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A la calle

Fuentes: Rebelión

Ya basta de recorrer los pasillos de madrugada, buscando hipotéticos libros en la biblioteca, de pensar en proyectos imposibles o de escribir páginas intrascendentes e insustanciales. ¿Por qué lo hago? Me he preguntado. He encontrado la respuesta esta mañana hablando por teléfono, cuando la voz de Rajoy se ha impuesto a la de mi interlocutor […]

Ya basta de recorrer los pasillos de madrugada, buscando hipotéticos libros en la biblioteca, de pensar en proyectos imposibles o de escribir páginas intrascendentes e insustanciales.

¿Por qué lo hago? Me he preguntado.

He encontrado la respuesta esta mañana hablando por teléfono, cuando la voz de Rajoy se ha impuesto a la de mi interlocutor con su tono pastoso, mesurado y didáctico. He mirado a la pantalla del televisor por encima del ordenador y he visto sus ojos de loco, que en ese momento presentaban una gruesa franja blanca y densa, que asomaba del parpado superior al mirar hacia abajo. Algo que hace frecuentemente, como los animales cuando recelan. Debe ser el lugar donde esconde sus mentiras. Estaba diciendo:

«Un estado de derecho no admite chantaje».

He dejado colgado a mi interlocutor al otro lado del hilo telefónico para centrarme en aquellas palabras que me sonaron extrañas, casi misteriosas.

¿De qué país estaba hablando?

Cuando lo ha repetido por segunda vez me he dado cuenta de que hablaba de «su estado de derecho», su feudo, como también le podríamos llamar. ¿Y por qué chantaje? El chantaje supone que se saque a la luz, sin contar con la voluntad o el permiso del interesado, algo que este tiene oculto porque le avergüenza, le perjudica o le supone grave prejuicio político, económico o legal. Si no existe motivo no puede haber chantaje.

En realidad, lo que quería decir Rajoy, guiado por su soterrada megalomanía, era la misma frase que dijo Luis XIV, mucho antes que él: «L’État, c’est moi», el Estado soy yo, y bien puede traducirse como «el Estado es mío». Como un rey absoluto. A continuación fueron apareciendo sus mas próximos allegados en el gobierno para corroborar las palabras del monarca. Como por deformación profesional me es inevitable pensar en imágenes, aparecieron en mi cabeza las escenas de dos películas; en una veía a los ciudadanos agazapados en la arena de un circo romano y las puertas abriéndose, a un gesto de Rajoy para que salieran los leones a devorarnos. En la otra, unos pies sucios y mal olientes pisaban a los ciudadanos como si fueran uvas en una vendimia. He sentido escalofríos al pensar en lo que nos espera.

Porque vamos a ver; el desenfado con que nos hablan en las circunstancias en que se encuentran indican que se sienten seguros. ¿Seguros de qué? Naturalmente, de las fuerzas del orden, de las prohibiciones, comisarias y cárceles que amenazan a los que se rebelan; de su mayoría absoluta, por supuesto, y del Estado autoritario que están creando. También por los medios de comunicación que dominan, como TVE, para engañar a los más desvalidos, por ignorancia o credulidad.

Creo que es el momento de salir a la calle. Y miro el mapa y voy de autonomía en autonomía. Paseo la vista por Andalucía por la agudeza de los ciudadanos, por su creatividad, por sus poetas, sus escritores y sus artistas. Especialmente por sus jornaleros, que han luchado tantas veces por la justicia y la libertad. Ahora les pido que continúen en la lucha. Lorca todavía esta vigente. Recuerdo el verso en el que dice:

«Si tu madre tiene un rey, la baraja tiene cuatro: rey de oros, rey de copas, rey de espadas, rey de bastos.

Corre que te pillo, corre que te agarro, corre que te lleno la cara de barro».

Que no te pillen, que no te agarren, que nadie te tire tierra a la cara, que no se te prive de lo que tienes derecho a recibir, de tus jornales, sin pobreza.

Que tus niños puedan comer tres veces y más, si tienen hambre, con bicicleta o sin ella.

Dirijo la mirada a un armario bajo que tengo en mi habitación. Me recuerda a un día en Oviedo, en una gran sala llena de hombres decididos, valientes y aguerridos, que después de hablar mucho me besaron y abrazaron con cariño y respeto. Eran mineros. Me hicieron un regalo que es precisamente lo que se distingue sobre la estantería: un minero de bronce con una pala en la mano inclinado para sacar carbón. Recuerdo lo último que hice en televisión: «La historia de una maestra» de Josefina Aldecoa. En la peana de la figura hay escrito, en una chapa de plata:

«En reconocimiento a tu lucha – Asturias 2001»

Quizá ellos no se acuerden de mi pero yo no los olvido. Me indigna pensar en su mal pagado esfuerzo, en su paro, en su mirada noble, en sus manos, y a veces en sus pulmones tiznados de negro. Les pido que reivindiquen todos y cada uno de sus derechos. Así, de norte a sur, sigo por todas estas tierras que hoy manifiestan como pueden sus dificultades, su hambre y su dolor.

También dirijo mi mirada a Cataluña que pide sus derechos de libertad por los que tanto suspira; y a Euskal Herria, donde vivo, que pretende lo mismo, justamente.

Mientras los parados buscan infructuosamente trabajo, las familias cavilan para dar de comer a sus hijos y los aguaciles y la policía llaman a las puertas para desahuciar a quienes los bancos han estafado de mala manera, los del «Estado de derecho» roban y roban y roban de todas formas y maneras. Un abogado que estuvo presente en el último juicio de Bárcenas habló «de una orgia de dinero negro». Dinero nuestro, de las privatizaciones de los bienes públicos, de las comidas de los niños, de las familias en la calle, de los jóvenes que ni encuentran trabajo ni pueden estudiar, de los enfermos sin hospital, de los emigrantes sin seguridad social, de la seguridad social sin médicos, de los cuidados que necesitan los que no son capaces de cuidarse por sí mismos. Cuatreros avariciosos que viven del dolor ajeno, de explotar seres humanos. Cualquiera de ellos les da cien vueltas en bondad y decencia. Es fácil darles no cien, sino mil vueltas, porque ellos la bondad y la decencia la desconocen. Se creen buenos porque van a misa y obligan a las mujeres a parir quieran o no.

Todo cuanto he dicho es muy grave, pero aunque parezca mentira, su gravedad se acentúa cuando se piensa que los pies que pisan las uvas y las garras que rasgan las carnes, se ensañan con el honor y la dignidad de los jornaleros, de los mineros, de los universitarios que no pueden seguir estudiando, de los niños que en algún momento puedan llorar de hambre. Honor, dignidad, respeto, que merece cualquier ser humano menos los que viven de explotar y hacer sufrir a otros.

En el poemario «España en marcha» Gabriel Celaya escribe estos versos, que Paco Ibáñez ha cantado en escenarios de todo el mundo:

«A la calle, que ya es hora, de pasear nuestros cuerpos, y mostrar que pues vivimos, anunciamos algo nuevo».

Y a algo nuevo es a lo que me quiero referir. Hay que echar a Rajoy y a su gobierno. ¿Nos quedamos con el PSOE o aceptamos el extremismo conservador de Rosa Diez?. Queda poco donde escoger. Hay que buscar lo limpio, lo inmaculado, lo que esta todavía casi sin estrenar, o sin casi; hay que buscar lo joven, lo nuevo, lo que todavía respira utopías y sueños.

Jóvenes, vosotros tenéis la palabra. No os dejéis engañar más. Tened en cuenta que «el enemigo» esta bien reflejado en un artículo que leí hace pocos días en «El Diario Vasco», una entrevista que le hacían a un médico cuyo nombre es Santiago Dexeus.

«En España el talante franquista sigue vivo, faltan escrúpulos y sobra prepotencia, como si la chulería fuera virtud»

Es preferible no mirar atrás y ver el mundo de otra manera. No hay nada que perder porque lo peor ya lo tenemos. O tal vez no, porque todavía pueden llegar los últimos coletazos de un sistema que agoniza. ¿Se puede esperar algo bueno? No pierdo la esperanza porque pienso que sí. Puede venir algo bueno si lo hacemos nosotros, si pese a quién pese, y caiga quién caiga somos capaces de hacer lo nuevo: que lo que está por venir sea un «porvenir» que merezca la pena vivir y morir por el.

Os estoy hablando de la revolución, el gran cambio. Es la única forma de luchar contra el sistema, contra los partidos de turno si no se integran en la revolución. Es el momento exacto. Hay que tenerlo en cuenta, porque si no estamos prevenidos nos podemos arrepentir.

No sé cómo se hace la revolución, pero el movimiento se demuestra andando. Supongo que tampoco lo sabían los revolucionarios franceses, ni los rusos.

Termino con un refrán de una abuela mía que se ajusta a estas palabras como anillo al dedo. Cuando había una situación de desconcierto, de duda o de incredulidad, solía decirnos: «¿O cenamos o muere padre?».

Rajoy ha terminado su intervención diciendo que el país está «politicamente estabilizado». Sin duda, habla de otro país.

No obstante, para el jueves 18 a las 20h están convocadas concentraciones delante de los locales del PP.

Que allí nos veamos todos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.