¡Por fin! Tres importantes dirigentes de la «izquierda» colombiana, cada uno por un camino diferente y aún con vacilaciones y dudas, van hacia el encuentro con las grandes mayorías de la población que durante el pasado plebiscito (2 de octubre), o se abstuvieron, o dijeron NO a Santos y a las FARC, o votaron por […]
¡Por fin! Tres importantes dirigentes de la «izquierda» colombiana, cada uno por un camino diferente y aún con vacilaciones y dudas, van hacia el encuentro con las grandes mayorías de la población que durante el pasado plebiscito (2 de octubre), o se abstuvieron, o dijeron NO a Santos y a las FARC, o votaron por un SI plenamente consciente de querer acabar con una guerra instrumentalizada por el imperio y las castas dominantes.
Los «tres» han sido incentivados por la actitud beligerante y valiente de una senadora que, así a veces actúe con algo de tosquedad y sin ningún cálculo político, procediendo casi como una candidata «outsider», va en la misma dirección -buscando encontrarse con ese pueblo que muchos califican de indolente y apático- pero que como lo afirma un amigo intelectual destacado, tiene el mérito de no haberse dejado embaucar de la casta dominante, ya que desconfía de una paz llena de mentiras, demagogia y falsedad. Ella -la senadora Claudia López- proviene de otras toldas diferentes a la «izquierda» pero por el momento marca la pauta y ha tomado la iniciativa con la recolección de firmas para realizar una consulta popular y con su llamado «¡vence al corrupto!».
Claro, no se puede desconocer el papel que han jugado los dirigentes de «izquierda» en la lucha contra la corrupción de «los de arriba». Uno de ellos (Gustavo Petro), se destacó por enfrentar a los paramilitares durante el gobierno de Uribe, usando incluso muchas de las investigaciones en las que participó -desde la academia-, la hoy senadora de marras. También fue uno de los primeros en denunciar los sobornos de Odebrecht, a los que fue acercándose cuando se enfrentó a los hermanos Nule y Moreno Rojas. También es valiente y audaz, hay que reconocerlo, pero, en momentos claves, la soberbia y la sobradez lo confunden y aíslan.
El otro (Jorge Enrique Robledo), es un reconocido dirigente que siempre ha estado enfrentando la corrupta clase política tradicional y, en lo fundamental, con algunas excepciones, a los grandes empresarios «nacionales» y extranjeros. Pero la diferencia en la actualidad es que, pareciera, ha incorporado a su estrategia política el tema de la corrupción como una bandera no sólo coyuntural sino estratégica. Hoy, que es candidato a la presidencia por su partido, ha entendido que ese problema es fundamental para movilizar al grueso de la ciudadanía colombiana. El sólo hecho de reunirse con la senadora pre-candidata y Sergio Fajardo, otro candidato antioqueño caracterizado por su actitud «ni-ni», calificado por muchos como neoliberal y vacilante, pero deslindado tanto de Santos como de Uribe, indica que el senador de «izquierda» está soltando las amarras de una rigidez táctica que le había impedido ir al encuentro con el grueso de la sociedad.
El más veterano dirigente de izquierda que avanza en esa dirección inédita (Antonio Navarro Wolf) fue cabeza del M19 en la Asamblea Constituyente de 1991. Se ha puesto al lado de la senadora-candidata y ha incidido en su partido para retirarse del gobierno de Santos, dado que el anterior ministro de Justicia de alguna manera enviaba el mensaje de que su partido hacia parte de la «unidad nacional». Todo indica que el senador «verde» ha empezado a entender que no puede repetir la historia de hace 26 años. Al separarse del gobierno de Santos, manteniendo el apoyo al cumplimiento de los acuerdos con las FARC, está enviando el mensaje de que la única garantía de avanzar hacia la democratización del país (y por lo tanto, la consolidación del proceso del fin de la guerra), es sacando a todos los corruptos («santistas», «uribistas» y «vargas-lleristas») del gobierno, derrotándolos a todos en las elecciones de 2018 con una amplia convergencia de las fuerzas sanas de la nación.
La «moralización de la república», consigna de Jorge Eliécer Gaitán, está a la orden del día. Sólo después, con un gobierno verdaderamente alternativo, se podrá organizar y convocar un «proceso constituyente de nuevo tipo» que sea la base para construir la 1ª República. La verdadera república social que promueva la participación de los eternos excluidos, de los «invisibles» de que habla William Ospina. Es una senda totalmente diferente a la transitada en 1991.
Y por esa misma vía avanza Petro -aún con vacilaciones y despistes-, quien también fue un importante integrante del M19 (aún novel en 1991). Sabe que pegarse a la fórmula de Timochenko del «gobierno de transición» que incluye a la patota corrupta de los Roys Barreras, Benedettis, Samperes, Gavirias, Serpas y demás, no es la mejor decisión. Pero le cuesta todavía vincularse a la «alianza anti-corrupción» por cuanto allí se encuentra con otros «egos» parecidos al suyo, que son rivales desde hace un buen rato, pero lo principal consiste en que aún tiene esperanzas en la existencia de una burguesía «decente» que él idealizó en cabeza de Álvaro Gómez Hurtado en ese entonces. Hoy está tentado de encontrarla en las filas «santistas».
En este trascendental instante del país, la mejor actitud de los demócratas colombianos es empujar «desde abajo», ojalá construyendo autonomía e independencia política de base, para que estos dirigentes de izquierda logren entenderse con la senadora «verde», jalonen al candidato paisa y logren ponerse a la altura de las exigencias del momento. El grueso de ese pueblo rebelde (que se muestra indiferente, apático, escéptico y hasta «pasivo» y «distraído»), si observa que existe un espíritu sincero, de unidad para antagonizar con los eternos enemigos de la democracia y sirvientes del gran capital, los apoyará y desencadenará una nueva «ola» de fervor democrático. Ya no será una ola «amarilla» o «verde», será multicolor y tan intensa que, en su mayor longitud de onda, se acercará a la brillantez de la luz de un nuevo amanecer.
Todo apunta a que ese camino está allí esperándonos. Como era previsto, una vez se diera fin a la guerra interna -así sea formal y parcialmente-, saldrían a flote los agudos y graves antagonismos sociales, económicos, políticos y culturales que estuvieron por tanto tiempo ocultos, reprimidos y aplastados, tanto por acción directa y consciente de quienes ostentan el poder como también por efecto de fenómenos psicológicos paralelos que inhibían o impedían la expresión plena de la variedad de intereses de clase, étnicos y de grupos poblacionales que se diferencian por región, cultura, género o edad.
Es más, en medio de la superación precariamente concertada del conflicto armado -a pesar de los años de diálogos, la infinidad de discursos, los ríos de tinta y cúmulos de papel utilizados en el logro y firma de los acuerdos-, se han ido manifestando en forma paulatina (y a veces contradictoria) esos intereses, que por la complejidad y desarrollo desigual de nuestra sociedad, requieren un estudio y un análisis concreto, detallado y específico, a riesgo de caer en generalizaciones que no contribuyen en la tarea de entender nuestra realidad.
Uno de los antagonismos que explotó literalmente en manos del actual gobierno iniciando el año 2017 es el de la corrupción político-administrativa. El detonante fueron los sobornos de la empresa constructora brasileña Odebrecht que comprometen a gobernantes de varios países vecinos. No obstante, los casos de corrupción en Colombia son reiterados pero el gobierno había logrado esquivar o atenuar los escándalos como el de Saludcoop, Fondelibertad, Cafesalud, Reficar y muchos otros. En este instante no pueden ocultar la corrupción que corroe y compromete a «santistas», «uribistas» y «vargas-lleristas».
Toda esta situación le sirve a la sociedad para unificarse y dar un salto cualitativo que es clave para construir democracia y paz. Es la lección que nos deja el panorama latinoamericano en donde hasta los gobiernos «progresistas» y «bolivarianos» se han visto enredados y contaminados por el flagelo de la corrupción político-administrativa. Unidad y claridad, ya no sólo entre la «izquierda» sino con todos los demócratas, es la fórmula para acertar y avanzar. ¡En eso estamos!
@ferdorado
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