1.»Sí señor, nosotros también queremos guerra de clases. La única posibilidad de sacar a este país de la crisis, la única posibilidad de que haya reformas de calado verdaderamente profundo es llegar a tener más poder. Necesitamos más protestas. Necesitamos más ruido en la calle. A fin de cuentas, los partidos políticos y las direcciones […]
1.»Sí señor, nosotros también queremos guerra de clases. La única posibilidad de sacar a este país de la crisis, la única posibilidad de que haya reformas de calado verdaderamente profundo es llegar a tener más poder. Necesitamos más protestas. Necesitamos más ruido en la calle. A fin de cuentas, los partidos políticos y las direcciones políticas tienden a legislar lo que los movimientos sociales y las voces sociales han conseguido en las fábricas y en las calles o, y ya se sabe, en las manifestaciones por los derechos civiles». Estas no son palabras de un revolucionario furibundo, sino del activista social y escritor de izquierdas norteamericano Mike Davis, alertando del grave error que pueden incurrir los izquierdistas, progresistas y liberales americanos que esperan que Obama les saque las castañas de fuego negociando (en un campo de relaciones de fuerzas donde tiene todas las de perder) al margen de la calle con los Blue Dogs conservadores. Este enfoque conecta con las mejores las tradiciones de una izquierda (la norteamericana) que vivió sus mejores años durante el New Deal, al cual arrancó mediante movilizaciones, ocupaciones de fabrica y duras huelgas importantes reivindicaciones, incluida la carta de derecho sociales. En esa línea, pero yendo más allá, hay que hacer de la calle, en tanto que espacio físico y metafórico, un autentico contrapoder social y políticamente alternativo al capitalismo.
2. En efecto, a diferencia de las derechas y burguesías cuyo verdadero poder es obtenido por su estatus de clase y por el lugar que ocupan en la economía capitalista -sea financiera o productiva-, y a cuyo servicio ponen el poder institucional que ocupan (sin olvidar el uso de los aparatos coercitivos del estado, que están para lo que están), las izquierdas sociales y políticas no pueden olvidar que el suyo lo obtienen, en última instancia, por su capacidad de agitar y movilizar la calle y, sobre todo, de su capacidad para estructurar y organizar las reivindicaciones de todas y cada una de las partes de la sociedad perjudicadas por las crisis capitalistas y las leyes y costumbres reaccionarias.
Insistir en este tema tiene su importancia en un momento paradójico y en este reino del revés que es el Reino de España (dentro del cual estamos insertos, aunque no sea de grado, al menos por nuestra parte) donde, a diferencia de la República Francesa, es la derecha la que ocupa la calle de forma mas numerosa y contundente, ya que, quitando honrosas salvedades (de colectivos y grupos en lucha) las izquierdas sociales y políticas a escala estatal brillan por su ausencia, o se limitan a exigir estériles acuerdos o negociar entre bambalinas cambios en el terreno legislativo.
Ver -para creer- decenas de miles de viseras ¡rojas! flanqueadas por las estanqueras desfilando de forma combativa en apoyo de las exigencias más reaccionarias del clero, camuflado bajo el demagógico derecho a la vida (coincidiendo en el tiempo con la declaraciones del Papa contra el uso del preservativo en las relaciones sexuales, a sabiendas de la catástrofe humanitaria que ello representa) es además de deprimente, terrible, pues repercute negativamente sobre la conjunto de las correlaciones de fuerzas entre la derecha y la izquierda, y también entre las clases, ya que a su tiempo se empleará también en la defensa del sistema y sus sectores mas reaccionarios y fascistoides. ¡Es hora de contraatacar, enfrentarse a la reacción económica, social e ideológica, defendiendo sin ambages el derecho al aborto libre y gratuito demandado por el movimiento feminista, uniéndolo a las demandas anticapitalistas.
3. «Una salida a la crisis que conduzca a la emergencia de un nuevo orden productivo y de un nuevo régimen de acumulación no depende sólo de la economía. Exige una correlación de fuerzas, nuevas relaciones geopolíticas, nuevos dispositivos institucionales y jurídicos»… «un nuevo ‘4 de Agosto’ (el 4 de Agosto de 1789, la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa abolió los privilegios de la nobleza) contra los privilegios de la clase capitalista.». Afirmación contundente de Daniel Bensaid, militante y pensador del NPA, con el cual coincidimos plenamente.
Por ello, volvemos al punto de partida. El llamamiento a la huelga general por parte de la mayoría sindical, a pesar de algunos errores de planteamiento (el no haber buscado la unidad sindical, y sobre todo, por la falta de un periodo anterior de movilizaciones orientadas a tal fin) supone una gran oportunidad para un cambio de signo.
Un cambio de signo que debe empezar metiendo de lleno el tema en las fábricas y calles, en movilizar las bases sindicales, las militancias políticas partidarias de la huelga, y también la ciudadanía con sus propios objetivos, planteados más allá del mero rechazo a la situación. Esto es, no basta con denunciar a los responsables de la crisis, hace falta un programa político, económico y social de cambio. Protesta y programa de cambio que no pueden limitarse a Euskal Herria, sino que deben extenderse a toda Europa.
A la cabeza de dicho programa: la nacionalización o socialización de la banca y los sectores productivos claves -como el energético y el farmacéutico- sin indemnización y ponerlos bajo control de trabajadores y usuarios. Y por supuesto, la creación y fortalecimiento de los instrumentos internacionales y de autogobierno necesarios para abordar tales objetivos.
Se trata de socializar y democratizar la economía nacional e internacional (repartir la riqueza, reducir la jornada laboral, invertir en ecología, intervenir el sector farmacéutico en manos de las multinacionales, abolir las deudas sociales y, sobre todo, las del Tercer Mundo). O sea, lo contrario de lo que están haciendo los gobiernos pro-capitalistas: ayudando a los ladrones con los fondos que deberían estar destinados para las jubilaciones y las ayudas sociales a parados y necesitados, derrochando dineros en gastos militares y policiales, e macroinfrestructuras (como el TAV y el Super Puerto de Pasaia) económicamente deficitarios, socialmente lesivos y ecológicamente desastrosos.
Joxe Iriarte «Bikila», Joxan Izquierdo, Juan Ramón Garai, Armando Aulestiarte, Josu Perea. Miembros de la corriente «Gorripidea» de ZUTIK