Llamar a reaccionar políticamente a través de internet puede ser muy fácil para quien lo hace. Y muy cuestionable también. Incluso, puede considerarse altanero, petulante. ¿A título de qué el autor de una nota como la presente hace ese llamado?, podría preguntarse. Por supuesto, con justa razón. Pero, más allá de esa crítica totalmente pertinente, ¿por qué no hacer ese llamado? Por supuesto, si se piensa en cambiar las cosas, en buscar una nueva sociedad distinta de la actual, ese llamado debe complementarse con un trabajo político organizativo que excede grandemente el ámbito digital, trabajo que se debe hacer con la gente, en el día a día, en el centro de trabajo, de estudio, en la comunidad, en el mercado, en la calle. Los cambios profundos en la realidad político-social de la humanidad siguen siendo -no puede ser de otra manera- hechos corpóreos, llevados adelante por seres de carne y hueso, gente que pide, exige y logra cambios a través de su movilización, y no solo por medio de la virtualidad del internet. “Que la calle no calle”, se ha dicho. Si callamos, nos derrotan. Esa es la historia de la humanidad: luchas, protestas, acciones. Como dijo Sergio Zeta: “Los pueblos consiguen derechos cuando van por más, no cuando se adaptan a lo «posible»”. Hay que ir más allá de lo posible; quedarse con el posibilismo es capitular. Ahora bien: si el espacio que abre internet puede servir para desarrollar ideas y propuestas nuevas, alternativas, de impacto para el campo popular, ¿por qué no usarlo? En tal sentido, reiteremos el título de este opúsculo, y tomémoslo en serio: ¡Reaccionemos! ¿No es hora de hacerlo ya?
___________
Los espejitos de colores
El mundo, desde que hay clases sociales -cuando se dio un excedente con la agricultura, hace unos 10,000 años- está dividido entre los que lo poseen casi todo, y las grandes mayorías que no poseen casi nada. Es curioso, vericuetos de nuestra intrincada y paradójica condición humana: desde ese momento fundacional de la historia, siempre pequeñas, muy pequeñas élites manejaron (explotaron/sometieron) a inmensas mayorías. ¿Por qué esas mayorías no reaccionan? Por eso mismo decimos: intrincada y paradójica condición humana.
Así ha funcionado el mundo estos milenios, en todas las latitudes y con las distintas modalidades que tomaron nuestras formas civilizatorias: faraón, emperador, brahmán, rey, sumo sacerdote, huey tlatoani, sultán, zar, mandarín, sapa inca, aristocracia de sangre azul, empresario burgués, etc. Un pequeño grupo poderoso detenta el poder (económico, político, militar, cultural, religioso) y una amplia mayoría sigue sus dictados y trabaja para engrandecerlos. Por supuesto, la historia no es estática: hay continuos movimientos, rebeliones, cambios, alzamientos, revoluciones. La historia de la humanidad desde la agricultura en adelante es la historia de la lucha de clases.
Eso no ha terminado, pese a que hoy la clase dominante (la clase propietaria: industriales, banqueros, terratenientes, tal como se da en el capitalismo en que vivimos), con armas ideológico-culturales muy bien presentadas, quieran hacernos creer que eso se ha extinguido. Warren Buffett, gran magnate de Wall Street, lo dijo sin tapujos: “Por supuesto que hay luchas de clase, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando.”
Esa confrontación sigue vigente, al rojo vivo, aunque el discurso dominante presente las cosas de tal manera que pretende hacernos creer que ya no hay izquierda y derecha, que la lucha ideológica es algo de un pasado ya superado, que ya no hay conflicto social. Si eso fuera cierto: ¿por qué se mantienen inconmensurables fuerzas represivas con los armamentos más sofisticados para controlar la protesta popular? Hoy día, la represión se da así, con violencia suprema, sin la menor duda. Pero también con las nuevas armas que las tecnologías modernas permiten desplegar: todo el campo mediático.
Manipulación de las grandes masas siempre ha existido; las religiones, en muy buena medida -cualquiera de ellas, de las tantas que hay- han jugado siempre ese papel: “Las religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes”, pudo decir el teólogo italiano Giordano Bruno (por lo que se le condenó a la hoguera inquisitorial). En toda civilización conocida siempre existió el “pan y circo”, los “espejitos de colores” para entretener e hipnotizar a los pueblos. Por ambas cosas, por la represión abierta, o por el manejo de las conciencias, la gran masa humana no puede reaccionar. Solo a veces, en muy determinadas ocasiones, lo hace (y eso hace andar la historia).
Pueden ser oportunas al respecto palabras del primer intento de abordar los fenómenos colectivos, luego retomado por Freud: la “psicología de las multitudes”, del francés Gustave Le Bon: [La masa es] “una agrupación humana con los rasgos de pérdida de control racional, mayor sugestionabilidad, contagio emocional, imitación, sentimiento de omnipotencia y anonimato para el individuo por lo que la multitud es extremadamente influenciable y crédula, careciendo de sentido crítico.”
En otros términos: muy manejable. Léase: cultura del rebaño. Por supuesto, en mayor o menor medida, todos somos masa (¿por qué seguiríamos modas, si no?, o ¿por qué nos movería y dispararía entusiasmo el equipo nacional de algún deporte, representando a nuestro país de origen?). Valen recordar aquí palabras de Edward Bernays, sobrino político de Freud, quien llevó la idea de “inconsciente” a Estados Unidos dando lugar a la psicología del manejo de masas: “El estudio sistemático de la psicología de masas reveló a sus estudiosos las posibilidades de un gobierno invisible de la sociedad mediante la manipulación de los motivos que impulsan las acciones del ser humano en el seno de un grupo.” El simple título de su obra más conocida lo dice todo: Propaganda. Cómo manipular la opinión pública en democracia.
Lo que trajo la modernidad capitalista, hoy ya globalizada prácticamente hasta el último rincón del planeta, es una hiper especialización de estas técnicas de control social, llevadas a un límite insospechado.
¿Cómo nos manejan?
“Para sofocar cualquier revuelta por adelantado (…) métodos arcaicos como los de Hitler son anticuados. Basta con crear un condicionamiento colectivo reduciendo drásticamente el nivel y la calidad de la educación. (…) Que la información destinada al público en general sea anestesiada de cualquier contenido subversivo. Transmitiremos masivamente, vía televisión [hoy día deberían agregarse redes sociales y aplicaciones de internet], estúpidos entretenimientos, siempre halagando el instinto emocional”, decía en 1956 el pensador austro-germano Günther Anders.
“Estúpidos entretenimientos”. Pareciera que ahí está la clave: las masas son manejables -todos los seres humanos lo somos-, y si a eso se le agrega una alta dosis de manipulación realizada con características científico-técnicas efectivas, los efectos pueden ser devastadores, francamente pavorosos. Pavorosos para el campo popular, que es quien sufre ese brutal -pero dulcemente presentado- ejercicio de poder. Muy conveniente para quien lo realiza: las élites dominantes.
Individualmente somos una cosa, pero en masa nos transformamos. Como se dijo anteriormente, en esos comportamientos masivos asistimos a la “pérdida de control racional, mayor sugestionabilidad, contagio emocional, imitación” que se dan en esos complejos procesos. Piénsese, por ejemplo, en lo que sucede en un partido de fútbol con la concurrencia; si el árbitro del juego cobra mal en contra de nuestro equipo favorito, eso nos cae mal, seguramente nos enoja. Si al día siguiente del encuentro yo en solitario, caminando por la calle, me encuentro con ese árbitro, muy probablemente no lo agreda, no le grite ni ataque. Solo lo miro pasar. Pero amparado en la multitud, en el momento de ver esa “injusticia” contra mi equipo, enardecida, una masa, de la que yo soy una parte más, probablemente lo insulte a coro. Y, quizá, no faltará algún exaltado que le arroje una botella. ¿Por qué sucede esto? Porque el anonimato de la masa, y esa pérdida de control racional dado por la explosión emocional, lo permite. Otro tanto pasa con los linchamientos.
En otros términos: las masas actúan por un impulso bastante emotivo. Las técnicas de control social desde hace largo tiempo lo saben. Por esa loas implementan muy pérfidamente. “En la sociedad tecnotrónica, el rumbo lo marcará la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos descoordinados que caerán fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”, pudo decir sin ningún disimulo uno de los ideólogos más conspicuos -y conservadores- de Estados Unidos: el polaco nacionalizado estadounidense Zbigniew Brzezinsky.
Entonces la pregunta clave: ¿por qué las masas no reaccionan ante las tremendas injusticias que sufren? ¿Por qué es más posible que, por ejemplo, en Argentina -el otrora “país de las vacas”, donde ahora, producto de las políticas neoliberales, buena parte de su población está desnutrida, o comiendo de los tarros de basura- las masas no se movilizan ante la reciente estafa promovida por el presidente, pero sale en número de cuatro millones a festejar el triunfo en el Campeonato Mundial de Fútbol? Respuesta: porque nos tienen estupidizados.
¿Estúpidos o estupidizados?
Sería absolutamente incorrecto, o mejor aún: injusto, partir de la base que la gente es estúpida. Somos masa, que es otra cosa. El pensamiento crítico, analítico, no es algo que salga tan espontáneamente: hay que fomentarlo, cultivarlo. Si no, no surge, y lo afectivo visceral se impone. Los grupos de poder, es decir: la clase dominante -desde el faraón en adelante, hasta los usureros de cuello blanco actualmente llamados banqueros- han intentado siempre impedir que las grandes masas abran los ojos. Hoy lo hacen con las más refinadas tecnologías comunicacionales. Por eso se hace tan difícil reaccionar.
De esa forma, mintiendo descaradamente, llegamos a esta noción increíble de “post verdad”, algo que solo el capitalismo hiper desarrollo y digital puede lograr. ¿Qué es esa dichosa “post verdad”? Según una correcta caracterización de Fernando Broncano: “La industria y manufactura de los mensajes que producen reacciones emocionales que son independientes de su relación con la realidad. (…) Una forma sistémica y manufacturada de la circulación de la información en los medios de comunicación” Dicho rápidamente: una mentira muy bien montada, que sirve para engañar, confundir, tergiversar las cosas. Una mentira que impide pensar con criterio crítico-analítico y que solo fomenta la más elemental emotividad primaria. A título de ejemplo, valgan estos dos videos:
El grado de control social que permiten las actuales tecnologías para manejo de las grandes mayorías populares nos impide reconocer con exactitud la diferencia entre realidad y virtualidad. La inteligencia artificial viene a completar arteramente el cuadro. Ya no sabemos a qué atenernos: ¿es real lo que nos muestran, es producto de un engaño bien pergeñado, un holograma, un montaje? ¿Un guión bellamente preparado por especialistas donde se maquilla todo? Sucede que esas manipulaciones están logradas con tanta perfección que no dan espacio para la reacción.
A inicios de este siglo la encuestadora Cid-Gallup informaba que alrededor del 80% de lo que un ciudadano urbano término medio cree en torno a su realidad político-social está determinado por lo que se le ha construido a través de los medios de comunicación, por lo que ahí recibió. Este cuarto de siglo transcurrido llevó ese porcentaje a algo mucho mayor y -ese es el auténtico problema- con características tan peculiares que, en vez de sentirse como imposición, es consumido-gozado alegremente. Repetimos frases hechas, clichés, pensamientos que nos son dados y no cuestionamos. Si entendemos que somos masa, la forma en que se forja la opinión pública funciona así: un mensaje hábilmente presentado -la imagen tiene el mayor poder de penetración- se graba de tal manera que se torna incuestionable. Dicho de otro modo: nos estupidiza (recuérdense las citas de Anders y de Brzezinsky).
¿Cómo reaccionar?
La posibilidad de cambiar el mundo y construir algo más equitativo que lo que nos muestra hoy el capitalismo no está cerrada. Pero actualmente, tal como van las cosas en el planeta, pareciera una tarea titánica, casi imposible. Ya hubo cambios en el sistema, y aunque todas esas primeras y balbuceantes experiencias socialistas se las presenta como “fracaso” -que, por cierto, no lo son- hoy día se torna harto difícil volver a pensar en revoluciones, en cambios profundos. Eso, merced al fabuloso trabajo mediático-ideológico que hace la derecha, parece una pieza de museo, una rémora imposible de volver a plantear. ¿Se terminaron entonces las luchas de clases? El sexto poderoso más multimillonario del mundo -que, sin dudas, debe cuidar mucho su fortuna de posibles expropiaciones comunistas– nos alerta que no.
Sucede que el manejo mediático es tan monumental -y muy bien hecho, sin dudas- que los numerosos y variados espejitos de colores moldean demasiado las cabezas. La actual ola de derechización de carácter nazi que está enseñoreándose por el mundo responde, entre otras cosas, a ese manejo (también cuentan la crisis sistémica, la herencia de décadas de neoliberalismo individualista, el desprestigio de las izquierdas, las tecnologías que expulsan gente). La creación mediática de enemigos -los migrantes en este momento, ayer judíos, homosexuales y gitanos, aunque en realidad puede ser cualquiera: la poderosa maquinaria comunicacional logra “inventar” lo que desee: astros prefabricados o enemigos peligrosos- se yergue como un enemigo todopoderoso. En principio, pareciera imbatible. “Es más fácil que termine el mundo por la contaminación o por la guerra nuclear, a que termine el capitalismo”, se ha dicho ostentosamente. Pero no es cierto.
El sistema hace agua por todos lados; muere más gente por hambre que por otra cosa en un mundo donde sobra comida. ¡Absolutamente injustificable! Las luchas populares no han terminado, ni mucho menos. De ahí esa parafernalia interminable de controles sociales que ofrece la corporación mediática. Los caminos parecen cerrados, y publicaciones como la presente -que son una alternativa a la media comercial- son un granito de arena.
¡Reaccionemos! Sin dudas que ya es hora de hacerlo. No hay caminos construidos; tenemos que elaborarlos. Los pequeños granitos de arena, como la presente página alternativa, son aportes. Como dice el poeta:
“Pena sobre pena y pena
hacen que uno pegue el grito.
La arena es un puñadito
pero hay montañas de arena.”
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.