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En busca del «eslabón perdido»

Fuentes: La Tizza

I.

Socialismo: en busca del «eslabón perdido» entre utopía y realidad. Una visión desde Cuba, acaso puede parecer a primera vista una obra de difícil comprensión. Mas al cabo de esa impresión inicial, pronto su artífice, Roberto Regalado Álvarez, atrae al lector mediante un estilo expositivo coherente y pedagógico, sustentado en rigurosos análisis y en vastas experiencias políticas.

Algo inusual en este tipo de texto científico-social es que su autor ha sido también actor durante más de medio siglo, en varios de los hechos y escenarios que expone sobre nuestra América y los Estados Unidos. Es este un atributo presente a lo largo del libro, que le confiere un valor fáctico adicional, incluidas sus conclusiones y propuestas.

La obra clasifica como un ensayo, en el sentido más cabal de tan exigente género. Regalado exhibe un pleno dominio de los temas que aborda y una elevada lucidez. Junto a ello, como es poco común en escritores de tal categoría de textos, dotados casi siempre de notoria cultura académica, él utiliza a la par su desempeño diverso como analista y ejecutor de la política exterior desarrollada por el Partido Comunista de Cuba hacia las Américas entre 1971 y 2010, y, también, en otras actividades políticas e intelectuales en los últimos tres lustros.

El compromiso de Roberto con los pilares éticos e históricos de la Revolución cubana lo hace patente en sus ideas sobre su desarrollo, situación actual y porvenir. Es consciente de los filos polémicos que tienen muchos de los temas que aborda y los asume con pulso seguro, entereza revolucionaria y honradez intelectual.

Su estrella Polar es un axioma que aprendió de Fidel desde su juventud: «Pensamiento que se estanca, pensamiento que se pudre». Ejercita tal postulado sin poses de crítico a ultranza ni pedantería alguna, movido por el compromiso de aportar ideas al pueblo al que pertenece y ama, en un momento crucial de su historia.

Entre sus propuestas sobresale una perentoria, entendible al leerse el libro con rigor, más allá de las diferencias de matices o cardinales que puedan existir: «Salvar la Patria, la Revolución y recuperar las conquistas del socialismo». En su opinión, ya no se trata de salvar las conquistas del socialismo en Cuba, sino de recuperarlas, porque buena parte de ellas han desaparecido o han sufrido daños muy severos.

II.

¿Por qué el sugestivo título Socialismo: en busca del «eslabón perdido» entre utopía y realidad? ¿Y qué pretende el autor con el subtítulo Una visión desde Cuba? Regalado comienza por revelar los antecedentes y las motivaciones que lo condujeron a escribir el texto, asociados a una invitación del Partido de los Trabajadores de Brasil (PT) para integrar un colectivo de 12 autores que analizarían la historia del petismo. En esa obra, publicada en 2023, se incluyó su artículo La izquierda latinoamericana en busca del «eslabón perdido».

Relata que antes de ese momento, durante la Covid 19, dispuso del tiempo necesario y se sintió motivado para estudiar de manera sistemática y en profundidad las causas, la naturaleza y los posibles desenlaces de la crisis integral que se aceleraba en Cuba. Inmerso en tal proceso analítico, con hondas preocupaciones, certezas e interrogantes, decide entrelazar de modo teórico e histórico, desde su prisma cubano, temas y problemas relevantes de la América Latina y el Caribe, incluida Cuba. Ello explica que enfoque su atención en el proyecto, los procesos históricos y la utopía socialista (también del comunismo), desde su génesis europea en el siglo XIX y sus expresiones políticas y teóricas en nuestra América. Asimismo, las disyuntivas actuales y las perspectivas futuras.

El ensayo es original en su conjunto, y de manera particular destaca en varios asuntos que aborda, aunque se basa muchas veces en otros autores. Sobre todo, utiliza de guía en el caso cubano a nuestro grande Juan Valdés Paz, a cuya memoria dedica el libro. Pero Roberto enriquece las ideas de esos pensadores y aporta conceptos nuevos. Sucede así, en primer lugar, con su propuesta metafórica sobre la necesidad de identificar el «eslabón perdido» entre utopía y realidad. Recupera, pues, a Eduardo Galeano:

La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.

Y agrega:

Caminamos en pos de una utopía con plena conciencia de que nunca la alcanzaremos a plenitud, lo que debemos proponernos es un resultado parcial y/o diferente que tenga la mayor semejanza posible con ella, sin perder ni un ápice de radicalidad. Sin este incentivo, no habrá razón para caminar.

Después acota:

En este texto se asume la metáfora búsqueda del «eslabón perdido» como la sucesión de ejercicios de prueba y error destinada a «cerrar la brecha» entre utopía y realidad: «cerrarla» en lo concerniente a acortar la distancia entre la «cuota de utopía» inherente a todo proyecto revolucionario o reformador, y la «cuota de realidad» inherente a todo proceso destinado a materializarla.

Y culmina su propuesta:

La falta de concatenación, el distanciamiento, la bifurcación y la ruptura entre el proyecto (los objetivos y programas) y el proceso (los medios y métodos) es el problema teórico práctico al que metafóricamente aludo con la frase «eslabón perdido entre utopía y realidad».

Con el afán de hacer más precisa su idea, menciona algunos ejemplos históricos, entre ellos:

1) la Revolución francesa de 1789, «cuyo resultado no fue la libertad, la igualdad y la fraternidad promovidas por la Ilustración»;

2) las Guerras de Independencia de la América Latina del siglo XIX, «cuyo desenlace fue ajeno al ideario de Simón Bolívar y de muchos otros de sus próceres»;

3) los partidos y gobiernos socialdemócratas europeos, «que a partir de la década de 1920 pretendieron “reformar al capitalismo” y, por el contrario, fueron ellos los “reformados” y “asimilados” por ese sistema»;

4) la Revolución bolchevique de 1917, «cuyo abandono y transgresión del pensamiento de Marx, Engels y Lenin contribuyeron en gran medida a la implosión de la Unión Soviética, del resto del llamado bloque socialista europeo, y de Yugoslavia y Mongolia, todo ello entre 1989 y 1991».

Al igual que en otras regiones, en la América Latina y el Caribe es posible identificar las brechas que suscitan los eslabones perdidos entre los proyectos ideados y los procesos ejecutados por las fuerzas revolucionarias, de izquierda y progresistas. Roberto alude a varios ejemplos:

1) el gobierno de la Unidad Popular en Chile, «cuya gestión era concebida por el presidente mártir Salvador Allende como el comienzo del proceso de edificación pacífica de una sociedad socialista, (…) electo en 1971, desestabilizado por el imperialismo norteamericano en contubernio con la oligarquía y las fuerzas armadas chilenas; y derrocado en 1973 mediante el golpe de Estado que impuso a la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet»;

2) los gobiernos y las fuerzas de izquierda y progresistas de la América Latina en el presente siglo, «enfrentadas a la guerra mediática, la guerra jurídica y la guerra parlamentaria que, (…) tal como ocurrió en Nicaragua y Granada en la década de 1980, aprovechan en la mayor medida posible los errores y las insuficiencias de las fuerzas populares para fraguar los golpes de Estado, las derrotas electorales y las traiciones sufridos por los gobiernos transformadores o reformadores, electos a partir de finales de la década de 1990»;

3) el socialismo cubano, «inmerso en su segunda gran crisis ideológica, política, económica y social posterior al derrumbe del llamado bloque socialista europeo, gran crisis que califica como ideológica y política, no porque haya perdido la capacidad de mantener y defender el poder a corto o mediano plazo, sino porque su causa interna fundamental es la incapacidad de desembarazarse del sistema conceptual (el marxismo-leninismo) y del sistema institucional (el socialismo de Estado) imperantes desde la década de 1970».

En el capítulo que dedica a Cuba, el autor argumenta en extenso esta última idea. El «marxismo-leninismo» mencionado por él, es la conocida versión soviética de los manuales de Filosofía y Economía Política, cuya mejor definición la expresó el Che hace sesenta años, al referirse a «la multitud de estudiantes cubanos que tienen que pasar por el doloroso proceso de aprender “verdades eternas” en las publicaciones que vienen, sobre todo de la URSS y observar cómo nuestra actitud y los repetidos planteamientos de nuestros dirigentes se dan de patadas con lo que leen en los textos».[1]

En varios momentos de la obra, Roberto también enfatiza el papel esencial del bloqueo y las políticas de agresión de los Estados Unidos contra Cuba.

Con esa causa interna interactúa una causa externa también fundamental, que es el bloqueo que el imperialismo norteamericano mantiene contra Cuba prácticamente desde el triunfo de la Revolución, sistemáticamente arreciado y llevado a extremos sin precedentes por la administración de Donald Trump, conservado a esos niveles por la administración de Joseph Biden, y que durante la segunda presidencia de Trump se recrudece aún más.

III.

Después, desplaza su mirada sobre cada uno de esos complejos procesos globales, hemisféricos, nuestroamericanos y cubanos: los sopesa, valora y relaciona en sus respectivos tiempos históricos, y si es necesario, con la actualidad y posibles derroteros. Realiza a la par generalizaciones que faciliten al lector la comprensión de sus hipótesis y tesis centrales, argumentadas mediante una profusa secuencia de reflexiones y procesos históricos, respaldada por un extenso y consistente aparato crítico bibliográfico, que incluye más de 150 citas y alusiones a destacados autores.

Algo muy útil es que al principio del texto entrega al lector varias «precisiones conceptuales». Son nociones o términos que suelen utilizarse en el mundo académico y político, muchas veces con acepciones diferentes. Por eso se esmera en exponer las definiciones específicas de los conceptos principales que emplea en el ensayo, explicándolos muy bien en cinco páginas, entre ellos: poder, Estado, democracia, democratización y democrático, hegemonía, reforma y revolución. Toma en cuenta el extenso repertorio existente al respecto en la teoría marxista, pero su principal aporte es que adecua tales conceptos a las circunstancias, el bregar y los debates de las fuerzas populares, revolucionarias y progresistas de la América Latina y el Caribe. O sea, sus definiciones buscan esclarecer y tomar partido, desde el rigor científico social marxista, a favor de los procesos de emancipación anticapitalistas y socialistas en nuestra América.

Resulta de interés su trabajo con varias categorías en ese intento de ajustarlas al contexto que analiza. Dos ejemplos ilustran esa intención. Luego de definir la noción de poder, indica que este puede ser opresor o emancipador. Y argumenta sobre el segundo:

El poder emancipador, democráticamente establecido y democráticamente ejercido por las mayorías y las minorías sociales empoderadas, tiene que: impedir que los opresores restablezcan el viejo sistema de dominación; e impedir el surgimiento de otros opresores potenciales que establezcan un nuevo sistema de dominación.

Respecto al persistente debate acerca de la democratización y la democracia en los procesos progresistas, o de transformación social con fines anticapitalistas, afirma:

Un proceso de reforma social progresista o de transformación social revolucionaria puede ser democratizador sin ser democrático: es democratizador si cumple — y mientras cumpla— la función de satisfacer las reivindicaciones, necesidades, expectativas e intereses, materiales y espirituales de las mayorías y de las minorías sociales antes oprimidas, explotadas y discriminadas; y es democrático si esa función la cumple — y mientras la cumpla— con una participación protagónica, efectiva, tangible y permanente de esas mayorías y minorías en el ejercicio del poder.

(…)

Esta separación entre democratización y democracia es la que, en mayor o menor medida, más temprano o más tarde, ha ocurrido en todas las experiencias reformadoras y revolucionarias conocidas, en las que la falta de democracia anula y revierte a la democratización.

Y cierra el círculo, ahora mediante la matriz analítica del «eslabón perdido»:

Dado que el cumplimiento pleno y permanente de la participación de la sociedad en el ejercicio del poder constituye una utopía, definida como algo que no podemos alcanzar, pero a lo que tenemos que acercarnos lo más posible, en todo proceso reformador y en todo proceso revolucionario hay una mayor o menor «desconexión» entre democratización y democracia; con otras palabras, hay un «eslabón perdido» entre democratización y democracia.

IV.

Es precisamente la cuestión del «eslabón perdido» entre democratización y democracia en los vectores socialistas de los siglos XIX y XX el punto de partida de su obra. Primero recorre el pensamiento socialista y comunista desde sus orígenes, y profundiza en «el vector socialdemócrata» y «el vector de matriz soviética». Ello con la mirada puesta en las formas que adoptan tales corrientes de pensamiento y las fuerzas políticas y sociales asociadas a ellas en nuestra América, durante la segunda mitad del siglo XX y el presente siglo.

No es dable siquiera resumir aquí su jugosa exposición. Algunas conclusiones lapidarias, como la siguiente en torno a la socialdemocracia, dan cuenta de los consistentes argumentos que emplea:

Es innegable que durante las primeras seis décadas del siglo XX y, en especial, en la segunda posguerra, hubo una interacción entre el capitalismo desarrollado y la socialdemocracia, pero no fue la socialdemocracia la que reformó al capitalismo, sino el capitalismo el que reformó a la socialdemocracia.

Las referencias e interpretaciones del libro sobre la Revolución de Octubre y el poder soviético hasta su disolución, y respecto a las demás revoluciones de orientación socialista y comunista del siglo XX —en China, Vietnam, Corea y Cuba—, siguen ciertas pautas predominantes en varios autores marxistas que las han estudiado. Aunque existen entre ellos diferencias de enfoques y en las conclusiones, suelen tener algunas coincidencias primarias, derivadas de los desenlaces ocurridos entre 1989 y 1991.

El ensayo de Regalado no está exento de los condicionamientos intrínsecos a la problematicidad de tales procesos, más aún cuando su autor es parte de una generación que vivió e interpretó desde adentro — en caliente— o desde afuera algunas de esas experiencias. Adelanto dos conclusiones suyas, a guisa de ejemplo:

Los sistemas institucionales de los países donde la implantación del socialismo de Estado fue resultado de revoluciones autóctonas, tienen en común que fueron productos de rupturas tajantes del statu quo, que incluyeron el ejercicio de la violencia revolucionaria y la creación de órganos de poder popular.

Lo que tienen en común las revoluciones socialistas autóctonas, las de Rusia, China, Vietnam y Cuba, es que el «modelo soviético» fue el medio y el método que les posibilitó y/o facilitó concentrar el poder y conducir a la sociedad en pos del cumplimiento de tareas vitales en condiciones en extremo adversas. El «modelo» aglutinó a la mayoría social participante en el proceso revolucionario, garantizó la solidez de la defensa del proceso frente a sus enemigos externos e internos, y organizó y administró una economía estatizada y planificada que tuvo grandes logros (y también malogros) durante sus primeras décadas.

En opinión de Roberto, el que denomina «modelo soviético», «fue esencial para establecer y consolidar el poder en todas las revoluciones socialistas autóctonas triunfantes».

Sin embargo, fundamenta en el texto una conclusión avalada por la historia: «con el paso del tiempo, la práctica evidenció que el socialismo de Estado generó tendencias invalidantes». Al respecto el ensayo expone hechos y ofrece argumentos, en particular vinculados a la Unión Soviética y posteriormente a la Revolución cubana, a los que dedica buena parte del libro.

V.

Antes de abordar el tema cubano la obra se detiene en los antecedentes y la evolución de la izquierda y el progresismo latinoamericanos, con énfasis en su flujo y reflujo. Analiza sobre todo el desempeño de esas fuerzas en el siglo XXI y refiere ejemplos que ilustran las vertientes principales posteriores al triunfo de la Revolución cubana en 1959. Él los llama «el vector de izquierda o transformador» y «el vector progresista o reformador».

Luego de exponer un sagaz resumen histórico entre 1959 y 1991, concluye que ningún proyecto reformador o revolucionario posterior a la Revolución cubana logró triunfar y/o consolidarse.

Es en este momento, entre 1989 y 1991, cuando se cierra la etapa histórica abierta por el triunfo de la Revolución cubana y se abre la actual, el momento a partir del cual se delinea una nueva arquitectura política latinoamericana, tanto de derecha como de izquierda, sujeta a variaciones periódicas.

La afirmación por sí misma es menester precisarla, pues tales procesos que se desatan a partir de la década de 1990 y sobre todo con el inicio de la Revolución bolivariana, en rigor forman parte de los ingentes cambios históricos abiertos por la Revolución cubana. El propio Hugo Chávez lo interpreta de tal modo. Y actúa en sus nexos con Cuba y hacia toda nuestra América en armonía con los derroteros estratégicos de emancipación iniciados por la Revolución cubana en 1959. Por ende, lo hace en sintonía con las raíces y especificidades de la historia y la sociedad venezolanas. Y de manera creciente a partir de 1999, piensa y ejecuta sus acciones mediante una alianza con Fidel, de suprema creatividad, acorde a los nuevos tiempos y realidades de nuestra América y el mundo.

Regalado no pretende abordar todos los aspectos de los procesos políticos relacionados con la izquierda y el progresismo. Su intención es entregar una caracterización de ellos según los parámetros analíticos del ensayo. Incluso, es notorio que no aborda la especificidad de esas fuerzas y su desempeño en el Caribe. Su objeto principal es la América Latina. Se enfoca en dinámicas nacionales y refiere las circunstancias que las rodean, para avalar una especie de tipología de esos entes políticos y sociales que irrumpen en las décadas de 1980 y 1990 del pasado siglo y cuajan en disímiles poderes estatales en este siglo.

Un ejemplo de sus generalizaciones es el siguiente, clave para entender las complejidades de las alianzas que forman tales agrupaciones:

El espectro político de la izquierda y el progresismo lo integran fuerzas plurales en las que convergen corrientes de izquierda, centroizquierda, centro y en algunos casos, incluso de derecha. Según la correlación de fuerzas existente en cada una de ellas, el vector de izquierda o el vector progresista puede ser el elemento aglutinador y hegemónico de esa pluralidad.

También identifica y explica cuatro factores externos a nuestra América y cinco procesos continentales que «ejercen influencias determinantes en las condiciones y características de las luchas populares en la región en la etapa abierta a partir de 1989/1991».

El lector avisado, o incluso el que posee menos conocimientos sobre esos temas de primordial importancia para Cuba y todo el hemisferio, agradecerá tales resúmenes y definiciones. Ellos facilitan comprender muchos de los hitos de la historia contemporánea y reciente de nuestras tierras, en plena evolución. Roberto entrega llaves y luminarias para ingresar a los espacios donde se dirimen hoy las alternativas en pugna y percibir tales dinámicas, sus nexos y perspectivas.

El autor expone las fases de acumulación y desacumulación de esas fuerzas y los factores predominantes en cada lapso. Entre 1985 y 1998 «acumulan fuerza social suficiente para derrocar a gobiernos neoliberales, y fuerza política suficiente para ocupar espacios en gobiernos locales y legislaturas nacionales, pero insuficiente para ejercer el gobierno nacional». Entre 1998 y 2009 «acumulan fuerza social y política suficiente para elegir, y en algunos países para reelegir varias veces, a gobiernos de izquierda o progresistas».

En cuanto a las fases de «desacumulación», señala que de 2009 a 2012 no hubo derrotas electorales de gobiernos de izquierda o progresistas, pero sí golpes de Estado «de nuevo tipo» en los «eslabones más débiles de la cadena»: Honduras y Paraguay. Entre 2013 y 2014 no hubo derrotas electorales, pero sí una reducción a la mínima expresión del margen de votos con que la izquierda conservó el gobierno en Venezuela y El Salvador. Entre 2015 y 2019 las derrotas electorales en Argentina, El Salvador y Uruguay, los golpes de Estado «de nuevo tipo» en Brasil y Bolivia, junto a la traición de Lenín Moreno en Ecuador, quiebran a seis de los «eslabones más fuertes de la cadena», y se intensifica el asedio contra Venezuela, Nicaragua y Cuba. En Venezuela, el PSUV perdió el control del poder legislativo ante la derecha en 2015 y, en 2017, compensó esa pérdida mediante la elección de una Asamblea Constituyente que anuló a la Asamblea Nacional de mayoría opositora. En Nicaragua en 2018 se produjeron protestas sociales que derivaron en un auge de todos los sectores opositores, a lo que el FSLN respondió con un creciente «blindaje» del sistema institucional.

Luego examina la fase de recuperación parcial de las fuerzas progresistas y de izquierda hasta la actualidad, y demuestra el carácter parcial y más débil de este ascenso. También considera las acciones y amenazas que las acechan, tanto por el imperio y sus aliados, como por limitaciones clasistas y doctrinales, además de debilidades éticas y errores políticos.

VI.

Algo notable en el ensayo son las sucintas y excelentes definiciones sobre el vector «progresista o reformador» y el de «izquierda o transformador», muy útiles para desentrañar lo que hoy acontece en varios países. Sobre el vector «progresista» dice:

(…) ejerce la hegemonía en los frentes, partidos y organizaciones políticas que gobernaron y/o gobiernan en Brasil, Argentina, Uruguay, Honduras, Paraguay, Chile, México, Colombia y Guatemala. Este vector se caracteriza por ejecutar políticas económicas y sociales reminiscentes del período desarrollista, aunque sin buscar o sin lograr romper la preeminencia de la transnacionalización neoliberal, y por darles atención remedial a las necesidades y las demandas sociales

(…) no se proponen destruir el Estado burgués ni cambiar las «reglas del juego» de su sistema político institucional. (…) Este vector accede al gobierno acorde con las reglas de la democracia liberal, incluido el respeto a la alternabilidad, en este caso, con la derecha neoliberal que desde la oposición combate con ferocidad y al recuperar el gobierno revierte con saña las políticas que él intenta desarrollar, por benignas que sean. Sus gobiernos son los más vulnerables a las guerras mediática, jurídica y parlamentaria. Fuerzas políticas pertenecientes a él fueron desplazadas del gobierno en Honduras, Paraguay, Argentina (dos veces), Brasil y Uruguay.

Sobre el «vector de izquierda o transformador», dice:

(…) inició procesos encaminados a realizar revoluciones políticas — que se proponen reemplazar a un sistema político por otro dentro del mismo sistema social— concebidas por algunas de sus corrientes ideológicas como fin en sí mismo y, por otras, como primer paso de la revolución social mediante rupturas parciales sucesivas con el sistema social imperante.

Considera integrantes de ese segmento a los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, en virtud de los procesos constituyentes de signo popular realizados por ellos; al gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua debido a su autodefinición como segunda etapa de la Revolución Popular Sandinista; y al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional de El Salvador por su historia de luchas, y sus dos gobiernos (2009/2014 y 2014/2019).

Identifica dos tipos de proyectos en este vector:

a) los que no se propusieron o no lograron controlar todos los poderes del Estado y b) los que sí se propusieron y sí lograron controlar todos los poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral y a las fuerzas armadas, la policía nacional y los órganos de seguridad. Concluye que los procesos transformadores que no se propusieron o no lograron ejercer todos los poderes del Estado fueron interrumpidos (El Salvador, Ecuador y Bolivia).

Los procesos transformadores que se mantienen en el gobierno, los de Venezuela y Nicaragua, son los que se propusieron y lograron establecer su control en todos los poderes del Estado.

[En ellos] la contradicción entre el sistema liberal/burgués formalmente imperante (…) y el sistema institucional realmente imperante, con características de socialismo de Estado, en el que un partido político, no único, pero sí hegemónico, monopoliza el control de los cuatro poderes del Estado, las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad.

Añade que tal incompatibilidad se mantuvo latente en Venezuela y Nicaragua, sin llegar a manifestarse el conflicto a plenitud, «mientras los liderazgos de sus respectivos procesos transformadores gozaron de una gran popularidad y mantuvieron un alto nivel de satisfacción de las necesidades y los intereses sociales, o crearon expectativas al respecto».

Y concluye:

el proceso de rupturas parciales sucesivas con el statu quo, en El Salvador ni siquiera comenzó, en Ecuador y en Bolivia fue interrumpido, y en Venezuela y Nicaragua se estancó, por lo que en ningún caso ha llegado a consolidar una revolución política y, por consiguiente, en ningún caso esa revolución política ha llegado a ser revolución social por rupturas parciales sucesivas con el sistema de dominación imperante.

VII.

El objetivo del ensayista no es adentrarse en el análisis exhaustivo de tales procesos nacionales. Aunque tampoco puedo extenderme aquí sobre ellos, deseo complementar de forma somera los interesantes juicios de Roberto sobre la Revolución bolivariana. Es menester exaltar los aportes que ese evento y su líder han realizado a favor de los medulares cambios ocurridos al sur del río Bravo en el siglo XXI. Sin dudas, los más relevantes después de las herejías y rupturas que estremecieron al sistema dominante imperialista–capitalista en América Latina y el Caribe, con el triunfo de la primera revolución socialista en el hemisferio occidental.

La Revolución bolivariana y su líder histórico suman atributos y especificidades suficientes para ser un paradigma, y no debiera incluirse en ningún grupo de los otros procesos de la región que han acontecido en este siglo. Ella requiere de estudios múltiples, que registren las novedades y aportes de este singular proceso histórico de orientación socialista bolivariana, en pleno desarrollo. También es menester considerar las sucesivas embestidas y maniobras del imperio, todas derrotadas, y los traspiés, errores y otras experiencias adversas que tampoco han podido socavarla.

¿Acaso tales realidades nos son pruebas inequívocas de sus fortalezas? Pareciera que es así, mas ello no elimina los peligros de una restauración del viejo orden dominante. Extremo este que Chávez, como Maduro hoy, siempre tuvo en cuenta y actuó en todos los frentes para evitar que sucediera. Para Chávez, el umbral fundamental a alcanzar era «el punto de no retorno», a lo que dedicó su genio y pasión, pero, en rigor, aún no se ha logrado.

La definición del carácter socialista de la Revolución bolivariana incluye ingredientes programáticos, un sustento teórico original y acciones creativas concretas. Por ejemplo, una nueva concepción sobre el poder popular — el poder comunal—, la unión cívico–militar (ahora también policiaca), sus alianzas estratégicas con el mundo pluripolar y el aporte político y solidario material a la unión regional, son componentes distintivos de ella.

Evocaré un discurso de Chávez el 25 de febrero de 2005, cuando inicia su apoteósica cruzada en Venezuela y el mundo para retomar e impulsar las ideas del socialismo, que estaban eclipsadas desde la hecatombe de 1989–1991. Hace dos preguntas claves: «¿Qué es socialismo? ¿Cuál de tantos?». Y afirma: «Pudiéramos pensar, incluso, que ninguno de los que han sido». Luego señala que existen experiencias, logros y avances del socialismo, pero que es necesario «inventar el socialismo del siglo XXI». Así, por primera vez en público, emplea el término «socialismo del siglo XXI» y comienza a exponer diversos criterios y propuestas sobre sus rasgos y atributos. Aspira también a estimular los debates, que, en efecto, logra reanimar.

Muchos textos abundan en esos y otros temas. Por mi parte, he intentado tejerlos en los libros biográficos que he escrito sobre Chávez.[2] El tercero de ellos, por ejemplo, aborda en extenso sus conceptos sobre el socialismo bolivariano y sus acciones para desarrollarlos en Venezuela.

El excepcional liderazgo en las fuerzas armadas y en el pueblo bolivariano, le otorgó una autoridad y un poder de conducción estratégica inequiparable al de los otros dirigentes de izquierda del continente.

Comprendió en el ejercicio del poder que solo una alternativa anticapitalista de orientación socialista podía conseguir los anhelos históricos de justicia social, independencia, libertad plena y democracia protagónica de ese pueblo. Y no vaciló en dar ese gran salto histórico, que a muchos en el mundo les pareció imprudente e inviable. Avanzó entonces a paso firme hacia un nuevo tipo de poder (el sistema comunal) sustentado en el pueblo organizado y con protagonismo político y material, para ir sustituyendo el viejo Estado capitalista.

Un atributo de la grandeza de Chávez es haber percibido que Venezuela, aún con su riqueza petrolera, no puede alcanzar ella sola las metas nacionales de la Revolución bolivariana. Y que el único camino es impulsar y apoyar otros procesos de cambio en la región para debilitar el poder de los Estados Unidos y avanzar hacia formas de integración cada vez superiores, con el ALBA en la avanzada, pero sin desestimar variantes menos radicales. Todo ello, en sintonía con su aspiración de contribuir desde Venezuela a la unión histórica regional pensada por Bolívar.

En consecuencia:

¿No debería considerarse a Chávez y la Revolución bolivariana como un fenómeno histórico de un alcance y complexión diferente a los demás líderes, gobiernos y procesos de la región, dirigidos por fuerzas de izquierda y centroizquierda?

Ninguno de ellos acumula tanto poder del Estado. Tampoco económico, político, cultural, militar, popular y de medios de prensa, ni los enormes logros en el plano social que ha alcanzado esa revolución. Ello no ha de desconocer los retrocesos y sus razones exógenas y endógenas en buena parte de la última década; ahora en fase de recuperación, aunque otra vez bajo férreas presiones y amenazas extremas de Washington, que incluyen la agresión militar.

Algunas de esas debilidades son intrínsecas a la tensión subyacente en el modelo, que debe respetar ciertas normas de la democracia liberal, como muy bien apunta Roberto Regalado. Están en la genética del origen y en las demás características sui géneris de esa revolución pacífica, aunque no desarmada, cuyo cuerpo social donde existe aún tiene amarras y componentes fuertes del sistema capitalista, y en el contexto mundial y hemisférico, que pese a los avances positivos de los últimos años todavía le es adverso.

Expresión de su fortaleza, es que el imperio no ceja de intentar derrotarla, no solo para apropiarse de las riquezas naturales, también para intentar anular la otra opción socialista que ella representa en el hemisferio, tratar de reafirmar el dominio en crisis de su «traspatio» y ser un paradigma del mundo multipolar en sus narices.

VIII.

En busca del «eslabón perdido» entre utopía y realidad en la Revolución Cubana ocupa el mayor espacio del ensayo: es el cuerpo de análisis donde se plasman de manera prolija y sin ambages las ideas fundamentadas por el autor en los capítulos iniciales de la obra, que ahora utiliza — y desarrolla— para interpretar el original proceso revolucionario cubano, su crisis actual y disyuntivas.

Roberto explicita los motivos al principio:

Por ser Cuba uno de los cinco países socialistas sobrevivientes de la debacle de 1989/1991, por ser Cuba el único país de América Latina y el Caribe donde triunfó un proyecto y donde se desarrolló un proceso de identidad socialista, por ser Cuba un reservorio de 66 años de experiencias positivas y negativas en la edificación de una sociedad socialista que es preciso sistematizar y analizar, y por ser Cuba la nación donde se ha desarrollado la revolución y la experiencia socialista dentro de la cual he vivido, y a la cual le he dedicado la mayor parte de mi vida, a Cuba se le destinan casi dos tercios de este libro.

Adelanta que seguirá «la ruta trazada por el maestro Juan Valdés Paz, principalmente, el camino desbrozado en su obra cumbre, La evolución del poder en la Revolución Cubana (2018)», pues «La obra de Valdés Paz (…) constituye el estudio más exhaustivo, profundo, riguroso y objetivo existente sobre el proyecto y el proceso revolucionario cubano iniciado, en su fase insurreccional, el 26 de julio de 1953, y en su fase de ejercicio del poder, el 1ro. de enero de 1959. Las claves del éxito del autor son su vasta cultura autodidacta, y su magistral conocimiento y empleo de la teoría social de Marx».

Para imantar el interés del lector, enseguida formula dos preguntas:

¿Se cerrará este «ciclo» u «onda» con la culminación de la «construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista», tal como quedó plasmado, en 1975, en los acuerdos y resoluciones del I Congreso del Partido Comunista de Cuba?

¿Habrá tiempo, condiciones, credibilidad y apoyo popular suficientes para refundar el proyecto y el proceso socialista cubano sobre la base de una matriz autóctona que suplante a la matriz soviética todavía imperante?

Dice después que, si las respuestas fuesen afirmativas, las siguientes preguntas serían:

¿Quiénes refundarán el proyecto y el proceso socialista cubano?

¿Cómo y sobre qué bases construirán los consensos sociales para garantizar que emanen de, se correspondan con, y efectivamente se rijan por la voluntad popular libremente expresada?

Los temas seleccionados por él discurren por el carril de tales interrogantes, a fin de contribuir al avance de las respuestas colectivas. Entre otros: 1) Defensa del poder, «Estado de excepción» y «socialismo de Estado»; 2) El papel de las generaciones sociopolíticas en el sistema institucional cubano; 3) El liderazgo de la Revolución cubana; 4) La «continuidad generacional» a 66 años del triunfo de la Revolución cubana; 5) Las «generaciones de la continuidad»: funcionarios, dirigentes, cuadros y política de cuadros.

Y los siguientes: 6) Fortalecimiento y debilitamiento de las fuentes de legitimidad del poder; 7) Es imposible ganar una guerra cultural sin una base ideocultural sostenible; 8) Causas y consecuencias de la crisis actual; 9) La reforma económica y de la política exterior iniciada en 2010/2011; 10) La máxima gramsciana que el sistema conceptual e institucional cubano ignoró.

Por último: 11) La apuesta del «todo por el todo» al levantamiento del bloqueo: la normalización de relaciones con Obama; 12) Primer proceso de normalización, con el gobierno de James Carter en 1977/1978; 13) Segundo proceso de normalización, con el gobierno de Barack Obama en 2013/2016; 14) Situación posterior al segundo proceso de normalización, revocado por Donald Trump en 2017; 14) El bloqueo: ¿«Cadena perpetua» o inmenso arsenal de «Fichas de negociación»?

IX.

Más que resumir esta porción del ensayo consagrada a Cuba, lo aconsejable es invitar al lector a que la aborde directamente, a fin de desentrañar los aportes y también identificar desavenencias. Por mi parte, lo hice con la humildad de quien busca aprender y sacar provecho intelectual y político de las obras del pensamiento revolucionario cubano que ayudan a sortear esta encrucijada de la Patria y continuar recreando el sendero fecundo de la Revolución.

El libro de Roberto me permitió revisitar el imprescindible acervo analítico de Juan Valdés sobre la Revolución cubana, seguir aprendiendo de él, y ratificar o enmendar algunas discrepancias.

Respecto a este texto que comento, también he encontrado algunos puntos de vista diferentes a los míos, conclusiones y un tono a veces muy tajantes, o temas y hechos relevantes no abordados. Eso es normal, tratándose de una obra mayor que considero el más reciente aporte al saber intelectual y político creado por decenas de científicos sociales y dirigentes de la Revolución, entre los que sobresalen Fidel y el Che. De los pensadores destacan, entre otros, Fernando Martínez, Aurelio Alonso, Juan Valdés, Graciela Pogolotti, Rafael Hernández y un numeroso grupo de excelentes economistas, historiadores, sociólogos, juristas, artistas, literatos, periodistas, médicos, arquitectos, ingenieros y de otras profesiones, también autodidactas. Dicho grupo lo integran miembros de las siete generaciones conformadas desde 1959, y despuntan valiosos jóvenes del presente siglo, muchos de ellos convergentes en la revista digital La Tizza.

Roberto Regalado sigue la rima de Valdés Paz, por lo que entrega una visión teórica y política sistémica, elaborada desde el lente del marxismo y de otros binóculos proverbiales de la cultura revolucionaria cubana (Martí, Fidel, el Che) y universal (Gramsci, Lenin, Bolívar…).

Mencionaré tres ejemplos de esta aproximación a los «eslabones perdidos» que convoca el autor encontrar para avanzar hacia nuevas utopías recreadas y asumidas por todos o la mayoría de los sujetos que hoy integramos el pueblo y la nación cubanos.

Uno es su parecer sobre la que denomina segunda gran crisis ideológica, política, económica y social cubana, posterior al derrumbe del llamado bloque socialista europeo, la que considera más grave que la primera, pues:

1) se produce a tres décadas de la anterior, cuando se suponía que ya el país debería marchar por la senda del desarrollo económico y social conducente a la «tierra prometida»;

2) en el enfrentamiento a la gran crisis anterior se tuvo en cuenta que, por escasos que fueran los recursos del país, era imprescindible establecer un balance entre la inversión económica y la inversión social, equilibrio que fue el puntal de la Batalla de Ideas, mientras una de las causas de la gran crisis actual fue el sacrificio de la inversión social en función de la inversión económica;

3) en esta ocasión no existen condiciones políticas, económicas, ni sociales que permitan compensar los efectos de la crisis con movilizaciones como las realizadas a favor del regreso del niño Elián o de la liberación de los Cinco Héroes;

4) los sistemas conceptual e institucional imperantes son los causantes de la crisis y, por consiguiente, resultan incompetentes para resolverla;

5) el sacrificio de la sociedad está por debajo de la zona de «resistencia “biológica” y, por tanto, “psicológica” del pueblo»;

6) no es que no se vea, sino que no hay «una luz al final del túnel», a menos que se produzca una refundación revolucionaria del socialismo cubano.

El segundo ejemplo es su apreciación de que, además del endurecimiento del bloqueo imperialista y el azote de la Covid 19, no hubo un enfoque sistémico de las insuficiencias y los errores del socialismo cubano. Eso constituye «una de las razones fundamentales del fracaso de la actualización del modelo económico y social de desarrollo socialista emprendida en Cuba entre 2010 y 2011 y, por tanto, del fracaso del ejercicio posterior consistente en conceptualizar “el modelo”».

Añade que el sistema político, «por una parte, concibió, elaboró, aprobó y fue el encargado de realizar la actualización del modelo económico y social y, por otra parte, fue él mismo el que interrumpió y revirtió esa actualización. Esta antagónica dualidad hoy se mantiene intacta».

Y enfatiza una apreciación, que comparto, aunque ha habido excepciones y es de esperar que de cara al IX Congreso del PCC en abril de 2026 se incrementen mucho más:

«Correr la cerca hacia adentro», «cerrar el espacio delimitado por Fidel dentro de la Revolución», «dejar fuera de ese espacio» a compañeros y compañeras que siempre han estado y estarán dentro de la Revolución, por el hecho de expresar criterios y preocupaciones sobre las causas y consecuencias de la crisis, y sobre qué hacer y qué no hacer para salir de ella, constituye un error fatal.

El tercer —y último— asunto que deseo realzar es el abordaje que hace el texto sobre las experiencias en los procesos (frustrados) de normalización de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. La genética del imperialismo hace que actúe como tal, razona el autor y argumenta:

El bloqueo no se derrotará solo o principalmente con estrategias diplomáticas basadas en la exigencia al cumplimiento del Derecho Internacional que Estados Unidos desestima, ni solo o principalmente con campañas de solidaridad, aunque ambas sean necesarias. El imperialismo no actúa en función de principios, sino por intereses.

Es infundado creer que Estados Unidos va a establecer con Cuba una relación económica, comercial y financiera que nuestro país pueda aprovechar para suplir la falta de las relaciones que tuvo con la URSS o con Venezuela. Como corolario de esto, también es infundado asumir que Estados Unidos permitirá un millonario flujo de turistas que sirva a ese objetivo.

Además, reconoce que la contienda política librada por Cuba contra el recrudecimiento del bloqueo ocurrido durante la primera presidencia de Trump y la presidencia de Biden, y la que está librando en la segunda presidencia de Trump, «hace un lógico énfasis en su naturaleza criminal». Sin embargo, «La posición oficial asumida y reiterada, que caracteriza al bloqueo como el único obstáculo o como el único obstáculo fundamental que impide el desarrollo económico y social del país, tiene consecuencias contraproducentes».

Entre ellas resalta aquella que difunde «la noción de que el cese del bloqueo es la condición indispensable para cumplir las metas históricas que la sociedad cubana se trace o, dicho a la inversa, que si no cesa el bloqueo a la sociedad cubana le será imposible cumplir sus metas históricas».

Y termina con la aguda pregunta:

¿Por qué deberían los círculos de poder de Estados Unidos levantar el bloqueo, cuando de Cuba reciben el mensaje de que, como nunca antes, están cosechando los frutos de la estrategia de Lester Mallory?

¿Quién, además del gobierno de Cuba, le dice diariamente a su enemigo mortal que su vida depende de él?

X.

Entre abril y agosto de 2021 Roberto publicó en la revista digital La Tizza seis artículos en el contexto de la celebración del VIII Congreso del PCC y en este libro de 2025 incluye un fragmento:

El proceso revolucionario llega al cierre de su primer gran período histórico con un lacerante déficit en el desarrollo económico y social originalmente concebido, y sin que los ejercicios de prueba y error realizados en estos terrenos hayan dado, ni estén dando, resultados positivos. Este es un problema mayúsculo. Con esa vara, tirios y troyanos medirán lo que haga la dirección de relevo, en especial, su capacidad de:

1) garantizar la continuidad de las grandes obras heredadas y, sobre todo, resolver los grandes problemas que también hereda, en un plazo y con una efectividad razonables;

2) hacer más llevadera la cotidianidad del largo peregrinaje de la sociedad cubana en pos de la tierra prometida, que no se acerca, sino se aleja, en el horizonte; y,

3) convocar y facilitar el debate de las peregrinas y los peregrinos en busca de respuestas que revivan, reaviven, renueven y fortalezcan sus motivaciones para seguir adelante: ¿qué es la tierra prometida? ¿Cómo se llega a ella? ¿Cuánto más tendrán que seguir peregrinando? ¿Qué recompensa les espera allí? Dicho en otros términos, convocar y facilitar un proceso mediante el cual nuestras peregrinas y nuestros peregrinos conciban y construyan una nueva utopía socialista que, con palabras de Galeano, les sirva para caminar.

Hecha esta evocación de lo que escribiera en 2021, aclara en este libro que la frase «su primer gran período histórico» se refería a los más de 62 años que, en el momento de la celebración del VIII Congreso del PCC, la generación fundadora de la Revolución había ejercido el poder, «referencia hecha a partir de la suposición de que en ese evento el poder sería transferido a una generación de relevo». Sin embargo, «lo que se produjo fue una transferencia de los máximos cargos partidistas —dado que ya se habían transferido los estatales— y no una transferencia del poder. En esencia, la generación que recibió esos cargos no fue empoderada como relevo, sino designada como continuidad».

Y añade:

En dirección opuesta a los dos elementos iniciales del concepto de Revolución de Fidel —Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado—, el VIII Congreso del PCC fue designado como «Congreso de la continuidad», en el que se transfirieron los máximos cargos partidistas, pero no el poder, a una primera «generación de la continuidad», tras la cual se concibe una sucesión infinita de «generaciones de la continuidad».

[En ese congreso] se perdió la (¿última?) oportunidad de que el máximo órgano decisor del país:

1) hiciera un balance integral y transparente de los logros y malogros del proyecto y el proceso de transformación política, económica y social emprendido a raíz del triunfo de la Revolución Cubana;

2) en correspondencia con ese balance, identificara lo que, con sentido del momento histórico, debe ser cambiado, y abriera las puertas para que sea la sociedad quien decida, ejecute y controle ese cambio; y,

3) dar por concluido el primer gran período de la Revolución Cubana, durante el cual la generación histórica conquistó y ejerció el poder, mediante una transferencia completa y efectiva de dicho poder a las nuevas generaciones, de las cuales es irreal y antimarxista esperar que, por los siglos de los siglos, como en una versión cubana del «fin de la historia» de Francis Fukuyama, mantengan intacto el sistema conceptual e institucional imperante desde la década de 1970.

Y en las palabras finales de su ensayo afirma que, para lograr el desarrollo de las fuerzas sociales y productivas del país, es necesario primero desconcentrar y socializar la política y la economía nacional.

Sin duda alguna, tal desconcentración y esa socialización traerán nuevos desafíos y nuevos problemas, pero «cosas nuevas» es, precisamente, lo que Cuba necesita: nuevo sistema conceptual, nuevo sistema institucional, nuevo sistema económico y — ¿por qué no?— nuevos desafíos y problemas…

XI.

El ensayo de Roberto, es menester aclararlo, no se propone formular propuestas alternativas concretas. Sería incorrecto echarle en cara que no lo hace, pues sus objetivos son otros. Tal vez porque tiene conciencia de que esa tentativa, por su envergadura, debe resultar de la sabiduría y creatividad colectiva de todo el pueblo y, por ende, del Partido en modo de revolución martiana y fidelista. En todo caso, las reflexiones y sugerencias que ya ha expresado en esta obra son de sumo interés, incluso las muchas de filo polémico.

El intercambio plural de opiniones y la búsqueda de alternativas al que ha llamado la dirección del PCC en función del IX Congreso, es indispensable para remontar la crisis más integral y peligrosa que jamás haya jaqueado al proceso socialista cubano mediante propuestas fecundas, consensuadas y apropiadas por la mayoría del pueblo.

Este libro ve la luz en hora oportuna, pues ayuda a incentivar tales debates en torno al hallazgo de soluciones certeras, a fin de recrear el núcleo matriz de los valores y sueños que nos congregan y movilizan: la utopía. Para que ella sea creíble y nos mueva son vitales partos exitosos y criaturas sanas, frutos palpables que nos hagan soñar despiertos, que renueven la credibilidad en el futuro. ¿Acaso imaginar la felicidad con los ojos abiertos no es el otro nombre de la esperanza?

En su reciente concierto en la escalinata de la Universidad de La Habana, Silvio evocó una frase sabia de Martí, que bien puede ayudarnos a encontrar el eslabón perdido y la salida del laberinto:

Ser bueno es el único modo de ser dichoso.

Ser culto es el único modo de ser libre.

Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno.

¡Sea!

Notas:

[1] Che Guevara, Ernesto: Apuntes Críticos a la Economía Política, Ocean Press, 2006, p 32.

[2] Existen tres publicados, el cuarto de próxima aparición y el último casi por concluir.

Fuente: https://medium.com/la-tiza/en-busca-del-eslab%C3%B3n-perdido-4239ae65f844

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