Decía «siento por esos Borbones una mezcla de piedad y desprecio. Esta gente no merece seguir reinando. Es de justicia expulsarlos del trono. Son débiles e inmobles», cuenta Max Gallo en Napoleón, la novela.
Si Napoleón no lo dijo, lo pensó, como tantos otros lo decimos y pensamos. El que nos ha tocado ahora es de marketing, insulso y sin consistencia, además de que en su familia ha acampado la corrupción. Por todo ello, llegó la República; existía la unidad necesaria para poder decir con emoción ¡Queda proclamada la República española!
En este Abril republicano, retomo mis Reflexiones republicanas, para recordar aquellos días, que tanto han marcado la historia de España. «Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo… Mientras habla la nación, suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de España». Eran las palabras de Alfonso de Borbón, desde el exilio, después de haber abandonado el país, tras conocer los resultados de las elecciones municipales del día 12 de abril de 1931.
Los resultados de las elecciones del 12 de abril, habían dado el triunfo a las candidaturas republicano-socialistas en 41 de las 50 capitales de provincia. La ciudadanía madrileña, cuando comenzaron a conocerse los resultados, se echó a la calle para proclamar la República. «Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano«, declamaba Antonio Machado por la llegada de la deseada República.
El día 13 de abril de 1931, la ciudad de Éibar izó la bandera tricolor y al día siguiente en las principales capitales españolas. El 14 de abril, en la Puerta del Sol de Madrid, se proclamó la Segunda República. Desde ese mismo día, la derecha monárquica, católica, cacique y terrateniente, se confabularon para derrocarla y no pararon hasta que lo consiguieron; llevando a España a una de las mayores tragedias de su historia.
Corta fue su vida, pero en el transcurso se celebraron un número importante de elecciones, con diferentes resultados, que produjeron grandes acontecimientos, con importantes repercusiones políticas, económicas y sociales. El 12 de abril de 1931 estaban convocadas unas elecciones municipales, que provocaron la caída de la monarquía y la proclamación de la Segunda República. Todo comenzó cuando la ciudadanía eligió a los partidos republicanos y socialistas, contra los monárquicos que dieron la espalda al rey. Las elecciones, que se habían convocado para consolidar el sistema y conseguir mayor apoyo popular para la monarquía, resultaron ser la perdición real. La monarquía era un símbolo de decadencia, y republicanos y socialistas, decidieron convertir las elecciones municipales, en un verdadero plebiscito, sobre la continuidad de la monarquía.
Las elecciones dieron un triunfo rotundo a la Conjunción Republicano-Socialista. La derecha y el centro republicanos (con la excepción de los radicales) quedaron reducidos a un papel testimonial, en tanto que la derecha monárquica sufría un serio revés. Daba comienzo el denominado bienio reformista (entre los años 1931 y 1933). En estas elecciones, las mujeres no tenían derecho al voto, pero sí pudieron ser elegidas Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken. También fueron elegidos destacados intelectuales como Unamuno, Marañón, Sánchez Román, Madariaga, Ortega y Gasset. El 14 de julio de 1931 tuvo lugar la sesión apertura de las Cortes Constituyentes, en la que tras el discurso del presidente del gobierno provisional de la República, Niceto Alcalá Zamora, se eligió presidente del Congreso a Julián Besteiro.
La Constitución de 1931 fue aprobada definitivamente el 9 de diciembre. Se adoptó como bandera la tricolor y el Himno de Riego; como Presidente Niceto Alcalá Zamora. Antonio Machado, poéticamente, daba así la bienvenida: «Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano. La naturaleza y la historia parecen fundirse en una clara leyenda anticipada o en un romance infantil». Un proceso rápido,
La República fue recibida por la mayor parte de la población con gran entusiasmo, al ser una oportunidad para abordar las reformas necesarias y modernizar las estructuras políticas, económicas y sociales. Tuvo enfrente los intereses creados de la derecha de toda la vida que lo impidieron con una dura oposición, con las contrarreformas del segundo bienio, con un golpe de estado, la guerra y la dictadura franquista interminable. El nuevo gobierno tuvo que hacer frente a las llamadas cuestión regional, cuestión religiosa, cuestión militar, cuestión agraria y cuestión social. Demasiadas cuestiones, que hoy algunas siguen en nuestras vidas como viejos fantasmas.
El 19 de noviembre de 1933 se celebró la primera vuelta de las segundas elecciones generales de la Segunda República para las Cortes y fueron las primeras en que las mujeres ejercieron el derecho al voto. Las elecciones dieron una mayoría parlamentaria a los partidos de centro-derecha y de derechas, Partido Radical de Alejandro Lerroux y a la CEDA de Gil Robles, quienes durante los dos años siguientes, procedieron a desmantelar la obra reformista del primer gobierno, dando comienzo al denominado bienio radical-cedista o bienio negro entre 1933 y 1936.
En ese periodo, se aprobó la devolución de las tierras a la nobleza y se dio total libertad de contratación, lo que provocó la caída de los jornales y un paro galopante. Se derogaron la mayoría de las medidas anteriores: se aprobó la Ley para la Reforma de la Reforma Agraria; se paralizó la reforma militar, amnistió a los golpistas de la sanjurjada y se designó, para los puestos claves, a Franco, Goded y Mola; se concilió con la iglesia e inició la negociación con el Vaticano; se paralizó el programa de construcciones escolares y anuló la enseñanza mixta.
Ante el giro conservador, la CNT y la UGT respondieron radicalizando sus posturas. Largo Caballero, propuso la ruptura con la República y con las fuerzas burguesas. Por su parte Indalecio Prieto, representante del socialismo moderado, defendió la colaboración con los republicanos de izquierda para estabilizar la República. Ante la situación creada, se declaró el Estado de Guerra. Los mineros asturianos protagonizaron una revolución social, que terminó siendo aplastada por las tropas de la Legión y los Regulares traídos desde Marruecos, al mando de Godet y Franco. Murieron más de mil mineros en los enfrentamientos y en las ejecuciones sumarias. 450 militares y guardias civiles perdieron la vida. En toda España fueron encarceladas entre 30.000 y 40.000 personas. Y miles de obreros perdieron sus puestos de trabajo. La revolución de Asturias de 1934, «nuestra revolución», fue preludio de la guerra civil.
Los días 16 y 23 de febrero de 1936 se celebraron las terceras elecciones generales, y últimas de la República. Se enfrentaban los dos bloques históricamente irreconciliables. Una coalición de izquierdas de republicanos, socialistas y comunistas, se agruparon en torno al Frente Popular. Su programa preveía amnistiar a los represaliados políticos y poner en funcionamiento la legislación reformista suspendida durante el bienio anterior. Los resultados dieron la victoria al Frente Popular (4.654.116 votos, 263 escaños 47,0%). En frente, los partidos de la derecha, aglutinados en torno al Bloque Nacional (4.503.505, 156 escaños 46,48%). Partidos de Centro y Nacionalistas 400.901 votos y 54 escaños. El Congreso nombró a Manuel Azaña presidente de la República española. Comenzaba el principio del fin.
Se concedió la amnistía a unos 30.000 presos políticos y sociales y se forzó a los patronos a readmitir a los obreros despedidos en las huelgas de 1934. Se permitió el restablecimiento del gobierno de la Generalitat de Catalunya y se iniciaron las negociaciones para la aprobación de un Estatuto para el País Vasco. Las reformas iniciadas en 1931 se recuperaron. Ante el temor a un golpe de Estado, el gobierno cambió de destino a los generales que menos confianza le ofrecían: Franco a Canarias y Mola a Navarra. Sanjurjo estaba en el exiliado. Los propietarios agrícolas se opusieron a las reformas, muchos industriales decidieron cerrar sus fábricas. Todos, con la Iglesia católica, se opusieron a la República de manera generalizada.
La República estaba condenada a muerte. Sin ser ejemplar, los primeros años sirvieron para sentar las bases de la renovación económica y social que necesitaba España. Las mujeres vieron reconocidos derechos universales. Los trabajadores y jornaleros del campo, vieron elevados sus salarios y todos empezaron a contar con un sistema de protección frente al paro y garantías sobre determinados derechos. La Iglesia hizo lo que pudo en contra de todo, el fascismo aportó su ideología en defensa del capital y los militares golpistas pusieron lo demás por la bandera y la «patria» sin rey. Se adoptó como bandera nacional la tricolor, mediante decreto del 27 de abril.
Hoy tenemos por delante un proyecto ilusionarte: proclamar la Tercera República, que debe ser la obra de todos, hombres y mujeres, en un esfuerzo común por dotarnos de un Estado acorde con nuestro tiempo. «No es una quimera, no es una utopía. Es una urgente necesidad de regeneración democrática». En 2014, una treintena de intelectuales españoles, suscribía un Manifiesto por la República, como otros lo hicieran en 1931.
Ha llegado el momento de que los españoles decidamos en plena libertad el régimen que deseamos para España, pidiendo la convocatoria de un referéndum, en el que se tenga la posibilidad de elegir libremente entre Monarquía o República», abrir un Proceso Constituyente, elaborar una nueva Constitución y convocatoria de nuevas elecciones generales.
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