El cuestionamiento al orden capitalista es algo constante y no únicamente de parte de individuos y movimientos sociales y políticos revolucionarios o de izquierdas, como ha ocurrido desde la aparición del Manifiesto Comunista. La persistencia de una alta desigualdad económica, traducida en la creciente desigualdad de la riqueza y del ingreso que se observa a nivel global, aumentando las brechas internas de las naciones desarrolladas y las naciones periféricas o, como ahora se designan, del Sur global, ha obligado a muchas personas y movimientos sociales y políticos a plantearse la búsqueda y la construcción de una alternativa al capitalismo y a la sujeción al imperialismo yanqui, algunas veces reactualizando y proclamando las propuestas elaboradas a partir de los aportes teóricos de Karl Marx y Friedrich Engels, y en otras, simplemente, tratando de trazar una línea independiente, de carácter nacionalista, que les permita ubicarse a la par con las grandes potencias desarrolladas, como se quiso con el Movimiento de los No Alineados.
En este marco de situaciones, la antigua fórmula económica del capitalismo neoliberal de estimular un crecimiento sostenido en el consumismo y el productivismo para que haya cierto bienestar entre la población, condujo a muchos países a una pobreza extremada y a desequilibrios de toda especie que obligaron a miles de ciudadanos a desplazarse hacia Estados Unidos, en el caso de nuestra América, o Europa, en el caso de África, terminando sometidos a distintos vejámenes, producto de la xenofobia y del racismo. Dada la magnitud de estos acontecimientos, contrariando en parte lo que ha sido su postura habitual, los directivos del Fondo Monetario Internacional han incorporado «la inclusión, la sostenibilidad y la gobernanza global, con un bienvenido énfasis en la erradicación de la pobreza y el hambre» en su agenda de trabajo para los próximos años, en un reconocimiento tácito del fracaso de sus formulaciones neoliberales impuestas a los gobiernos que recurren a sus puertas en búsqueda de ayuda económica. Es, también, una manera de evitar lo que muchos economistas y analistas políticos han advertido respecto a la inminencia del desplazamiento de Estados Unidos y sus satélites europeos en el control del mercado globalizado con China y Rusia a la cabeza de los BRICS; por lo que el recurso de la guerra y las coacciones diplomáticas tendrían que acompañarse con medidas económicas que refuercen su hegemonía.
En la reciente 16ª cumbre de los BRICS, efectuada en el territorio ruso de Kazán, se presentó una declaración conjunta en la que se proyecta promover reformas en las diferentes instituciones globales, fortalecer la cooperación económica y financiera internacional y responder colectivamente a las crisis globales, como las escenificadas en Oriente Medio y Europa del este.
Desde sus inicios, los BRICS se han trazado «remodelar la arquitectura política, económica y financiera mundial de manera justa, equitativa y representativa, basándose en el multilateralismo y el derecho internacional»; lo que, a largo plazo, representa reemplazar el dominio geopolítico y geoeconómico estadounidense-europeo. Así, la hegemonía sin disputa ejercida por las instituciones multilaterales surgidas del acuerdo de Bretton Woods, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, además de la Organización Mundial de Comercio en décadas posteriores, serían objeto de transformaciones internas (al igual que la Organización de las Naciones Unidas), considerando el peso y la influencia colectiva de las naciones que se han estado sumando a este bloque. Pero eso no significa que todos estén motivados por una misma identidad ideológica, como concluyen algunos gobiernos e ilusos de las izquierdas al pensar que todos sus esfuerzos están dirigidos a acabar con el imperialismo estadounidense, sin querer percatarse que estos -a pesar de la doctrina comunista en el caso de China- son de carácter económico, dentro de los cánones del capitalismo, sin plantearse una ruptura del todo con este.
En oposición a lo hecho por el Grupo de los Siete (Estados Unidos, Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y Reino Unido), los BRICS y sus recientes asociados estarían motivados, entonces, a impulsar una diplomacia multilateral, favoreciendo el diálogo y la cooperación entre las economías emergentes y en desarrollo de Asia, África y América Latina; tal cual se reflejó en la Declaración de Kazán, lo que fuera calificado de débil y sin mucho compromiso, pese a hacer referencias a algunos temas, como el funcionamiento de la ONU; «los conflictos en diferentes regiones del mundo»; y «el impacto negativo de las sanciones unilaterales en la economía mundial y otros ámbitos».
El optimismo de muchos, especialmente entre gente de izquierdas, contrasta con lo que Michael Roberts, economista marxista británico, explica:
«A diferencia del G7, que tiene objetivos económicos cada vez más homogéneos bajo el firme control hegemónico de los Estados Unidos, el grupo BRICS es dispar en riqueza e ingresos y no tiene objetivos económicos unificados, excepto tal vez tratar de alejarse del dominio económico de los Estados Unidos y, en particular, del dólar estadounidense».
Cuestión que comparte el también economista británico John Ross, quien delinea algunos puntos similares al hablar sobre la desdolarización:
«En resumen, los países/empresas/instituciones que se embarcan en la desdolarización sufren, o corren el riesgo de sufrir, costos y riesgos significativos. En cambio, no hay beneficios inmediatos equivalentes por abandonar el dólar. Por lo tanto, la gran mayoría de los países/ empresas/ instituciones no se desdolarizará a menos que se vea obligada a hacerlo. El dólar, por lo tanto, no puede ser reemplazado como unidad monetaria internacional sin un cambio total en la situación internacional global para la cual aún no existen las condiciones internacionales objetivas».
Como se podrá inferir, el surgimiento y fortalecimiento de un nuevo sistema monetario mundial, en oposición al regentado por Estados Unidos y sus satélites europeos, no sería un asunto fácil e inmediato; sin que esto suponga que no deba emprenderse y pueda apoyarse en beneficio de las economías más débiles. Básicamente, la alianza de los BRICS busca una cooperación geoeconómica entre todos sus componentes y no una alianza militar, de manera precisa, con una estrategia anti-Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Respecto a esto último, es necesario tener presente lo que pocos analistas y economistas han resaltado respecto a la dependencia del capitalismo mundial frente a la economía de China (la de mayor peso entre todas las que conforman el grupo de los BRICS) y la dependencia de la economía de China en cuanto al capitalismo mundial, lo que explica la superación de la crisis sufrida por este último en 2008, gracias, en gran parte, a la potencia asiática, dotada de reservas internacionales en ascenso y sus inversiones financieras y su tenencia de bonos del Tesoro de Estados Unidos.
Con esto presente, no es nada arriesgado afirmar que China es, desde hace tiempo, la primera potencia económica capitalista en el mundo; lo que ha generado no pocos debates ideológicos sobre si aún puede calificársele como comunista. Esto, sin duda, terminará por despejarse en los próximos años, si no se produce un cambio repentino que altere la paz relativa existente en la actualidad como efecto de las tensiones existentes entre Estados Unidos, Europa, China y Rusia, en una pugna geopolítica de la cual no pareciera escapar, hasta ahora, ninguna nación.
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