El señor Rodríguez, jefe de Gabinete de la presidenta de la Comunidad de Madrid, y fiel y eterno vasallo del expresidente Aznar ha tenido que cantar ante el Tribunal Supremo. Para su mala suerte iba como testigo -aunque tal vez el juez Hurtado había pensado que al citarle en tal condición le hacía un favor-, y como tal no tenía más remedio que decir la verdad. Y la ha dicho, aunque a medias.
El señor Rodríguez entró en el Supremo como testigo, y terminó saliendo como filtrador de datos personales de un ciudadano -el novio de su jefa-, y como mentiroso, porque (siguiendo aquello de la “condición del alacrán”) aunque ha dicho la verdad a medias -que es lo mismo que mentir a medias- no ha tenido más remedio que confesar que mintió cuando afirmaba en las redes sociales y en un chat con periodistas “amigos”, que el fiscal de la causa del novio de Ayuso intentó ofrecer un pacto al novio defraudador, pero que se lo habían impedido “desde arriba”.
No sé si el juez Hurtado se ha creído algo que ha dicho el testigo, y que muchos sospechamos que es un falso testimonio: que él no conocía que el abogado del novio de su jefa había sido quien había solicitado un pacto a la fiscalía para evitar la cárcel. Pero es algo que parecía darle mucha risa a la persona que aparece a su lado en todas las fotos. Y a nosotros -aunque no quisiéramos parecernos a dicha persona, ni siquiera en eso- también nos da la risa. O más bien la indignación de ver una exhibición de cinismo del más bajo nivel moral: saliendo del Supremo, después de haber confesado su condición de filtrador aún se ha atrevido a intentar dar lecciones éticas, diciendo que el fiscal general del Estado tenía que ir “p’alante” (muy castizo y ocurrente él), para evitar que cualquier ciudadano se sienta inseguro porque se filtren sus asuntos personales. Firmado: El filtrador confeso.
Resulta insufrible tal grado de desfachatez, y muy penoso que haya ciudadanos que parecen encantados de que los tomen por tontos, comulgando con las ruedas de molino de tanta falsedad, y votando a quienes desprecian su inteligencia hasta ese punto.
También resulta chocante que, tras la confesión del testigo de su condición de filtrador, el juez instructor no haya aceptado la petición de la abogacía del Estado de que se haga un volcado del teléfono del tal señor Rodríguez, tras hacerse evidente que tal teléfono ha sido el arma con la que ha perpetrado su fechoría. Tanta transigencia con el descaro de un testigo que reconoce en realidad haber sido el instigador de todo el embrollo, y tanto celo para revisar mil veces las llamadas y los teléfonos del fiscal general del Estado, nos hace, una vez más, tropezar con la evidencia de que algunos jueces, situados en puestos clave del escalafón del poder de juzgar, parecen tener muy claro que la justicia no es igual para todos. Y no están dispuestos a que la realidad (que ayer ha quedado claramente demostrada) les estropee una más que minuciosa, y prácticamente inquisitorial instrucción.
En fin: lo que estamos viendo en los últimos meses en el discurrir de la “alta” justicia convierte en profeta al hidalgo Alonso Quijano, cuando vaticinaba a su fiel escudero: “mayores cosas veredes, amigo Sancho”.