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¿Por qué mantener un sistema que nos envenena?

Fuentes: El diario [Imagen: Plásticos acumulados en la bahía de Ciudad de Panamá. Carlos Lemos/EFE]

El 14 de agosto culmina el trabajo del comité intergubernamental sobre la contaminación por plásticos. Los países con poderosas industrias petroquímicas –principales productoras de plásticos– bloquean cualquier avance ambicioso

Han pasado más de sesenta años desde que la bióloga Rachel Carson publicó ‘Silent Spring‘ (1962), donde denunciaba los efectos nocivos de los pesticidas sobre los ecosistemas y la salud humana. Aquel libro está considerado hoy como uno de los catalizadores del despertar ecologista en Occidente, lo que Francisco Fernández Buey llamó “la primavera ecologista”. Desde entonces, se ha multiplicado nuestro conocimiento sobre el Sistema Tierra y las consecuencias socioecológicas de la actividad humana, aunque la amarga pero razonable queja de muchos científicos apunta a que no siempre se han interiorizado estos aprendizajes.

Una visión optimista podría señalar que durante las últimas décadas hemos logrado revertir muchos problemas antes invisibles. La lucha del geoquímico Clair Patterson logró que a finales de los años ochenta se prohibiera el uso de plomo en la gasolina, tras demostrar que su combustión liberaba partículas altamente tóxicas que se acumulaban en el cuerpo humano. Sin embargo, el plomo continuó utilizándose en otras industrias –como la fabricación de baterías y munición–, aunque con menor visibilidad. Más conocida aún es la batalla por preservar la capa de ozono, cuya destrucción por clorofluorocarbonos (CFC) impulsó la firma del Protocolo de Montreal (1987), considerado uno de los tratados medioambientales más exitosos hasta hoy. Desgraciadamente, la capa de ozono ha vuelto a los titulares debido a las emisiones de óxidos de nitrógeno y otros compuestos liberados por el aumento de lanzamientos espaciales de países como Estados Unidos o China.

Estos ejemplos ponen de manifiesto no sólo que la actividad del ser humano afecta a los ecosistemas, a veces de manera tan profunda que es el propio ser humano el que sufre sus consecuencias más nefastas. También subraya que la humanidad puede abordar y resolver los problemas si hay voluntad suficiente. En este sentido, el próximo 14 de agosto culminará el trabajo del Comité Intergubernamental de Negociación sobre la Contaminación por Plásticos, activo desde 2022 con el objetivo de establecer un tratado internacional jurídicamente vinculante. Sin embargo, las expectativas no son alentadoras: los países con poderosas industrias petroquímicas –principales productoras de plásticos– bloquean sistemáticamente cualquier avance ambicioso. De nuevo, la política del beneficio parece primar ante algo tan básico como nuestra capacidad para estar sanos.

Hoy, todos los ecosistemas y organismos vivos –también los humanos, incluso antes de nacer– están y estamos atravesados por microplásticos. Estudios recientes confirman su presencia en la placenta, la sangre, los pulmones y otros tejidos humanos. Ingerimos y respiramos fragmentos derivados del petróleo de forma continua. Y aunque la investigación aún está en estado embrionario, se han acumulado pruebas suficientes sobre los efectos tóxicos de estas sustancias. Por otro lado, un estudio recién publicado en The Lancet ha estimado en 1.500 millones de dólares anuales los costes sanitarios derivados de solo tres productos químicos asociados al plástico. El coste total es mucho más alto, pero no cabe duda de que nos estamos envenenando y, encima, lo pagamos caro.

Lo más absurdo es que existen alternativas. Desde 1950, el uso de plásticos se ha multiplicado por 200, sobre todo por el auge de los productos de un solo uso –envoltorios de comida, botellas, envases– que responden a una lógica de rentabilidad. Irónicamente, las sociedades humanas se han alimentado y abastecido durante siglos sin necesidad de este derivado del petróleo. Su omnipresencia actual no responde a una necesidad humana, sino a una oportunidad de negocio: la abundancia de combustibles fósiles ha hecho de los plásticos un subproducto extremadamente barato y fácil de producir.

Este sinsentido no puede comprenderse sin señalar al sistema económico que lo alimenta: el capitalismo. Se trata de un sistema que convierte la rentabilidad privada en el único criterio de racionalidad, ignorando sistemáticamente los límites ecológicos y la salud humana. Al capitalismo no le importa cuántas toxinas albergamos en nuestros cuerpos, o cómo de sanos estamos en general, sino cuánto podemos consumir. En este sentido, nuestra capacidad individual de resistencia y elección es limitada. Ninguno de nosotros eligió que la mayoría de los envases tradicionales fueran reemplazados por plásticos contaminantes; ha sido la lógica de acumulación de beneficios –apoyada en la falta de regulación ambiental– la que nos ha hecho más frágiles y dependientes.

Como ocurre con otros impactos ecológicos, la contaminación por plásticos golpea con más fuerza a los países más pobres. Allí se ubican los mayores vertederos del planeta, donde los residuos se degradan lentamente, filtrándose a los suelos, las aguas y los organismos. No obstante, el impacto es global y en las últimas décadas se han hallado microplásticos tanto en los fondos marinos más profundos como en las cimas del Himalaya. Como se ha repetido (y bien), toda política es ya política climática y, además, toda política climática es también política de clase social.

La emergencia climática, por su magnitud y urgencia, tiende a eclipsar otras dimensiones de la crisis ecosocial. Pero ésta es más amplia y compleja: engloba múltiples formas de degradación planetaria, desde la pérdida de biodiversidad hasta la contaminación generalizada. Se podrá argüir razonablemente que la humanidad ha modificado su entorno desde sus orígenes, pero lo cierto es que fue con el auge del capitalismo y de la economía-mundo cuando esos impactos pasaron de ser locales a convertirse en globales y sistemáticos. Y, sobre todo, cuando estos costes han estado asociados con elecciones absolutamente irracionales desde el punto de vista ecológico y sanitario. Si tenemos alternativas ecológicas y saludables, ¿por qué seguir con un sistema que nos envenena lentamente a cambio de una falsa promesa de confort infinito?

 @agarzon

Fuente:  https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/mantener-sistema-envenena_129_12532683.html