá de algunas intervenciones previas que -—guiadas por una lógica de fluviodinámica de río de llanura—- no habían dado resultados que contribuyeran a resolver la situación.
El trabajo articulado entre técnicos e indígenas se basó en la lectura conjunta de imágenes satelitales donde se observaron los puntos críticos de colmatación. Al mismo tiempo la zona fue recorrida por la población afectada realizando un mapa en el que se marcaron los centros de colmatación que coincidieron con los marcados en los registros producidos a partir de las imágenes satelitales. La coincidencia es sumamente interesante en cuanto pone en evidencia la existencia de saberes locales, que con frecuencia no son reconocidos como saberes por quienes poseen el conocimiento técnico-científico; saberes que se han ido construyendo en relación a la observación, a la prueba, al ensayo y al error y que deben ser valorados en su precisión más allá de que las argumentaciones con las que la población local los expresan no sean las que exigen los cánones del conocimiento científico y/o los de las disciplinas pertinentes.
En este caso se puso en evidencia que los lugares que la población participante marcó como puntos críticos de la colmatación y donde los sábalos interrumpían el recorrido necesario para su reproducción, eran definidos como lugares que no podían ser obturados pues el “señor del río”—ser mítico que cuida de él— “se enoja si se lo molesta”.
Una interpretación de esta coincidencia nos permite afirmar que sólo superando la falsa dicotomía “pensamiento mítico” vs. “pensamiento racional”, podremos reconocer que los seres míticos que pueblan el mundo de los pueblos del Chaco son la expresión de una cuidadosa relación establecida entre las poblaciones humanas y la naturaleza, una relación que la racionalidad occidental fundada en las posibilidades del poder transformador de la sociedad sobre la naturaleza, vía desarrollo tecnológico, no contempla.
El relato sobre el “señor del río” debe pensarse no como un mito en el sentido de opuesto a la razón, sino por el contrario debe valorarse en términos de una advertencia a situaciones previamente analizadas y por lo tanto racionalmente tratadas. Una advertencia fundada en la observación de la dinámica de la naturaleza, en un profundo respeto a dicha dinámica y en el conocimiento sobre los peligros implícitos en la alteración de la misma.
En el trabajo de reflexión conjunta entre la población afectada y los técnicos aparecieron testimonios que dan cuenta de que en el “tiempo de los antiguos” —el tiempo anterior a la llegada de los blancos cuando la vida era resuelta en función de sus propias concepciones— las poblaciones de aguas abajo se enfrentaban con las poblaciones de aguas arriba cuando éstas (para aumentar la pesca) colocaban redes y obturaban el cauce.
El mito que habla del “señor del río” al que “no hay que hacer enojar” pues si no se producen muertes o viene una tormenta que puede hacer desaparecer la aldea, es el producto de la necesidad de control social e indica tanto un control sobre la transgresión de la naturaleza como un resguardo del principio de reciprocidad.
Esto indica que el principio de reciprocidad que observa que no se puede acumular si esa acumulación afecta o atenta el bienestar de otros, aún funciona y se opone claramente a la lógica capitalista, fundada en la competencia y la acumulación y que se nos presenta desde lo hegemónico como universal, en el sentido de que pretende convencernos de que todos somos egoístas ya que, en tanto supone unas necesidades infinitas y unos bienes escasos, la competencia se torna natural.
Modelo sojero y pequeños agricultores
“Pueblos indígenas: conflictos y poder en la educación y la cultura. Compartiendo experiencias y saberes”**, es el título del trabajo de la ingeniera agrónoma Silvia Criado y el licenciado en filosofía Juan Carlos Stauber. Destacaron que “los agricultores campesinos y productores familiares que producen alimentos para el autoconsumo y comercialización local, son marginados del modelo agroproductivo vigente, en el marco de un proceso globalizador que no incluye a la producción familiar como fuente de alimentos saludables, económicos y con un destino endógeno”.
Producto de un trabajo de investigación en campo y de una reflexión teórica señalaron, por un lado, que la agricultura moderna que tiene su origen en Occidente, ligada a la industria, a las nuevas tecnologías y al mercado internacional, “margina, excluye y desarticula” la agricultura tradicional. Sin embargo, al mismo tiempo, afirman respecto del “ lugar y el peso que continúan ocupando en el seno de cada familia rural, las tradiciones y la cultura”, de cómo a través de experiencias acumuladas de generación en generación “los agricultores conocen en profundidad los ecosistemas de los cuales forman parte, identificando las especies, las relaciones que se establecen entre ellas y los procesos que ocurren en la naturaleza”.
Esto refuerza la necesidad de reconocer los saberes que, a pesar de las presiones de los agro-negocios, están presentes en el cotidiano de los pequeños productores.
“La forma en que perciben, conciben y conceptualizan los ecosistemas de los que dependen para vivir, constituyen un componente fundamental en sus estrategias de apropiación de los ecosistemas y su supervivencia. Es por ello que existe ‘un universo agroecológico‘ en el cual se fusionan las connotaciones ecológicas en un entorno natural y social con fuertes significaciones culturales. El mismo reúne un conjunto de atributos y acciones significativas y distintivas de este tipo de agricultura, como el uso sustentable de los recursos, la conservación de la biodiversidad, la organización del espacio productivo, el manejo del sistema, la autosustentabilidad y seguridad alimentaria. Todos ellos tienden a la revalorización de los conocimientos tradicionales, que permiten fortalecer los lazos de familia y asegurar la calidad de vida. La calidad de vida no sólo está vinculada con los bienes que posee una persona y con la utilización que hace de ellos, sino que también está vinculada a la libertad de alcanzar el bienestar en función de los recursos disponibles que posee el entorno. En el marco de sus libertades y capacidades, las familias producen según sus preferencias y valores los alimentos que consumen. Trabajar y autoabastecerse de alimentos sanos involucra seguridad al conocer su procedencia, obtener productos que reúnen las condiciones organolépticas compatibles con las tradiciones locales y dar sentido a la condición de productor y vínculo con la naturaleza. Los distintos grupos humanos definen lo que tiene calidad, lo que es valioso para ellos, en función de una historia inmersa en su cultura y tradiciones, y puede no coincidir con la definición de otros grupos”, explica Criado y Stauber.
La situación de estos pequeños productores, situados en el denominado cinturón verde de la ciudad de Córdoba, fortalece lo expuesto en los apartados anteriores respecto de la concepción teórica que supone las necesidades como socialmente construidas en función de valores particulares de los conjuntos sociales; valores que no son necesariamente los valores de la sociedad de mercado, del consumismo y de la tecnologización, que la concepción de «homo economicus» (expresión que se refiere a un modelo de comportamiento del ser humano en el marco de un modelo económico) pretende plantear como universal. En este sentido son sumamente reveladores los testimonios recogidos en el trabajo de Criado y Stauber:
– “Vino un muchacho, el hijo de Bertomi, nos dio una charla y nos dijo lo primero que tienen que hacer es alejar los animales de las plantas porque los animales van a quererle comerle las plantes. A mi marido le gusta que los animales tengan sombra, no va con él que los animales no tengan sombra, no va con que a un campo te lo desmonten, que lo dejen así limpio, tenés que tener algo de plantas, una, dos, por el mismo que siembra. Si llueve o hay mal tiempo o te sentás a comer, comés debajo de una planta, no podés comer al aire libre, es decir como estamos medio loquitos, es decir como que tiene que haber una planta en los campos, aunque sea una”.
– “Acá generamos vida y es la vida de uno; pero si se va por acá arriba, en donde han hecho soja los vecinos y son campos limpios, no ve nada… es como que está mudo, todo muerto, es como que… a lo mejor es lindo para descansar… a nosotros no nos gusta eso”.
– “Ellos querían que José pusiera soja… pero no es lo nuestro, no por desmerecer la soja, no por decir que es un yuyo. Es muy linda plata y es para vivir de otra forma, tenés que poner todo el campo con soja… A mi esposo toda la vida le gustaba los animales y el animal te genera vida, en la forma que esté te genera vida, él va al campo y es feliz… y puede estar cansado y él es feliz. Y los hijos gracias a Dios siguen la misma línea”.
Es para destacar que los productores familiares, en su mayoría, han conservado el criterio saludable de cultivar en sus tierras una gama amplia de opciones productivas. Se trata de más de 200.000 productores familiares, cerca del 70 por ciento de los productores agrarios del país), que viven en fincas que les sirven como hogar y, a su vez, sede productiva.
El libro fue publicado en 2012 por la Asociación de Universidades Grupo Montevideo (AUGM), la Universidad Nacional de La Plata y SeDiCi. Se puede descargar desde el siguiente LINK.
*Trabajo presentado en el Simposio “Pueblos indígenas, fronteras y derechos socio-ambientales”, VIII Congreso de Argentino de Antropología Social en Salta (2006)
**Trabajo presentado en el VIII Congreso Internacional de la Asociación Argentina de Estudios Canadiense (ASAEC), en Córdoba (2011).