El pasado 6 de abril activistas de la organización Extinction Rebellion, en una gran parte científicos, protagonizaron una acción pacífica en la puerta del Congreso de los Diputados.
La acción se enmarcaba en una semana de protesta mundial para presionar a los gobiernos contra su inacción ante la emergencia climática. Durante esa acción se arrojó zumo de remolacha contra la fachada del Congreso, simbolizando la sangre que costará dejar que la crisis ecológica siga su curso sin actuar por parte de gobiernos y empresas, intentando disimular esta inacción con señuelos como el greenwashing (marketing destinado a simular responsabilidad ecológica) y la responsabilidad social corporativa.
Esta acción de protesta motivó que dos meses después la Brigada Antiterrorista haya detenido a catorce de los participantes, se supone que con la suficiente información acumulada y probatoria del perfil terrorista de los investigadores.
Me pongo en la piel de un policía antiterrorista con dos dedos de frente -que alguno habrá- y que recibe este tipo de órdenes y no sé qué se puede pensar cuando te lanzan con toda la estética robocop, pertrechado para ir a combatir a un frente enemigo, a detener a personas que no suponen ninguna amenaza para la sociedad, sino todo lo contrario: investigadores, periodistas, profesores que se juegan su futuro en este tipo de acciones, pero que lo hacen con la plena conciencia de que debemos parar nuestra carrera al abismo.
En abril de 2007 la UNED invistió como doctora honoris causa a Susan George, la conocida activista por una globalización «de rostro humano». En su discurso destacó las razones para elegir una profesión, entre las cuales la última (pero no menos importante) que dio fue la «ambición de cambiar la realidad utilizando las herramientas académicas». Para ella y para sus colegas del Transnational Institute «la acción forma parte integral de nuestras vidas como intelectuales, y nos denominamos a nosotros mismos ‘académicos activistas’ […] realizamos investigaciones, escribimos y publicamos, pero también intervenimos en discusiones públicas y somos activos en los movimientos sociales». Se trata de una figura alejada tanto de la idea del intelectual refugiado en su torre de marfil como de la del investigador-gerente sometido a la lógica neoliberal.
El colectivo Extinction Rebellion está formado por este tipo de figuras, y junto a otros en este y otros países, ha tomado en gran parte la bandera de la desobediencia civil, la única que puede echar el freno de mano a la depredación capitalista, en la que todos tomamos parte. No son peligrosos terroristas ni sociópatas que nos pongan en peligro, estas figuras hay que buscarlas en otra parte, señores ministros y autoridades policiales. El problema que tiene el planeta es la obediencia, no la desobediencia (Howard Zinn). Si quieren seguir las fuentes del terrorismo, y de las guerras, investiguen un poco más el funcionamiento del capitalismo y hallarán miles de datos e informaciones de extremada utilidad.
A la sociedad solo nos corresponde admirar y agradecer a estos colectivos su labor de despertarnos de la anestesia que nos inocula el sistema. Activismo y ciencia, ciencia y conciencia, deben estar unidos, no existir en compartimentos distintos y distantes.
A aquellos intelectuales y/o académicos que no quieren mezclarse o contaminarse con la realidad social, quizás les resulte recomendable la lectura del poema Intelectuales Apolíticos del gran poeta guatemalteco Otto René Castillo, asesinado bajo tortura, como tantas personas decentes.
Pedro López López. Profesor de la Universidad Complutense
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