Para decir las cosas como son, ha sido históricamente la izquierda el sector que más consecuentemente ha luchado por una sociedad más justa y humana, contrariando a la derecha que se siente a sus anchas en una que se basa en la miseria de muchos para el disfrute de muy pocos.
Basta que se esboce una crítica a propósito del comportamiento político y sobre todo ético del actual presidente y de su coalición, para que se moteje ese acto legítimo y necesario como un hecho que le hace el juego a la derecha. Artefacto manoseado, manido, recurrente, rasca y del todo falso, se esgrime como una admonición de un tono propio de la inquisición sobre los críticos y rebeldes: si gana la derecha, tú serás el responsable. Así lo han afirmado por decenios mientras tanto no solo le han hecho el juego a la derecha, sino que le han pavimento el camino y sembrado de rosas la vereda.
Para decir las cosas como son, ha sido históricamente la izquierda el sector que más consecuentemente ha luchado por una sociedad más justa y humana, contrariando a la derecha que se siente a sus anchas en una que se basa en la miseria de muchos para el disfrute de muy pocos.
Por eso ser de izquierda, levantar las banderas del socialismo como proceso de redención de los explotados del mundo, trae costos que muchas veces ha significado la persecución la cárcel, la tortura y la muerte de quienes se han atrevido a rebelarse contra la opresión y la explotación.
Asumir la causa de los desheredados es una responsabilidad que importa una decisión desde lo más profundo de las conciencias y principios. Jugar al revolucionario como quien lo hace con legos o autitos, siempre ha resultado en un retraso de los procesos realmente genuinos, serios y decididos.
La única manera que hay de hacerle el juego a la derecha es cuando se desmoviliza y se abandona al pueblo, único capaz de enfrentarla con reales opciones de triunfo. Y cuando se debilitan sus organizaciones y se instalan dirigentes mediocres y entreguistas.
Para indignación de muchos, el discurso pseudoizquierdista y falaz de las actuales autoridades, descontadas las de la ExConcertación que ya habían traicionado antes, hoy se materializa en una rendición cobarde y rastrera ante todo lo que era lo peor de lo peor.
Pero digamos que, así como uno da su opinión, el viraje de estas personas también resulta legítimo, aunque no muy respetable, pero qué se le va a hacer. Las condiciones materiales, la extracción de clase, determina el tipo de conciencia de la personas. Que ahora sea respetable y admirable lo que ayer se quería demoler, importa una ausencia de principios de corte revolucionario. Pero tendrán de otros.
Lo que es cuestionable porque se relaciona con una hipoteca de futuro de los proyectos más consecuentes y genuinamente populares, es el retraso que estas vueltas de carnero permiten por la vía de afectar la fe de las gentes crédulas que viven a la siga de que algo les sea leal alguna vez.
En este punto es obligatorio nombrar al más grande los presidente de Chile cuya talla histórica se basa precisamente en sus conciencia y consecuencia: Salvador Allende.
Por eso la esperanza de la gente nuevamente se vio afectada por esas tribulaciones propias de pequeños burgueses que se meten a jugar juegos propios de gente algo más dura, maltratada y honesta.
Es ahí donde está el mayor daños si se verifica el alza de la ultraderecha y el renacimiento regalado a la exconcertación que estaba dando sus últimos estertores cuando llegó Boric y les dio respiración boca a boca: los más importantes ministros y autoridades del actual gobierno son los renacidos de la ExConcertación.
Entonces no es la crítica enrabiada, legítima y fundada la que le abre el camino a la derecha. La rendición incondicional de Boris y tu team, o, por qué no, la asunción de sus reales convicciones es lo que le facilita el trillo a la ultraderecha. O mintieron ayer o lo hacen ahora.
De modo que quienes le hacen el juego a la derecha son quienes le temen y reverencian. Quienes no han hecho ni una ley sin pedir la venia de la ultraderecha. Quienes no han aplicado en rigor sus propias leyes para no tocar los intereses de los poderosos. Quienes han hecho reformas, pongamos por caso la de pensiones, en la que los únicos que ganan son los que ya venían siendo beneficiados con ese monumental cogoteo a los trabajadores. Quienes han perfeccionado el sistema neoliberal de dominación quitando cada vez más capacidades al Estado. Los que han regalado, ¡regalado! nuestras riquezas naturales a los grandes capitales extranjeros.
Quienes han hecho vista gorda a la corrupción cancroide que ha horadado al sistema político al extremo de que la ex ministra del Interior y candidata que se eleva como carta de reemplazo, fue presidenta del PPD, uno de los partidos más corruptos de la historia, cuando se descubrió que era financiado por los grandes empresarios.
Quienes ni siquiera saben cuántos niños han desertado del sistema escolar y han caído en la delincuencia, la droga, la muerte temprana. Quienes, para evitarle dificultades extra al gobierno, desmovilizaron las ya débiles organizaciones de trabajadores y de estudiantes y de lo que sea, cuando no simplemente las abandonaron.
La lista podría ser infinitamente más larga.
Digamos finalmente que la corrupción, que es la sopa esencial, esa especie de meconio que alimenta y procrea la sinvergüenzura estructural en estado puro, ha crecido a niveles alarmantes no por las opiniones como estas, sino por la dejación irresponsable de quienes mintieron para poder entrar al juego de la política sin saber lo serio que es esto y las consecuencias que trae para la gente desprovista y abandonada.
Nuestras opiniones no pueden ser objeto de la tacha fácil e irresponsable al decir que le hacen el juego a la derecha porque quienes lo han hecho son aquellos que ofrecieron el oro y el moro y terminaron defraudando hasta a sus propios socios si se considera lo que opina la diputada Cariola: este gobierno es lo peor que le ha pasado y el mismísimo Gabriel Boric es, según la Presidenta de la Cámara de Diputados, una mierda de ser humano.
Ni el que escribe ha llegado a tanto. Hasta ayer, uno pensaba que era difícil seguir cayendo.