Desde hace décadas, cada primavera brota la defensa de la energía nuclear. Cualquier resquicio sirve para filtrar la misma idea, con razones volubles, pero con objetivos invariables no siempre visibles.
La falsa idea de que no es contaminante surge de su no inclusión en los controles de emisiones del protocolo de Kioto, por no usar fósiles en la generación. Sin embargo, sí se usan en abundancia en la extracción del uranio, el enriquecimiento, transporte, reprocesamiento o en la propia construcción de la central. La energía nuclear no es sustentable, además, porque la generación de residuos es inevitable en todo el proceso, las fugas se dan con frecuencia, incluso se liberan radionucleidos al agua o aire que pueden estar activos miles de años y los residuos más peligrosos son una herencia para las generaciones futuras, almacenadas en las centrales de forma indefinida aun después de cesar su actividad.
El espejismo de que reduce la dependencia exterior nace de un criterio de cálculo energético no utilizado para otras fuentes: las importaciones de combustible nuclear no se computan como importaciones sino como producción nacional. Aun cuando todo el combustible fuese importado no se reflejaría como dependencia energética, al calcular la producción a partir del calor generado en la fisión y no por el potencial energético del combustible (que es como se calcula, sin embargo, en el caso del gas y del petróleo), y al establecer la dependencia por una relación entre importación de recursos y el uso total de energía primaria. Además, las reservas de uranio son escasas y concentradas casi en un 99% fuera de la Unión Europea.
También se hace hincapié en su competitividad. Así lo apunta, por ejemplo, el Foro Nuclear, un lobby del que son socios las mayores empresas eléctricas del país, las mismas que, cuando interesa, también defienden las bondades de las energías renovables, de los ciclos combinados, el repotenciamento de embalses… Su negocio es vender energía, no importa la fuente: el interés está en el mercado y en la rentabilidad del capital. Los cálculos de la rentabilidad atienden tan sólo a los costes de operación de las centrales, pero no a otros como la custodia de los residuos mientras estén activos (dentro de unos siglos ni se garantiza la existencia de las empresas) o el desmantelamiento de las centrales. Estos sobrecostes los asume la sociedad, mediante la acción del Estado que ya las protegió en diversos momentos, como cuando la moratoria nuclear las salvó de la bancarrota socializando las pérdidas con un recargo en las tarifas.
Insistir en la seguridad de las centrales resulta pavoroso, considerando el historial de accidentes nucleares, el hecho de que ninguna aseguradora los cubra, o la antigüedad de las actuales instalaciones.
La afirmación de la garantía de suministro de las nucleares podría hacerse también para el ciclo combinado, la eólica, la hidráulica o la fotovoltaica. Es muy compleja una desconexión inmediata de cualquiera de ellas en el sistema eléctrico actual, construido a la medida del negocio privado, concebido para aumentar la oferta y no restringir la demanda o incluso fomentarla. Un sistema inviable a medio o largo plazo que acabará por obligar a una revolución de la consistencia, como indicó E. Altvater, una reorganización de los usos de energía a todas las escalas (transporte, urbanismo, formas de producción…), yendo más allá de la eficiencia en la gestión de la demanda o de una simple moderación del consumo.
Xoán R. Doldán. Profesor titular de Economía Aplicada en la Universidad de Santiago de Compostela, miembro de la Asociación Véspera de Nada. Anteriormente fue presidente de la Asociación de Economía Ecológica en España, director del Instituto Energético de Galicia (INEGA) y vicepresidente de la Asociación de Economía Crítica.
(Publicado originalmente en gallego en Nós Diario el 10/05/2025. Traducida con permiso, por el propio autor.)
Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2025/05/13/el-recurrente-espejismo-nuclear/