Todo apunta a que los próximos 20 días serán de infarto en Colombia. En estas tres semanas se concentrarán todas las manifestaciones de intemperancia y fanatismo de la derecha guerrerista, las expresiones ensoñadoras de un gobierno que ofrece de la noche a la mañana el paraíso de la paz, las exigencias de un pueblo inconforme […]
Todo apunta a que los próximos 20 días serán de infarto en Colombia. En estas tres semanas se concentrarán todas las manifestaciones de intemperancia y fanatismo de la derecha guerrerista, las expresiones ensoñadoras de un gobierno que ofrece de la noche a la mañana el paraíso de la paz, las exigencias de un pueblo inconforme que está planteando en las calles reivindicaciones concretas desde el 24-E, y los gritos lastimeros y conciliadores de quienes piensan que cediéndole al gobierno o al uribismo es como se domará la bestia de la guerra.
A medida que se acerque el 23 de marzo muchos se pondrán nerviosos, unos se crisparán, otros harán apuestas, unos más prepararán viaje, otros organizarán fiesta, algunos alistarán sus fierros, otros chequeras, mientras las mayorías se mantendrán a la expectativa para confirmar -entre escépticos e incrédulos-, que la «paz» si es posible, así sea por ahora un silenciamiento de los fusiles de las FARC en medio del resonar de los revólveres del ELN, que no quiere ser barrido del escenario y se resiste mostrando unos colmillos que no pasan de ser dientes de leche.
La tensión de los últimos días arrancó con el «conejo» de El Conejo (Guajira). Se llegó al acuerdo de que la pedagogía de la paz de la guerrilla se haría en silencio, al interior de sus batallones y compañías y sin medios de comunicación. Y será intensiva porque queda poco tiempo. Es lo correcto y pertinente. No era prudente repetir la experiencia de la UP. Ni para unos ni para otros.
Ahora la cuerda se templó con la detención de Santiago, el hermano mayor del expresidente Uribe. Los políticos del Centro Democrático acusan al gobierno de perseguidor y violador de los derechos humanos. No recuerdan cuando su jefe político fungía como Presidente que no sólo mandaba a detener sin orden judicial a decenas de dirigentes y activistas populares sino que a muchos los mataban y desaparecían impune y miserablemente.
Después de que se firme el «pacto de paz» la tensión que se origine por la detención de políticos, empresarios, militares u otros agentes del Estado comprometidos con el paramilitarismo o con actos criminales, se centrará en si están relacionados o no con el conflicto. Y de esa manera, poco a poco, la nueva institucionalidad de la justicia transicional se irá abriendo paso en medio del posible resurgir de nuevos grupos paramilitares que -en forma suicida- algún torpe militar o un fanático uribista organice o promueva en alguna región.
Hay gente que quiere que el pan se queme antes de salir del horno. Pero la verdad… el Imperio global ya tomó su decisión y «no hay tutía que valga».
Después de la firma -si es que se rubrica en esa fecha- vendrán las normales refriegas, los amagues de incumplimiento, las amenazas de parte y parte, las verificaciones y presiones, pero una vez decidida y firmada, no hay formas de arrepentirse. ¡El que se baje del acuerdo pierde… no hay camino de regreso! El objetivo está a la vista: la política sin armas. Eso es lo central.
Lo más seguro es que otro tipo de Bacrim surgirá y se fortalecerá. Combatientes de la guerrilla no comprometidos con el proyecto político no van a renunciar a su forma de vida delincuencial y las condiciones existentes en el país, que no cambiarán de un día para otro, se lo facilitan. Seguirán existiendo durante varios años las condiciones que permitieron la violencia. La debilidad del Estado, la imposibilidad de un control absoluto del territorio, la permanencia de la economía del narcotráfico y de la minería ilegal, y se fortalecerán otras prácticas ilegales como la extorsión y el tráfico de armas y de personas -tanto en el campo como en ciudades-, como ocurre en México o Brasil. Todos esos fenómenos tendrán a los colombianos en ascuas preguntándose si finalmente se podrá conquistar la verdadera paz. Será la «paz perrata» dándonos en la cara.
Ello será así y debemos prepararnos para enfrentar esa situación. La política del Estado, listo para ofrecer mayores incentivos al gran capital para que venga a invertir en la explotación, expoliación y despojo de nuestras riquezas y nuestras tierras, crea esas condiciones para que al lado de esa nueva fase de entrega de nuestros recursos naturales, prospere todo tipo de violencia delincuencial que sólo oculta la crisis social de un país que ya empezó a sufrir las consecuencias represadas de la recesión mundial. Ésta se inició entre 2007-8 con la implosión de la burbuja inmobiliaria en EE.UU. y Europa, con la crisis de la deuda soberana en varios países del viejo continente, además de la recesión de más de una década de Japón y la que está empezando a sufrir China y otros países periféricos como Brasil, China y Sudáfrica. Ya nos afecta y nos afectará muchos años.
Pero lo importante es que la «paz política» prospere y se afinque. Los tres nuevos sujetos sociales de la Colombia del siglo XXI ya han hecho su aparición y van a jugar sus cartas sin recurrir a la violencia. Ya empezó el juego sin que muchos se percataran: el Nuevo Proletariado (profesionales precariados) poniéndose al frente de trabajadores informalizados y desempleados construyendo su Nuevo Proyecto Político en las calles; la «burguesía emergente» buscando en partidos tradicionales de derechas, centros e izquierdas como acceder al Estado para legalizar y consolidar sus capitales; y la burguesía transnacionalizada, apoyándose en las inversiones extranjeras para seguir manteniendo su poder financiero buscando en las clases dominantes tradicionales y, también, de acuerdo a las coyunturas, en las subalternas, quien le pueda administrar mejor sus grandes negocios.
En 10 o 15 años se podrá hacer un balance de la «paz neoliberal» que logrará imponer Santos. Los grandes terratenientes se habrán alineado con la burguesía transnacional para consolidar sus agro-negocios, mientras que los pequeños y medianos productores convertidos en «proletarios con finca» estarán al lado de los trabajadores de la ciudad luchando por conseguir cambios drásticos en su forma de vida. Indígenas y negros mirarán hacia atrás evaluando si pudieron defender en paz sus territorios y si lograron reconstruir sus economías y culturas.
Colombia -si se firma la «paz imperfecta» entre el gobierno y las FARC- tendrá que cambiar. Lenta pero inexorablemente lo hará. Para bien o para mal. ¡Ya lo veremos!
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