Qué mejor presentación de la orientación de este libro que una pequeña autodefinición de su autor que encontramos entre sus páginas: “…Le dije que aunque reconocía aportaciones valiosas en cada una de las dos, no era marxista ni tampoco postmarxista, que no me sentía cómodo en esas etiquetas ideológicas, aunque mantenía grandes coincidencias político-estratégicas; en todo caso, apostaba por una tercera posición teórica y, en tono jocoso, por una actitud post postmarxista, de superación de ambas y contradictorias corrientes dominantes”. [Ante su perplejidad] “…tuve que echar mano, precisamente, de E. P. Thompson y, en cierta medida, del propio Gramsci como un autor intermedio y ambivalente respecto de esas dos corrientes para identificar la existencia de una corriente teórica diferenciada”. Esta referencia al historiador británico E. P. Thompson, gran analista de los movimientos sociales, especialmente, de las clases trabajadoras, y de los procesos de identificación progresista, es una constante a lo largo de todo el texto. Y es que, quienes conocemos a Antonio Antón sabemos desde hace tiempo de su confesión thompsoniana, que aplica rigurosamente en sus periódicos análisis sociológicos en prensa y en el medio editorial.
El libro que comentamos analiza la realidad de las mujeres y del feminismo hoy, en nuestro país, un análisis sociológico al que añade una perspectiva filosófica que nos permite situarnos en los principales debates actuales de los feminismos, con referencias a varias autoras, especialmente Nancy Fraser, a la que dedica un capítulo, y Judith Butler. Un análisis situado también en el contexto social general, desde la sociología crítica, de la etapa de reactivación social y cívica desde la crisis de 2008, del 15M, de la conformación de un nuevo progresismo crítico y democrático, que ha supuesto la recomposición de la izquierda, con la desconfianza en las antiguas élites, de la aparición de Podemos y la participación institucional de la que el autor denomina izquierda transformadora… y la vinculación de todo ello con el incremento de la movilización y sensibilización social feminista.
Pero no se queda en la descripción neutra de la mirada de un sociólogo que no se implica, sino que es un análisis interesado -lo cual no significa parcial-, propio del analista que está situado en la problemática estudiada, que la puede fundamentar con una objetividad no neutral. El mismo título ya nos avanza su perspectiva y propósitos y el autor lo declara en su introducción: contribuir a la reflexión crítica de los feminismos y potenciar un feminismo transformador enmarcado en un cambio progresista sociopolítico y cultural.
La fortaleza del movimiento feminista
El libro que hoy nos ocupa se inicia con la reflexión sobre el estallido social que supuso el 8 de marzo de 2018, con las grandes manifestaciones, acompañadas de huelga general, que reflejaban el malestar de las mujeres con una situación persistente de desigualdad, aun a pesar de algunas importantes leyes aprobadas durante el gobierno socialista de Zapatero -ley de igualdad, ley integral contra la violencia de género- que, tras unos años en vigor, han demostrado su insuficiencia.
El autor analiza, como causa de este auge del movimiento feminista, calificado como cuarta ola, la realidad de la discriminación femenina, en especial de las jóvenes, así como la incesante violencia machista y las intolerables respuestas de parte de la judicatura. Y ello, en el contexto antes mencionado, de revitalización cívica y social general, con el 15M y las diferentes mareas y luchas sindicales. Ciertamente, habiendo sido educadas desde los principios de igualdad entre los sexos que rigen la legislación educativa y otras leyes igualitarias y habiendo asumido los discursos contra el machismo y favorables a la igualdad que, por lo general, apuntan los medios de comunicación y las nuevas mentalidades sociales, nos encontramos con un incremento notable de la conciencia feminista de la gente joven y más aún de las chicas jóvenes.
Pues bien, es razonable pensar que estas jóvenes, con una mayor percepción feminista de la realidad, no puedan aceptar su situación discriminada, en relación con los varones. Una realidad que, incluso, se ha agravado con las políticas neoliberales, tras las crisis socioeconómica y sanitaria, exigiéndoles más dedicación a los cuidados de las personas, ya que ni el Estado pone medios ni los hombres asumen su corresponsabilidad.
Tiene especial interés su descripción del movimiento feminista (en adelante, MF) de nuestro país, de su fuerza, de sus logros en el aumento de la sensibilidad feminista de la sociedad, de sus principales contenidos reivindicativos, así como la valoración de las diversas corrientes que lo integran, ajustando su importancia y trascendencia. El autor define al MF como movimiento social, que aúna los componentes culturales de la subjetividad, de los afectos, deseos, mentalidades… con el proyecto de cambio político-social de una realidad de discriminación impuesta por medio de una relación de poder o dominación. Y lo enmarca en una posición sociopolítica y cultural más amplia, de carácter progresista.
A partir de las encuestas sociológicas, publicadas por medios prestigiosos, resalta aspectos relevantes de la presencia e influencia social del feminismo: el 82% de la ciudadanía constata la existencia de la desigualdad de género (40db, 2019), un 67% de las mujeres jóvenes se identifica como feminista, con incrementos importantes de concienciación también entre los varones jóvenes (FAD, septiembre 2021), entre otros datos. Y cifra su extensión, considerando tres niveles de implicación: un primer nivel, de miles de activistas, organizadas en todos los campos de actuación social, muy descentralizado; un segundo nivel, en torno a tres millones y medio de personas, sobre todo mujeres, que se autodefinen feministas y que participan en las grandes manifestaciones; y un tercer nivel, de cerca de veinte millones de personas, que tienen cierta conciencia feminista y apoyan determinadas demandas feministas (40db, 2019).
Centra los objetivos reivindicativos expresados por este MF, en sus masivas movilizaciones, en tres campos: contra la violencia machista, contundentemente presente en el día a día, por la igualdad en las relaciones sociales y laborales y por una mayor libertad sexual, reivindicación compartida por los colectivos LGTBI, reclamando tolerancia y reconocimiento de la diversidad de orientaciones sexuales y capacidad de autodeterminación sobre la opción de género. Contenidos a los que añade una característica relevante: la crítica a la inacción de las instituciones públicas que, hasta hace poco, eran incapaces de convertir sus discursos y proclamaciones en políticas públicas concretas, tangibles, que realmente mejoraran la vida de las mujeres en una dirección igualitaria, y una consecuencia aún más destacada: la reafirmación e identificación feminista de muchas mujeres, en un proceso de fortalecimiento individual y colectivo, necesario para la consolidación del propio movimiento, como sujeto sociopolítico.
Críticas a las corrientes socioliberal y posmoderna
Tras el reconocimiento del pluralismo existente en un movimiento social tan masivo y diverso en sus campos de actuación y organización, es de destacar el interesante ejercicio de análisis y sistematización de las diferentes sensibilidades político-filosóficas que en él se manifiestan y desde las cuales los grupos, especialmente las élites, se posicionan ante los contenidos reivindicativos. Aun reconociendo la dinámica autónoma del propio movimiento feminista, sus componentes no dejan de estar condicionados, además de por sus propios posicionamientos ideológicos, por múltiples intereses tanto personales como de grupo y tanto del ámbito feminista como del más general sociopolítico. Así explica cómo esos elementos intervienen en el intenso debate de ideas al que asistimos, vinculándolo a la pugna por el estatus sociopolítico e institucional, por el reconocimiento público y mediático y por la representación de las bases sociales del feminismo. Lamenta que esas actitudes, de excesiva confrontación, en ocasiones, debiliten los objetivos comunes de avance social de las mujeres y de los colectivos LGTBI.
Se señalan tres sensibilidades: socioliberal, posmoderna y crítica o transformadora, reconociendo que, ante los diferentes temas que han dado lugar a grandes debates (punitivismo, transexualidad, abolicionismo, sujeto político), en el conjunto del movimiento predomina un cierto eclecticismo, o bien, posiciones mixtas o intermedias en relación con las argumentaciones de las élites, principalmente académicas. Critica el feminismo socioliberal, también institucional, característico de anteriores élites socialistas, con posiciones formalistas y parciales ante la desigualdad socioeconómica y laboral de la gran mayoría de las mujeres, con soluciones punitivistas frente a la violencia machista, en lugar de propiciar medidas reales de prevención, educación e integración o con actitudes puritanas y prohibicionistas ante la sexualidad. Asimismo, considera problemáticas las sensibilidades posmodernas, que también desconsideran lo social, las discriminaciones reales de las mujeres, cuestiona su idealismo discursivo como hilo conductor de sus análisis y alternativas y su refuerzo del individualismo, con la prevalencia de los afectos y deseos como base de la emancipación femenina, lo que puede conllevar un feminismo moderado y poco crítico con las desigualdades de género.
La corriente que históricamente ha constituido el MF en España y de la que participa el grueso de las mujeres organizadas, es la que el autor denomina feminismo crítico y transformador, que ha sido protagonista de las principales movilizaciones, que es popular e inclusiva, que mantiene la tradición por la igualdad, que reconoce la diversidad de características de las personas y la necesaria atención a la interseccionalidad, considerando especialmente la clase, la etnia y la opción sexual y de género.
Identidad, sujeto, feminismo
Especial interés tienen las múltiples páginas, que recorren todo el libro, donde se reflexiona sobre las identidades populares, donde se plasma una característica esencial de la citada visión thompsoniana. Con esa óptica defiende la necesidad de la identidad para cualquier proceso de emancipación social y sostiene que las identidades colectivas se configuran por medio de la “acumulación de prácticas sociales continuadas, en un marco estructural y sociocultural determinado, que permiten la formación de un sentido de pertenencia colectiva a un grupo social diferenciado con unos objetivos compartidos. Somos lo que hacemos, nuestro estatus y relaciones sociales…, la subjetividad y nuestros proyectos y aspiraciones… un presente, no estático sino en marcha, condicionado por lo que fuimos, en el pasado, y lo que queremos ser, en el futuro”.
Así, defiende la identidad feminista, diferenciándola de la identidad de género, como una identidad social positiva y solidaria, que parte de la realidad material, institucional y sociocultural, que ha sido generada sociohistóricamente por un movimiento feminista masivo y democrático y que, a su vez, es condición de fortalecimiento del propio movimiento. En esta afirmación se contienen varios aspectos en los que el autor se detiene. Por un lado, la consideración, el análisis y la pretensión de superación de una realidad concreta de discriminación de las mujeres, que tiene componentes económicos y sociales, de estatus subordinado en el mercado laboral y casi exclusividad en el trabajo de cuidados, y una situación subalterna en las diferentes estructuras sociales. Por otro lado, la relevancia social, cultural y política de la participación, en especial de las mujeres, en la organización y conformación del propio movimiento, pues genera vínculos, afinidades, apoyo mutuo, solidaridad y transformación de las relaciones personales y sociales. En tercer lugar, la necesidad de un análisis sociohistórico de la realidad, de los sujetos sociales, de los procesos de identificación con los objetivos de lucha, del propio movimiento.
La identidad colectiva está plenamente ligada a otro concepto hegeliano, el de sujeto. No hay sujeto social o político sin identidad colectiva, se afirma. Lo que aporta este concepto es la experiencia compartida en la acción práctica duradera, que da cohesión interna al grupo, en torno a un proceso liberador frente al poder. No se trata, pues, del sujeto fuerte, compacto e inmutable, basado en rasgos biológicos o sociodemográficos, que justifican ciertas teorías estructuralistas, deterministas o esencialistas, que suponen que la existencia de opresión genera automáticamente conciencia y acción alternativa. Tampoco puede entenderse que el sujeto social se construye, de forma voluntarista, con un buen discurso, programa o doctrina, como se desprende de otras teorías posestructuralistas que, más bien, anuncian la desaparición del sujeto colectivo, pues perjudicaría a la libertad individual. Unas y otras son caracterizadas como idealistas, ya que infravaloran el conjunto de mediaciones históricas, sociales e institucionales, y desconsideran que la interacción entre las personas es el principal valor para la conformación de grupo, para su reconocimiento y para forjar el sentido de pertenencia, todo ello necesario para generar acción colectiva transformadora.
Para formar el sujeto feminista, es importante la consciencia de sufrir una realidad discriminada y de pertenecer, por ello, a un grupo social determinado
De esta forma, para formar el sujeto feminista, es importante la consciencia de sufrir una realidad discriminada y de pertenecer, por ello, a un grupo social determinado, de ahí que el núcleo fundamental del feminismo sean las propias mujeres, incluidas las mujeres trans; ahora bien, el aspecto fundamental, sustantivo, que configura la identificación y el sujeto feministas es la experiencia relacional que suponen la acción práctica y la actitud de rechazo a la subordinación de las mujeres y la lucha por la igualdad. En esa medida, el autor promueve un sujeto sociopolítico inclusivo, constituido por quienes se identifican como feministas, independientemente de su género.
Los retos
Como señalaba al principio de este texto, el autor se implica apostando por un feminismo transformador que persiga cambiar las desiguales relaciones sociales, culturales y de poder en los diferentes ámbitos sociales: en el de la reproducción, con el desigual reparto de los cuidados; en de la producción, con la segmentación del trabajo y la mayor precariedad laboral de las mujeres; en el educativo y cultural, con el androcentrismo y la desconsideración de las aportaciones femeninas en todos los campos del saber humano; en el sociopolítico y de la participación ciudadana, con la aún persistente preponderancia masculina; y, cómo no, acabar con la violencia machista debe ser un reto fundamental para la transformación social.
Y una aspiración, que recojo con sus palabras textuales: “Es conveniente no establecer jerarquías de ortodoxia discursiva, ni dejarse arrastrar por la simple pugna elitista por la representación del movimiento feminista y su capacidad sociopolítica, sino desarrollar una actitud unitaria, constructiva y pluralista en todo el conglomerado feminista y del conjunto del movimiento cívico y popular y su representación política”.
Carmen Heredero es miembro del Consejo Escolar del Estado
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