Si existe un término usado hasta el cansancio por los sectores de ultraderecha actuales en el mundo es lo llamado woke (estar alerta) y la idea de que nos encontraríamos supuestamente en una era de lo identitario, del victimismo, la cancelación y en una dictadura de lo políticamente correcto, dominada por las izquierdas.
De ahí que la cruzada antiwoke, proveniente principalmente de Estados Unidos, desde la llegada de Donald Trump, lo que busca finalmente es impugnar a cualquier tipo de medida que visibilice el racismo, el sexismo, la homofobia, la crisis climática y las diferentes discriminaciones históricas que han sufrido distintos grupos.
No hay que sorprenderse por tanto que la ultraderecha catalogue de woke a gobiernos, actores, músicos, organismos internacionales, empresas y organizaciones de la sociedad civil, por el solo hecho de tener políticas inclusivas y que busquen hacerse cargo de injusticias históricas, sea esta la UNESCO, Disney, Nestlé, Walmart, Coca-Cola o Burger King.
No obstante, la crítica a lo woke también ha provenido de sectores de izquierda anticapitalistas y de algunos intelectuales, que han planteado que la cultura woke es incluso dogmática y reaccionaria, como ha señalado Susan Neiman, quien ha planteado que niega ideas modernas como el progreso y la universalidad, para centrarse en particularidades que nos diferencian más que nos unen.
Asimismo, hay una crítica desde las izquierdas a lo woke, en el sentido que al centrarse en diferencias de tipo identitario, deja fuera la crítica al capitalismo y los procesos de concentración económica existentes, lo que termina siendo funcional e inofensivo para las estructuras de poder imperantes.
Ante esto, dejando de lado la crítica conspirativa de la ultraderecha a lo woke, que lo que busca finalmente es usarla para frenar y retroceder en cualquier tipo de avances referidos a derechos, la crítica desde las izquierdas pueda servir para problematizarlo desde un lugar diferente y lejos de caricaturas.
En primer lugar, estoy de acuerdo con que lo woke ha derivado en una posición despolitizada desde la llegada de Barack Obama a Estados Unidos, impulsada principalmente por sectores demócratas, ya que la crítica al racismo y al sexismo se ha vuelto algo individual y moral, más que un cuestionamiento político y estructural.
Sin embargo, como bien plantea Jaime Caro Morente , lo woke ha tenido sus logros también en Estados Unidos, en tanto un cuestionamiento masivo al paradigma liberal y su nula capacidad de hacerse cargo de las opresiones de raza, clase y género, aunque sus críticos de izquierda no lo vean y se vuelvan a veces tan antiwoke como la ultraderecha.
Además, me parece profundamente eurocéntrico lo planteado por Neiman a lo woke por las críticas a las ideas de progreso y universalidad, las cuales tienen un trasfondo colonial detrás, como bien ha sido estudiado por distintas corrientes feministas, anticoloniales y desde la ecología política, que han evidenciado cómo tanto las derechas como las izquierdas, han negado la pluralidad de experiencias alternativas en el mundo.
En otras palabras, una cosa es interpelar a lo woke por su falta de densidad política y por hacerle el juego a grandes empresas mundiales para limpiar su imagen y seguir enriqueciéndose como nunca antes, y otra muy distinta es no ver que las grandes ideologías modernas (conservadurismo, liberalismo, socialismo) han colonizado a territorios pueblos enteros, y siguen siendo incapaces de dar respuesta a la crisis climática y ebullición global imperante
Por lo mismo, debemos reconocer que el surgimiento y fortalecimiento de esta nueva derecha negacionista, no es solo responsabilidad de la llamada cultura woke, sino también desde nuestra propia incapacidad como izquierdas (si es que queremos seguir usando una noción de la revolución francesa), en dar una respuesta y alternativa a la humanidad y a un planeta que no resiste más capitalismo.
Pero para eso hay que estar muy conscientes sobre el fracaso y horrores de los socialismos reales, que mostraron lo peor de las izquierdas, y de una socialdemocracia y de un Estado de Bienestar incapaz de ir más allá de una economía ecocida que sigue creyendo en una idea de crecimiento económico ilimitado, en un planeta con límites finitos.
Dicho todo lo anterior, más que seguir interpelando a lo woke y verlo como un problema, deberíamos estar más preocupados por construir y visibilizar formas de vivir más sustentables y centradas en el cuidado, ya que el tiempo se nos acaba, si seguimos con el sistema de vida existente a nivel global, en donde la pandemia nos mostró lo vulnerables e interdependientes que somos, aunque sigamos creyendo lo contrario.
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