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La vergüenza perdida y la dignidad de la defensa de los territorios

Fuentes: Rebelión

Greenpeace, que en los últimos días ha tomado el timón de la vanguardia de la lucha en contra de la crisis climática mediante la vía de la colonización urbanística, ha dicho, a través de la voz de su coordinador de campaña contra los combustibles fósiles, que el «decreto antiapagones no es sólo un obstáculo más en la transición energética, es una pérdida de oportunidad vergonzosa» [1].

No solo Greenpeace, también representantes de otras grandes organizaciones ecologistas y, como no, el partido SUMAR, han salido a campo abierto a batallar en defensa de un gobierno que trataba de echarle un cable a las grandes empresas de macro-renovables, entre ellas Repsol, que en un futuro próximo planea instalar industrias eólicas en la costa gallega en un área de 580,33 kilómetros cuadrados.

A todos estos valientes de la lucha contra la crisis climática, con una coherencia asombrosa, no se les pasa por la cabeza pensar que el problema no se resuelve salvando a quienes causan el problema, y como la demagogia suele ser el arma más eficaz en tiempos de bulos y medias verdades, se han puesto a atacar frontalmente a quienes defienden el territorio frente al colonialismo y los abusos de las empresas devoradoras de zonas de sacrificio.

En esta rocambolesca situación, es preciso realizar algunas puntualizaciones de carácter objetivo, y que sirva este modesto artículo para desmontar posturas hegemónicas desde medios de comunicación rehenes de mafias multinacionacionales:

Uno. La crisis climática no tiene solución a corto plazo, los cambios producidos en el clima son irreversibles y duraderos, y lo que es peor: producirán la desaparición de especies y pondrán en peligro la vida de otras muchas, entre ellas la del ser humano. Es posible paliar sus efectos, sí, pero para esto habría que dejar de alimentar al cáncer que ha provocado la crisis, es decir: el capitalismo.

Dos. Lo que llamamos transición ecológica no es más que una huida hacia adelante. Los fondos europeos que dan sentido a esta transición solo tienen un objetivo: salvaguardar el flujo de capital. No estamos hablando de gobiernos que toman decisiones libremente sino de empresas que presionan a los gobiernos para imponer sus leyes de mercado. Esto implica un desoimiento brutal hacia los ciudadanos. Cierto, a todas las personas nos gustaría poder producir nuestra propia electricidad y pagar cero en el recibo de la luz, colaborando así en la consecución de un mundo mejor; y no dudamos de que esto sería posible si los fondos europeos se destinaran al autoconsumo, pero mucho nos tememos que esto no es lo que quieren quienes tanto defienden este modelo neoindustrial y de crecimiento económico sin límites. El que ahora, en el fondo oscuro de un decreto, y después de realizado todo el reparto del pastel en forma de megawatios a macorenovables, se incluyan normas de aceleración del autoconsumo, es una forma hipócrita de repartir migajas. Y en todo caso debería separarse del resto de medidas del decreto que justamente van en dirección contraria.

Tres. Los planes de la transición no han tenido en cuenta en ningún momento la capacidad real para hacer disminuir el consumo de energía procedente de fuentes fósiles a nivel global. Los datos son contundentes. Según diversas fuentes, entre ellas la Administración de Información Energética de EEUU (EIA), el consumo mundial de petróleo se situó en 2024 en torno a los 103 millones de barriles diarios, manteniéndose estable con respecto al año anterior, y con una ligera disminución en algunos países del primer mundo mientras que en otros, en especial los países fuera de la OCDE, se produjeron fuertes aumentos en el consumo. Peores datos obtenemos para el carbón, cuyo consumo sigue creciendo de forma imparable, alcanzando en 2024 la escalofriante cifra de 8.770 millones de toneladas, y se espera que aumente bastante en 2025. Y en lo que se refiere a la demanda de gas natural, esta subió un 2,8 % en 2024, impulsada por China, Rusia y Estados Unidos. Todos estos datos, en especial cuando hablamos de países asiáticos, se han de interpretar asociados a un fuerte crecimiento de la industria de manufactura. Y teniendo en cuenta que en algunos de ellos, como en China, también hay una fuerte expansión de las macro-renovables, parece lógico pensar que éstas, más que ofrecer un cambio de paradigma, están simplemente ayudando a que el crecimiento siga disparándose.

Cuatro. Todo tiene un límite. También los múltiples materiales con los que se fabrican todos y cada uno de los elementos que forman parte del ciclo industrial de las renovables. Pongamos la mirada en algunos de ellos: neodimio, hierro, boro, disprosio, cobre, plomo, litio, níquel, sodio, molibdeno y zinc –en el caso de la energía eólica–, y cuarzo, cobre, molibdeno, berilio, germanio, galio e indio –en el caso de la fotovoltaica–. A lo que habría que añadir el litio para almacenamiento de la energía y el uso de fuentes fósiles en la generación de muchos de los componentes. (Así por ejemplo, en la fabricación de silíceo a partir del cuarzo se utilizan hulla, coque y madera troceada, de tal forma que el carbono de estos elementos pueda unirse al oxígeno y liberar el silicio, generando monóxido de carbono, que podrá convertirse en CO2). Pues bien, algunos de estos minerales, como el cobre, podrían no soportar el ritmo de la demanda de la creciente electrificación. A pesar de que las reservas de cobre son elevadas –los cálculos más optimistas las cifran en 5.000 millones de toneladas–, es obvio que no todo el cobre se puede extraer a un tiempo para surtir a todo el planeta, por lo que la acumulación de reservas y las previsibles subidas de los precios, harán complicada la electrificación en la mayor parte de los países, a excepción, tal vez, de los beneficiarios de la especulación bursátil.

Cinco. Las guerras por los recursos no van a disminuir mientras estos recursos sigan siendo el motor de las economías. Si antes fue el petróleo en manos de Estados rebeldes, contrarios al imperialismo sin escrúpulos, ahora lo será el litio, las tierras raras o cualquiera de elementos que solo tengan su afloramiento en determinadas partes de la corteza terrestre. Y las guerras sin aviones o sin misiles o sin tanques, todavía no son posibles. Las guerras, y la fabricación de armamento para llevarlas a cabo, producen enormes cantidades de gases invernadero e implican un agotamiento de los recursos, al tiempo que son utilizadas, justamente, para alimentar el continuo crecimiento industrial dentro de un contexto capitalista de necrosis mundial.

Seis. No dudamos de los beneficios de la electrificación. Pero adecuar toda la red eléctrica a un sistema de producción inestable dependiente de agentes atmosféricos solo es posible desde la asunción por parte del Estado de esta ingente tarea, por el momento nada rentable. Pero, además, tal y como advertíamos en el punto segundo, esta no debe hacerse de arriba hacia abajo de manera impuesta sino que ha de tener en cuenta la posibilidad de organización ciudadana, la posibilidad real de crear comunidades energéticas y sobre todo la capacidad de una autogestión. Esta última manera es la única posible para que el proceso de electrificación sea eficiente y sostenible, pues al contrario de lo que pretenden hacernos creer las grandes empresas energía, el consumo de recursos viene determinado por la propia necesidad, y no a la inversa. Y en la medida que esta necesidad se ajuste a la realidad de un sistema que precisa frenar el cáncer del consumismo, será posible el cambio de paradigma hacia una cultura con menos necesidades materiales.

Siete. Incluso sin tener en cuenta la vida útil –bastante corta, por otra parte– de las instalaciones de renovables, ni tampoco el problema de los residuos generados, resulta que ni todo es electrificable –no lo son por ahora los sistemas de transporte de mercancías ni los aviones de pasajeros– ni la electrificación impedirá que otros factores ajenos a la energía agraven la crisis climática. Poner el foco exclusivamente en la energía nos puede llevar a desenfocar el problema en su conjunto. El turismo a gran escala, la destrucción de las selvas tropicales y el alarmante y constante aumento del consumo de carne en el planeta, que la FAO cifra en 371 millones de toneladas para 2024, no solo ponen en peligro las actuaciones contra la crisis climática sino que son responsables de, al menos, tres límites planetarios: el referido al uso del agua, la deforestación y otros cambios de uso del suelo, y la pérdida de biodiversidad. Pero además hay que tener en cuenta que hemos creado una dependencia absoluta con los fósiles en millones de aspectos vitales para nuestras imperiales formas de vida: hablemos del plástico con el que envolvemos los alimentos y de los químicos con los que tratamos de explotar un suelo cada vez más empobrecido.

Ocho. No hay ni un solo informe serio que al hablar de una lucha efectiva contra las consecuencias de la crisis climática no mencione la palabra decrecimiento. El decrecimiento, ya sabemos, no interesa a los poderes económicos, en los que se incluyen tanto medios de comunicación prepotentes como organizaciones ecologistas sin principios –la mayoría dependientes de formas de financiación nada saludables–. Pero es el decrecimiento, hoy por hoy, la única esperanza. Y las macro-renovables lo único que están haciendo, en este sentido, es enmascarar esta esperanza con toda una serie de anuncios pseudoutópicos solo comparables a la creencia de que son las estelas de los aviones la causa de que las alteraciones en el clima. Habrá que repetirlo una vez más: es el capitalismo el culpable.

Nueve. El decrecimiento no es sinónimo de colapso. Se puede vivir con menos y esto, con toda seguridad, es mucho más solidario que dejar que te expropien para que conviertan tus tierras en centrales de producción, transporte o acumulación de energía. Decrecer significa, en términos de producción de energía, planificar la producción de forma que esta produzca el menor daños posible, tanto al medio ambiente como a las personas que viven en él. Y cuando hablamos de planificación hablamos de priorización de lugares antropizados frente a otros protegidos. Colocar placas en cientos de hectáreas dentro de la Reserva de la Biosfera, tal y como ha sucedido en varios casos, va en contra de toda lógica de protección del patrimonio y significa, simple y llanamente, dejar que el capitalismo haga su trabajo. Es bastante curioso, por otra parte, que justo la provincia de Madrid quede a salvo de la invasión de macro-renovables.

Diez. Que no te engañen, tú, ciudadano, no eres el culpable de aquel misterioso apagón que se produjo tras un descuido, una falta de previsión o simplemente provocado para que subiera el precio de la luz –ya estamos viendo como la estabilización de la red de energía a través de centrales de ciclo combinado está dando sus frutos–. Es más, tienes derecho a defender tu territorio y los territorios que consideres. Porque en juego no solo está el paisaje, la biodiversidad o los usos agrícolas, pues nadie duda ya de los daños producidos por las miles de instalaciones industriales por doquier; en juego está la propia democracia aplicada al sentido común. Que no te engañen, que Iberdrola construya una superbatería mediante un gigantesco pantano –para así aprovechar mejor la energía renovable– sin que tú ni tan siquiera puedas alegar, y llevándose por delante el valle donde naciste, no es vergonzoso, lo que es vergonzoso es que existan organizaciones fundadas para la defensa de la naturaleza que apoyen a quienes quieren destrozarte la vida anegando ese valle.

[1] https://elpais.com/clima-y-medio-ambiente/2025-07-25/decreto-antiapagones-una-perdida-de-oportunidad-vergonzosa-hacia-un-sistema-energetico-100-renovable.html

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