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Haydée Santamaría y los recuerdos compartidos con Melba sobre el Moncada y Fidel

Fuentes: Rebelión

(Haydée Santamaría)

El nacimiento de Melba Hernández Rodríguez del Rey (28/7/1921- 10/3/2010) y la muerte de Haydée Santamaría Cuadrado (30/12/1922-28/7/1980) por la coincidencia de estas fechas de ambas heroínas del Moncada y la Revolución Cubana han sido recordados como merecen estos dos personajes históricos raigalmente vinculados a las luchas de la llamada Generación del Centenario de José Martí que encabezaban Fidel Castro y Abel Santamaría.

Sobre Haydée y Melba se pueden relatar muchas facetas de sus vidas, de sus trayectorias personales y de sus méritos revolucionarios. Pienso que cualquier historia que se escriba sobre ellas llevará implícita ineluctablemente una mezcla de estoicismo y sentimientos que las engrandece como heroínas de nuestro pueblo.

En fin, en conmemoraciones como estas pueden intentarse muchas valoraciones y es posible que siempre nos quedemos en deuda para poder exponer la esencia de los hechos, de los actos, de los sentimientos, de la filosofía existencial.

Pienso que nadie como Haidée ha sido capaz de relatar las vivencias en aquellas horas heroicas y trágicas. Es un relato en que priman los sentimientos, una filosofía ante la vida y la muerte, con una carga lírica asombrosa.

Hace 65 años, el 25 de julio de 1960, Haidée relataba lo siguiente (1), que todos debíamos preservar en el recuerdo a la hora de rendir homenaje sobre el asalto al Cuartel Moncada en los tiempos presentes y futuros.

«La vida y la muerte pueden ser nobles y hermosas y hay que defender la vida o entregarla absolutamente.

Estos son los hechos que yo inútilmente he tratado de olvidar. Los que yo envueltos en una nebulosa de sangre y humo recuerdo. Los que compartí con Melba. Los que Fidel narra en la Historia me absolverá. La muerte de Boris y de Abel. La muerte segando a los muchachos que tanto amábamos. La muerte machacando de sangre las paredes y la hierba. La muerte gobernándolo todo, ganándolo todo. La muerte imponiéndosenos como una necesidad y el miedo a morir sin que hayan muerto los que deben morir, y el miedo a morir cuando todavía la vida puede ganar a la muerte una última batalla.

Hay en esos momentos en que nada asusta, ni la sangre, ni las ráfagas de ametralladora, ni el humo, ni la peste a carne quemada, a carne rota y sucia, ni el olor a sangre caliente, ni el olor a sangre coagulada, ni la sangre en las manos, ni la carne en pedazos deshaciéndose en las manos, ni el quejido del que va a morir. Ni el silencio aterrador que hay en los ojos de los que han muerto. Ni las bocas semiabiertas donde parece que hay una palabra que de ser dicha nos va a helar el alma.

Hay ese momento en que todo puede ser hermoso y heroico. Ese momento en que la vida por lo mucho que importa y por lo muy importante que es reta y vence a la muerte. Y una siente cómo las manos se agarran a un cuerpo herido que no es el cuerpo que amamos, que puede ser el cuerpo de uno de los que veníamos a combatir, pero es un cuerpo que se desangra, y uno lo levanta y lo arrastra entre las balas y entre los gritos y entre el humo y la sangre. Y en ese momento una puede arriesgarlo todo por conservar lo que de verdad importa, que es la pasión que nos trajo al Moncada y que tiene sus nombres, que tiene su mirada, que tiene sus manos acogedoras y fuertes, que tiene su verdad en las palabras y que puede llamarse Abel, Renato, Boris, Mario o tener cualquier otro nombre, siempre que ese en momento y en los que va a seguir puede llamarse Cuba.

Y hay ese otro momento en que ni la tortura, ni la humillación, ni la amenaza pueden contra esa pasión que nos trajo al Moncada.

El hombre se nos acercó. Sentimos una nueva ráfaga de ametralladora. Corrí a la ventana. Melba corrió detrás de mí. Sentí la mano de Melba sobre mis hombros. Vi al hombre que se me acercaba y oí una voz que decía: “han matado a tu hermano”. Sentí las manos de Melba. Sentí de nuevo el ruido del plomo acribillando mi memoria. Sentí que decía sin reconocer mi propia voz “¿Ha sido Abel?” El hombre no respondió. Melba se me acercó. Toda Melba era aquellas manos que me acampanaban. “¿Qué hora es?” Melba respondió: “Son las nueve”.

Estos son los hechos que están fijos en mi memoria. No recuerdo ninguna otra cosa con exactitud, pero desde aquel momento ya no pensé en nadie más, entonces pensaba en Fidel. Pensábamos en Fidel. En Fidel que no podía morir. En Fidel que tenía que estar vivo para hacer la Revolución. En la vida de Fidel que era la vida de todos nosotros. Si Fidel estaba vivo, Abel y Boris y Renato y los demás no habían muerto, estarían vivos en Fidel que iba a hacer la Revolución Cubana y que iba a devolverle al pueblo de Cuba su destino».

Y remata Haidée su relato con esta conclusión:

«Lo demás era una nebulosa de sangre y humo, lo demás estaba ganado por la muerte. Fidel ganaría la última batalla, ganaría la Revolución».

Nota:

(1) Lunes de Revolución, núm. 69, 25 de julio de 1960, p. 9. Allí apareció con el título «Relato de Haydee Santamaría». El 20 de julio de 1962 apareció en la Revista Bohemia.

Wilkie Delgado Correa. Doctor en Ciencias Médicas. Doctor Honoris Causa. Profesor Titular, Consultante y Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas. Premio al Mérito Científico por la obra de toda la vida.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.